Una Nueva Oportunidad Para Enamorarte

Mónica no tendría un solo segundo de paz ese día; ella ya había terminado de alistar un espacio en su habitación para su hija, mientras Rut dormiría en la habitación contigua a la de Berta, ambas muy cerca de Mónica.

Cuando las doncellas comenzaron a correr el rumor de que la duquesa estaba reunida con el sexto príncipe del reino Talisman, Mónica se sobó la sien; su madre había aprovechado que su padre estaba inspeccionando el almacén de brebajes para hacer de las suyas.

La duquesa estaba realmente feliz con la llegada del príncipe; sentía que era una señal para encarrilar a esa hija ingrata que tenía

—Alteza, qué alegría tenerlo aquí. La última vez que lo vi, usted aún era muy pequeño; es bueno que haya crecido sano y fuerte —dijo la duquesa, el príncipe, vio una gran oportunidad en la alargada duquesa.

— A mí también me agrada verla, aunque esta no es la mejor situación. Sé que cometí un error al no venir a desposar a Lady Margaret antes; mis obligaciones como príncipe me orillaron a hacer cosas que yo no quería. Me estaba preparando para venir a desposar a su hija cuando llegó el documento de la ruptura, algo que me dejó enteramente sorprendido. Quiero que sepa que mi padre y yo fuimos presionados a firmar el documento, ya que el emperador mandó un edicto obligándome a romper el compromiso. —El príncipe Lucía lamentable lo que indignó a la duquesa; de seguro, su marido había ido a pedir la ayuda del emperador para poder casar a su hija con aquel misterioso hombre que no le agradaba en lo absoluto.

—Hablaré con mi esposo para que rectifique su decisión, aunque no prometo nada —dijo la duquesa con comprensión.

— Mi padre no tiene nada que rectificar. Yo estoy por casarme y eso ni tú ni el sexto príncipe podrán impedirlo —le dijo Mónica con altivez a su madre. No permitiría que nadie se metiera entre ella y el emperador; solo ellos tenían el poder de intervenir en su compromiso y futuro matrimonio.

El príncipe maldecía en sus adentros. La mujer era hermosa; si hubiera sabido que esa niña fea se convertiría en una mujer tan bella, se habría casado hace mucho tiempo.

— Lady, sé que cometí un error, pero prometo...

— Usted no tiene que prometerme nada. Nuestro compromiso ya está roto, no tiene nada que hacer en el ducado. Si no se retira, me veré en la obligación de mandar una carta al emperador —dijo Mónica, encarando al descarado príncipe, pero sin esperárselo, recibió una bofetada de su madre.

— No seas igualada, yo no te eduqué así. Tu falta de respeto al príncipe deja en vergüenza a nuestra familia. ¡Arrodíllate y pide perdón! —le reclamó la duquesa. El príncipe pensó que con la acción de la duquesa tendría a Mónica suplicando su perdón, pero qué equivocado estaba.

— Pero yo sí. ¿Cómo te atreves a maltratar a mi hija, y más aún a causa de un intento de hombre que no sabe honrar su palabra? —dijo el duque, mirando al príncipe con molestia.

El duque había recibido la carta del emperador y, apenas la leyó, fue de inmediato al palacio del ducado. Ese príncipe lo escucharía muy bien, pero no esperaba encontrar a su esposa maltratando a su hija.

— Duque, no le permitiré...

— ¡Cállese! Quien no le permite nada soy yo. Usted es un príncipe extranjero, el sexto hijo de un rey; yo soy un duque de un imperio. Por mis venas corre la sangre de la familia real. Usted no tiene derecho a venir a mi palacio a causar disturbios —dijo el duque, furioso.

El príncipe apretó los puños fuertemente; no podía contradecir al duque, ya que sabía que lo que decía era cierto. El segundo motivo por el cual su padre lo quiso comprometer con Mónica era que, hace siglos, un antepasado del duque fue hijo del emperador Gustavo I. Es por eso que existe una relación tan estrecha entre el ducado Mesellanas y el palacio imperial.

—Ya le entregué a su esposa el documento de la ruptura; yo me retiro. —El príncipe se marchó sin mirar atrás; no era buena opción hacer enojar al duque. Iría nuevamente al palacio para averiguar qué logró su hermana.

—Veo que no aprendiste nada estando una temporada con tu familia; tendré que mandarte por dos temporadas a ver si así aprendes algo —le dijo el duque a su esposa.

— No hice nada malo, solo corregí el actuar de tu hija. ¿Acaso quieres que nuestra familia entre en desgracia? Mónica tiene diecinueve años y no está casada; además, trae a una bastarda a nuestra casa. ¿Cómo quieres que reaccione ante todo esto? Ese príncipe era la oportunidad perfecta para que tu hija obtuviera un buen matrimonio. Tú estás arruinando el futuro de tu hija —dijo la duquesa indignada. Ella era una mujer muy apegada a la etiqueta y las costumbres; en su mente, no se permitía tener una hija tan rebelde.

— La que está arruinando el futuro de nuestros hijos eres tú. Le has metido en la cabeza a Luisa que el único hombre que la merece es el primer príncipe, que, te recuerdo, ¡es un hombre comprometido! ¿Te has puesto a pensar lo que nos haría el emperador si por Luisa se rompe el compromiso de su hijo? Nos mataría a todos. El emperador ama tanto a su hijo que entendió que este no quería gobernar un imperio, así que lo nombró rey del norte para mantenerlo siempre cerca. Y si eso no fuera poco, mimaste tanto a nuestro hijo que cuenta los días para mi muerte, para traer a cuanta meretriz se le cruce por el camino. — El duque estaba realmente furioso con su esposa.

— ¿Acaso es un pecado querer lo mejor para nuestros hijos? ¡Tú deberías estar de mi lado y apoyar para que Luisa sea quien se case con el rey del norte! — Gritó la duquesa furiosa.

— ¡Has perdido la cabeza, mujer! Realmente estás oyendo bien lo que dices. — El duque no daba crédito a lo que estaba escuchando; acaso no entendía que ellos podrían morir.

— ¡Por supuesto que sí! Sé muy bien lo que digo; no hay nadie mejor que mi hija. — La mujer estaba tan cegada por obtener más poder y reconocimiento a través de sus hijos que no se daba cuenta del gran peligro en el que los metía al pensar así.

— Sobre mi cadáver arruinas el futuro de Luisa, al igual que el futuro del ducado. Prefiero dejar el puesto en manos de un administrador que en manos de tu hijo. — Sentenció el duque, rojo de la ira que sentía.

— Ni muerta permito eso. Mi hijo tiene que heredar el ducado; es su derecho por ser el único varón. Él puede tener las concubinas que quiera; es hombre. Él no tiene la culpa de que tu madre haya sido tan débil que no haya sabido lidiar con las concubinas de tu padre. — Espetó la duquesa con rabia.

— Paf— Por primera vez en la vida, el duque le había dado una bofetada a su esposa.

— A mi madre no la menciones, no te atrevas a volver a hablar de ella. Si tanto justificas la entrada de concubinas, entonces yo tomaré una para que me dé un digno heredero, ya que tu hijo no tiene madera para ello —le dijo el duque, desafiante.

— ¡No te atrevas!

— Partirás hoy mismo a donde tu familia y te quedarás ahí por el resto de tu vida. No me divorciaré para que no pases por el escarnio público de ser una mujer divorciada, pero no tienes permitido volver al ducado. Retírate. — La mujer se retiró furiosa, mientras el duque se sentó abatido por la situación. Su madre tenía razón: el amor no siempre era suficiente para mantener un ducado a flote; la educación, la sensatez, los principios y los valores eran la clave fundamental para tener un buen ducado y criar buenos herederos.

— Padre, lamento haberle causado un disgusto con madre —dijo Mónica, avergonzada.

— Hija mía, tu madre es una mujer un tanto irracional. Si el emperador no me hubiera mandado esa carta, no sé de qué hubiera sido capaz tu madre. — Mónica se alertó un poco; ella no había recibido correspondencia del emperador.

— Voy a descansar. Cuida bien de mi nieta. — El duque se retiró, dejando a Mónica angustiada.

Por otro lado, el sexto príncipe no fue muy bien recibido en el palacio. El emperador había dado la orden de que no lo dejaran pasar y que tenía que retirarse cuanto antes del imperio. La princesa se quedaría un tiempo más, pero él no era bienvenido.

No le quedó más remedio que emprender el viaje hacia su reino; le echaría la culpa de todo a su hermana para lavarse las manos ante su padre.