En el frío norte de Suecia, Valentina Volkova, una joven rusa de 16 años con ojos de hielo y cabello dorado, se ve obligada a casarse con su padrastro, Bill Lindström, un hombre sueco de 36 años. Marcados por un pasado lleno de secretos y un presente lleno de tensiones, ambos deberán navegar entre el deber, el resentimiento y una conexión que desafía las normas. En un matrimonio tan improbable como inevitable, ¿podrá el amor surgir de las cenizas de la obligación?
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XXIV. La huida desesperada
El aire se tornó pesado en el estudio, y cada palabra que Bill acababa de decir retumbaba en la mente de Valentina como un eco interminable. Los detalles sobre su madre, las mentiras, los engaños… todo era demasiado. Sentía como si el suelo se desmoronara bajo sus pies.
Su respiración se aceleró de forma alarmante, su pecho subiendo y bajando de manera descontrolada mientras intentaba procesar lo que acababa de escuchar. Las paredes del estudio parecían acercarse, oprimiéndola.
—No… no… ¡NO! —gritó de repente, poniéndose de pie de golpe y tambaleándose hacia atrás.
Bill se levantó de inmediato, alarmado. —Valentina, tranquilízate. Por favor, escucha…
—¡No me digas que me tranquilice! —lo interrumpió ella, llevándose las manos a la cabeza. Su visión se nublaba y sentía un vértigo abrumador. —¡Todo esto es una mentira! ¡No puede ser verdad!
Bill dio un paso hacia ella, con las manos extendidas como si intentara calmarla. —Valentina, por favor. Lo siento. No quería que lo supieras de esta manera, pero es la verdad.
—¡No! —gritó ella de nuevo, retrocediendo hacia la puerta. Su mente estaba en un caos absoluto. Las imágenes de su madre, los recuerdos de su infancia, todo se mezclaba con las palabras de Bill, creando un torbellino de confusión y dolor. —¡Esto no es real! ¡No puede ser real!
Antes de que Bill pudiera detenerla, Valentina giró sobre sus talones y salió corriendo del estudio.
—¡Valentina! —gritó él, siguiéndola rápidamente.
Pero ella ya había cruzado el pasillo y bajaba las escaleras a toda prisa, apenas mirando a dónde iba. Sus tacones resonaban en el mármol, pero no le importaba. Todo lo que quería era escapar, alejarse de las mentiras, de las revelaciones, de Bill, de todo.
—¡Valentina, por favor, detente! —Bill bajaba tras ella, pero ella no se detenía.
Cuando llegó al vestíbulo, empujó con fuerza las puertas principales de la mansión y salió al exterior. El aire frío de la noche la golpeó de lleno, pero no disminuyó su velocidad. Sus pies se hundían ligeramente en el césped húmedo mientras corría hacia la arboleda que rodeaba la propiedad.
El corazón de Valentina latía con una fuerza casi dolorosa en su pecho. Sentía que apenas podía respirar, pero no dejaba de correr. Las lágrimas nublaban su vista, pero no le importaba. Todo lo que quería era escapar, aunque no sabía exactamente de qué.
El bosque la recibió con su oscuridad y su silencio, solo roto por el crujir de las ramas bajo sus pies. No se detuvo. No podía.
—¡Valentina! —La voz de Bill se escuchaba a lo lejos, pero ella lo ignoró.
A medida que se adentraba más en el bosque, las ramas de los árboles parecían alargarse para atraparla, y las raíces sobresalían del suelo como obstáculos traicioneros. Su vestido, aunque elegante, no estaba hecho para correr, y las telas comenzaron a engancharse en los arbustos.
Su mente estaba llena de pensamientos confusos y fragmentados. Las palabras de Bill resonaban en su cabeza: "Tu madre planeó todo esto… Desapareció por su propia voluntad… Te dejó conmigo porque sabía que yo cuidaría de ti."
—¡Mentiras! —gritó al aire, con la voz quebrada.
De repente, sintió que su pie tropezaba con algo duro. Una raíz de árbol sobresalía del suelo, invisible en la penumbra. Antes de que pudiera reaccionar, su cuerpo se precipitó hacia adelante, y cayó con fuerza al suelo.
El impacto fue brutal. Su cabeza golpeó contra una piedra, y un dolor agudo atravesó su cráneo antes de que todo se volviera negro.
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El bosque quedó en silencio nuevamente, salvo por el suave murmullo del viento entre las hojas. Valentina yacía en el suelo, inmóvil, con su vestido enredado entre las ramas y su cabello esparcido alrededor de su rostro. La sangre comenzaba a manchar la tierra bajo su cabeza, mezclándose con la humedad del suelo.
A lo lejos, se escuchaban los pasos apresurados de Bill, cada vez más cercanos.
—¡Valentina! —gritaba, desesperado. Su voz estaba cargada de pánico, pero no recibía respuesta.
Cuando finalmente llegó al lugar donde ella estaba, se detuvo en seco. La imagen de Valentina, tendida en el suelo, lo golpeó como un puñetazo en el estómago.
—¡Dios mío! —corrió hacia ella, arrodillándose a su lado.
La tomó con cuidado en sus brazos, su corazón latiendo desbocado. Su rostro estaba pálido, y una fina línea de sangre corría por su frente.
—Valentina, por favor, despierta, —susurró, sacudiéndola suavemente.
No hubo respuesta. La respiración de Bill se volvió errática mientras buscaba su teléfono en el bolsillo. Con manos temblorosas, marcó un número.
—¡Necesito ayuda! —gritó en cuanto la llamada fue respondida. —Es Valentina. Está inconsciente… ¡En el bosque, cerca de la mansión!
Colgó rápidamente y volvió su atención a ella.
—Valentina, por favor, no me hagas esto, —susurró, con la voz rota. Sus dedos acariciaron suavemente su rostro mientras luchaba por mantener la calma.
El sonido distante de sirenas comenzaba a acercarse, pero para Bill, cada segundo que pasaba era una eternidad. Se quedó ahí, sosteniéndola en sus brazos, rezando en silencio para que no fuera demasiado tarde.
y de paso es una maquiavélica...no, no, no aburre