Rose estaba decepcionada del sentimiento llamado amor y por mucho tiempo no creyó en el ni lo buscó hasta que se involucró con él.
Silvain James es un hombre de una familia rica y poderosa pero que tenía más suciedad que el desagüe de la ciudad. Tampoco creía en el amor hasta que se involucró con ella.
Ambos terminaron casándose bajo las condiciones y amenazas del abuelo de Silvain. Juntos tienen que lidiar con la familia James y sus intrigas por la herencia de la compañía y riqueza que dejaba en vida el patriarca de la familia.
Entre sus días de casados y evitando los esquemas de esas personas, surge un secreto que podría causar grandes controversias y el fin del amor entre Rose y Silvain.
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Capítulo 17
Cuando Julia iba a ser procesada, recibió la ayuda del mejor abogado que su padre pudo contratar, desgraciadamente, con las pruebas, no pudo librarse de la sentencia dictaminada de quince años de prisión sin oportunidad de fianza.
Julia estaba como loca, maldijo a medio mundo y amenazó que se arrepentirían, pero nadie le hiso caso. Sí, era hija de una familia millonaria, pero siempre uno de los mismos miembros de su familia evitó que saliera impune. Aun así, recibió el mensaje de su padre que la ayudaría a escapar.
Julia estaba feliz, y más obvia no podía ser, por lo que las personas compradas por el anciano de los James dio aviso de la anormalidad de la mujer dentro de la cárcel. En cuanto la mujer iba a su nueva residencia, en la cárcel para mujeres, fue interceptada, no por las personas de su padre sino del patriarca.
Cuando la subieron a la van, Julia se sintió tranquila y no pudo evitar reír. No sospechó que algo estuviera fuera de lugar, ni siquiera cuando llegaron al muelle desierto en medio de la noche, hasta que le amarraron las manos y los pies con cuerdas. Entonces Julia luchó y amenazó, pero no logró que la liberaran.
-¡Suéltenme! ¡No saben con quién se están metiendo! – antes de poder seguir gritando, le taparon la boca con cinta.
Se sacudió con fuerza, pero no pudo deshacerse del agarre de los hombres fornidos y al fin sintió desesperación, dejando caer lágrimas llenas de rabia e impotencia. Qué pasaba, por qué todo era diferente de lo que sabía.
Pero nadie le dijo nada, ni siquiera sus captores, entonces la obligaron a subir a un bote de pesca y zarparon con el silencio de la noche. Ya lejos del muelle la volvieron a sacar, teniendo la boca tapada, no podía ni siquiera gritar y solo sentir cómo la tiraban al suelo. Estando con las manos y pies imposibilitados debidos a las cuerdas, permaneció en el suelo del bote sintiendo miedo por primera vez en toda su vida. Porque habiendo nacido en una familia acomodada, nunca había tenido que enfrentarse a nada difícil ni nadie era un oponente tan difícil que no pudiera liquidar, pero hoy, era ella la que era pequeña. Aun con toda la riqueza del mundo y su prestigio, no podía deshacerse de la posibilidad del asesinato, porque si no, cuál era la razón de llegar en medio del mar desolado.
Pronto sintió que le tiraban agua, no, no era agua. Olía horrible, como a pescado podrido y con la tenue luz de la luna, pudo deducir que eran tripas de pescado y sintió que su estómago se hundía e intentó pararse, retrocediendo con horror, pero no pudo deshacerse del agarre de los dos hombres que sujetaron sus piernas y brazos, la mecieron una vez para luego dejarla caer en el mar.
La desesperación la inundó, intentando con todas sus fuerzas nadar y evitar ahogarse, sin embargo, pronto vio algo que la dejó horrorizada.
Antes de siquiera emitir un grito ahogado, el dolor en su pierna, la hiso casi desmayarse, viendo con desesperación el agua enturbiarse más en la oscuridad. Pronto el chapoteo en el agua desapareció, dejando un silencio mortal.
Los hombres dentro del bote solo se sentaron, fumando un cigarrillo, esperando que todo el asunto acabara, observando a los tiburones acabar con su comida. En cuanto el ruido en el agua terminó, se levantaron y volvieron a la orilla.
***
Bruno recibió el mensaje en su teléfono y se secó el sudor de su frente, sintiendo su corazón acelerado. No importara cuánto haya visto, nunca podía acostumbrarse a los medio que usaba George James para acabar con sus enemigos, así fuesen su familia.
Justo cuando era hora de terminar el trabajo en la tarde, llamó a su jefe para informar que el trabajo estaba hecho.
-Es agradable escuchar buenas noticias por la tarde.
Bruno solo pudo tragar saliva, sintiendo sus manos sudar ante las palabras del anciano, afirmando que debería acelerar las cosas, no sabía qué más podía hacer el anciano cuando comenzaba a meterse de nuevo en los asuntos de la familia y la empresa.
Aunque todo esto debió haberlo denunciado nunca pudo o no tuvo las agallas para ello; esperaba que lo jubilaran y todo esto terminaría enterrado en su mente, pero el anciano nunca quiso contratar a otro y a pesar de tener casi setenta años, aún continuaba haciendo su trabajo como asistente del señor. Aunque ya no veía tantos asuntos corporativos, los asuntos privados del señor seguían siendo manejados por él. Y ya viejo, con enfermedades típicas de la vejez, sentía que ella no podía seguir presenciado asuntos que lo dejaban ansioso o moriría sin poder ver a sus nietos.
Tal vez terminaría en la cárcel, pero era un precio justo a pagar si con eso, podía tener a su familia deslindada de los James.
***
George James colgó su teléfono celular con una sonrisa satisfecha y Rose, quien estaba enfrente a él tomando una taza de té lo vio.
-¿Algo bueno pasó?
-Sí, pero solo son asuntos de un viejo como yo – George sacudió la mano, restándole importancia – Veo que ya estás mejor. No pude ir al hospital, me he estado sintiendo mal, perdóname hija.
-Está bien abuelo, Silvain me cuidó bien.
El anciano sonrió satisfecho y más tranquilo, sabiendo que Silvain se mostraba más amable con Rose y sentía que el estrés acumulado se esfumaba en gran parte. Tomó su taza de té y lo bebió, deteniéndose un momento antes de continuar bebiendo.
-Qué buen té, ¿de dónde lo obtuviste?
-Exactamente no sé, el mayordomo ha hecho la tarea de pedirlo. ¿Por qué? ¿Le gusta? ¿quiere llevarse un poco?
-No, no – negó el anciano – Solo que el sabor es nostálgico.
Rose no dijo nada y no sintió nada raro de George. En cambio el anciano, se quedó meditando. El sabor del té era particular porque era el que a menudo que tomaba su esposa Daisy antes de quedar viuda. Pero no pensó en profundidad, porque volver a esos tiempos tormentosos, lo hacían sentir irritable y no quería que aumentaran sus medicamentos. Ya estaba anciano y seguir tomando esas cosas, terminarían de degastar su salud y morir antes de cumplir con sus objetivos.
Al final solo sonrió ante la compañía de Rose.