Rachely Villalobos es una mujer brillante y exitosa, pero también la reina indiscutible del drama y la arrogancia. Consentida desde niña, se ha convertido en una mujer que nadie se atreve a desafiar... excepto Daniel Montenegro. Él, un empresario frío y calculador, regresa a su vida tras años de ausencia, trayendo consigo un pasado compartido y rencores sin resolver.
Lo que comienza como una guerra de egos, constantes discusiones y desencuentros absurdos, poco a poco revela una conexión que ninguno de los dos esperaba. Entre peleas interminables, besos apasionados y recuerdos de una promesa infantil, ambos descubrirán que el amor puede surgir incluso entre las llamas del desprecio.
En esta historia de personalidades explosivas y emociones intensas, Rachely y Daniel aprenderán que el límite entre el odio y el amor es tan delgado como el filo de un cuchillo. ¿Podrán derribar sus muros y aceptar lo que sienten? ¿O permitirán que su orgullo
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capitulo 17
comiendo como una pareja real.....que se odian
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Narra Daniel Montenegro
Besar a Rachely era una experiencia peligrosa, pero adictiva. Sus labios suaves, su aroma, y esa mezcla de arrogancia y vulnerabilidad que la hacía tan única... todo eso me tenía atrapado. Sin embargo, también sabía que besarla significaba caminar por una cuerda floja. Por eso, en cuanto el beso terminó, me aparté rápidamente, temiendo por mi vida.
Para mi sorpresa, no hubo gritos ni golpes. Ella simplemente me miró con esos ojos altivos que tanto me gustaban y, como si nada hubiera pasado, dijo:
—Me tengo que ir. Raúl y Sofía regresan hoy de su viaje.
Rodé los ojos y crucé los brazos.
—No. Hoy no. Vamos a comer juntos.
—¿Qué? Claro que no, Montenegro. Tengo cosas más importantes que hacer.
—No es una invitación, princesa, es una orden. —Le sonreí con suficiencia, sabiendo que eso la irritaría.
—Eres insoportable, ¿lo sabías? —replicó con un tono que pretendía ser molesto, pero en el fondo había una chispa de aceptación.
Después de unos minutos de discusión —en la que obviamente gané—, terminamos en mi auto, camino a un restaurante que sabía que le gustaría.
En el restaurante
Rachely y yo éramos como un par de imanes opuestos: nos atraíamos con fuerza, pero también chocábamos con la misma intensidad. Desde el momento en que llegamos, comenzamos a discutir por la mesa, por el menú, e incluso por la forma en que pedí mi bebida.
—¿En serio? ¿Un martini a esta hora? —se burló, con una ceja arqueada.
—¿Y tú? ¿Ensalada? ¿Estás a dieta?
—No todos queremos morir de un infarto antes de los 30 como tú.
A pesar de nuestras constantes peleas, había momentos que nos traicionaban. Como cuando el mesero trajo el plato principal, y yo, sin pensarlo, llevé un trozo de mi comida a su boca. Ella me miró confundida al principio, pero luego aceptó, como si fuera lo más natural del mundo.
—Prueba esto. Es mejor que esa ensalada triste que pediste —dije, satisfecho al ver cómo cerraba los ojos para disfrutar el sabor.
—Está decente —respondió, aunque sabía que estaba impresionada.
Luego, fue su turno de darme de probar un poco de su plato, y aunque no lo admití en voz alta, disfruté tanto el gesto como la comida.
En algún punto, terminamos abrazados, olvidándonos de que estábamos en un lugar público. No sé cómo pasamos de eso a discutir nuevamente, pero ahí estábamos, peleando por algo tan trivial que ni siquiera recuerdo qué era.
—¡Eres un necio, Montenegro! ¡Siempre tienes que tener la última palabra! —espetó, cruzando los brazos con furia.
—¿Quieres callarte? —respondí, mirándola fijamente.
—¡No! No hasta que...
La interrumpí de la única forma que sabía que funcionaría. Me incliné hacia ella y la besé rápidamente en los labios. No era un beso apasionado, sino un simple pico que tenía un solo objetivo: silenciarla.
Ella me empujó de inmediato, con las mejillas encendidas.
—¡Deja de besarme! —gritó, llamando la atención de los pocos comensales que había alrededor.
—Nunca. —Sonreí, apoyándome en la silla con un aire de superioridad. —Besar a mi princesa es algo que no pienso dejar de hacer.
Rachely bufó, pero no dijo nada más. Solo tomó su copa de vino y dio un largo sorbo, mientras yo disfrutaba del caos que era nuestra relación. Porque, aunque discutíamos como locos, había algo entre nosotros que ninguno de los dos podía ignorar.