En la vibrante y peligrosa Italia de 2014, dos familias mafiosas, los Sandoval y los Roche, viven en un tenso equilibrio gracias a un pacto inquebrantable: los Sandoval no deben cruzar el territorio de los Roche ni interferir en sus negocios. Durante años, esta tregua ha mantenido la paz entre los clanes enemigos.
Luca Roche, el hijo menor de los Roche, ha crecido bajo la sombra de este acuerdo, consciente de los límites que no debe cruzar. Sin embargo, su vida da un giro inesperado cuando comienza a sentir una atracción prohibida por Kain Sandoval, el carismático y enigmático heredero de la familia rival.
NovelToon tiene autorización de D J Becker para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
05
Kain intentó concentrarse en sus estudios, pero los gritos de su padre y Hana en la habitación contigua se lo impedían. No era raro que sus noches se vieran interrumpidas por las acaloradas discusiones entre Daniel y Hana. Aunque nunca había sabido exactamente el motivo de esas peleas, cada vez que sucedían, sentía una mezcla de ira y desesperación.
Los gritos se intensificaron, cada palabra cortante y llena de veneno. Kain cerró los ojos, tratando de bloquear el ruido, pero fue en vano. De repente, el griterío cesó y un incómodo silencio se instaló en la casa, tan pesado que parecía anunciar algo mucho peor. Segundos después, un estruendo rompió la calma, resonando por todo el pasillo.
El corazón de Kain se aceleró. Se levantó de un salto y corrió hacia la habitación de su padre, temiendo lo peor. Al llegar, abrió la puerta de golpe y lo que vio lo dejó sin aliento.
Daniel estaba de pie, con el cinturón en la mano, su rostro contorsionado por la furia. Hana, en el suelo, lloraba en silencio, su cuerpo temblando de dolor y miedo.
—¡¿Qué demonios está pasando aquí?! —gritó Kain, su voz resonando en la habitación.
Daniel se giró lentamente, sus ojos inyectados en sangre clavándose en su hijo. Kain sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero no apartó la mirada.
—Esto no es asunto tuyo, Kain. Vuelve a tu habitación —ordenó Daniel, su voz fría y autoritaria.
Kain dio un paso adelante, su cuerpo tenso y sus manos apretadas en puños.
—No voy a permitir que sigas haciendo esto. ¡Déjala en paz!
Daniel soltó un gruñido, levantando el cinturón de nuevo. Kain, movido por una mezcla de ira y protección, se interpuso entre su padre y Hana.
—¿Vas a golpearme a mí también? —desafió Kain, su voz firme.
Daniel lo miró con una mezcla de sorpresa y rabia. Durante un momento que pareció eterno, padre e hijo se enfrentaron en un silencioso duelo de voluntades. Finalmente, Daniel bajó el cinturón, su expresión endureciéndose aún más.
—Hana debería aprender a mantener su boca cerrada —dijo Daniel, su tono gélido—. Ahora, sal de aquí, Kain. Esto no es asunto tuyo.
Kain sintió la frustración arder en su interior, pero sabía que enfrentarse físicamente a su padre no era la solución. Se giró hacia Hana, que seguía en el suelo, y le ofreció una mano.
—Ven, Hana. Vamos —dijo suavemente, ayudándola a levantarse.
Hana tomó su mano, sus ojos llenos de gratitud y dolor. Con cuidado, Kain la ayudó a salir de la habitación, sin mirar atrás. Una vez fuera, cerró la puerta con un golpe sordo, aislándolos temporalmente del terror que habitaba al otro lado.
Llevó a Hana a su habitación, donde la ayudó a sentarse en la cama. Buscó un pañuelo y le limpió las lágrimas del rostro, su corazón apretándose al ver las marcas del maltrato.
—¿Estás bien? —preguntó Kain, su voz suave y preocupada.
Hana asintió débilmente, pero Kain sabía que la herida más profunda no era la física. Se sentó a su lado, tratando de ofrecerle consuelo.
—No entiendo por qué te quedas con él —dijo Kain, su voz llena de dolor—. No tienes que soportar esto.
Hana lo miró con ojos llenos de tristeza.
—Kain, es complicado... He tratado de protegerlos a ti y a tus hermanos. Sé que Daniel no es fácil, pero... siento que no tengo otra opción.
Kain sintió un nudo en la garganta. Odiaba la impotencia que sentía, la incapacidad de cambiar la situación de inmediato.
—Encontraremos una manera de salir de esto, Hana. Te lo prometo. No permitiré que siga haciéndote daño.
Hana asintió, aunque su mirada reflejaba la resignación acumulada por años de sufrimiento. Kain se quedó con ella hasta que se quedó dormida, asegurándose de que estuviera lo más cómoda posible.
Cuando finalmente regresó a su habitación, Kain se dejó caer en la cama, exhausto emocionalmente. Cerró los ojos, tratando de encontrar algún consuelo en la oscuridad. Sus pensamientos volvieron a Luca, a la esperanza que había encontrado en él. Sabía que necesitaba ser fuerte, no solo por Hana y sus hermanos, sino también por sí mismo y por el futuro que deseaba construir.
Mientras la noche avanzaba lentamente, Kain prometió a sí mismo que no dejaría que la oscuridad de su hogar definiera su vida. Tenía que encontrar una manera de escapar, de proteger a aquellos que amaba y de construir un futuro mejor, sin el miedo y la violencia que habían marcado su pasado. Y con Luca a su lado, sentía que tal vez, solo tal vez, podía encontrar la fuerza para hacerlo.
Mientras la madrugada caía, Kain, sumido en un profundo sueño, fue bruscamente arrancado de sus sueños por unas fuertes manos. Abrió los ojos de golpe y se encontró con dos hombres que trabajaban para su padre, quienes lo sacaron de la cama y lo arrastraron fuera de su habitación. Sin darle tiempo a reaccionar, lo empujaron escaleras abajo. Kain se golpeó con fuerza el pecho y las rodillas al caer, pero, con gran esfuerzo, logró ponerse en pie mientras los hombres lo levantaban nuevamente.
Lo llevaron al despacho de su padre y lo tiraron dentro sin ningún miramiento. Kain cayó de rodillas ante Daniel, quien lo observaba desde su imponente posición detrás del escritorio.
—Aprende a no meterte en problemas de marido y mujer —dijo Daniel con voz fría y amenazante—. Y no pienses que soy idiota. Sé que hiciste ese proyecto con el hijo de los Roche. Te di la oportunidad de decir la verdad, Kain.
Kain abrió la boca para defenderse, pero antes de que pudiera pronunciar una palabra, sintió el primer golpe. Los dos hombres, siguiendo las órdenes de Daniel, comenzaron a golpearlo sin piedad. Cada golpe lo dejaba sin aliento, y el dolor se expandía por todo su cuerpo. Intentó protegerse con los brazos, pero era inútil contra la brutalidad de sus agresores.
El sonido de los golpes resonaba en la habitación, acompañado por los gruñidos de esfuerzo de los hombres y los jadeos de dolor de Kain. Daniel observaba impasible, su rostro una máscara de desdén.
—Te advertí que no toleraría las mentiras, Kain. Y mucho menos las traiciones —continuó Daniel, su voz cortante.
Kain, a pesar del dolor y la confusión, levantó la cabeza y miró a su padre con una mezcla de odio y desafío.
—No es una traición querer ser honesto y vivir mi propia vida —dijo con voz entrecortada por los golpes—. No es una traición querer proteger a quienes amo.
Daniel se inclinó hacia adelante, sus ojos brillando con una furia contenida.
—¿Proteger a quienes amas? —se burló—. No tienes idea de lo que significa proteger a una familia. Todo lo que hago, lo hago por el bien de esta familia, aunque tú no lo entiendas.
Otro golpe impactó en el costado de Kain, haciéndolo caer al suelo. Sentía que el mundo se desmoronaba a su alrededor, pero se aferraba a su voluntad de no ceder ante su padre.
—No, todo lo que haces lo haces por ti mismo y por tu poder —replicó Kain, con cada palabra saliendo con esfuerzo—. Pero yo no seré como tú.
Daniel se levantó de su silla, caminando lentamente hacia Kain. Se agachó para quedar a su altura, su rostro a solo unos centímetros del de su hijo.
—Eso lo veremos —dijo con voz baja y peligrosa—. Porque mientras vivas bajo mi techo, seguirás mis reglas.
Se puso de pie y asintió a los hombres, quienes soltaron a Kain y se retiraron del despacho. Kain, herido y dolorido, intentó levantarse, tambaleándose mientras lo hacía.
—Lárgate de mí vista y aprende esta lección, Kain. La próxima vez, no seré tan indulgente.
Kain, con cada movimiento enviando oleadas de dolor a través de su cuerpo, salió del despacho sin mirar atrás. Tropezó por el pasillo, apoyándose en las paredes para mantenerse en pie, y finalmente llegó a su habitación. Se dejó caer en la cama, su cuerpo temblando de agotamiento y dolor.
A pesar de todo, una determinación férrea creció dentro de él. Sabía que no podía seguir viviendo así, bajo el control de un padre que no comprendía el verdadero significado del amor y la protección. Pensó en Luca, en la esperanza y la calidez que sentía cuando estaba con él, y decidió que encontraría una manera de escapar de aquella vida de violencia y miedo.
Mientras el dolor se transformaba en una ardiente resolución, Kain se prometió a sí mismo que lucharía por un futuro diferente. Un futuro donde pudiera ser libre y proteger a quienes amaba, lejos de las garras de su padre. En esa oscura madrugada, entre la agonía y la esperanza, Kain encontró la fuerza para seguir adelante y desafiar el destino que Daniel había trazado para él.
A la mañana siguiente, Luca esperaba a Kain en el campus con dos cafés fríos, su mirada ansiosa buscando entre los estudiantes que llegaban. Cuando finalmente vio a Kain acercarse, una sonrisa entusiasta iluminó su rostro. Sin embargo, en cuanto Kain se quitó el casco, el entusiasmo de Luca se desvaneció al notar las heridas y moretones en la cara de su amigo.
—¿Qué te pasó en la cara? —preguntó Luca, su voz llena de preocupación.
Kain intentó sonreír, pero el dolor hizo que la mueca se convirtiera en una expresión forzada.
—Estoy practicando boxeo, eso es todo —respondió, mintiendo para no preocupar a Luca.
Luca frunció el ceño, claramente no convencido, pero decidió no presionar más a Kain en ese momento. La preocupación seguía latente en su mirada, pero trató de no dejarse llevar por ella.
—¿Esos cafés son para compartir? —preguntó Kain, señalando los vasos con una sonrisa más genuina, tratando de cambiar de tema y aliviar la tensión.
Luca, saliendo de sus pensamientos, asintió y le entregó uno de los cafés a Kain.
—Sí, pensé que podríamos necesitarlos esta mañana —dijo, tratando de mantener un tono ligero.
Ambos se sentaron en una banca cercana, disfrutando de los cafés fríos mientras observaban el bullicio de la universidad a su alrededor. Luca seguía preocupado, pero decidió esperar a que Kain estuviera listo para hablar. No quería presionarlo más de lo necesario.
—¿Tienes alguna clase importante hoy? —preguntó Kain, intentando mantener la conversación en marcha.
Luca tomó un sorbo de su café y negó con la cabeza.
—Nada demasiado complicado. ¿Y tú? —preguntó, queriendo saber más sobre el día de Kain.
Kain se encogió de hombros.
—Lo usual. Algunas clases de la mañana y luego tengo un tiempo libre. Podríamos aprovechar para hacer algo juntos si te apetece.
Luca sonrió ante la idea de pasar más tiempo con Kain.
—Me parece una gran idea. Podemos relajarnos un poco después de las clases —respondió, sintiéndose más aliviado.
Pasaron el resto de la mañana juntos, asistiendo a sus respectivas clases pero encontrando momentos para reunirse y hablar sobre sus días. La presencia de Luca era un ancla para Kain, dándole la estabilidad y el apoyo que tanto necesitaba. Por su parte, Luca se sentía más tranquilo sabiendo que Kain estaba allí, aunque aún le preocupaban las heridas de su amigo.
Cuando terminaron las clases, se reunieron de nuevo en el campus. Kain sugirió que fueran a su lugar habitual para comer, una pequeña pizzería cerca de la universidad donde solían ir a relajarse y hablar.
Al llegar, pidieron su comida y se acomodaron en una mesa en el rincón más apartado. Mientras esperaban, Luca decidió abordar el tema de manera más delicada.
—Kain, sabes que puedes contarme lo que sea, ¿verdad? —dijo Luca, su voz llena de sinceridad—. No quiero presionarte, pero me preocupa verte así.
Kain suspiró, sabiendo que no podía seguir ocultando la verdad a su amigo. Pero también sabía que debía protegerlo de la realidad brutal de su vida en casa.
—Lo sé, Luca. Aprecio tu preocupación, de verdad. Solo... hay cosas que son difíciles de explicar. Pero prometo que estoy bien —respondió Kain, tratando de sonar convincente.
Luca asintió, aunque no del todo convencido, y decidió no presionar más. Sabía que Kain hablaría cuando estuviera listo. La comida llegó y ambos comenzaron a comer, disfrutando de la compañía mutua.
—Entonces, ¿qué planes tienes para el fin de semana? —preguntó Luca, cambiando el tema a algo más ligero.
Kain sonrió, agradecido por el cambio de tema.
—No mucho. Quizás podamos hacer algo juntos. ¿Tienes alguna idea?
Luca se quedó pensativo por un momento.
—Podríamos hacer una pequeña escapada a la playa. Relajarnos, alejarnos de todo por un rato —sugirió, su voz llena de anhelo.
Kain se alegró, encantado con la idea.
—Suena perfecto. Vamos a planearlo entonces —dijo, sintiendo una chispa de emoción.
Ambos continuaron hablando y haciendo planes, disfrutando del tiempo juntos y olvidando temporalmente los problemas que los rodeaban. Para Kain, estar con Luca era un respiro en medio de la tormenta, un momento de paz que atesoraba profundamente. Luca, por su parte, sentía que su conexión con Kain se hacía más fuerte cada día, y estaba decidido a estar a su lado, sin importar las dificultades.
Mientras la tarde se convertía en noche, Kain y Luca habían planeado su escapa a la playa, ambos recogerían unas pocas mudas de ropa, y luego Kain pasaría por él en un lugar donde nadie podría verlos.
Luca llegó a su mansión con la esperanza de encontrar a su padre disponible para poder hablar con él. Recorrió la casa, preguntando a todos los trabajadores que se encontraba en su camino, pero nadie parecía saber dónde estaba Edmundo. Finalmente, uno de los guardias de confianza de su padre le informó que estaba en la bodega revisando unas botellas de vino.
Luca se dirigió inmediatamente hacia la bodega. Al entrar, encontró a su padre revisando las etiquetas de las botellas y probando algún que otro vino. El ambiente era fresco y tranquilo, con las luces tenues iluminando las filas de botellas perfectamente alineadas.
—¿Qué pasa? —preguntó Edmundo, sin levantar la vista, al sentir la presencia de su hijo.
—No quería molestarte, papá —dijo Luca, acercándose—, pero este fin de semana haré un viaje con los compañeros de la universidad y necesito algo de dinero.
Edmundo asintió, sacando un fajo de euros de su cartera y entregándoselo a Luca.
—Aquí tienes —dijo Edmundo, observando a su hijo con una mirada evaluadora—. Pronto cumplirás 20 años, Luca, y me vendría bien una mano más en la importadora.
Luca miró a su padre, sintiendo la presión de las expectativas familiares.
—Dame tiempo, papá. Déjame terminar con los estudios y te ayudaré —respondió, intentando mantener un tono conciliador.
Edmundo frunció el ceño, claramente insatisfecho con la respuesta.
—Te faltan cinco años para terminar tus estudios, Luca. ¿Cuándo crees que empezarás a trabajar conmigo? —preguntó, su voz cargada de impaciencia.
Luca suspiró, sintiendo el peso de la conversación.
—Pero está Angel —dijo, esperando que su hermano mayor pudiera asumir más responsabilidades.
Edmundo asintió, pero su expresión no cambió.
—Sí, Angel hace un buen trabajo como director, pero tú serás quien lleve las finanzas. Necesito a alguien de confianza para esa posición, y ese alguien eres tú.
Luca sintió un nudo en el estómago. Sabía que su padre no aceptaría fácilmente una negativa, pero también sabía que no estaba listo para asumir esa responsabilidad tan pronto.
—Papá, entiendo lo importante que es la empresa para ti, pero también necesito tiempo para crecer y aprender. Quiero estar preparado cuando llegue el momento de asumir ese papel —dijo, tratando de encontrar un equilibrio entre sus propios deseos y las expectativas de su padre.
Edmundo observó a Luca en silencio durante unos momentos, evaluando sus palabras. Finalmente, asintió lentamente.
—Está bien, Luca. Te daré un poco más de tiempo, pero no lo malgastes. Necesito que estés listo cuando te llame —dijo Edmundo, su tono firme pero menos severo.
Luca asintió, sintiéndose aliviado por haber ganado algo de tiempo.
—Gracias, papá. No te decepcionaré —dijo con sinceridad.
Edmundo volvió a concentrarse en las botellas de vino, pero antes de que Luca pudiera irse, habló de nuevo.
—Disfruta tu viaje, Luca. Y recuerda lo que te dije. La familia siempre debe estar primero.
Luca asintió y salió de la bodega, su mente llena de pensamientos y preocupaciones. Sabía que su padre tenía razón en cuanto a la importancia de la familia y los negocios, pero también sabía que necesitaba encontrar su propio camino, uno que pudiera equilibrar sus responsabilidades con sus sueños y deseos.
Mientras subía las escaleras, pensó en Kain y en la escapada a la playa que habían planeado. Sería un respiro necesario, una oportunidad para alejarse de las presiones familiares y disfrutar de la compañía de alguien que realmente lo entendía. Decidido a aprovechar al máximo ese tiempo, Luca se dirigió a su habitación para prepararse para el fin de semana.
Esa noche, mientras empacaba sus cosas, Luca se sintió dividido entre las expectativas de su familia y su propia búsqueda de independencia. Sabía que el camino por delante no sería fácil, pero con Kain a su lado, sentía que podía enfrentar cualquier desafío. Con esa determinación en mente, se preparó para el viaje, listo para encontrar un equilibrio entre sus responsabilidades y sus sueños.