Un deseo por lo prohibido
Viviendo en un matrimonio lleno de maltratos y abusos, donde su esposo dilapidó la fortuna familia, llevándolos a una crisis muy grave, no tuvo de otra más que hacerse cargo de la familia hasta el extremo de pedírsele lo imposible.
Teniendo que buscar la manera de ayudar a su esposo, un contrato de sumisión puede ser su salvación. En el cual, a cambio de sus "servicios", donde debía de entregársele por completo, deberá hacer algo que su moral y ética le prohíben, todo para conseguir el dinero que tanto necesita...
¿Será que ese contrato es su perdición?
¿O le dará la libertad que tanto ha anhelado?
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Capitulo 15
Luego le dio una mordida, marcando sus dientes en ella. La castigó con un látigo varías veces.
Lentamente, se fue hundiendo en su interior. Le jaló el cabello, suavemente. Sus estocadas eran fuertes pero muy placentera para ambos. Con movimientos envolventes y rítmicos estaban al límite del placer.
Yeikol tenía una guerra de decisiones. No quería tratarla como lo hacía con su esposa, pero tampoco la quería lastimar como a las anteriores sumisas. “¡Demonio!”, exclamó él, entre jadeos.
Muriel llevaba ocho años casada y era la primera vez que experimentaba todas esas sensaciones, y todos esos placeres.
Los jadeos de ambos y el sonido de los choques de los cuerpos, se escuchaban en la habitación. Según avanzaban los minutos, el placer era más prolongado. Sin más, y con el rostro sudado, Yeikol gruñó y se mordió el labio.
Muriel empezó a gemir fuerte, estaba a punto de pedir más, cuando Yeikol le tapó la boca. Ahí llegaron al máximo placer. Un placentero orgasmo se apoderó de ellos.
El hombre satisfecho se dirigió al baño. Después de una larga y refrescante ducha, salió mojado con una toalla envuelta en su cintura.
La mujer estaba sentada en la cama, tapada con la sábana. Él le pasó una toalla y salió hacia la otra habitación.
Muriel se puso de pie y sintió una molestia en su entrepierna. Entró al baño, y se metió debajo del grifo, ahí permaneció por varios minutos. Quería limpiar su alma, su conciencia, más que su cuerpo. Empezó a llorar y sus lágrimas se confundían con el agua. Se reprochó una y mil veces por haber firmado ese contrato. Ciertamente, sintió placares desconocidos, tanto, que en el momento no le importó cuáles eran las circunstancias.
No obstante, no quería repetir esa experiencia. Si bien, disfrutó del encuentro, y eso la hacía sentir culpable, sucia, miserable, una mujer fácil, una mujer infiel en cuerpo y alma. Y también, era la primera vez que se sentía tan humillada, ofendida, deshonrada, sin pudor, sin dignidad.
Muriel miró su trasero, tenía varias marcas de latigazos, de mordidas, y en su cintura tenía las marcas de sus manos, debido a la fuerza que él empleó en ella. “Si esto fue la primera vez, no quiero pensar lo que pasará a futuro”, se dijo ella.
Muriel salió del baño y pasó a la otra habitación. Él, ya tenía su ropa puesta, y se encontraba parado mirando por el ventanal. Con las manos en los bolsillos y su postura imponente.
Para Muriel, era muy vergonzoso hablar con él, después de lo sucedido.— Disculpe, señor, no tengo ropa disponible.
Él volteó a mirarla, caminó unos pasos y le indicó el almario. Ella, tímida, abrió la puerta del clóset y quedó asombrada. Había muchos vestidos, elegantes y de diferentes colores.
Ella revisó todas las prendas de vestir, eran de su talla, más no de su agrado.
— Lo siento, no me puedo poner uno de estos.
— ¿Por qué?
— No son de mis gustos, ni de mi estilo.
— ¿Entonces se piensa ir desnuda?
— ¿Podría haber otra opción?
— Elija uno. No le estoy pidiendo que se quite la vida.
En vista de que ella no lo iba a hacer, él escogió uno y se lo pasó.— Póngase este. Le recuerdo que mientras estamos aquí, no se puede negar a mis peticiones.
Él eligió un vestido de color turquesa, y después de verlo puesto en ella, se arrepintió de su elección. Yeikol sintió deseo de volver a poseerla, pero por desgracia, eso no podría ser posible. Tenía que ir con su esposa a una institución benéfica.
— Dios, este vestido es muy escotado, y muy ajustado. Eso sin contar que no tengo ropa interior puesta.
Muriel se veía estupendamente bella, se podían apreciar sus perfectos atributos. Pero ella nunca se había vestido de esa forma, sentía que estaba desnuda. Se miró al espejo, y por un segundo pensó que se trataba de otra mujer.
Él abrió la puerta, se echó a un lado y le indicó la salida. — Debemos irnos.
Muriel, sin opción, salió con el vestido puesto.
En la sala de estar, se encontraba Alfred sentado, leyendo un libro.
— Mi señor, perdón por la tardanza.— dijo el asistente, al ponerse de pie.
— ¿Desde hace cuánto estás aquí?
— Unos minutos, señor.— Alfred giró hacia Muriel y se sorprendió. Ella se veía completamente diferente, pero muy hermosa y elegante.
— Vamos. Tengo una reunión.— dijo Yeikol, después de notar la mirada de su asistente hacia la mujer.
Iban en el auto, en un silencio sepulcral. Alfred quería hablar, pero no le gustó la expresión del rostro de su jefe. Parecía molesto, e insatisfecho.
— Alfred, ¿me puedes dejar en el supermercado más cercano a mi casa? — preguntó Muriel.
— Sí, señora.
Muriel y Yeikol iban en la parte de atrás del vehículo. Él, al escuchar su petición, la miró confundido. “De verdad piensas entrar a un supermercado, vestida de esa manera. No lleva sostén puesto y sus pechos se pueden apreciar tal cual. No debí elegir ese vestido”.
— Muriel, pídale a Alfred lo que necesites. Él se encargará.
— No, no hace falta.
— No es una pregunta.— replicó Yeikol
Muriel no quería pedir nada, pero no podía llegar a su casa sin el mandado, porque tenía varias horas fuera. Volviendo en sí, no estaba vestida educadamente.
— Alfred, necesito verduras frescas, y mariscos.
“¿Mariscos? ¿Para su impotente marido, o para su necesitada suegra?”, pensó Yeikol, más no se atrevió a preguntar.
Muriel moría de nervios. Tener a su amo cerca la hacía flaquear, en cuanto a sus emociones. Sintió un desprecio desmedido por él, y una aversión que le provocaba asco. Quería borrar lo que sucedió.
Alfred se detuvo en un supermercado, a comprar verduras y mariscos.
Ellos permanecieron callados, no tenían ningún tema en común para desarrollar.
Después de varios minutos, Alfred regresó con varias bolsas. La compra era exagerada, pero él hizo lo que haría su jefe, comprar en abundancia.
— Señor, Alfred, ¿por qué compró todas estas cosas? No era necesario, solo necesitaba.
Yeikol la interrumpió, le molestaba tanta modestia de parte Muriel.— Alfred, deja la señora en su hogar.
Te deseo muchos éxitos en tu próxima novela😘🌹❤️🫶🤗⭐⭐⭐⭐⭐👏👏👏👏👏👏👏👏
uy buena narración.