El Lobo Exiliado

Una noche más había caído sobre la cueva como un manto silencioso. La luz del fuego temblaba en las paredes, proyectando sombras que parecían bailar al ritmo de mis pensamientos. Me senté frente a Kael, con las piernas cruzadas y las manos descansando sobre mis rodillas, y por primera vez sentí la necesidad de hablar. No era que él me lo pidiera. Pero esa noche, su quietud me parecía un refugio, un espacio seguro donde mis palabras podrían fluir sin miedo a ser interrumpidas ni juzgadas.

—Kael… —empecé con voz baja, casi un murmullo, como si pronunciar mi propio nombre me diera valor para continuar—. Hay algo que debo contarte.

Él no respondió, pero sentí su atención posarse sobre mí, una presencia pesada y cálida que me obligaba a seguir hablando.

Comencé contando la historia de mi llegada a este lugar, cómo mi madre me había dado a Vaelric como pago por una deuda. Mi voz temblaba mientras narraba los detalles de cada momento en los que él cortaba mi piel, mi huida: los pasos apresurados por senderos que apenas conocía, el miedo constante de ser alcanzada, la noche interminable donde cada sombra parecía tener ojos.

Mientras hablaba, lo veía observarme con esa intensidad silenciosa que siempre me dejaba sin aliento. Sus ojos oscuros no parpadeaban, pero podía sentir cómo cada palabra que decía parecía penetrar en su mente y, de algún modo, afectarlo.

—Nunca entendí por qué me sucedió esto —dije, dejando escapar un suspiro que resonó en la cueva—. Pero lo peor… lo peor fue él.

Mi garganta se cerró. Mi respiración se volvió irregular. Tenía que decirlo, aunque fuera doloroso.

—El conde Vaelric, primero bebía mi sangre solamente, pero luego… él quería que fuera su compañera. —Las palabras salieron entrecortadas, con un hilo de voz que temblaba de angustia.

Al pronunciar su nombre, mi corazón pareció detenerse. La mención de Vaelric me devolvió cada recuerdo de la opresión, de la repulsión que sentí ante su cercanía, de la desesperación por escapar. Mi cuerpo temblaba solo de recordarlo.

—Yo… yo no quería… —mi voz se quebró y mis manos se cerraron en puños sobre mis rodillas—. No podía… no podía ser su compañera. Sentía… repulsión, miedo, asco. No quería… —la frase se quedó a medio camino mientras mis lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas.

Kael permaneció en silencio, pero su tensión era palpable. No necesitaba verlo moverse; podía sentir la electricidad en el aire, cómo sus músculos se crispaban, cómo su cuerpo reaccionaba a cada palabra que yo pronunciaba.

(Kael)

Cada palabra que salía de sus labios era un golpe directo. Mi cuerpo se tensó de inmediato. Mis manos, que normalmente permanecían en reposo o jugando con algún objeto, se cerraron en puños. Cada músculo de mi espalda, mis brazos y mi pecho se crispó como si mi instinto hubiera entendido antes que mi mente.

—Maldito, voy a hacerle pagar… —repetí en mi mente, con un gruñido que se escapó sin que pudiera contenerlo.

El gruñido resonó en la cueva. No era un gruñido de amenaza hacia ella, sino un grito visceral de mi enojo y frustración. De alguna manera, sentí que la cueva misma vibraba con la intensidad de ese sonido.

Fenn reaccionó inmediatamente. Se incorporó, mostrando los colmillos y el lomo erizado, y emitió un aullido que parecía querer unirse a mi enfado. Me miró y entendí que compartía mi indignación; la bestia percibía el peligro y la injusticia de la misma manera que yo.

Mi respiración se volvió más pesada mientras mi pecho latía con fuerza. Cada palabra que Naia decía era un filo que me atravesaba. No podía moverme, no podía acercarme a ella, pero el simple hecho de que estuviera allí, frente a mí, contándome lo que había vivido, hacía que todo mi cuerpo ardiera de una manera peligrosa y desconocida.

(Naia)

Al escuchar el gruñido, me sobresalté. Mi primera reacción fue temer que él me atacara. Pero cuando levanté la vista, lo vi… vulnerable. Sus hombros tensos, los ojos oscuros que no parpadeaban, el cuerpo que parecía luchar por contener algo que estaba más allá de sus palabras.

Y Fenn, reaccionando como un reflejo de su compañero, mostró los colmillos y emitió un aullido. Me quedé helada por un instante, sorprendida y asustada, pero también… fascinada. Por primera vez lo vi vulnerable, no lejano, no inalterable. Lo vi como alguien que sentía de verdad, con un corazón que podía ser herido y un cuerpo que reaccionaba a la injusticia.

—Kael… —susurré, casi sin aliento—. ¿Estás bien?

Él respiró hondo, apartó la mirada de mí y volvió a controlarse. Su gruñido se transformó en un silencio pesado, cargado de emociones que yo apenas podía comprender.

Yo todavía temblaba, pero por primera vez, no de miedo, sino de la intensidad de lo que acababa de presenciar. Había un lado de Kael que nunca había visto, y me hacía sentir… cercana.

(Kael)

Respiré hondo y me obligué a calmar mi cuerpo. La respiración profunda ayudaba, pero no eliminaba la furia que sentía por el maldito Vaelric. No por mí, sino por ella. Esa mujer, que estaba frente a mí contando su historia, había sido amenazada por un monstruo que pretendía someterla.

Mi mandíbula se apretó, y sentí cómo Fenn se acomodaba a mi lado, aún alerta, como si mi enojo fuera suyo también. Podía oír el golpeteo de sus patas sobre la piedra, y eso me hizo contener otro gruñido.

—Nunca… nadie… la tocará de esa manera de nuevo — me dije, en un juramento silencioso que se mezclaba con la llama del fuego y el silencio de la cueva.

Cada palabra que ella había pronunciado seguía resonando dentro de mí, clavando en mi mente cada imagen de su angustia, su repulsión y su miedo. No podía moverme hacia ella, aunque lo deseaba. No podía romper la delicada distancia que manteníamos, aunque mis instintos gritaran por acercarme y protegerla de todo y de todos.

(Naia)

Después de un rato, me permití respirar con más calma. Lo observé nuevamente. Estaba rígido, tenso, pero sus ojos se suavizaron un poco cuando notó que yo no me movía, que lo miraba sin miedo.

—Fenn… —murmuré con una sonrisa tímida—. ¿Qué está pasando?

Fenn volvió a mirar a Kael, luego me miró a mí y soltó un pequeño aullido que parecía un suspiro. Y entonces comprendí: había compartido el enojo de Kael, como un reflejo.

Kael se inclinó hacia el fuego, todavía sin decir nada, pero podía sentir su respiración cerca, la tensión que recorría su cuerpo y la atención que me dedicaba sin palabras. Era abrumador y, al mismo tiempo, reconfortante.

(Kael)

La vi, allí sentada frente a mí, con los ojos brillantes por las lágrimas que habían caído y un temblor leve en sus manos. Mi cuerpo quería acercarse, quería tomarla entre mis brazos, pero algo dentro de mí me recordó que no podía. La necesidad de controlarme era más fuerte que mi deseo inmediato.

—No voy a dejar que te hagan daño —dije en mi mente—. No mientras yo esté aquí.

Fenn se acomodó más cerca de mí, con sus orejas erguidas, y emitió un suave gruñido de advertencia, como si dijera: “Nadie la tocará.” Esa fidelidad me conmovió y me llenó de una mezcla de orgullo y furia.

Miré a Naia de reojo y vi cómo sus ojos me buscaban. Había algo en su mirada que no podía definir del todo: agradecimiento, miedo, alivio… y algo más. Tal vez había percibido la vulnerabilidad que había mostrado. Por primera vez, era ella quien me veía, no solo como un protector silencioso, sino como un ser que sentía de manera intensa, incluso peligrosa.

(Naia)

Sentí la calidez del fuego a mi espalda, pero también la presencia de Kael, que se percibía más cercana que nunca. Dejé de temer. Dejé que su silencio, su gruñido, su enojo por Vaelric, se convirtiera en mi refugio.

—Gracias… —susurré, apenas audible, pero con sinceridad—. Gracias por estar aquí.

Kael no respondió, pero me bastó con verlo inclinar ligeramente la cabeza, su gesto tan leve que podría haberse perdido en la penumbra de la cueva. Sin embargo, para mí, era todo lo que necesitaba: la confirmación de que estaba allí, y que nada ni nadie me tocaría mientras él respirara.

El fuego crepitaba, las sombras bailaban, y por primera vez desde que había huido, sentí que podía exhalar. Que alguien, aunque fuera silencioso y misterioso, comprendía mi miedo y mi necesidad de libertad.