— ¡Suéltame, me lastimas! —gritó Zaira mientras Marck la arrastraba hacia la casa que alguna vez fue de su familia.
— ¡Ibas a foll*rtelo! —rugió con rabia descontrolada, su voz temblando de celos—. ¡Estabas a punto de acostarte con ese imbécil cuando eres mi esposa! — Su agarre en el brazo de Zaira se hizo más fuerte.
— ¿Por qué no me dejas en paz? —gritó, sus palabras cargadas de rabia y dolor—. ¡Quiero el divorcio! Ya te vengaste de mi padre por todo el daño que le hizo a tu familia. Te quedaste con todos sus bienes, lo conseguiste todo... ¡Ahora déjame en paz! No entiendes que te odio por todo lo que nos hiciste. ¡Te detesto! —Las lágrimas brotaban de sus ojos mientras su pecho se llenaba de impotencia.
Las palabras de Zaira hirieron a Marck. Su miedo más profundo se hacía realidad: ella quería dejarlo, y eso lo aterraba. Con manos temblorosas, la atrajo bruscamente y la besó con desesperación.
— Aunque me odies —murmuró, con una voz rota y peligrosa—, siempre serás mía.
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Capitulo 13: Lo siento... pero no me interesas
NARRADORA
—Solo tengo una pregunta... —dijo Valentina, rompiendo el silencio mientras caminaban por la acera.
Zaira, que iba unos pasos delante, la miró de reojo.
—Dime —respondió sin detenerse, pero con curiosidad en su voz.
Valentina la observó un momento, su expresión mezcla de incredulidad y burla, y finalmente soltó.
—¿Eres tonta o te haces?
Zaira frunció el ceño, claramente desconcertada por el comentario.
—¿Por qué? —preguntó, ralentizando el paso.
—¡Porque ese tremendo hombre te invitó a salir y tú lo rechazaste! —exclamó Valentina, deteniéndose dramáticamente y alzando las manos al cielo, como si no pudiera creer lo que acababa de suceder.
Zaira soltó una pequeña risa y sacudió la cabeza. No era la primera vez que Valentina hacía un espectáculo de algo así.
—Primero, es un completo extraño —comenzó a explicar Zaira, con un tono paciente—. Y segundo, no me interesa —Zaira hizo una pausa y la miró de frente—. En estos momentos no quiero salir con nadie, ¿vale?
Valentina la miró como si estuviera escuchando un idioma que no entendía. Luego, llevó las manos a la cabeza, fingiendo desesperación.
—¡Dios! ¿Por qué no me hiciste chocar con él? ¡Hubiera aceptado la salida sin pensarlo dos veces! —exclamó Valentina, fingiendo dramatismo, antes de soltar una risa traviesa—. Aunque... también podría decir que ese hombre se chocó contigo a propósito, para invitarte... —agregó, lanzándole una mirada cómplice mientras le daba un suave empujón con la cadera.
Zaira rodó los ojos, aunque no pudo evitar sonreír un poco ante las ocurrencias de su amiga.
—Solo espero que estés equivocada —dijo finalmente, dejando caer los hombros, su tono más serio—. Soporto a Cristian porque es mi amigo, y lo quiero... pero un hombre que no conozco, ya es otra cosa... —sacudió la cabeza lentamente—. Si es el caso, tendré que ser clara y decirle las cosas como son.
Valentina soltó un suspiro exagerado y teatral, llevando una mano al pecho como si estuviera profundamente afectada.
—Ay, amiga, si yo tuviera tus problemas... —dijo con una sonrisa pícara—. Tendrías que apartar a los hombres de mi puerta todos los días —añadió, lanzando una carcajada mientras seguían caminando.
Zaira negó con la cabeza, divertida. Aunque a veces sus comentarios eran absurdos, Valentina tenía esa capacidad de hacerla olvidar por unos momentos las preocupaciones que la perseguían, una de sus facetas.
(Valentina)
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Mas tarde... NARRADORA
—Bueno... ya era hora de que sintieras lo que es ser rechazado —dijo Fabricio, soltando una carcajada mientras observaba a Marck con burla.
—Cállate, imbécil —gruñó Marck, apretando el vaso de tequila en su mano antes de beber el último sorbo con rabia.
—Solo espero que ese rechazo fuera porque eras un desconocido... y no porque, al verte, no sintió nada. —Fabricio volvió a reír—. ¿No será que estás perdiendo tus encantos, Marck?
El vaso vacío golpeó la mesa con fuerza, y Marck se levantó de su asiento, encarando a su amigo con una mirada fría y amenazante.
—Lárgate antes de que te rompa la cara.
Fabricio, lejos de asustarse, sonrió ampliamente mientras se ponía de pie. Estaba a punto de salir cuando la voz de Marck lo detuvo.
—Dile a Jorge que no le quite los ojos de encima —ordenó Marck, su tono afilado.
—Sí, no te preocupes —contestó Fabricio con desdén, encogiéndose de hombros antes de abandonar la habitación.
Cuando se quedó solo, el silencio envolvió a Marck. Se frotó la frente, irritado, tratando de deshacerse de la creciente frustración. A pesar de lo que le había dicho a Fabricio, el rechazo le dolía más de lo que estaba dispuesto a admitir. La idea de que ella no hubiera sentido nada al verlo lo carcomía por dentro.
Sabía que hacer que Zaira aceptara su propuesta de matrimonio no iba a ser fácil. Estaba dispuesto a llegar hasta el final.
Marck soltó un largo suspiro, sus ojos fijos en el horizonte más allá de la ventana, donde las luces de la ciudad se encendían en el crepúsculo. Su mente era un torbellino de pensamientos contradictorios. De pronto, su teléfono vibró en el bolsillo de su pantalón. Al sacarlo, vio el nombre de su abuelo en la pantalla. Otro suspiro escapó de sus labios, más pesado esta vez. Sabía perfectamente que lo llamaba para tratar de convencerlo de no llevar a cabo su venganza, una insistencia que seguramente venía también de parte de su madre. que probablemente le habría pedido a su padre que hablara con él.
Con resignación, deslizó el dedo por la pantalla y se llevó el teléfono a la oreja.
—Hola, abuelo... —dijo, su voz más cansada que de costumbre—. ¿Cómo estás?
—Hola, Marck. Bien, hijo, bien —respondió el anciano con un tono sereno, pero cargado de preocupación.
—¿Y mamá? —preguntó Marck rápidamente, intentando esquivar la conversación que sabía que venía—. ¿Está bien?
—Sí, hijo. Tu madre está bien —dijo el abuelo tras una breve pausa— ¿Cómo va la sucursal? Ya deberías estar aquí.
—Todavía tengo asuntos que atender aquí, abuelo —respondió, su tono frío y distante.
El abuelo suspiró al otro lado de la línea, una señal de que venía lo inevitable.
—Marck, deberías pensar en lo que te dije hace unos meses, cuando hablamos... —comenzó el anciano con una voz cargada de preocupación—. La venganza nunca trae nada bueno, hijo.
Hubo un largo silencio. Marck apretó el teléfono con más fuerza. La ira seguía viva en su interior, incandescente, alimentada por años de resentimiento. Pensó en todo lo que había sufrido junto a su madre, en la miseria, en la enfermedad, en las humillaciones que habían tenido que soportar después de la muerte de su padre.
—Quiero complacerlos, abuelo, lo juro —respondió finalmente, su voz tensa—. Pero no puedo... Nadie sabe lo que tuvimos que pasar por culpa de ese maldito. Si no hago algo, si no lo hago pagar, nunca voy a poder estar tranquilo.
Al otro lado de la línea, el abuelo de Marck permaneció en silencio durante unos segundos, como si buscara las palabras adecuadas. Sabía lo mucho que Fabián Ocampo les había arrebatado, cómo había arruinado a Octavio, el padre de Marck, y cómo esa tragedia había condenado a Clara, a una vida de miseria.
Recordaba con claridad como después de su regreso, Clara le contaba como habían vivido en aquel diminuto y destartalado apartamento en Buenos Aires. Clara, trabajando de sol a sol, ganando lo suficiente solo para mantenerlos a flote. Y luego, cuando enfermó, las cosas empeoraron. La falta de atención médica le había dejado secuelas permanentes: su tos crónica, que volvía cada vez que le daban sus recaídas, era solo una de las huellas de esa pobreza cruel.
—Hijo, lo entiendo —dijo al fin el abuelo, con una profunda tristeza en su voz—. Sé lo que has sufrido, lo que han sufrido tú y tu madre. Fabián Ocampo merece pagar por lo que les hizo... pero te lo digo como un hombre viejo que ha visto muchas cosas. En una venganza, siempre hay más personas heridas de las que imaginas. A veces, son los inocentes los que pagan el precio más alto.
Marck cerró los ojos, intentando mantener la calma. No quería escuchar esas palabras, no ahora. Él no veía inocentes, solo culpables. Fabián había destruido a su familia, y para Marck, eso era lo único que importaba.
—Abuelo... mejor cambiemos de tema, ¿sí? —dijo, su tono más cortante—. Ahora no estoy de buen humor para hablar de esto.
El abuelo entendió el mensaje. Soltó un suspiro, más largo que los anteriores. Conocía a su nieto, sabía que había en él una furia profunda que no se calmaría con facilidad. Y aunque Marck estaba convencido de que la venganza le traería paz, el abuelo sabía que esa paz sería efímera.
—De acuerdo, hijo —respondió finalmente—. Solo te pido que pienses bien en lo que vas a hacer. La venganza no te devolverá lo que perdiste.
Marck no respondió de inmediato. Desde la ventana, veía las luces de la ciudad parpadear como estrellas artificiales, pero su mente estaba a kilómetros de distancia, perdida en recuerdos oscuros y dolorosos.
—Lo pensaré, abuelo —murmuró al final, aunque sin convicción.
—Eso es todo lo que te pido, Marck. Cuídate, hijo.
—Tú también, abuelo —dijo antes de cortar la llamada.
Marck dejó el teléfono sobre la mesa y se frotó el rostro con las manos, como si intentara borrar de su piel las marcas de la conversación.
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NARRADORA
Al día siguiente, Marck conducía su auto por las calles de Florencia, Jorge le había informado que Zaira estaba en una cafetería cercana, y eso le ofrecía una oportunidad perfecta para avanzar en sus planes. Mientras giraba en una esquina y se acercaba a su destino, sus dedos tamborileaban en el volante, una mezcla de nerviosismo y determinación. Aparcó el coche, respiró profundamente y salió, cerrando la puerta con un leve golpe.
La cafetería tenía un aire acogedor, algo que no esperaba. La decoración estaba llena de plantas, con hojas verdes que colgaban desde el techo y daban al lugar una atmósfera cálida y relajante. Sus ojos se movieron rápidamente por el lugar hasta que la vio.
Zaira estaba sentada en una pequeña mesa junto a la ventana, con varios libros abiertos frente a ella y una taza vacía. El sol de la tarde se filtraba por el cristal, iluminando suavemente su rostro. Por un momento, Marck se quedó allí, observándola, incapaz de evitar admirarla. Zaira era una mujer increíblemente hermosa. Incluso en su sencillez, destacaba de una manera que pocos lograban. Y aunque sabía que su objetivo con ella era más que emocional, había algo en su presencia que lo detenía por unos segundos.
Finalmente, soltó un leve suspiro, sacudiendo esa breve fascinación, y decidió acercarse. Caminó con pasos seguros hacia su mesa, manteniendo una expresión neutral pero amistosa. Cuando llegó junto a ella, dijo con una sonrisa en los labios.
—Hola, ¿te importaría si me siento aquí?
Zaira levantó la mirada de su libro y lo observó por unos largos segundos, como si estuviera decidiendo si tolerar su presencia o no. Sus ojos, aunque calmados, parecían analizar cada detalle de Marck, lo cual lo incomodaba un poco.
—Sí, claro... de todos modos ya me iba —respondió ella finalmente, con una voz que no delataba ninguna emoción.
Zaira comenzó a recoger sus libros, metiéndolos con calma en su bolso. A Marck le irritó ese gesto, pues sabía que no era verdad que se iba porque realmente tuviera que hacerlo. Ella solo estaba intentando evitar su presencia, y ese rechazo, aunque educado, le molestaba profundamente.
Zaira se levantó lentamente, acomodando su bolso en el hombro. Se dirigió hacia la caja para pagar su café, pero antes de que pudiera dar unos pocos pasos, Marck la interceptó, colocándose frente a ella.
—No era necesario que te fueras. —comentó, su tono suave pero con una ligera insistencia.
Zaira lo miró directamente a los ojos, sin perder la compostura, y con un aire de firmeza.
—Como te dije, me tengo que ir —repitió, esta vez con más énfasis.
Sin más, Zaira caminó hacia la caja, pagó su café y salió de la cafetería sin mirar atrás. Marck observó su figura mientras cruzaba la puerta, sintiendo una frustración que se intensificaba. No estaba dispuesto a rendirse tan fácilmente. Soltó otro suspiro y salió tras ella, acelerando el paso para alcanzarla.
—¿A dónde vas? —preguntó mientras se colocaba a su lado—. ¿Puedo llevarte?
Zaira lo miró de reojo, claramente irritada.
—No creo que te importe —respondió con frialdad, su voz cortante.
Marck sonrió, manteniendo su tono relajado, intentando que el ambiente no se volviera tenso.
—Si no me importara, ¿crees que te estaría preguntando? —dijo, con una sonrisa que intentaba suavizar la situación.
Zaira suspiró con resignación.
—Voy a una pista de patinaje que queda a unas cuantas calles de aquí. —dijo finalmente, esperando que eso bastara para que él se diera por vencido.
Pero Marck no estaba dispuesto a soltar el tema tan fácilmente. Sin pensar demasiado, tomó suavemente su mano, intentando detenerla.
—Yo te puedo llevar. Mi auto está estacionado justo aquí cerca —le ofreció, su tono persuasivo, como si la invitación fuera una simple cortesía.
Zaira reaccionó inmediatamente, soltando su mano de la suya con rapidez.
—No, no es necesario —respondió con firmeza, sin dudar.
Continuó caminando, pero Marck no se dio por vencido. Aceleró el paso una vez más y se puso delante de ella, cortándole el camino. Zaira, exasperada, rodó los ojos y cruzó los brazos.
—¡Por Dios! —exclamó, claramente harta de la situación—. ¿Podrías dejarme en paz?
Marck levantó las manos en señal de rendición, pero antes de retroceder, decidió hacer un último intento.
—Está bien, lo haré... si me dejas invitarte a comer un día de estos —ofreció, su tono ahora más ligero, casi juguetón.
Zaira lo miró con cansancio. Estaba claro que no le interesaba prolongar la conversación.
—No te conozco —respondió, intentando cortar la conversación de una vez por todas.
—Podemos conocernos —dijo él, sonriendo con confianza—. Mi nombre es Marck, y el tuyo es...
Hizo una pausa, fingiendo no saber su nombre, esperando que ella se lo dijera.
Zaira, ya visiblemente agotada de la situación, soltó un suspiro profundo.
—Zaira... —dijo con desinterés.
Marck sonrió, como si saboreara la palabra.
—Zaira, qué bello nombre. —Hizo una pausa dramática antes de añadir—. Podríamos conocernos mejor Zaira, el día que salgamos a comer. ¿Qué te parece?
Zaira lo miró fijamente, sus ojos mostraban claramente que estaba cansada de los juegos.
—Sé lo que intentas... Y de verdad lo siento... pero no me interesas —dijo con firmeza, antes de darse la vuelta y marcharse.
Marck se quedó parado en medio de la acera, observándola mientras se alejaba. Apretó los puños con frustración y dejó escapar un suspiro profundo. No iba a ser fácil, pero estaba decidido. Conquistarla iba a requerir mucho más esfuerzo del que había imaginado, pero no estaba dispuesto a rendirse tan rápido.