Un deseo por lo prohibido
Viviendo en un matrimonio lleno de maltratos y abusos, donde su esposo dilapidó la fortuna familia, llevándolos a una crisis muy grave, no tuvo de otra más que hacerse cargo de la familia hasta el extremo de pedírsele lo imposible.
Teniendo que buscar la manera de ayudar a su esposo, un contrato de sumisión puede ser su salvación. En el cual, a cambio de sus "servicios", donde debía de entregársele por completo, deberá hacer algo que su moral y ética le prohíben, todo para conseguir el dinero que tanto necesita...
¿Será que ese contrato es su perdición?
¿O le dará la libertad que tanto ha anhelado?
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Capitulo 16
Más tarde, estaban frente a la mansión Brown. Alfred se bajó del auto y encaminó a Muriel.
— Feliz resto del día, señora.— dijo el asistente.
— Igualmente, para usted.— dijo Muriel
Yeikol solo observó la escena. Alfred volvió al auto y empezó a conducir.
Para sorpresa de Muriel, su impaciente esposo y su entrometida suegra, esperaban por ella en el delantal de la vivienda. Por suerte, no vieron que se desmontó de un lujoso auto, gracias al enorme portón.
— ¿Dónde demonios te has metido?— gritó Noah.
— ¿Pero qué clase de ropa tienes puesta? Parece una prostituta.— preguntó Beatriz.
Noah observó a su esposa, y quedó boquiabierto. Su mujer era hermosa y hasta ese momento lo pudo notar. Él deseó poder estar con ella sexualmente.
— Amor, pasó un pequeño accidente en el súper. Un niño derramó su helado encima de mi ropa y su madre me regaló este vestido. Además, se armó una revuelta con los precios. Ves todo lo que pude comprar con el poco dinero que tenía.— explicó Muriel.
“Estoy perdida, ahora miento con facilidad”
Beatriz no se tragó el cuento, supuso que el hombre que le dio el dinero para la operación de Noah, estaba detrás de todo. Se acercó a ella para ayudarla con las bolsas y le preguntó en voz baja y disimuladamente.— ¿Y tu sostén también se ensució de helado?
Muriel sonrió, quería que su adorada suegra sintiera una pica de enojo, y le respondió.— No, lo deje en otra parte, pero la verdad, no sé dónde exactamente. — Caminó dejando a la señora desconcertada por la respuesta.
Noah estaba maravillado con su hermosa esposa. “Como demonios, no me di cuenta de que tenía una mujer tan hermosa”, se preguntó.
Era de noche, en la mansión Richardson, Yeikol se encontraba sentado en el sofá. Su esposa, después de ir a la institución benéfica, a la cual él la acompañó, se fue a un desfile de moda.
— Mi señor, ¿por qué no descansa?— preguntó Alfred, quien se acercó disfrutando de una taza de té.
— No estoy cansado. Alfred… Si cancelo en contrato con la señora Brown, ¿tengo que darle una compensación?
— No, pero de igual modo tienes que entregarle el dinero faltante. Perdón por la pregunta, mi señor, ¿tan mal le fue con la señora?
Yeikol exhaló profundamente, se acostó en el sofá, luego le respondió. — No. Simplemente, no es lo que estoy buscando.
Alfred se emocionó, más no mostró ninguna reacción. No quería que su amigo y jefe tuviera conflictos a futuro.— Si lo deseas, el lunes voy con John y redacto un contrato de cancelación.
— Está bien, pero llámala a ella, mañana a las diez.— después de decir esas palabras, subió la escalera, dejando a su amigo confundido.
Mientras que, por otro lado, Muriel estaba acostada, repasando lo que sucedió esta tarde. Cómo llegó hacer la sumisa del hombre más rico de la ciudad, y además su jefe. ¿Podría soportar un año de sumisión? Su consuelo era, que únicamente tenía dos encuentros al mes, con su amo.
A la mañana siguiente, ella se despertó con un fuerte dolor en el cuerpo, debido a la actividad del día anterior. Se puso de pie y caminó al baño, no sin antes escuchar la voz de su esposo.
Noah la notó cansada y le preguntó. — ¿Qué te sucede?
— No me pasa nada, amor. — le dedicó una falsa sonrisa y se dirigió al baño. Se quitó el piyama, y se miró al espejo. Buscó marcas visibles en su cuerpo, pero no tenía ninguna. Respiró profundamente, y procedió a darse una ducha.
Como de costumbre, tenía que encargarse de los quehaceres del hogar y así lo hizo. Estaba entretenida lavando los platos, cuando sintió vibrar el teléfono que llevaba en la cintura. Apretó fuerte el paño que sostenía en la mano, al igual que sus ojos. “Que sea mi imaginación. Es mi imaginación, ese teléfono no está vibrando. ¡Maldición! ¡Maldita sea!”.
Fue la primera vez que maldijo enojada. Sin opción, fue al baño que era de los antiguos empleados y contestó.
“Buen dia”
“Buen día, señora Muriel. Mi jefe la solita. En media hora pasó por usted, espéreme en el mismo lugar de ayer”.
Escuchó del otro lado del teléfono y cerró la llamada inmediatamente. Se dejó caer en el suelo sin fuerza, pensando en su mala suerte. Todavía le dolía el cuerpo y tenía que volver a someterse a otras sesiones de sexo salvaje.
Obviamente, tenía que ir, así que no había mucho que meditar. Se cambió de ropa y bajó la escalera.
— ¿A dónde vas?— preguntó Noah.
— A la iglesia, necesito pedir por nuestras almas.
— Gracias a Dios, estás en el camino correcto. Dile al padre que te ponga una penitencia.— comentó Beatriz.
Muriel sonrió cuidadosamente, hasta a ella le daba risa las penitencias del padre. Ya que no podía hacer más nada.— Beatriz, ¿por qué no vienes conmigo? Estamos fuera de comunión.
— No. Que Dios me escuche desde aquí, sentada.
Muriel poco a poco le fue perdiendo el respeto a la señora Beatriz. Ella era tan falsa y pretendía ser una religiosa consagrada a Dios. Sin embargo, era el mismo demonio.
Minutos después, Muriel había llegado al punto de encuentro. Un auto se detuvo frente a ella y bajó el vidrio. Cuando pudo ver de quién se trataba, quiso correr, pero eso solo era una idea fugaz.
Subió a la parte de atrás del auto y saludó, sin mirar la cara del conductor.— Buen día. — su cara de disgusto era evidente.
Antes de arrancar el carro, Yeikol la miró unos segundos a través del espejo. Quería decirle que se bajara. Odiaba que ella lo tratara como a un enfermo. En cambio, empezó a conducir a toda velocidad.
Llegaron a la cabaña y ninguno de los dos pronunció palabra alguna. Él se bajó del auto y entró al refugio. Ella hizo lo mismo.
— ¿Quieres un trago?— preguntó Yeikol, mientras se servía uno para él.
— No, gracias.
— Siéntese.
Muriel se acomodó en el sofá, pero hasta su pose era rígida.