A veces, la vida nos juega una mala pasada. Nos hace probar el dulce néctar del amor, para luego arrebatárnoslo como si fuera una burla. Ésta historia le pertenece a ellos, aquéllas dos almas condenadas a amarse eternamente, Ace e Isabella.
—¿Seguirás amándome en la mañana?.
—Toda la vida, mi amor...
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Capítulo 22
...Ace....
El día que Isabella se mudó hace tres años atrás, sentí como si hubiera perdido a alguien importante.
Creí que era porque se trataba de una amiga cercana.
Aún así, a pesar de la distancia, la llamaba todas las noches.
Hablábamos por teléfono hasta el amanecer.
A veces no decíamos nada, simplemente escuchábamos la respiración del otro pero, maldita sea, era más que suficiente.
Nunca creí que me volvería tan cercano a una simple amiga.
Hablábamos de todo y todos.
Creamos una relación muy estrecha.
Con el paso del tiempo, nuestra comunicación se cortó un poco.
Pero, aún así, pensaba en ella constantemente.
Y, ahora mismo, ella está aquí.
Regresó.
Se ve diferente, más adulta.
Supongo que ella piensa lo mismo de mí.
Pero, no importa como se vea, sigue siendo mí amiga.
Sigue siendo Isabella.
—¿Cuándo volviste? –Exclamé con emoción–. Cuando Jake y Angélica me dijeron que ibas a volver, no les creí. –Admití–. ¡Y ahora estás aquí! –La tomé en brazos, haciéndola girar en el aire mientras ella reía–.
No sé porque, pero esa acción se sintió familiar.
Como si ya hubiera hecho eso antes, lo cuál no tiene sentido, porque nunca hice eso en el pasado.
—¡Regresé hace una semana! –Confesó riendo–. Iba a sorprenderte hoy... ¡Pero te vi y no me aguanté! –Se quejó riendo–.
Estoy seguro de que sólo veo a Isabella como una amiga.
Pero, diablos, su risa...
Por alguna razón, su risa causa un gran efecto en mí interior.
Como si quisiera escucharla reír todo el tiempo.
La observé un momento, bebiendo de su imágen.
Mí cuerpo se movió automáticamente y una de mis manos fue directo a su mejilla, acariciándola con suavidad.
—Estoy feliz de que hayas vuelto, Isabella. Te extrañé. –Verbalicé en apenas un susurro–.
Ella se inclinó hacia mí tacto, buscando más.
Cerró los ojos y sonrió.
—Te extrañé mucho, Ace... –Reveló–.
...***...
Llevé a Isabella hacia la azotea del campus.
Un lugar que parece estar cerrado, pero si empujas con fuerza, la puerta se abre.
Es mí lugar favorito para escapar del bullicio.
Desde ahí, se puede ver absolutamente toda la universidad.
—Entonces, sueltalo. ¿Por que diablos te mudaste de la nada? –Cuestioné, sentándome en el suelo–.
Ella me siguió, tomando asiento a mí lado.
—Mm... –Tarareó–. No es como si lo hubiera planeado. Pero, simplemente... –Pude ver cómo fruncía el ceño, como si estuviera recordando algo, ésto me hizo prestarle más atención–. Un día simplemente mí padre se hartó, y me abandonó en la casa de mí abuelo. –Confesó, dejándome anonadado–.
¿Qué acaba de decir?
Pensé que ella se había mudado por el trabajo de su padre.
Eso me había dicho Angélica.
¿Fue mentira?
Mí mente estaba en shock.
¿La habían abandonado y se quedó prácticamente sola en casa de su abuelo?
Ella notó mí desconcierto y soltó una risita.
—Estoy bien ahora. –Murmuró, abrazando sus rodillas mientras me observaba–.
Si, ella estaba bien ahora.
Pero, ¿Qué hay de la niña a la abandonaron?
Ella está bien ahora pero, ¿Qué pasa con la niña que probablemente pasó noche tras noche preguntándose una y otra vez, qué hizo mal?
No pude pronunciar palabra.
Sentí una inmensa angustia.
Mientras yo pensaba que nunca volvería a verla.
Mientras pensaba que ella la estaba pasando bien, en realidad estaba sufriendo.
Y estaba sufriendo sola.
Ella nunca mencionó nada.
Sufrió en silencio.
Por instinto, la abracé.
La abracé con tanta fuerza que comencé a temblar.
Mis emociones estaban por todas partes, apunto de explotar.
—Lo siento... Lo siento tanto... –Murmuré–.
Ella no se apartó, pero tampoco me devolvió el abrazo, simplemente se quedó inmóvil.
—Debiste haberte sentido tan sola... –Acaricié su cabello y, en ese instante, la escuché sollozar–.
—Estoy aquí, Isabella. No voy a volver a dejarte sola.
Isabella comenzó a llorar en mis brazos.
Parecía una niña.
La Isabella que conozco, tiene dieciocho años. Es una mujer adulta, fuerte y segura.
Pero, ahora mismo, la persona a la que estoy consolando, la mujer que está llorando desconsoladamente en mí pecho, es aquella niña de quince años que fue abandonada por lo único que tenía.