El silencio puede ser ensordecedor, como dijo algún poeta cuyo nombre ya olvidé. La oscuridad puede ser más cruel que la luz. Y algunas prisiones no necesitan barrotes para ser imposibles de escapar.
Si decidiste abrir este libro, debes saber que estás a punto de cruzar una frontera peligrosa. Aquí, no hay garantía de finales felices, ni promesas de redención. Esta no es una historia de amor común. Es una historia de posesión, dolor y supervivencia.
Las páginas que siguen contienen temas intensos y perturbadores. Aquí nada está suavizado. Aquí nada es fácil de digerir…
Aquí, las cadenas no siempre son visibles…
Aquí, el deseo y el miedo caminan de la mano…
Aquí, nadie sale ileso.
Este libro no trata de cuentos de hadas. No hay héroes ni villanos evidentes. Solo hay supervivencia. Y la línea entre víctima y prisionero, entre pasión y miedo, entre amor y obsesión… es más delgada de lo que parece.
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Capítulo 17
Cuando Vini se despertó a la mañana siguiente, un extraño calor lo envolvió, pero lo que realmente lo hizo estremecerse fue darse cuenta de que Stefan estaba allí, observándolo, sus ojos fijos en él con una intensidad casi palpable. La quietud de la habitación, iluminada por la suave luz de la mañana, solo aumentaba el malestar de Vini. Sintió el peso de la mirada de Stefan, como si estuviera siendo examinado, incluso mientras aún intentaba acomodarse en la cama.
Stefan no se movió, solo observó a Vini despertarse lentamente. Cuando el joven se sentó en la cama, aún aturdido por el sueño, Stefan habló con calma, su voz baja, pero llena de una autoridad implacable.
—Quiero que prepares un café para mí —dijo Stefan, como si fuera una instrucción simple, pero cargada de expectativa—. Me gusta fuerte con una ligera pizca de azúcar, para que no quede totalmente amargo. ¿Entiendes?
Vini parpadeó varias veces, aún procesando la orden. Sus ojos estaban pesados, y se sentía grogui por el sueño, pero no osó dudar. La palabra "sí" fue lo que logró decir, la voz amortiguada por la confusión matinal.
—¿P-puedo ir al baño primero, señor? —preguntó Vini, un poco tímido, con la esperanza de que su necesidad fuera considerada.
Stefan lo miró por un momento, evaluándolo como si pesara cada palabra de Vini. Entonces, con un simple movimiento de cabeza, consintió.
—Claro. No tardes mucho —dijo Stefan, su voz suave, pero aún así cargada de una ligera presión.
Vini se levantó, aún un poco desorientado, y se dirigió al baño. El sonido de la puerta cerrándose fue lo que lo separó por un breve momento de la mirada implacable de Stefan. Cuando regresó, ya más despierto y sintiendo el peso de las expectativas de Stefan sobre sí, notó que la puerta de la habitación estaba abierta y que Stefan lo esperaba afuera. Su mirada seguía afilada, observándolo con una paciencia calculada.
Stefan no dijo una palabra, solo hizo un gesto con la cabeza, indicando que Vini lo siguiera. Condujo al joven hasta el estudio, un ambiente sobrio e imponente, repleto de libros organizados con precisión y muebles de madera oscura que emanaban autoridad.
—Este es mi estudio —explicó Stefan, su voz calmada y controlada—. Cuando el café esté listo, tráelo aquí. No me hagas esperar.
Vini tragó saliva, intentando absorber la orden y la manera en que todo parecía estar meticulosamente organizado alrededor de Stefan.
—Sí, señor —fue todo lo que Vini logró decir antes de volver al pasillo, dirigiéndose a la cocina.
Al pasar por el pasillo, Vini notó que había muchos hombres armados con armas pesadas parados en puntos estratégicos de la casa. Cada uno de ellos parecía esculpido en piedra, con miradas duras y atentas, como si cada sombra pudiera esconder un enemigo.
Al alcanzar la cocina, la luz de la mañana se infiltraba por las grandes ventanas, creando un contraste casi irónico con el peso opresor de la casa. Allí, finalmente, Vini consiguió respirar un poco más libremente. Se dirigió a la cafetera con manos temblorosas, buscando los ingredientes mientras su mente hervía.
Cuando Vini terminó de preparar el café, sintió un leve alivio por finalmente concluir la tarea. Pero, antes de que pudiera tomar la taza y salir de la cocina, una figura inesperada surgió en la puerta. Marise, la madre de Stefan, entró con pasos firmes, exhalando una aura de autoridad que rivalizaba con la de su hijo. Sus ojos evaluaban cada detalle de la cocina antes de posarse directamente en Vini.
—¿Qué estás haciendo, muchacho? —preguntó ella, su voz cortante como una lámina.
Vini se estremeció, casi derribando la cuchara que sostenía. Sintió el rostro enrojecer bajo el peso de aquella mirada inquisidora.
—C-café, señora —respondió rápidamente, intentando mantener el tono respetuoso—. El señor Stefan lo pidió.
Marise arqueó una ceja, como si la explicación fuera insuficiente. Entonces, se inclinó levemente hacia adelante, cruzando los brazos.
—Hmmm. ¿Y qué tanto le pusiste ahí? —Ella entrecerró los ojos, la sonrisa fría jugando en sus labios—. No estás intentando envenenar a mi hijo, ¿verdad?
La pregunta golpeó a Vini como un puñetazo. Abrió los ojos de par en par, atónito con la insinuación. La idea de envenenar a alguien nunca le había pasado por la cabeza, y, incluso si lo hubiera hecho, ¿dónde encontraría veneno allí?
—¡N-no, señora! —respondió, la voz casi un susurro—. Solo tiene café, agua y una pizca de azúcar. Nada más.
Marise lo observó por un instante, como si estuviera pesando la sinceridad en sus palabras. Entonces, esbozó una leve sonrisa —no de simpatía, sino de algo que parecía diversión.
—Déjame probarlo —dijo ella, extendiendo la mano.
Vini vaciló, pero sabía que no tenía elección. Con manos temblorosas, entregó la taza a Marise, sintiendo el sudor acumularse en las palmas. Ella llevó la taza a los labios y dio un pequeño sorbo. Por un instante, se quedó en silencio, analizando el sabor. Entonces, frunció el ceño.
—Le pusiste demasiada azúcar —dijo ella, con un tono que sonaba más como una crítica calculada que un comentario casual.
Antes de que Vini pudiera responder, Marise caminó hasta el fregadero y, sin ceremonia, vertió el café en la pileta. El gesto fue directo, casi teatral, como si quisiera dejar claro que aquel café estaba lejos de ser aceptable. Vini tragó saliva, sintiendo el rostro arder de vergüenza.
—Presta atención, muchacho —dijo ella, yendo hasta la cafetera con una precisión casi militar—. A Stefan le gusta el café en el punto exacto. Ni muy amargo, ni demasiado dulce.
Ella tomó la medida de café con cuidado, mostrando la cantidad exacta que debía ser usada, mientras explicaba con paciencia afilada cómo ajustar las proporciones. El azúcar, según ella, debía ser solo una leve sugerencia en el sabor, casi imperceptible. Después de preparar la nueva taza, ella entregó la bebida lista a Vini.
—Aquí. Ahora vete —dijo Marise, su tono firme, pero sin la misma intensidad de antes.
Vini asintió rápidamente, sosteniendo la nueva taza con más cuidado que antes.
Vini entró en el estudio cargando la taza con extremo cuidado, como si el líquido dentro de ella fuera tan peligroso como las armas de los hombres que guardaban la casa. Stefan estaba sentado en su silla, los ojos fijos en él con aquella intensidad típica. Al acercarse, Vini colocó la taza sobre la mesa con las manos temblorosas y dio un paso hacia atrás, esperando en silencio.
Stefan tomó la taza, la llevó a los labios y dio un sorbo. El silencio en el ambiente era casi sofocante mientras él saboreaba el café. Entonces, arqueó las cejas, sorprendido.
—Mira nomás —dijo Stefan, colocando la taza de vuelta en la mesa—. Hasta parece que fue mi madre quien lo hizo.
Vini se encogió aún más al oír el comentario. Sintió la sangre subir al rostro y la vergüenza apoderarse de sí.
—E-es que fue ella, señor —confesó, la voz casi un susurro.
Stefan alzó la mirada hacia Vini, sus ojos brillando con una mezcla de curiosidad y reprobación.
—¿Y no te mandé yo hacerlo? —preguntó, el tono serio.
Vini tragó saliva, la presión aumentando.
—Y-yo lo hice, señor. Lo juro. Pero... según su madre, no estaba de su agrado.
Por un momento, el silencio volvió a reinar, y Vini sintió como si el suelo pudiera abrirse en cualquier instante. Entonces, Stefan rió. Una risa baja, casi divertida, pero cargada de algo que Vini no consiguió descifrar.
—Ella preguntó si habías envenenado mi café, ¿no preguntó? —Stefan preguntó, inclinándose levemente hacia adelante.
Vini enrojeció profundamente, desviando la mirada.
—Sí, señor.
Stefan sacudió la cabeza, aún riendo.
—Es propio de ella. —Él hizo una pausa, volviendo la mirada penetrante hacia Vini—. Hoy lo voy a dejar pasar, pero mañana eres tú quien va a preparar. ¿Entendido?
—Sí, señor —respondió Vini rápidamente, sintiendo un leve alivio al percibir que la conversación parecía estar llegando al fin.
—Óptimo. Ahora puedes volver a tu habitación —dijo Stefan, tomando la taza nuevamente y dando otro sorbo.
Vini asintió rápidamente y salió del estudio, cerrando la puerta detrás de sí con cuidado. Solo entonces soltó un suspiro largo, intentando aliviar el peso que parecía estar comprimiendo su pecho. Él atravesó el pasillo en silencio, con los ojos bajos, evitando cualquier contacto visual con los hombres armados que continuaban en sus puestos como estatuas. Cada paso que daba parecía hacer eco en aquel ambiente sofocante.
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