Matrimonios por contrato que se convierten en una visa hacia la muerte. Una peligrosa mafia de mujeres asesinas, asola la ciudad, asesinando acaudalados hombres de negocios. Con su belleza y encantos, estas hermosas pero letales, sanguinarias y despiadadas mujeres consiguen embaucar a hombres solitarios, ermitaños pero de inmensas fortunas, logrando sus joyas, tarjetas de crédito, dinero a través de contratos de matrimonio. Los incautos hombres de negocia que caen en las redes de estas hermosas viudas negras, no dudan en entregarles todos sus bienes, seducidos por ellas, viviendo intensas faenas románticas sin imaginar que eso los llevará hasta su propia tumba. Ese es el argumento de esta impactante novela policial, intrigante y estremecedora, con muchas escenas tórridas prohibidas para cardíacos. "Las viudas negras" pondrá en vilo al lector de principio a fin. Encontraremos acción, romance, aventura, emociones a raudales. Las viudas negras se convertirán en el terror de los hombres.
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Capítulo 18
Paola se había puesto una máscara de gato y entró sigilosamente a la casa, culebreándose por el techo, tratando de no hacer ruido, tanteando el aire, palpando el piso y convertida en una sombra, se deslizó por un tragaluz y utilizando unas sogas que ató bien a una viga se columpió hábilmente hacia el interior de la vivienda. Una vez dentro, encendió la linterna y oteó por todo lados buscando alguna rendija para poder filtrarse a la otra habitación. Había una tabla mal claveteada que aparecía como una boca abierta, desdentada, por donde las luces destellaban apenitas. Se acercó con cuidado, desprendió la tabla utilizando un desarmador y haciendo eses logró entrar a lo que parecía ser un recibidor o algo parecido. Se agachó y fue en cuclillas hasta detrás de un sillón que estaba con el forro ajado y mal puesto, arrimado a una esquina. Había mucho olor a polvo, a medicinas, a frotación y a cremas medicinales. Eso la turbó un poco. Se sintió ligeramente mareada.
Fue entonces que escuchó una tos persistente en un cuarto al fondo, por donde había una especie de arco descascarado y amarillento. Se tendió al suelo y usando sus codos como remos, avanzó suavemente por medio de la sala, hasta el comedor. Vio la vitrina y estaba abierta, con lo platos desordenados, cucharas regadas y las tazas tumbadas. También habían cucarachitas paseándose en los vidrios y los utensilios de cocina.
Se irguió delante de la mesa, asiéndose fuerte, tratando de no hacer ruido, y vio restos de comida, manzanas podridas y a medio comer, cáscaras de mandarina y más cucharas yendo y viniendo a su antojo. Todo era un caos, como si alguien hubiera estado ausente buen tiempo. Volvió oír toser a un sujeto. Parecía ser un anciano.
Paola fue de puntitas hasta un cuarto que estaba al lado de un baño al que no habían limpiado varios días. Eso lo vio luego de empinarse y ahora tenía asco. El cuarto de donde provenían los tosidos cada vez más lastimeros y frecuentes, estaba al fondo del pasadizo, en lo que parecía ser un desván o un atelier.
Abrió la puerta con cuidado y metió primero la naricita, luego la cabecita y finalmente pudo ver algo. Delante de ella había una sombra, estaba sentado en una silla y la miraba directamente. Paola se sintió descubierta, sintió pavor y disparó su arma con silenciador dos veces sobre aquella pincelada enigmática y misteriosa hasta tétrica y fantasmagórica que, sin embargo, no se derrumbó pese a los impactos precisos en medio del pecho. El sujeto quedó quieto, sin perderle la mirada, como si estuviera riéndose de su miedo y desconcierto.
Paola estaba asustada, en realidad. Temblaba, tenía miedo y sudaba frío. Pensó que ese tipo era un espectro, un fantasma que se reía de su pavor. Prendió la luz, sin dejar de apuntar el arma y recién vio a un anciano recostado en la silleta, con los huecos de las balas en pleno pecho, de donde chorreaba la sangre como un estrecho canalillo,. El tenía tenía las mandíbulas desprendidas pero la mirada siempre clavada en los ojos de ella, imantado a sus pupilas.
Era el padre de Marcela y estaba muerto. Paola lo había matado.
Yáñez constató que era cadáver y vio a su alrededor más cáscaras de naranja y manzanas mordisqueadas. Se sacó la máscara y llamó a Telma.
-Ya, pero este tío era muy raro, como si fuera loco o desvalido, no sé, no tiene un solo centavo en el bolsillo y esto huele horrible, asqueroso-, dijo ella balbuceando desconcertada.
Telma sabía eso. Alargó su sonrisa y solo le comentó, apaciblemente, "buen trabajo" y colgó. Después la jefa estalló en carcajadas.
Los esbirros de Ruiz hicieron el resto del trabajo. Paola Yáñez abrió la puerta para que los tipos pudieran ingresar, los llevó hasta donde estaba el cuerpo y ellos se encargaron de llevarse el cadáver. Ella se extrañó. -¿No buscarán nada, joyas, dinero?-, preguntó intrigada viéndolos indiferentes a los roperos, cómodas, aparadores, vitrinas y muebles de la vetusta vivienda.
-No, nada-, respondió uno de ellos, dejando estupefacta a Paola.
Esa noche Paola y Gisela bebieron mucha cerveza. Yáñez quería embriagarse y perder toda conciencia por la horrible experiencia que había tenido en la casa del anciano, pensándolo un fantasma, pero el alcohol no parecía hacerle efecto y seguía tomando sin detenerse.
-Parece que quieres olvidarte de algo, quizás de un galán-, le bromeó Gisela.
Paola echó a reír. -¿No lo sabes? maté a un hombre por gusto, era un pobre diablo, creo senil, lo maté por las puras, no tenía ni un céntimo en sus bolsillos-, se quejó ella, luego, amargamente.
Gisela lo sabía. Bebió más cerveza y le dijo a su amiga, -por algo suceden las cosas-
*****
-Es una casa abandonada, le informó Marco Tudela a Corzo, dicen que allí vivía un anciano senil y su hija, ahora no están ninguno de los dos, hace tiempo-
Corzo alzó la mirada y caviló unos instantes. -Es un caso de personas desaparecidas-, dijo él raspando la garganta, descorazonado, pensando en un caso diferente al que ellos venían siguiendo.
-Es lo que pensé también, pero los vecinos dicen que la hija venía siempre por el anciano, le llevaba muchas frutas y de repente ahora todo es silencio-, insistió Tudela poniéndole varias tildes de misterio a su voz.
Corzo también tenía esa tincada. -Husmea en la casa a ver qué encuentras-, le ordenó.
En realidad, eso es lo que quería Telma, que la policía comenzara a indagar de la desaparición del anciano. Las noticias en la prensa y la televisión harían que aparezca Marcela y entonces podría silenciarla sin problemas. -Cuando mueves un mueble siempre salen las cucarachas-, le dijo sonriente a Gisela. Ella también echó a reír divertida.
Telma ordenó a sus esbirros vigilar la casa. Ellos estacionaron el auto a varios metros de distancia y aguardaron largas horas esperando que aparezca Marcela atraída por las informaciones de los medios. -Apenas la vean, la eliminan-, ordenó furiosa la jefa.
Sin embargo, Tudela no pudo encontrar nada, tampoco, pese a que escarbó en todos lado, con afán y ahínco. No habían fotos, cartas, documentos, nada. Interrogados los vecinos solo contaban de un viejito loco y su hija, pero ni sabían los nombres o lo que ocurría en la casa. -La chica dejaba frutas y se iba, no hablaba con nadie, ni saludaba, nada. Desaparecía igual que alma que se lleva el diablo-, recordó uno que se había interesado en al mujer porque era muy guapa y tenía un lindo cuerpo.
-Siempre llegaba con capucha, lentes negros, nunca pude hablar con ella, aunque la verdad que era muy linda, tenía bonito cuerpo, sentaderas grandes y siempre calzaba zapatos con taco, aun se pusiera jean o short-, aclaró otro también prendado de la chica.
-El viejo jamás salía de la casa. Vivía solo, parece que ni hablaba porque nunca lo oímos decir algo-, detalló uno más.
Cansado y abatido, Tudela ordenó a los peritos irse. -Averiguaremos de quién es esta casa en prediales, porque aquí, definitivamente, no hay nada, solo polillas, cucarachitas y moscas-, subrayó y se marcharon casi de inmediato.
Marcela había visto todo eso, también, agazapada detrás de un camión, recostada a su parachoques. Ya había visto a los esbirros de Telma, sin despegar la mirada de la casa, esperando que ella aparezca. Dejó correr unas lágrimas y sintió rabia e impotencia. -Mejor que no te haya visto morir, padre, no lo hubiera soportado-, suspiró ella lloriqueando. Miró el auto donde estaban los hombres de Telma y apretó los puños furiosa. -Me las pagarán, por Dios que me las van a pagar-, dijo con ira conteniendo las lágrimas. Luego desapareció, igual como había llegado, perdida entre las sombras.