Cuando José Luis conoció a Violeta, no sabía a lo que se dedicaba.
Ella intentó cambiar de vida, pero las circunstancias no la dejaron.
Su vida siempre fue muy dura. El amor, la pasión, el sexo, hicieron presa de ella...
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Todo ha terminado
Al día siguiente, Roberto le habló a Ernesto para decirle que estaba muy fatigado y que si podía ir a su casa.
Cuando fue a buscar a Roberto lo encontró en el lecho.
Al verlo, Roberto le tendió una mano, esta ardía.
Tienes mucha fiebre, le dijo. Pero, ¿cómo? Si ayer apenas estabas muy bien. ¿Qué fue lo que pasó?
No es nada, solamente que estoy cansado por todo lo que caminamos ayer. Eso es todo.
¿Encontraste al hombre que fue a pedir permiso al pueblo de la mamá de Violeta?
No, no sé de quién se trata, aún. ¿Usted tiene idea de quién puede ser?
No tengo ni idea, pero debe de ser alguien que la quiso mucho.
¿Has pensado en que tal vez ya nunca más volvamos a saber dónde se encuentra Violeta?
Roberto se quedó callado, apenas sí se atrevía a contestar pues el tono de esa frase le probaba que el que se lo había dicho estaba próximo siempre a la emoción, así como él mismo.
Bueno, tenemos que encontrar a ese hombre y que nos diga dónde será la nueva morada de mi querida Violeta, y de no ser posible al menos tratar de convencerlo de que no la cambie de lugar.
Tienes razón, pero hasta ahorita desconozco el nombre de ese hombre que ha hecho tal cosa.
Roberto no pudo evitar dos lágrimas que rodaron por sus mejillas y volvió la cabeza para ocultársela a Ernesto. No quería que lo viera llorar.
Ernesto supo que era momento de cambiar la conversación.
Ya hace tres semanas que te mudaste de casa.
Roberto se secó las lágrimas con el dorso de la mano y respondió: tres semanas justamente.
¿Y piensas volver a viajar?
Creo que no, he estado viajando tanto que ya hasta me siento muy enfermo.
Entonces tienes que guardar cama más tiempo.
Creo que sí, ya no me queda otro remedio.
Entonces a cuidarse amigo los demás van a venir más tarde y yo vendré también si acaso tú me lo permites.
De todos modos no pienso quedarme acostado todo el día, más tarde me levantaré.
¡Qué imprudencia!
Es necesario, dijo Roberto.
¿Qué tienes que hacer tan urgentemente?
Es preciso que vaya a ver al comisario de policía.
¿Por qué no encargas a otra persona esa misión, que puede empeorar tu enfermedad?
Es la única cosa que puede curarme. Necesito verla. Desde que he sabido su muerte y, sobre todo, desde que he visto su tumba no puedo ni dormir. No puedo figurarme que esta mujer que he dejado tan joven y tan bella haya muerto. Tengo que cerciorarme por mí mismo.
Quiero ver lo que Dios ha hecho de ese ser que yo tanto he amado. Y quizá lo repulsivo del espectáculo reemplazará la desesperación del recuerdo. Me acompañarás, ¿verdad?, si esto no te molesta demasiado.
Pero tú no has pedido permiso, el que solicitó permiso no sabemos quién es.
Eso no me importa, pues si él fue capaz de hacer algo semejante, yo también lo puedo hacer.
Según el enterrador, la madre le firmó un permiso para que pudiera ejecutar lo que ha pedido. Entonces, yo quiero estar ahí en ese momento.
¿Y por qué no se espera a que esté usted bien?
Descuide, estaré muy tranquilo. Además, me volvería loco si no acabarse lo más pronto posible con esta resolución. Solo tenemos que informarnos de cuándo será la exhumación.
Esta realización se ha convertido en una necesidad de mi dolor. Le juro que no podré tener tranquilidad hasta que haya visto a Violeta. Quizá sea una sed de la fiebre que me quema, un sueño de mis insomnios, un resultado de mis delirios; pero aunque me haga pedazos mi corazón, necesito ver a Violeta.
Lo comprendo, dijo Ernesto, y estoy a tu disposición. ¿Has encontrado algo más en la casa que era de Violeta después de la subasta?
Sí, unos papeles. Ya los leí como 10 veces, usted también los leerá, pero más tarde cuando ya esté tranquilo.
Como gustes.
Ernesto y Roberto se fueron a informar cuándo sería la exhumación de Violeta querían estar presentes en todo momento.
Así lo hicieron y varios días después se efectuó la exhumación.
Ernesto conocía perfectamente bien al tipo que estaba al frente, era nada más y nada menos que José Luis.
Roberto miró a Ernesto y le preguntó, ¿lo conoces?
Sí es un antiguo amigo que he tenido, no lo volví a ver más.
Pues veamos qué sucede no me lo quiero perder.
El enterrador y José Luis llegaron minutos después, empezó a escarbar.
Roberto no se perdía ningún detalle.
Cuando por fin sacaron el ataúd, Roberto se precipitó a abrirlo...
Tranquilo, amigo, dijo José Luis, impidiéndole el paso. Este es mi derecho, yo fui el de la idea.
Por favor, clamó Roberto, solo quiero verla por última vez.
José Luis vio a Roberto a punto de llorar y lo dejó acercarse, total Violeta ya estaba muerta y ya no la iba a revivir.
Ernesto le dijo por lo quedo a Roberto, ¿la puedes reconocer?
Roberto se tapó la boca porque el olor era insoportable, sí, es ella. Y así como se acercó se alejó, todo había terminado. Por fin podría estar en paz.
Roberto le dio las gracias a José Luis y salió de ahí acompañado por Ernesto.
¿Y me puedes contar cómo fue tu historia con Violeta?, porque que yo sepa el único amor verdadero que tuvo Violeta fue el señor José Luis el que está ahorita con ella.
Mi historia con ella fue hace como 5 años después de que dejó a José Luis, creo que yo fui el segundo en su vida y en su corazón.
¿Cómo es eso posible?, si ella estuvo enamorada de José Luis hasta el último día de su vida.
Lo sé, pero entre José Luis y ella hicieron un paréntesis y fue ahí donde entré yo; nos amamos mucho, pero después ella quería casarse conmigo y yo la abandoné. No sabes cuánto me arrepiento ahora. Ella era muy asidua de visitar los teatros y las óperas pero a mí esas cosas me aburrían enormemente.
Bueno, en un rato que tengas me explicas toda tu historia con ella desde el principio, ¿ok?, me interesaría mucho conocerla.
Pues todavía me queda una semana para partir de aquí, podemos vernos en estos días y te explicaré todo.
Ya está decidido, espero que sea pronto gracias.
A todas estas, ¿y la anticoncepción?