Balvin, un joven incubus, se encuentra en su última prueba para convertirse en jefe de territorio: absorber la energía sexual de Agustín, un empresario enigmático con secretos oscuros. A medida que su conexión se vuelve irresistible, un poder incontrolable despierta entre ellos, desafiando las reglas de su mundo y sus propios deseos. En un juego de seducción y traición, Balvin debe decidir: ¿sacrificará su deber por un amor prohibido, o perderá todo lo que ha luchado por conseguir? Sumérgete en un mundo de pasión, peligro y decisiones que podrían sellar su destino. ¿Te atreves a entrar?
**Advertencia de contenido:**
Esta historia contiene escenas explícitas de naturaleza sexual, temas de sumisión y dominación, así como situaciones que pueden ser sensibles para algunos lectores. Se recomienda discreción.
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Fidelidades Infernales (tercera parte)
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—Fulder, el arcaico mayor y el jefe de territorio están furiosos. Exigen verte en persona, ahora mismo —dijo con un tono bajo, pero cargado de amenaza. Sus ojos brillaban con una mezcla de diversión y advertencia mientras lo miraba de arriba a abajo.
Fulder sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral. Intentó mantener la compostura, pero su rostro palideció notablemente.
—¿¡Qué!? ¡Baja la voz! —respondió en un susurro urgente, mirando nerviosamente a su alrededor. Sabía que no podía permitirse ser oído hablando de estas cosas en plena academia—. No puedo hablar de esto aquí… ¡Dime que has sido discreta!
La súcubo soltó una risa suave pero venenosa, cruzando los brazos con arrogancia.
—Soy siempre discreta, Fulder, pero tus errores no son tan fáciles de ocultar. Están preguntando por el incidente y, sobre todo, por el humano de la prueba final. Quieren saber quién es y qué has averiguado sobre su ubicación.
El miedo se intensificó en Fulder, y su mente corrió en mil direcciones. Trató de aparentar calma, pero sus palabras temblaban.
—¡Silencio! Estoy trabajando en eso. No puedo tener a todo el mundo espiando mis movimientos... El humano de la prueba final... lo tengo casi resuelto, pero aún no he encontrado la ubicación exacta —admitió, con los dientes apretados.
Lo que Fulder no sabía era que, a unos metros de distancia, escondido tras una columna, Siwel había oído cada palabra. Su corazón latía con fuerza al darse cuenta de lo que estaba escuchando. ¿Fulder estaba involucrado en la prueba de Balvin? ¿Y por qué el arcaico mayor y el jefe de territorio estaban tan interesados en el humano? ¿Quizás el jefe del D5?
Siwel observó desde su escondite, sin atreverse a moverse. Cada vez que Fulder hablaba, la situación parecía volverse más oscura y peligrosa.
—Debes arreglar esto antes de que el arcaico mayor decida tomar cartas en el asunto personalmente —advirtió Levana, dando un paso hacia Fulder. La cercanía hizo que él retrocediera, incapaz de ocultar su incomodidad—. Y te sugiero que actúes rápido... o serás tú quien pague las consecuencias.
Fulder tragó saliva y asintió, sabiendo que no tenía otra opción. Despidió a Levana con un movimiento brusco y se giró para salir del pasillo, murmurando maldiciones en voz baja mientras aceleraba el paso. Siwel, aún oculto, permaneció en silencio hasta que ambos se hubieron marchado.
El íncubo joven apretó los puños. Había descubierto algo grande, pero ahora debía analizar dicha información.
Volviendo al templo del arcaico Fass, Balvin estaba asombrado por la forma de hablar de su constante desafiante tutor. Se oía complacido, casi preocupado por los resultados futuros de las pruebas de Balvin, quien, si no conociera a Fass desde hace centenares de años, podría pensar que este íncubo no era quien decía ser. Oír que los resultados de Fulder habían decaído fue una sorpresa; significaba que no era el único con problemas en las últimas pruebas, aunque la diferencia era que las de Fulder eran las de un supervisor.
“¿Hay cosas que estos desgraciados podrían estar poniendo en nuestro camino a propósito? No, imposible. Las leyes y los pactos entre reyes impiden involucrar o perjudicar a cualquier alma. Y Agustín bien podría ser un maldito demonio sin corazón, pero ciertamente es un humano”, meditó muy seguro.
—No quiero pensar que tu falta de acción es voluntaria —dijo Fass, haciendo que Balvin reaccionara ante la presencia del arcaico, pues se había perdido en sus pensamientos. Cruzaron miradas y no pudo evitar que un destello de preocupación se filtrara en su rostro. Se recompuso.
—No te alarmes —continuó Fass, levantándose de su asiento—. No es un tema que haya discutido con los demás arcaicos. Simplemente quiero poner énfasis en tu desempeño. Quiero verlo con mis propios ojos.
—En ese caso, mi desempeño siempre ha hablado por sí mismo, pero entiendo que a veces ver es creer —dijo, alzando una ceja con confianza—. Entonces, permítame dejar en claro que me he tomado el tiempo de estudiar minuciosamente a mi... al humano. Y pronto cada arcaico presenciará los resultados.
—Esta nueva faceta tuya es indiscutible y precavida.
—Sí, debo admitir que la elección fue la correcta.
—Eso no lo sabremos hasta que finalices la prueba. Sin embargo, tienes razón: se estima que las selecciones se ajustan con precisión a su íncubo.
—En efecto —Bal se acercó con interés al escritorio—. Ya que tocamos el tema, quisiera agradecer a los prefectos por su elección. ¿Podría decirme dónde encontrarlos?
Fass lo miró con asombro. Aunque Balvin se sintió incómodo, mantuvo su arrogancia habitual mientras esperaba la respuesta.
Fass se volteó pensativo.
“Quizás fui demasiado obvio. ¿Me confié por su forma tranquila de hablarme? Tal vez piense que quiero chantajear a los prefectos… bueno, sería mejor a que sospechara sobre el vínculo, este desgraciado me destruiría vivo”.
—¿Hay algún problema con mi petición? —cuestionó Bal, fingiendo inocencia.
—No lo habría, pero me sorprende que quieras tomarte el tiempo de viajar al Infierno ahora mismo.
La pregunta congeló a Balvin, pues lo tomó por sorpresa. Pensó que su plan y situación estaban expuestos, pero Fass continuó:
—Los arcaicos mayores fueron quienes seleccionaron a los humanos. Ellos estarían más que contentos de conocerte.
Balvin suspiró internamente, entendiendo a qué se refería. Los arcaicos mayores están en el Infierno. Por un momento, creyó que su situación y planes estaban al descubierto. Sin embargo, la calma se perdió de inmediato. Si realmente uno de los arcaicos mayores lo había saboteado, estaba ante la presencia de un gran enemigo. Quizás, la próxima vez no sería tan directo al desafiar abiertamente a un jefe de distrito, como había hecho; habría sido mejor haber hecho caso a su amigo.
—Asumo que sí, estarán encantados —reafirmó queriendo creer que realmente fue un error y no lo saboteó alguien tan poderoso—. No me molestaría ir —dijo finalmente.
—Veo que tu arrogancia te precede.
Balvin sonrió, aceptando el cumplido.
—Admito que es admirable. Pero... ¿qué es lo que deseas, joven íncubo?
—Mis objetivos son los mismos que desde hace quinientos años, arcaico. En aquel momento me hicieron la misma pregunta y respondí: jefe de territorio.
El arcaico se movió de un lado a otro.
—Recolector, rastreador, armero... muchas tareas, pero a veces olvidamos las más importantes.
“Por Lucifer, si se menciona a sí mismo me lanzo por la ventana, pero claro que lo hará, es típico de un Amonet”, pensó Balvin.
—Los maestres arcaicos estamos aquí, fieles a nuestra naturaleza, estudiando la magna, instruyendo y capacitando a los menores, siendo consejeros de príncipes y administradores de territorios infernales. Una labor indiscutible y sumamente necesaria para el orden del Infierno. ¿No lo crees?
“Qué predecible. Una vez Amonet, siempre Amonet; se comparan con el padre de todo”, pensó Bal y respondió:
—En efecto, se les da mérito por su arduo trabajo.
—No buscamos mérito, sino supervivencia.
Los pasos del alto íncubo resonaron al acercarse. Balvin tuvo que levantar el rostro mientras los ojos rojos de Fass lo observaban fijamente.
—Ten este recordatorio en cuenta: no quisiera ser testigo de tal linaje desperdiciado —lo miró de arriba abajo y agregó—. Puedes contar conmigo en cada una de tus decisiones. Diferimos, lo sé, pero no puedo negar tus capacidades.
Balvin, asombrado, todavía sabía comportarse incluso ante alguien tan odioso, pero ahora este arcaico solo hizo que se sintiera muy confundido. Se alejó ligeramente y dobló la cabeza en una ligera inclinación. Debía ser tan respetuoso como su hermano le había inculcado.
—No puedo más que agradecer su reconocimiento. No tome como despectiva mi respuesta. Mi meta es y será ser jefe de territorio terrenal. Sin embargo —como dijo—, es innegable que, para el equilibrio, son los pilares. Y cada arcaico no es lo que es sin sus príncipes superiores, como nosotros no somos lo que somos sin sus instrucciones.
—...Bien dicho. Puedes retirarte.
Balvin se dio la vuelta, y al abrirse la puerta, la voz del arcaico resonó:
—Demuestra que ese potencial no es por el favor que te tiene tu hermano Nephil.
Balvin se congeló, y Fass hizo una pausa antes de acercarse por la espalda del íncubo, inclinándose hasta el oído de Balvin.
—Todo lo que has logrado, Balvin, no ha sido por la sombra de tu hermano, ¿verdad? Has llegado hasta aquí porque tienes algo que los demás no tienen. ¿Estoy en lo correcto?
Las palabras resonaron en Balvin, quien no pudo evitar sentir una mezcla de honor, presión y rabia. Había logrado ingresar a la Academia de las Siete Puertas, algo que muchos no esperaban, pero que ahora también traía consigo un peso que parecía más difícil de manejar. El vínculo se presentaba humillante y el dolor de su orgullo lo golpeaba con fuerza. Enderezó la espalda y continuó su andar hasta salir, sin responder.
—No necesito que me diga lo que ya sé —Balvin lo miró de reojo con dureza.
Fass sonrió, pero esta vez, la sonrisa tenía un toque casi afectuoso.
—Lo que quiero es que sigas demostrando que todo lo que hiciste no fue gracias a Nephil. Y créeme, eso es algo que tienes que demostrar a ti mismo —el arcaico volvió a su lugar—. Tienes mucho que hacer, Balvin. No olvides que el tiempo está de nuestra parte solo si sabes aprovecharlo —dijo, con una mirada que combinaba desaprobación y advertencia, antes de desvanecerse en el aire.
Balvin se alejó en silencio, incapaz de imaginar cuán reveladoras habían sido las palabras de Fass. Al regresar a su palacio, sintió como si no hubiera vuelto realmente. Se sumió en un profundo silencio, procesando las palabras del arcaico. Un cúmulo de emociones invadía su pecho: presión, honor, orgullo y una responsabilidad aplastante que nunca había sentido tan intensamente.
Extendió la mano y el mesón apareció frente a él. Colocó el caparazón sobre el frío mármol, mirándolo con mayor seriedad. Las grietas del caparazón se hicieron evidentes, y en ese instante, algo dentro de él comenzó a desmoronarse. El dolor acumulado de su vida se desató con tal fuerza que ni siquiera sus reflejos pudieron evitarlo. Cerró los puños y una bola de emociones explotó, desatando su magna sin control. El poder arrasó las columnas de mármol y piedra a su alrededor, el techo tembló y una ráfaga de energía devastadora levantó el suelo, golpeándolo desde todas direcciones.
Las palabras de Fass no solo le recordaron la magnitud de sus logros, sino que también dejaron en claro que las expectativas sobre él eran mucho mayores de lo que había pensado. No podía permitirse fallar; todo lo que había conseguido estaba en juego.
El frío del mármol contrastaba con el calor que brotaba de su furia contenida. Su mente se llenó de recuerdos de su infancia: las risas compartidas con Nephil, los momentos de rivalidad, y esa presión constante de no ser solo el hermano menor. “¿Acaso eso es todo lo que soy?” se preguntó, el grito de su alma resonando con la misma fuerza que su magna.
De repente, apoyó la cabeza en el frío mesón, tomó la mano de su caparazón y gritó: "¡¿Por qué debo seguir demostrando que no soy su maldita sombra?!"
Desde una distancia segura, Siwel observaba con pena. Su amigo se aferraba al caparazón con desesperación, rodeado de nubes de magna y polvo, mientras luchaba contra una rabia incontrolable. Conocía bien a Balvin; intervenir no era necesario. Su amigo se hundía en su tormento, consciente de que en su interior ya tenía la solución. Sin embargo, el desafío era callar su mente, un esfuerzo que ahora parecía imposible, pues alguien más agitaba sus pensamientos y emociones.
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