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Cuando Cese La Tempestad.

Cuando Cese La Tempestad.

Status: En proceso
Genre:Amor en la guerra / Viaje a un mundo de fantasía / Mundo mágico
Popularitas:509
Nilai: 5
nombre de autor: Sofia Mercedes Romero

Un hombre que a puño de espada y poderes mágicos lo había conseguido todo. Pero al llegar a la capital de Valtoria, una propuesta de matrimonio cambiará su vida para siempre.
El destino los pondrá a prueba revelando cuánto están dispuestos a perder y soportar para ganar aquella lucha interna de su alma gemela.

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capítulo 5

El sol se ocultó por completo, y el Templo de los Susurros se sumió en un silencio tan profundo que hasta el viento parecía temer atravesar sus muros. Las flores del jardín se cerraron, el lago quedó como un espejo negro, y las sombras se estiraron hasta perder forma. Era la hora en que Aria salía a caminar, la única en que podía respirar aire fresco antes de volver a su encierro.

—Me iré por unos días —dijo Kael mientras avanzaban por el sendero de piedra—. Hay almas que salvar después de tanta guerra.

Hizo una pausa y añadió, sin mirarla:

—Esto de ser el Supremo no es nada fácil… lo sabes, ¿verdad?

Aria asintió, siguiendo sus pasos con el sonido hueco de sus ropas rozando el suelo.

De repente, Kael se detuvo y giró hacia ella. El movimiento fue tan brusco que Aria apenas tuvo tiempo de contener el aliento. El viento agitó su cabello castaño, y sus ojos verdes, suaves y luminosos, se acercaron peligrosamente.

—¿Me vas a extrañar? —susurró, con una voz distinta, más grave, más íntima.

El velo se le pegaba al rostro; respirar era difícil. Solo pudo asentir, rápido, como queriendo que la pregunta pasara de largo.

—Eso pensé —dijo él, retomando el paso.

Aria aspiró hondo, guardando el poco aire fresco que podía. Sabía que no volvería a salir hasta que Kael regresara.

Al llegar a la puerta de su habitación, él se volvió una vez más.

—¿Hay algo que desees decirme? —preguntó, fijando en ella una mirada que parecía atravesar la tela y la piel.

Aria negó con la cabeza.

—Nos veremos pronto, entonces… —sonrió apenas— mi ser oscuro favorito.

La frase le revolvió el estómago, pero guardó silencio.

En el corazón del bosque demoníaco, la noche no era tranquila. Rugidos guturales y chasquidos de garras contra metal llenaban el aire. Entre la vegetación retorcida, trolls de piel gris y ojos amarillos se lanzaban sobre los soldados negros, desgarrando carne y armaduras por igual. El olor a sangre, espeso y dulce, impregnaba cada hoja.

—¡Cuidado! —gritó un caballero negro, demasiado tarde. Su compañero fue arrancado del suelo y despedazado, sus restos cayendo como lluvia roja sobre el follaje.

—¡Son demasiados! —bramó otro soldado, defendiéndose a duras penas—. ¡La magia es demasiado débil aquí!

Riven se impulsó con un salto, su silueta recortándose contra la luna. Su espada, bañada en un destello plateado, cortó el aire y decapitó a un troll de un solo golpe. La cabeza rodó, perdiéndose entre raíces y hojas. Sin perder el impulso, giró y atravesó el pecho de otro.

—¡Al lago! —ordenó con la voz entrecortada—. No nos queda mucho.

El amanecer apenas filtró un hilo de luz entre las copas de los árboles cuando los soldados, exhaustos, alcanzaron la orilla. El agua estaba quieta, demasiado quieta.

—Estoy muerto —gimió uno, dejándose caer sobre la hierba. Otros reunieron a los caballos, los pocos que quedaban.

—Riven, espero que tu prometida nos reciba con un banquete después de esto —bromeó Andrey, acercándose al agua.

—No creo que vivas para eso si bebes de ahí —advirtió Riven sin mirarlo.

Andrey ya tenía las manos llenas de agua, pero las soltó al instante, retrocediendo con el ceño fruncido.

Riven levantó la vista hacia el este, hacia donde el Templo de los Susurros se alzaba invisible más allá de colinas y muros.

—Antes del atardecer estaremos allí —dijo. Pero en sus ojos había algo más que cansancio, había prisa… y una sombra que no compartió con nadie.

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