Enzo Y Lori

Los días siguientes se convirtieron en una lenta tortura para Lori, la distancia, más emocional que física, entre ella y Enzo se hizo evidente para cualquiera que los observara. El espacio de silencio y complicidad que alguna vez compartieron ahora estaba, casi siempre, ocupado por Irina. Lori los veía en los pasillos de la preparatoria, en la cafetería e incluso, a veces, a lo lejos en el parque que solía ser "su" lugar.

​Las risas de Enzo eran ahora más fuertes, más despreocupadas, y la forma en que sus ojos se iluminaban al ver a Irina era algo que Lori nunca había visto antes, y dolía, su amistad con Lori no había terminado, no oficialmente, pero sí había cambiado de forma radical. Ahora, sus conversaciones eran breves, casi superficiales, y se centraban casi exclusivamente en Irina y el futuro de su nueva relación. Lori se alegraba, de verdad, de que Enzo estuviera siguiendo su corazón y se sintiera feliz, pero cada una de esas conversaciones se convertía en una pequeña herida que se reabría.

​El cambio en Lori no pasó desapercibido para sus amigas. Dafne y Alba la observaban con creciente preocupación. Lori, la voz de la razón y el humor sutil, se había vuelto silenciosa, a menudo perdida en sus pensamientos.

​Una tarde, mientras las tres estaban en el salón de arte, esperando la hora de salida, Alba dejó su carboncillo y se acercó a Lori, que miraba por la ventana con una expresión distante.

​—Lori, ¿qué te pasa? Últimamente estás más callada de lo normal —dijo Alba, con un tono más serio del habitual. Dafne se unió a ellas, asintiendo con la cabeza.

​—Sí, incluso el fin de semana pasado en la cafetería estuviste muy callada, sin apenas bromear con Ron o Adams —añadió Dafne, su voz llena de genuina inquietud—. Y has estado faltando a nuestras sesiones de películas. No pareces tú.

​Lori intentó forzar una sonrisa y desviar la preocupación.

—No es nada, chicas, de verdad. Quizá solo necesito un poco de aire y concentrarme en mis proyectos de arte. Tengo un par de encargos que me están absorbiendo mucho tiempo.

​—No nos mientas, Lori. Te conocemos —insistió Alba, cruzándose de brazos—. Sé que eres reservada, pero esto es diferente, tiene que ver con Enzo, ¿verdad? Desde que se hizo oficial su relación con Irina, estás como... apagada.

​Dafne, con su franqueza característica, fue al grano.

—Lori, por favor. ¿Estás deprimida por él? Si es así, tienes que decirlo, no es justo que cargues con esto sola, estamos aquí para ti.

​Lori sintió un nudo en la garganta; la verdad era tan grande y dolorosa que temía ponerle nombre, pero la calidez de sus amigas era reconfortante.

—Yo... solo estoy pensando en la galería grande, me preocupa no estar a la altura.

​Dafne y Alba se miraron, sin estar totalmente convencidas, pero respetaron su espacio.

—Bien. Pero recuerda: si necesitas un hombro, o si necesitas que organicemos un asalto al Deja Vu para distraerte, solo dilo —dijo Dafne, logrando arrancarle una pequeña sonrisa a Lori.

​

​Una tarde, mientras regresaba del centro de la ciudad con las bolsas llenas de nuevas pinturas y lienzos para un encargo urgente, el destino volvió a jugarle una mala pasada con una crueldad exquisita.

​El semáforo en la concurrida esquina de la calle se puso en rojo, y Lori se detuvo en el paso de peatones, al levantar la mirada, sintió que el aire abandonaba sus pulmones: los vio. Enzo caminaba junto a Irina, con esa sonrisa radiante de oreja a oreja, Irina le susurraba algo al oído, y él se reía, una risa clara y melodiosa que resonó en el bullicio de la ciudad.

La escena era tan natural, tan perfecta en su burbuja de felicidad, que Lori sintió una punzada helada en el pecho, no era solo tristeza o celos; era un dolor físico, un vacío, tan fuerte que le recordó la fractura en su tobillo que la había llevado a conocerlo.

​Era la primera vez que sentía una emoción tan profunda, tan cruda, por él; la había acompañado en la soledad, la había ayudado a sanar, se había convertido en su mejor amigo... se había enamorado de él, y ahora, lo estaba perdiendo en cámara lenta, frente a sus propios ojos.

​Justo en ese momento, una bocina sonó detrás de ella. Se giró sobresaltada y se encontró con una camioneta negra. Ron iba al volante y detuvo la marcha.

—¡Lori! ¿Qué haces por aquí? ¿Estás bien? Te ves un poco pálida.

​Lori, necesitando desesperadamente un punto de apoyo, asintió y se acercó a la ventanilla, sin dejar de mirar de reojo a la pareja que ya se alejaba.

—Ron... —murmuró, su voz apenas un susurro—. Necesito un favor. ¿Puedes darme un minuto?

​Ron notó la intensidad de su mirada y siguió su línea de visión, vio a Enzo e Irina, su expresión cambió a una de comprensión inmediata, apagó el motor y se reclinó hacia la ventanilla.

—Por supuesto. ¿Qué pasa?

​Lori miró a Ron, el chico amable y divertido del club, y por alguna razón, sintió que podía confiarle el peso que llevaba.

—Estoy... no sé como decirlo.

—Deprimida. Dijo Ron.

—Su voz se quebró ligeramente—. Solíamos ser inseparables. Ahora él está feliz y yo... siento que he perdido algo. La distancia me está matando. Pensé que lo superaría, pero no puedo.

​Ron escuchó con una seriedad que Lori no había visto en él antes. No minimizó su dolor ni le dio un sermón.

—Lo siento mucho, Lori. De verdad. Es una muj... —Hizo una pausa, su mirada fija en ella—. Pero escúchame bien: no deberías pensar en Enzo como hombre sino como amigo, después de todo él es feliz, y tú mereces serlo también, y lo serás; es normal que duela perder una amistad tan íntima, aunque sigan hablando.

​—Es una locura, me siento como si estuviera siendo borrada de su historia —confesó Lori, con una amarga resignación.

​—Eso es una tontería, eres una artista increíble, tus amigas te adoran. —Ron le dio una palmada suave y alentadora en el brazo—. Tómate tu tiempo para sentirte mal, pero no dejes que la tristeza se quede.

​Cuando el semáforo se puso en verde, Lori cruzó la calle, sus ojos aún fijos en la dirección donde la pareja se había ido. Las bolsas de pinturas se sentían pesadas en sus manos, pero las palabras de Ron, la habían tranquilizado momentáneamente.