“El heredero del Trono Lunar podrá gobernar únicamente si su alma está unida a una loba de sangre pura. No mordida. No humana. No contaminada.”
Así empezaron siglos de vigilancia y caza, de resguardo y secreto. Muchos olvidaron la razón de dicha ley. Otros solo recordaban que no debía ser quebrantada.
Sin embargo, la diosa Luna, que había decidido el destino de Licaón y de aquellos que lo siguieron, seguía presente. Miraba. Esperaba. Y en silencio, tejía una nueva historia.
Una princesa nacida en un lugar llamado Edmon, distante de las montañas donde dominaban los lobos. Su nombre era Elena. Hija de una mujer sin conocimiento de que provenía del linaje de la Luna. Nieta de una mujer que había amado a un hombre lobo y había mantenido su secreto muy bien guardado en su corazón. Elena se desarrolló entre piedras, rodeada de libros, espadas y anhelos que no eran aceptados en la corte. Era distinta. Nadie lo comprendía plenamente, ni siquiera ella misma.
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Capitulo 16. SALÓN DE LAS LUNAS.
Al finalizar la cena, Lior se puso de pie. Aunque su rostro mostraba calidez, su presencia era autoritaria. Cogió una antorcha y los condujo a través de un pasadizo de piedra que descendía bajo el castillo.
—El Salón de las Lunas fue creado por el primer Lobo Supremo —dijo—. Aquí se guardan fragmentos de nuestra historia, los ecos de nuestras conexiones con las lunas sagradas.
Cuando llegaron, Elena contuvo la respiración. El salón era una caverna inmensa iluminada por una luz azul que provenía de cristales incrustados en las paredes. En el medio, un mural gigante mostraba lobos y mujeres de cabello plateado que bailaban bajo lunas llenas. En cada rincón, altares con piedras talladas exhibían símbolos antiguos y nombres grabados.
—Cada vez que nace una nueva luna —comentó Lior—, su historia queda registrada aquí. Y tú, Elena. . . tienes un lugar especial.
Kael la miró con orgullo. Elena, sin poder contener sus emociones, se acercó al mural. En un ángulo que parecía recién esculpido, una media luna blanca brillaba intensamente. Su nombre ya estaba allí.
—¿Cómo…? —susurró ella, confusa.
—La diosa Luna marca a sus elegidos con su poder —respondió Amasia—. Y tú has sido elegida. Por eso los sabios sabían que eras distinta. Por eso tu alma no fue consumida por la mordida, sino despertada por ella.
Lucan, que había estado en silencio, dio un paso adelante. Su tono era diferente esta vez. Menos severo. Más. . . curioso.
—Entonces… ¿ella es la de la profecía? ¿La descendiente directa… de la diosa?
Lior asintió lentamente. Los ojos de su hijo mayor parpadearon con una mezcla de respeto y algo que aún no era aceptación. . . pero ya no había desprecio.
Elena tocó la piedra con sus dedos. Sintió una leve vibración, como si algo en su interior respondiera.
—Si esto es verdad —dijo—, haré todo lo posible para estar a la altura de esta historia. . . y proteger a los que ahora son mi pueblo.
Kael sonrió. Su lobo aullaba dentro de él, rebosante de orgullo. Y en ese momento, entre leyendas vivas y recuerdos antiguos, Elena dejó de ser solo una forastera. Ahora era parte del legado.
Y pronto, tendría que demostrarlo.
Después de las revelaciones necesitaban descansar había sido un día muy largo. La habitación era espaciosa, acogedora y adornada con piedras antiguas y tapices, Amasia fue quien los llevó allí.
—Este será su habitación en el palacio —comentó sonriendo—. Ya es tiempo de que tengan un lugar solo para ustedes… aunque, por cómo se miran, parece que lo han merecido desde hace tiempo.
Elena bajó la mirada, sonrojándose. Kael solo esbozó una sonrisa arrogante.
—Gracias, madre.
Amasia se retiró con una mirada cómplice y una sonrisa maternal que decía más de lo que podría comunicarse con palabras.
La puerta se cerró con un suave clic, dejándolos a solas.
Elena observó el entorno. Había una cama enorme en el centro, sostenida por columnas talladas con símbolos lunares. Las cortinas eran de un azul intenso, y en la pared colgaba un escudo con el emblema del clan: un lobo envuelto en llamas plateadas. La chimenea crepitaba, creando sombras que bailaban en las paredes.
Kael guardó silencio. Simplemente se acercó y acarició su mejilla con la punta de los dedos, como si aún le costara creer que ella estaba allí, presente, a su lado.
—Te ves hermosa esta noche —susurró con voz profunda—. Como si fueras una diosa en forma humana.
Elena tomó su mano, la llevó a su mejilla y cerró los ojos.
—Nunca pensé que sentiría esto —dijo—. Tan… viva.
Él inclinó la cabeza y sus labios tocaron los de ella, apenas un susurro compartido. Elena no se apartó. Lo había anhelado todo el día. Sus labios se unieron y la tensión acumulada entre ambos estalló como un trueno mudo.
Kael la abrazó con fuerza, levantándola sin esfuerzo. Sus labios la exploraban con una mezcla de deseo y adoración. Elena lo envolvió con sus piernas y se dejó llevar por el momento. Lo deseaba, su piel ardía cada vez que lo tenia cerca, ese deseo lo reflejaban sus ojos.
La colocó sobre la cama con delicadeza, pero sus manos sentían la urgencia. Comenzó a quitarle el vestido lentamente, como si quisiera apreciar cada centímetro de su piel expuesta, pero luego ya no pudo contenerse. Ella, temblando de emoción y deseo, desgarró su camisa sin delicadeza, revelando su pecho fuerte y caliente.
—Kael… —murmuró contra su cuello, mientras él recorría su piel con los labios, descendiendo por su clavícula y venerando cada parte como si fuera sagrada.
Él emitió un sonido bajo y primitivo cuando sintió su pezón duro, ella soltó un gemido cuando sus labios lo tocaron y susurro su nombre.
—Si continúas susurrando mi nombre de esa manera, no podré contenerme —dijo con los ojos brillantes sin dejar de acariciarla.
—No quiero que lo hagas —respondió ella, con voz temblorosa—.
La pasión los envolvió, las piernas de Elena se aferraban a su cintura, mientras él la embestía con fuerza, sus labios unidos en una pelea por llevar el ritmo, era sexo salvaje, con las respiraciones entrecortadas y caricias intensas cambiaron de posición, Elena quedo en cuatro sobre la cama, sosteniéndose de la cabecera. Kael se movía con la habilidad y deseo. La habitación se llenó de sus gemidos.
La piel de Elena ardía. Lo percibía en cada fibra y en cada estremecimiento. Cuando él la besaba, su mente se vaciaba. Cuando sus manos recorrían su cuerpo, ella se entregaba. Lo adoraba. Lo necesitaba. Era su lobo, su Kael, y no anhelaba nada más que perderse en él.
Él la atrapó como un torbellino, pero con una dulzura intensa. No era solo deseo, era respeto profundo. Elena sintió cómo su cuerpo se doblaba, cómo su ser entero resonaba al compás del de él. Era salvaje, bello y auténtico.
Al final, quedaron tendidos sobre las sábanas, aún temblorosos y entrelazados. La respiración acelerada y el corazón desbocado.
—Nunca me aburriré de ti —susurró Kael, acariciando su espalda desnuda—. Cada vez que te tengo, siento que por fin todo tiene sentido.
—Y yo… —respondió Elena, besando su pecho—. Yo siento que, por primera vez… tengo un lugar al que pertenezco.
Se acurrucaron bajo las mantas, el fuego de la chimenea proyectando calor. Fuera, la luna llena los observaba, como testigo de un destino que apenas comenzaba a revelarse.
Esa noche, no solo sus cuerpos se unieron. Sus almas también se entrelazaron.