⚠️✋🔞
"¿Qué pasa cuando la fachada de galán encantador se transforma en un infierno de maltrato y abuso? Karina Sotomayor, una joven hermosa y fuerte, creció en un hogar tóxico donde el machismo y el maltrato doméstico eran la norma. Su padre, un hombre controlador y abusivo, le exige que se case con Juan Diego Morales, un hombre adinerado y atractivo que parece ser el príncipe encantador perfecto. Pero detrás de su fachada de galán, Juan Diego es un lobo vestido de oveja que hará de la vida de Karina un verdadero infierno.
Después de años de maltrato y sufrimiento, Karina encuentra la oportunidad de escapar y huir de su pasado. Con la ayuda de un desconocido que se convierte en su ángel guardián y salvavidas, Karina comienza un nuevo capítulo en su vida. Acompáñame en este viaje de dolor, resiliencia y nuevas oportunidades donde nuestra protagonista renacerá como el ave fénix.
¿Será capaz Karina de superar su pasado y encontrar el amor y la felicidad que merece?...
NovelToon tiene autorización de JHOHANNA PEREZ para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Fuera de control...
Quizás el ver a su hija tan valiente, tan decidida y arriesgada, había despertado en Amanda algo que por años había permanecido dormido: su instinto de autoprotección, de supervivencia, de dignidad.
Estaba en la cocina, terminando de tomarse su jugo de fresas bien frío. El suave sonido de su garganta baja do el líquido contrastaba con la tempestad emocional que se libraba dentro de ella. Sirvió otro vaso de jugo. disfrutando la sensación de hacer algo simple por sí misma, como si la libertad de Karina le diera alas también a ella.
De repente, la puerta de la cocina se abrió de golpe.
—¡Aquí estás, maldita sea! —gritó Fernando desde el umbral, con los ojos desorbitados y la furia desbordada—. ¿Estás sorda o qué, inútil? ¡Llevo rato llamándote!
Amanda no se inmutó. Levantó la vista con serenidad, dio un sorbo al jugo y dejó el vaso sobre la encimera. Luego se giró hacia él, sin temor.
—No estoy sorda, Fernando. ¿Qué quieres ahora? ¿Qué hice mal esta vez? ¿Acaso la tonta de tu amante no te mandó contento hoy?
El ceño de Fernando se frunció, confundido. Era la primera vez en décadas que la mujer sumisa, la que jamás discutía, se atrevía a levantarle la voz en su propia casa.
Cegado por la ira, cruzó la cocina en dos zancadas y la tomó brutalmente del cabello, empujándola contra la alacena.
—¡Dime, inútil! ¿Qué tuviste que ver con el escape de Karina?
Amanda apretó los dientes, pero lo enfrentó con la mirada, a pesar del dolor.
—No la ayudé… porque soy muy cobarde, gracias a ti. Pero estoy orgullosa de que ella haya tenido la valentía que a mí me faltó. Estoy feliz de que decidiera salir de ese maldito infierno al que ese imbécil, disfrazado de caballero, la tenía sometida.
—¿De qué hablas? —rugió Fernando—. ¡Con Juan Diego no le falta nada! ¡Vive como una reina!
Amanda soltó una risa amarga.
—Ja… Se nota que tu ambición te cegó. Fuiste tú quien la empujó a casarse con ese patán. Un hombre que la golpea, la viola y la denigra… igual que tú lo haces conmigo. ¡Suéltame, maldito infeliz!
Con un movimiento desesperado, logró zafarse de su agarre y retrocedió unos pasos, hasta quedar junto al fregadero.
Fernando apretó los puños. Las palabras de Amanda le calaban hondo, no por remordimiento, sino por el miedo a perderlo todo. Su hija era su inversión más valiosa. Pero no la dejaría ir.
Se abalanzó sobre ella y la tomó del cuello.
—¡¿Dónde está Karina?! ¡Juan Diego la quiere de vuelta ahora mismo!
Amanda luchaba por respirar, pero no dejó de hablar.
—No puedo creer… que te importe más ese maldito que tu propia hija… —dijo con voz entrecortada—. Eres un monstruo… despreciable… Maldigo el día en que me casé contigo.
—¡Cállate! —gritó él, y la arrojó contra el refrigerador.
Amanda cayó al suelo con un golpe seco, pero se levantó apoyándose en la encimera. Su rostro estaba crispado por el dolor, pero sus ojos seguían encendidos.
—Aunque lo supiera, no te lo diría —dijo entre jadeos—. No quiero que ella viva el infierno que yo he vivido. Ella merece algo distinto… merece ser libre.
—¡No seas estúpida! —escupió Fernando—. Si Karina salió igual de inútil que tú, se merece cada golpe que Juan Diego le dé.
Amanda sintió una rabia tan honda, tan visceral, que sin pensarlo tomó el cuchillo de cocina más cercano. Con toda su fuerza, lo lanzó hacia él, logrando hacerle un corte superficial en el brazo.
Fernando gritó y retrocedió. Luego, furioso, se lanzó sobre ella, le arrebató el cuchillo con facilidad, y con la mirada enloquecida… perdió el control.
Como un hombre poseído, comenzó a apuñalarla. La rabia acumulada por años estalló con cada corte. No pensaba. Solo hería. Amanda cayó al suelo, jadeando, hasta que la sangre formó un charco a su alrededor.
Cuando su respiración se calmó, Fernando miró sus manos ensangrentadas, horrorizado. El cuchillo cayó con un sonido sordo al piso de cerámica. Retrocedió hasta apoyarse en la nevera, temblando.
Con dedos torpes sacó su móvil. Solo una persona podía ayudarlo.
Marcó el número de Juan Diego.
—¿ya sabes lo que quiero? —respondió el magnate al segundo timbre, con voz tensa.
—Necesito tu ayuda… Creo que maté a Amanda —dijo Fernando, sin aliento.
Hubo una pausa larga. Luego, la voz de Juan Diego sonó más calmada, calculadora.
—No te muevas del lugar y no la toques —ordenó Juan Diego con una calma escalofriante—. El doctor vive cerca de tu casa, irá enseguida. Yo también voy en camino.
Fernando, aún temblando, se quedó inmóvil en medio de la cocina. Las manos manchadas de sangre colgaban a los lados de su cuerpo como si ya no le pertenecieran. Respiraba agitado, con el rostro pálido y sudoroso. Miraba a Amanda tirada en el suelo, su cuerpo bañado en rojo, como si fuera una pesadilla de la que no podía despertar.
Cinco minutos después, el timbre de la puerta principal comenzó a sonar con insistencia. Fernando no reaccionó de inmediato, hasta que su móvil vibró en su bolsillo. Lo sacó con dedos torpes y atendió.
—¡Ábrele al doctor, idiota! —espetó Juan Diego desde el otro lado de la línea.
Sin responder, Fernando fue tambaleándose hacia la puerta. Al abrirla, el doctor apareció en el umbral. Era un hombre de mediana edad, delgado, de rostro adusto, vestido de civil pero con un pequeño maletín de emergencia en la mano.
Su mirada recorrió a Fernando de pies a cabeza. La sangre salpicada en su camisa, sus brazos, y su rostro decía más que mil palabras.
—¿Dónde está? —preguntó el doctor con gravedad.
—E-en la cocina… —balbuceó Fernando, sin atreverse a mirarlo directamente.
El médico entró con paso firme. Al llegar a la cocina, su expresión cambió por completo. Amanda yacía en el suelo, con varias heridas sangrantes en el abdomen y el pecho. Sus labios estaban amoratados, su piel, pálida como la cera. Sin embargo, al inclinarse sobre ella, pudo notar un débil latido.
—¡Aún tiene pulso! —exclamó el doctor, arrodillándose junto a ella de inmediato.
Abrió su maletín y comenzó a trabajar con rapidez, sacando gasas, una inyección y suturas de emergencia.
—Hay que llevar urgentemente a esta mujer al hospital. ¡No hay tiempo!
—¡No! No al hospital —dijo Fernando, dando un paso atrás con nerviosismo—. No pueden verla así.
El doctor lo miró con incredulidad.
—¡No hay opción! ¡Si no la llevamos ahora, morirá! —le gritó mientras contenía la hemorragia lo mejor que podía—. ¡Muévete, ayúdame a levantarla!
—Pero…
—¡Pero nada! —interrumpió con firmeza el doctor—. La llevaremos a mi hospital. Nadie hará preguntas ahí. Solo ayúdame, ¡ahora!
Fernando, aún en shock, obedeció. Entre los dos levantaron con cuidado el cuerpo inerte de Amanda. El doctor la cubrió con una sábana que tomó de la mesa y le presionó las heridas mientras caminaban.
La cocina, antes cálida y llena de aromas de frutas frescas, ahora parecía una escena sacada de una película de horror. El suelo estaba cubierto de sangre, y la jarra de jugo, caída, goteaba lentamente un hilo rojo que se confundía con el de la víctima.
Afuera, el coche del doctor esperaba con la puerta trasera abierta.
—Métela con cuidado, que no se golpee —indicó el médico, mientras preparaba una vía intravenosa.
Fernando, aún paralizado, obedeció como un autómata.
El motor rugió y el coche desapareció calle abajo. Mientras tanto, Juan Diego, en su lujoso automóvil negro, giraba con rapidez por la avenida, con los dientes apretados. No permitiría que Amanda muriera… no todavía. Había mucho que podía sacar de esa situación. Mucho que podía usar para atrapar a Karina.
Durante el trayecto al hospital, el doctor, con una mano en el volante y la otra marcando con agilidad, hizo una llamada urgente.
—¡Tengan lista la camilla! La paciente está gravemente herida. Ingresará por urgencias en cinco minutos —indicó con tono autoritario antes de colgar.
En paralelo, Juan Diego hablaba por teléfono con voz calculadora, controlando cada movimiento desde la distancia.
—Doctor, harás exactamente lo que te diga —ordenó con tono seco—. Dirás que fue víctima de un asalto en su casa. Mis hombres ya están preparando la escena. Y tú, Fernando… —hizo una pausa para dejar que sus palabras calaran—, tú no dirás ni una sola palabra más allá de la declaración que prepararé para ti. Si se te ocurre mencionar algo indebido, puedes despedirte de tu libertad y de tus empresas. Irás directo a la cárcel.
Fernando, con la voz temblorosa y el rostro cubierto de sudor, solo atinó a responder:
—S-sí… como usted diga, señor.
Juan Diego cortó la llamada con frialdad. Inmediatamente marcó a Ernesto, su mano derecha.
—Ernesto, cambio de planes. Ya no busques a Karina. Ella vendrá a mí por su propio pie.
—¿Y cómo piensa lograr eso, señor? —preguntó Ernesto del otro lado.
—Encárgate de que salgan titulares en todos los periódicos y revistas. Que digan que la señora Amanda Sotomayor fue víctima de un asalto en su propia casa y que ahora se debate entre la vida y la muerte. Esa noticia será suficiente para que mi mujer regrese. Y más de uno abrirá los ojos.
—Entendido. Lo haré de inmediato.
La nota no solo sería vista por Karina, sino también por sus dos hermanos, Joel y Orlando.
Joel, especialmente, comenzaría a ver con claridad el peso del machismo malditamente heredado de su padre. Ese mismo machismo que lo había llevado a lastimar no solo a su madre y su hermana, sino también a la mujer que realmente amaba: la hermosa empresaria Romina Ibáñez. Romina, una mujer inteligente, audaz, perspicaz y empoderada, lo había rechazado tres años atrás con toda la dignidad que su temple le permitía, cuando él intentó controlarla y maltratarla con palabras y amenazas...