¿Morir o vivir? Una pregunta extraña, sin duda, y una que no tuve la oportunidad de responder. El universo, caprichoso o sabio, decidió por mí. No sé cuál fue la razón de esta segunda oportunidad, de esta inesperada vuelta al ruedo. Lo que sí sé, con cada fibra de mi ser, es que la voy a aprovechar al máximo, que no volveré a cometer los mismos errores que me llevaron al final de mi primera vida. Esta vez, las cosas serán diferentes.
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Capitulo V Boda y traición
El torbellino de preparativos envolvió la casa, arrastrándome a una distancia segura de la celebración. Mis padres me mantuvieron alejada de Ángela, pero los susurros de los invitados, llenos de expectación por la "espectacular" boda, me golpeaban como pequeñas ráfagas de viento. Una tormenta se estaba gestando, y yo estaba justo en su centro.
Mi madre me llamó justo a tiempo. Me lanzó un vestido de dama de honor y me ordenó prepararme con la frialdad de quien da una instrucción a una subordinada.
—No quiero que arruines este día, Alma —sentenció con una mirada tan helada que me dejó sin aire.
Me puse el vestido, con el corazón martilleando contra mis costillas. Al bajar al salón, los invitados ya estaban de pie, y el silencio de la espera se sentía denso. Me coloqué en mi lugar en el altar, entre las demás damas de honor, sintiéndome como un fantasma en mi propio hogar. El salón, un mar de flores blancas y luces tenues, se sentía como una trampa dorada.
Entonces, la música nupcial estalló. Las puertas se abrieron, y la figura radiante de Ángela apareció del brazo de mi padre. Era la encarnación de una princesa de cuento, y mi madre sonreía con un orgullo que nunca me había dedicado. Mi padre la miraba con una adoración que me atravesó el pecho.
Las lágrimas llenaron mis ojos, pero no de alegría, sino de la amarga certeza de ser la hija olvidada.
Y entonces lo vi.
El novio. Mi corazón se detuvo. Mi respiración se cortó. El aire dejó de circular en mis pulmones. No podía ser. Pero era él. Camilo estaba de pie en el altar, esperando a casarse con mi hermana.
Mi mundo se desintegró en un estallido silencioso. La música, los murmullos, el dulce aroma de las flores... todo se desvaneció. Solo existía él, con una sonrisa en el rostro y una frialdad en la mirada que me partió el alma en dos. La traición me golpeó como un tren de mercancías. Las promesas susurradas, las palabras de amor, los secretos compartidos... todo había sido una mentira. Me sentí como la idiota más grande del mundo.
Cuando Ángela llegó al altar, sus ojos buscaron los míos. Me sonrió, pero no había alegría en su gesto, solo la cruel satisfacción de una victoria. En ese instante, todo encajó: las "sorpresas" de mi madre, el silencio de Camilo, la felicidad maligna de Ángela. Todo era parte de un plan. Un plan para deshacerse de mí.
Mi mente gritaba que huyera, pero la humillación me clavó al suelo. Mi madre se acercó, su sonrisa era una máscara de hipocresía.
—No armes un escándalo, sabes que si lo haces, te irá peor.
La confirmación me heló la sangre. Ellos habían orquestado esto. No había sido una casualidad. Sequé una lágrima rebelde y miré a Camilo con tanto odio que él apartó la vista. Decidí mantenerme de pie, inquebrantable, hasta el final de la ceremonia.
Una vez que ese circo terminó, quise escapar, huir de la recepción. Pero mi madre se interpuso en mi camino.
—No pienses en escapar. Tu día de sorpresas aún no ha terminado.
Lucrecia me tomó del brazo, arrastrándome lejos de la iglesia. Ángela y Camilo disfrutaban de su momento de gloria mientras yo me sentía atrapada en una pesadilla. Subí al auto de Lucrecia a la fuerza, y su mirada cargada de desprecio me recibió.
—Tienes suerte de que no te rompa la cara a golpes...
—Hazlo. A estas alturas, nada de ustedes me sorprende —respondí con una arrogancia que enmascaraba el temblor en mis manos.
—¿Por qué no puedes ser como tu hermana? Ella es sumisa y tranquila, siempre nos obedece —espetó Lucrecia con una sonrisa falsa.
—Eso nunca pasará. Prefiero morir a someterme a sus caprichos. Jamás volveré a hacer lo que me pidan.
—Ay, querida, te tragarás tus palabras —murmuró, y una risa oscura escapó de sus labios.
El auto se desvió, alejándose de la carretera que llevaba a la recepción. El mal presentimiento que me había atormentado antes regresó, clavándose en mis huesos. Algo aún peor estaba por suceder, y mi intuición gritaba la advertencia.
Unos kilómetros más tarde, llegamos a una mansión. La había visto en las revistas. Se rumoreaba que el hombre más despiadado del país vivía allí.
—¿Qué hacemos aquí? —pregunté, mi voz apenas un susurro.
—Es tu última sorpresa del día. Solo espera y verás —contestó Lucrecia. Las puertas de hierro forjado se abrieron, revelando una propiedad imponente. El camino hacia la entrada estaba flanqueado por árboles y flores, una belleza natural que contrastaba con el terror que me invadía.
Al llegar a la entrada principal, pilares de concreto blanco se alzaban como guardianes. Lucrecia me obligó a avanzar, y mis piernas, temblorosas, amenazaban con fallar. Nos detuvimos frente a la inmensa puerta, y el silencio se hizo profundo. Era la calma antes de la tormenta.
La puerta se abrió, una mujer con mala cara nos recibió. — Buenas noches, por favor adelante el señor las espera.
Lucrecia me empujó para que entrara a la casa, con cada paso que daba sentía como el miedo empezaba a recorrer cada centímetro de mi piel. Llegamos a la gran sala adornada con obras de arte que a mí parecer eran auténticas.
— Buenas noches —, la voz de un hombre llamo mi atención, voltee a verlo para darme cuenta de que se trataba del mismo hombre que me encontré en la clínica y mismo que me devolvió a casa de mis padres cuando intenté escapar.
— ¿Qué hacemos aquí? —, pregunté aterrada.
— Mi querida niña, este será tu nuevo hogar —, respondió mi madre sin expresión alguna.
— ¿De qué estás hablando?, no entiendo nada.
— Bueno, ya hice mi parte, ahora me retiro tengo que estar con mi amada hija en un momento tan especial como este... — Lucrecia dio unos pasos antes de voltear a verme. — Espero que seas muy feliz aquí—, sus palabras no eran sinceras y eso se podía notar en el tono de su voz, realmente estaba disfrutando algo que aún no terminaba de entender.
Continuo su camino dejándome atrás y en manos de ese hombre que tanto miedo me daba.