Mi nombre es Carolina estoy casada con Miguel mi primer amor a primera vista.
pero todo cambia en nuestras vida cuando descubro que me es infiel.
decido divorciarme y dedicarme más tiempo y explorar mi cuerpo ya que mis amigas me hablan de un orgasmo el cual desconozco y es así como comienza mi historia.
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Capitulo 17
Miguel estaba sentado en su oficina, mirando fijamente los documentos esparcidos sobre su escritorio. Sin embargo, su mente estaba lejos de los casos y contratos. Se recargó en el respaldo de su silla, cerrando los ojos mientras los recuerdos invadían su mente.
Recordó la primera vez que vio a Carolina, aquel día en que sus caminos se cruzaron por casualidad. Ella estaba en un café con unas amigas, riendo de forma despreocupada. Esa sonrisa, tan genuina y cálida, lo había cautivado de inmediato.
—Juré amarte hasta que la muerte nos separara... —murmuró para sí mismo, sintiendo un nudo en la garganta.
Aquellos primeros años juntos habían sido hermosos. Carolina siempre estuvo a su lado, apoyándolo en sus sueños, creyendo en él incluso cuando las cosas no iban bien. Pero entonces, en un intento desesperado por escalar profesionalmente y demostrar su valía, tomó decisiones de las que ahora se arrepentía profundamente.
—Cometí el peor error de mi vida... —continuó, apretando los puños.
Había conocido a Emely en un evento de abogados. Su padre, un empresario poderoso, había sido clave para conseguir un préstamo que Miguel necesitaba para un caso importante. Pero ese apoyo venía con un precio: su relación con Emely. Al principio, solo buscaba mantenerla cerca para asegurar sus conexiones con su familia, pero poco a poco, se había dejado envolver.
—Todo por ambición... —pensó, con el peso de la culpa hundiéndolo.
Se levantó de su silla y caminó hacia la ventana, mirando las luces de la ciudad. No podía dejar de preguntarse cómo había llegado hasta este punto. Había traicionado a la mujer que más lo había amado, a la madre de su hija, todo por un juego peligroso que ahora no sabía cómo terminar.
Un pensamiento lo atormentaba: si Carolina descubría todo, jamás lo perdonaría. ¿Y Emely? Su relación con ella era un laberinto sin salida, aún más ahora que sabía de su enfermedad.
Miguel cerró los ojos nuevamente, deseando que todo fuera solo una pesadilla. Pero la realidad estaba ahí, implacable, y pronto tendría que enfrentarse a las consecuencias de sus decisiones.
Miguel echó un vistazo al reloj que colgaba en la pared de su oficina. Las agujas marcaban las ocho en punto. Soltó un suspiro pesado, consciente de que otra vez había perdido la noción del tiempo. Se levantó lentamente de su silla y abrió el pequeño armario que tenía en una esquina de la oficina. Allí guardaba un par de camisas limpias y un pantalón, algo que había convertido en hábito para los días que prefería evitar regresar a casa o cuando las reuniones se alargaban demasiado.
Mientras se cambiaba, su teléfono vibró en el escritorio. Se acercó y vio en la pantalla el nombre de Carolina. La llamada se prolongó, pero Miguel no hizo el intento de contestar. Observó el dispositivo por un momento, como si éste lo estuviera juzgando. Luego, con un movimiento rápido, lo puso boca abajo sobre la mesa.
—No puedo hablar contigo ahora... —murmuró para sí mismo, sintiendo una mezcla de culpa y cansancio.
Sabía que Carolina probablemente lo estaba esperando, que tal vez había preparado algo para cenar o simplemente quería saber si estaba bien. Pero la idea de escuchar su voz en ese momento le resultaba demasiado abrumadora. Había demasiadas mentiras en medio, y cada palabra que decía parecía construir un muro más alto entre ellos.
Tomó su saco y su portafolios antes de salir de la oficina. Mientras cerraba la puerta, se prometió que mañana sería diferente, aunque en el fondo sabía que llevaba meses repitiéndose esa misma mentira.
Carolina se miró al espejo una vez más, alisando con cuidado el delicado tejido de su vestido. Era sencillo, justo como le gustaba, pero resaltaba su figura con elegancia. Tomó el teléfono de la mesa y marcó nuevamente a Miguel, esperando que esta vez atendiera. Sin embargo, la llamada fue a parar directamente al buzón de voz.
Suspiró y dejó el teléfono a un lado, tratando de no dejarse llevar por la decepción. Patricia, que estaba sentada en la cama observándola, no pudo evitar notar el cambio en su expresión.
—Carolina, no te sientas mal —dijo Patricia con tono suave, poniéndose de pie para acercarse—. Mírate, estás hermosa. Ese vestido te queda perfecto.
Carolina esbozó una sonrisa forzada mientras sus dedos jugaban nerviosamente con un mechón de cabello.
—Gracias, Patricia... Pero si Miguel me ve así vestida, se molestará. Ya sabes cómo es con estas cosas.
Patricia alzó una ceja, incrédula.
—¿Molestarse? Carolina, si Miguel se molesta porque su esposa luzca hermosa, es él quien tiene el problema, no tú.
Carolina bajó la mirada, sintiendo el peso de las palabras de su amiga.
—No lo sé, Patricia. A veces siento que, haga lo que haga, nada es suficiente para él.
—Escúchame —Patricia la tomó de los hombros con delicadeza y la obligó a mirarla a los ojos—. Hoy no se trata de Miguel, se trata de ti. Te ves increíble, y esta noche quiero que te diviertas. Si Miguel no puede ver lo maravillosa que eres, el problema no eres tú.
Carolina asintió, aunque todavía dudosa. Patricia le sonrió con complicidad y agregó:
—Además, ¿quién sabe? Tal vez esta noche sea el comienzo de algo nuevo.
Aunque no estaba completamente convencida, Carolina decidió dejar sus preocupaciones a un lado por el momento. Patricia tenía razón: esta noche debía pensar en sí misma, aunque fuera solo un poco.
Miguel estacionó el auto frente a la imponente mansión de los Reyes, ajustando su corbata con nerviosismo antes de salir. Sabía que esta noche no solo significaba acompañar a Emely, sino también mantener las apariencias frente a su influyente familia. Caminó por el camino de piedra hasta llegar a la gran puerta, donde un mayordomo le abrió con una inclinación de cabeza.
—Buenas noches, señor Miguel. Lo están esperando en la sala principal.
Miguel asintió con una sonrisa educada y siguió al mayordomo. Al entrar, vio a Emely, radiante como siempre, luciendo un vestido de noche rojo que resaltaba su figura. Su cabello estaba perfectamente recogido, dejando visibles los costosos pendientes que llevaba. A su lado estaban sus padres, Jorge y Ana Reyes, ambos con porte elegante y expresiones severas.
—Miguel, qué bueno verte —dijo Jorge, extendiéndole la mano con firmeza—. Esta noche será importante para todos.
—Señor Reyes, señora Reyes, buenas noches —respondió Miguel mientras estrechaba la mano de Jorge y luego inclinaba la cabeza hacia Ana.
—Hola, amor —interrumpió Emely, acercándose con una sonrisa coqueta y un beso rápido en la mejilla—. Espero no haber tardado demasiado.
—Para nada —respondió Miguel, tratando de sonar relajado, aunque por dentro sentía la presión de la situación.
—Emely me decía que esta reunión será crucial para tus proyectos —comentó Ana, observándolo con una mezcla de interés y juicio.
—Así es, señora Reyes. Es una oportunidad para ampliar nuestras conexiones.
Jorge dio una palmada en la espalda de Miguel y añadió:
—Los Johnson siempre son aliados valiosos. Pero, Miguel, recuerda que la imagen que proyectes esta noche es crucial. Todo cuenta.
Miguel asintió, consciente de que la familia Reyes no dejaba nada al azar.
—No se preocupe, señor. Estoy preparado.
—Más te vale —intervino Emely con una sonrisa juguetona, tomando su brazo—. Ahora, ¿nos vamos? No quiero llegar tarde y que mi vestido pase desapercibido.
Los cuatro salieron hacia el auto, cada uno inmerso en sus propios pensamientos sobre lo que esa noche podría deparar. Mientras Miguel encendía el motor, no podía evitar sentir un peso en el pecho. La velada recién comenzaba, pero ya sabía que cada movimiento sería observado con lupa.