Sara García siempre fue la "oveja negra" de su familia, una joven callada y tímida que creció entre las humillaciones de sus padres y las burlas de sus compañeros. Mientras el resto de la prestigiosa familia García brillaba en los eventos sociales de España, Sara era relegada a las sombras, ridiculizada incluso por su propia madre, quien le repetía que jamás sería más que una chica "fea y torpe".
Pero todo cambió cuando conoció a Renata, una joven rebelde y brillante en la universidad, quien le enseñó a confiar en sí misma. Juntas, desarrollaron NeuroLink, una tecnología revolucionaria capaz de conectar mentes humanas para compartir pensamientos y emociones en tiempo real. Decididas a demostrar su valía, patentaron el proyecto en secreto y amasaron una fortuna que mantuvieron oculta para protegerse de quienes siempre las subestimaron.
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El Primer Beso
La noche era tranquila después que Rodrigo le contó sobre su vida, y el aire fresco acariciaba suavemente el rostro de Sara mientras ella y Rodrigo caminaban por los jardines.Sara habían estado charlando de todo un poco sobre proyectos, sobre sueños, sobre la vida misma. Rodrigo, como siempre, escuchaba con atención cada palabra de Sara, como si fuera lo más importante del mundo.
Sara se sentía relajada y extrañamente feliz a su lado. Había algo en él, en su calidez y en la forma en que la miraba, que la hacía sentir especial, algo que no había experimentado antes.
De pronto, Rodrigo se detuvo junto a una pérgola iluminada por pequeñas luces cálidas. Sara lo miró, intrigada.
—Hay algo más que quiero decirte, Sara dijo Rodrigo, con un tono más serio.
Ella inclinó la cabeza, esperando.
—Desde que te conocí, has cambiado mi vida de una manera que no esperaba. Eres brillante, fuerte, humilde... y, sobre todo, tienes un corazón que brilla más que cualquier logro que puedas alcanzar.
Sara sintió cómo su corazón se aceleraba. Rodrigo dio un paso hacia ella, y sus ojos se encontraron. Había algo en su mirada que la paralizó, algo tan intenso que la hacía sentir vulnerable y segura al mismo tiempo.
—No sé si esto está bien o si debería detenerme, pero... no puedo ignorar lo que siento por ti.
Antes de que Sara pudiera responder, Rodrigo se inclinó suavemente hacia ella. Su aliento era cálido, y el mundo pareció detenerse cuando sus labios se encontraron. Fue un beso lento, cargado de emociones contenidas, de promesas y deseos que habían estado latiendo bajo la superficie.
Cuando se separaron, Sara lo miró, sorprendida por lo que acababa de suceder. No sabía qué decir, pero sus emociones eran un torbellino.
—Rodrigo, yo... comenzó, pero él puso un dedo sobre sus labios.
—No tienes que decir nada ahora. Solo quiero que sepas lo que siento.
Sara asintió, pero su mente ya estaba inundada de pensamientos contradictorios.
Horas más tarde, cuando llegó al departamento que compartía con Renata, Sara todavía estaba en un estado de confusión. Su amiga estaba sentada en el sofá, comiendo papas fritas y viendo un reality show cuando Sara entró.
Renata, siempre perceptiva, levantó una ceja al ver el rostro de su amiga.
—¿Qué te pasa, princesa? Tienes una cara como si hubieras visto un fantasma... o como si hubieras hecho algo que no deberías.
Sara dejó caer su bolso en el sofá y se sentó junto a Renata, cubriéndose el rostro con las manos.
—Renata, no sé qué hacer.
Renata apagó la televisión y se giró hacia ella, ya completamente interesada.
—A ver, suelta todo, ¡pero ya! ¿Qué pasó?
Sara levantó la vista, con las mejillas sonrojadas.
—Rodrigo... me besó.
El silencio duró un segundo antes de que Renata soltara un grito dramático.
—¡¿QUÉ?! ¡¿El cuarentón delicioso te besó?!
Sara asintió, y Renata la tomó de los hombros, sacudiéndola ligeramente.
—¡Amiga! ¡Eso no es cualquier cosa! Detalles, ya. ¿Fue un beso normal? ¿Con chispas? ¿Fuegos artificiales?
Sara no pudo evitar reír ante la exagerada reacción de Renata.
—Fue... hermoso, Renata. Pero ahora no sé qué hacer.
Renata cruzó los brazos, mirándola fijamente.
—¿Qué no sabes qué hacer? ¡Es obvio! ¡Ese hombre es un papacito que te trata como reina! Pero espera... ¿no estarás pensando en ese patán de Jorge, verdad?
Sara bajó la mirada, y Renata soltó un gruñido teatral.
—¡Por Dios, Sara! ¡Jorge es un niño con cuerpo de hombre! Solo le interesas ahora porque te ve diferente, pero ¿te acuerdas de cómo te trataba antes? Ese tipo no vale ni un centavo de tu atención.
Sara suspiró.
—Lo sé, Renata, pero me siento culpable, recuerda quien es el papá de Jorge. Rodrigo es increíble, pero tengo miedo de que esto termine mal.
Renata chasqueó la lengua y se levantó, apuntándola con un dedo.
—Mira, mi querida Sara, mi abuela, que en paz descanse, siempre decía sus sabios refranes: el que oye consejo llega a viejo, pero el que no, termina llorando como Magdalena. Ese hombre, Rodrigo, es un caballero. Sabe lo que quiere y no está para jugar contigo. Si te gusta, date la oportunidad.
Luego, con una sonrisa pícara, añadió:
—Y si te lastima, yo misma le doy sus buenos golpes hasta por debajo de la lengua y le hago vomitar sus tripas.... Recuerda que soy cinturón negro en karate.
Sara no pudo evitar reír. Renata siempre sabía cómo aligerar el ambiente, aunque sus palabras la hicieron reflexionar.
—Gracias, Renata. No sé qué haría sin ti.
Renata sonrió, abrazándola.
—Nada, amiga. Yo soy tu brújula, tu confidente y, en este caso, tu cupido. Ahora, ve a dormir y piensa bien las cosas. Pero, por favor, no vuelvas a mencionar a Jorge. Ese hombre no merece ni medio segundo de tus pensamientos.
Sara sonrió, sintiendo que, con Renata a su lado, podía enfrentar cualquier cosa.