Detrás de la fachada de terciopelo y luces neón de una Sex Shop, un club clandestino es gestionado por una reina de la mafia oculta. Bajo las sombras, lucha por mantener su presencia dentro de los magnates, así como sus integridad de quienes la cazan.
¿Podrá mantenerse un paso adelante de sus depredadores o caerá en su propio juego de perdición y placer?
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Emboscada
—Cambio de planes, Julian. Tú sigue el camino que teníamos planeado. Yo me desviaré.
—¿Qué? ¿Estás loca? —protestó Julian, sintiendo que el corazón le daba un vuelco por la imprudencia de ella.
—Es estrategia, cariño. Así desviamos la atención del resto. Yo me encargaré de Kiam. Después de todo, yo soy su objetivo —respondió ella con una sonrisa calculadora. Los hombres de Kiam estaban a punto de llegar a donde estaban. Julian debía actuar rápido.
—Reencontrémonos en veinte minutos en el callejón que está a una cuadra de aquí. Iré a buscarte en mi auto. Si no estás a tiempo, iré a buscarte donde sea que estés —sentenció Julian. Si iba a ser su protector, lo haría bien. No podía darse el lujo de que su preciada llave hacia el éxito fuese arrebatada por alguien más. Eleanor tenía que estar viva, tenía que llevarla a la prisión.
El nuevo plan, improvisado y temerario, se puso en marcha. Julian se adentró en el gran pasillo oculto que conducía al estacionamiento. Tuvo que subir varios escalones hasta estar al nivel de la calle. El camino tenía filtraciones y mucha humedad, no había ventilación, y era probable que el sistema eléctrico en cualquier momento fallara al contacto con el agua. Pero para su sorpresa, había más hombres de Kiam esperándolo a la salida. Era una emboscada muy bien planificada; no solo el interior, sino también las rutas de escape estaban cubiertas. Julian no tuvo más remedio que entrar en combate, usando el estrecho pasaje como un embudo para neutralizar a los mercenarios uno a uno.
Por su parte, Eleanor se quedó dentro del club y corrió hacia la salida principal. Se acercó a uno de sus hombres y le ordenó aniquilar a todo aquel que no fuese parte del club. La gente, histérica, facilitó su escape. Su equipo de seguridad se activó, y los que estaban cerca de la puerta principal la habilitaron para que ella tuviese un escape seguro. Kiam corría detrás de ella. Y aunque él era claramente más veloz, el mar de personas asustadas le impedía alcanzarla. Las puertas se cerraron, y él no pudo atraparla. Todos los guardaespaldas pretendían ir tras él, pero Kiam era tan escurridizo que logró burlarlos. En vista de que estaba atrapado, buscó una salida dirigiéndose a la zona VIP, donde estaban el montón de habitaciones. Se dirigió a una puerta en especial: tenía cinta amarilla de peligro y estaba cerrada. Su intuición le dijo que debía abrirla, y de una patada rompió el seguro. Frente a él estaba su escape: la ventana rota que había impactado la bala de Dorian aquella primera noche.
Kiam salió del club con éxito y comenzó a ver en todas direcciones, buscando rastros de su objetivo. El cabello castaño de Eleanor se dejó ver como una estela antes de que ella se perdiera detrás de un muro. Kiam sonrió victorioso y corrió en esa dirección para atraparla.
Eleanor corría con dificultad con los tacones en la mano y el vestido atado a un nudo a un costado para permitirle mejor movilidad en las piernas. Miraba hacia atrás, asegurándose de que Kiam no la estuviese siguiendo. Bajó un poco la guardia, pero pronto se puso en alerta al sentir que alguien la perseguía. La sombra que la seguía se veía alargada y distorsionada en las paredes mojadas de las calles. Su respiración estaba agitada y el frío se filtraba por su nariz, haciendo dolorosa la respiración. No tenía mucho tiempo y debía encontrarse con Julian tal y como lo establecieron. Pero a ese paso no lo lograría o, peor, podría comprometer la vida de él.
Casi llegaba al callejón cuando se dio cuenta de que la vía que había utilizado para llegar era una calle ciega, sin salida. Maldijo por su mala suerte, poniendo a sus neuronas a hacer sinapsis lo más rápido posible para encontrar una solución o un plan de contingencia. Pero cuando buscaba un modo de escalar la pared, una mano la sostuvo de un pie. Era uno de los hombres que Julian había sorteado. La arrastró con fuerza, haciendo que Eleanor cayera y golpeara su cabeza contra el cemento mojado. Con dolor, intentó reaccionar, pero su visión se veía ligeramente borrosa.
El hombre estaba sobre ella, intentando estrangularla sin piedad. Ella pataleaba y ejercía fuerza sobre sus manos para zafarse, pero era imposible. El oxígeno comenzaba a faltar en sus pulmones, y la consciencia a perderse poco a poco. Sentía un calor recorrer su cuerpo, mientras este se iba debilitando.
Hasta que de pronto, el sonido de una bala taladró sus tímpanos.
La persona la soltó de golpe y empezó a gritar cosas que ella no lograba entender. Estaba discutiendo. ¿Con quién?
—¡En tu vida volverás a ponerle una mano encima, bastardo! ¿Lo entiendes? —rugió la voz que ella reconoció, cargada de una rabia helada.
—Pero señor, yo solo intentaba ayudarlo. Acabar con ella siempre ha sido su sueño —explicaba el hombre mientras se retorcía del dolor por la bala que le había atravesado un costado.
Kiam lo miró con desprecio, con odio y sin ningún tipo de compasión.
—Yo no pedí tu ayuda ni mucho menos te ordené que le hicieras algo. Ruega a tu Dios que no la hayas matado —se acercó y lo agarró con fuerza del cuello de la camisa—. Porque no habrá método de tortura que sea suficiente para castigarte. Suplicarás y desearás la muerte y no la encontrarás. Mientras yo esté vivo, nadie, absolutamente nadie le hará daño a ella, ¿Entiendes eso? El único que puede destruirla soy yo.
—¿Y cómo planea hacer eso si esta rivalidad lleva más de quince años y usted hasta el momento no ha podido? Ella es una simple niña. No hice mucho esfuerzo para asfixiarla. ¿No será acaso que no puede matarla?
Kiam se abalanzó sobre él y empezó a golpearlo sin parar, una y otra vez, cegado por la rabia que le causaron sus palabras.
Pero una voz entrecortada lo hizo reaccionar.
—¡¿Qué estás haciendo, Kiam?! ¡¿Te has vuelto completamente loco?!
Era Dorian. Parecía que estuvo corriendo a gran velocidad y no tenía aliento ni para hablar. Miró que a un lado estaba el cuerpo inmóvil de Eleanor, y algo expuesto—No puede ser. ¿De verdad lo has hecho? ¿Qué le hiciste? ¿La violaste? O no me digas que... ¿la mataste? —Dorian corrió al lado de la mujer para asegurarse de que respirara.
—No. No fui yo. No le hice nada, lo juro. Fue él, lo encontré tomándola del cuello y sin pensar le disparé.
—Mierda, Kiam, ¿por qué siempre debes estar metido en un lío? ¿Seguro que es verdad lo que me dices? Estaba preocupado de la idiotez que pudieses cometer. Elle me dejó atado a una silla y me costó un mundo convencer a Gill que me soltara. Pero apenas lo hice, salí corriendo a buscarte.
—Que sí, maldición. Ya sé que mis palabras no coinciden con mis acciones, pero yo no le hice nada.
Dorian soltó un suspiro aliviado.
—Tiene pulso, al menos. Debe estar inconsciente por la falta de oxígeno, la llevaré al hospital de...
—No —interrumpió Kiam—. Encárgate de este tipo. Que no se muera por desangrado. Yo la llevaré conmigo.
—¿Qué planeas hacerle, Kiam?
—¿Puedes dejar de dudar de mí un segundo?
—¿Cómo puedo hacerlo si estás obsesionado con ella, persiguiéndola para matarla?
Kiam se rascó la nuca, pensando.
—No sería justo hacerle algo en ese estado, ¿vale? No tendría sentido todos estos años de persecución.
Dorian no estaba del todo convencido. La forma de actuar de Kiam lo tenía extrañado y algo perturbado; podía jurar que estaba genuinamente preocupado.
El mafioso levantó el cuerpo de la mujer como si fuese una pluma ligera y la cargó en sus brazos con una delicadeza desconcertante.
—¿A dónde la llevarás? —preguntó Dorian
—A un lugar seguro donde nadie pueda aprovecharse de su situación.
Kiam se alejó sin dar más explicaciones, dejando a Dorian en el callejón, atónito y a cargo de un mercenario moribundo.