Shania San Román está pasando por un momento difícil. Aunque es una mujer casada, parece soltera y su suegra es mas como una madre. Sin embargo ella no puede darse el lujo de querer a nadie, todos solo la aprecian por su fortuna, por su patrimonio o ¿NO?.
Ese marido inútil servirá para algo o ya no tiene remedio.
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Cap. 18 ¿El… examen marital?
Esa noche ambos se fueron a dormir a sus habitaciones, aunque había un coqueteo explícito entre ellos, no se animaron a hacer más, Camilo sabe que un paso en falso podría desarmar lo que había logrado. Pero nada es tan fácil como parece. Al día siguiente ágata los convocó para una reunión, tenía que aclarar las cosas sobre la demanda de Joaquín, el hombre había aceptado la demanda, sin embargo, en la demanda que le interpuso antes, estaba pidiendo una evaluación psicológica de Shania y también una comprobación de la vida marital de ambos.
La reunión con Ágata había dejado un silencio pesado e incómodo en el estudio. El aire olía a café cargado y a la fría realidad de la demanda. La exigencia de Joaquín era una vileza calculada, no solo quería arrebatarle su fortuna a Shania, sino humillarla, exponer la intimidad de su matrimonio y someterla al escrutinio de extraños que decidirían si estaba “lo suficientemente sana” para ser dueña de su propia vida.
Camilo estaba pálido de rabia, los nudillos blancos al apretar los brazos de su sillón.
—Esto es… indecente. Inhumano. No permitiré que te sometan a ese examen, Shania. Mis abogados…
—Lo haré.
La voz de Shania fue tranquila, clara y cortante como el cristal. Ambos, Ágata y Camilo, se volvieron a mirarla. Ella estaba de pie, serena, pero con una luz de desafío absoluto en sus ojos.
—¿Qué? —preguntó Camilo, atónito.
—Dijo que lo hará, hijo —tradujo Ágata con una mezcla de preocupación y orgullo.
—Es arriesgado, pero si un perito certifica su salud mental, le arrancamos a Joaquín su arma más grande.
—Pero lo otro… —Camilo no podía siquiera formular la frase. La comprobación de la vida marital. La idea de que un extraño evaluara su intimidad, o la falta de ella, lo hacía hervir de indignación.
—Eso es lo de menos —Shania lo interrumpió, alzando una ceja con una expresión que era mitad fastidio, mitad determinación férrea.
—Joaquín cree que soy la niña asustada que encerró. Cree que este matrimonio es una farsa y que me desmoronaré ante la primera presión. Se equivoca.
Se ajustó la chaqueta de su traje rosa con un gesto definitivo.
—Tengo que arreglar algunos asuntos. Janet me espera —anunció, y sin esperar respuesta, giró sobre sus tacones y salió de la oficina con la cabeza en alto.
Camilo la siguió con la mirada, una mezcla de admiración y frustración retorciéndole el estómago. ¿Cómo podía ser tan fría ante algo así?
*_*
Afuera, Janet esperaba al volante de una furgoneta negra con el logo de una empresa que Camilo no reconoció: “Pink Lightning Motors”. Shania se subió al asiento del copiloto.
—¿Cómo estuvo? —preguntó Janet, arrancando el motor.
—Joaquín quiere un examen psicológico y que certifiquen que mi matrimonio es consumado —dijo Shania, con un tono que podría haber estado comentando el clima.
Janet silbó.
—¿En serio? ¿Y qué dijo el Esposo Tierno?
—Que es indignante. Yo dije que lo haría.
Janet sonrió, orgullosa.
—Claro que sí. ¿Y lo otro? ¿El… examen marital?
Shania miró por la ventana, una sonrisa pequeña y astuta jugueteando en sus labios.
—Ese… será un problema para Shania del futuro. Shania del presente tiene una demostración que hacer —dijo sonriente y segura, necesitaba relajarse un poco.
Media hora después, llegaban a un circuito privado en las afueras de la ciudad. El rugido de motores de alta cilindrada llenaba el aire. Shania se bajó de la furgoneta y se dirigió a un trailer. Cuando salió, ya no llevaba el traje rosa fucsia. Vestía un mono de cuero ajustado del mismo color vibrante, con reflejos negros. Se recogió el cabello en una coleta alta y se puso un casco rosa con una visera humeada.
Camilo, que había seguido el coche de Janet movido por una corazonada y una preocupación que no podía controlar, se estacionó a distancia. No podía creer lo que veía.
Shania se acercó a una moto de carreras, una máquina poderosa y ruidosa, y se subió con la facilidad de quien lo ha hecho mil veces. Un grupo de mecánicos y pilotos, todos hombres, la saludaron con respeto.
—¡Oye, Shania! ¿Lista para romper tu propio récord? —gritó uno.
—Hoy no es sobre récords, chicos —respondió ella, con una voz que era puro poder y confianza
—Hoy es sobre sentir el viento.
Y entonces, arrancó la moto. El rugido fue ensordecedor. Con una habilidad que dejó a Camilo sin aliento, salió disparada hacia la pista, inclinándose en las curvas con una gracia y una precisión mortales. No era la esposa coqueta o la astuta CEO. Era una piloto consumada, una fuerza de la naturaleza en perfecta armonía con una máquina peligrosa.
Camilo se apoyó contra su coche, el corazón palpitándole con fuerza. Los últimos tres años, él la había imaginado como una víctima, recuperándose en la sombra. Pero ella no se había estado escondiendo. Se había estado forjando. Había construido un imperio de golosinas, manejaba motos de carreras y tenía una fortaleza mental que lo dejaba a él, el “poderoso” CEO, sintiéndose como un novato.
Janet se acercó a él, con una sonrisa de complicidad.
—Impresionante, ¿verdad? Ella no necesita que la rescaten, Camilo. Solo necesita que alguien la acompañe en el viaje.
Camilo asintió, sin poder apartar la vista de la figura rosa que cortaba el viento. Lo entendió entonces. Si Shania no estaba nerviosa por el examen, era porque sabía que era mentalmente más fuerte que cualquiera en esa sala. Y si no estaba nerviosa por “lo otro”, era porque, en el fondo, confiaba en que él no la forzaría, en que encontrarían la manera.
Ella no lo necesitaba para ganar. Pero, tal vez, si él se lo proponía, podría ganarse el derecho a estar a su lado.
Shania terminó su vuelta y se detuvo frente a ellos, quitándose el casco. Su cabello voló libremente alrededor de su rostro sonrosado por la adrenalina. Sus ojos brillaban con una luz triunfante.
—¿Qué te pareció, esposo? —preguntó, desafiante.
Camilo solo pudo sonreír, una sonrisa lenta y llena de un asombro renovado.
—Que Joaquín San Román no tiene idea contra quién se está metiendo —dijo con unas ganas locas de darle un beso y comérsela entera.