Elizabeth Handford vive en la casa del frente, es una mujer amable, elegante, pero sobre todo muy hermosa.
La señora Handford ha estado casada dos veces, pero sus dos esposos ahora están muertos.
Sé que oculta algo, y tengo que descubrir qué es, especialmente ahora que está a punto de casarse de nuevo.
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17: El enigma de la lealtad
Desperté en una habitación de hospital, rodeada por un par de enfermeras que inmediatamente llamaron al médico encargado. Él me contó que una de las personas que vivía cerca de la zona donde me hallaron había escuchado disparos, y que la policía había llegado unos quince minutos después de eso, encontrando los cadáveres del oficial Cowan y su hijo, y a mí en un pésimo estado.
Un grupo de policías fue a verme una semana después de que desperté, tomando mi declaración de los hechos. Lo único que pude decir fue que, esa mañana, Henry me convenció de pasar el día juntos en un lugar que sólo él conocía. Al ver que me había llevado a un taller abandonado, supe que algo estaba mal e intenté huir, a lo que él se rehusó y me brindó varios golpes. Les dije que no supe el motivo por el que su padre se presentó en el lugar, pero aseguré que ambos eran culpables de las heridas que sufrí, y que asesinarlos fue simplemente un acto de defensa propia. Los policías sólo fueron a verme un par de veces, y después de eso, mi versión de los hechos ya estaba en los noticieros locales y en boca de todo el pueblo. De repente, me convertí en la persona más famosa de todo Lakeside.
El escándalo provocó que una persona inesperada apareciera en mi habitación de hospital, con una mirada de angustia y una oferta que me tomó por sorpresa. La señora Handford fue a verme el mismo día que la noticia se hizo pública, y me propuso pagar todos los gastos que requirieran los procedimientos para curar mis heridas. Quise decir que no, pero la realidad era que no tenía cómo pagar, por lo que acepté. Ella me aseguró que, estando casada con el señor Perlman, ahora tenía dinero para eso y más.
No fue fácil hablar con ella sabiendo todo lo que sé. Conozco su pasado, su historia, y sus verdaderas intenciones. Sé que somos familia, que fue abusada en su adolescencia y vendida como ganado. Sé que ha estado llevando a cabo una venganza que aún no termina, y que, de alguna manera, todo eso se relaciona conmigo también. No logro verla de la misma manera sabiendo todo eso, pero su comportamiento hacia mí me hizo cambiar de opinión en cuestión de semanas.
La recuperación de mi nariz rota tomó aproximadamente tres semanas. Mi hombro y rodilla requirieron mayores cuidados, pero no fue necesaria ninguna cirugía. Lo único que no pude recuperar fue el dedo índice que el oficial Cowan tomó de mí para siempre. Fueron seis semanas de utilizar un yeso y asistir a fisioterapias regularmente, recuperando poco a poco la movilidad de las zonas afectadas. Durante ese tiempo, la señora Handford estuvo a mi lado. Pasó cada día en mi habitación de hospital, llevando comida y hablando conmigo durante horas, hasta que llegaba la noche y regresaba a su hogar.
Cuando finalmente regresé a mi casa, ella continuó llevándome en su auto al hospital para las respectivas revisiones, y luego me transportaba de regreso. Durante casi dos meses, vi en ella una versión completamente diferente a la que conocía por bocas ajenas. No era la mujer malvada y despiadada que había imaginado por medio de historias y anécdotas. Ella se comportaba como la mujer que mi propia madre nunca fue para mí. Sin embargo, mi experiencia con Henry me recordaba que nunca es buena decisión confiar de más en una persona, y que a veces las buenas intenciones vienen acompañadas de un cuchillo que tarde o temprano terminará clavado en tu espalda.
Pasados dos meses, sentí que mi vida ya había cambiado para siempre. Lo sucedido con Henry me hizo comprender que meterme en asuntos que no me correspondían provocaba un daño en mí que era irreparable. La situación de la señora Handford me dañó física y emocionalmente, y todo fue culpa mía. Tuve que cancelar mi inscripción a este semestre de la universidad, poniendo en riesgo mi beca y el futuro que anhelo conseguir. Decidí que, ahora que conozco la historia que tanto intenté descifrar, ya no hay nada más que necesite seguir investigando. Sé la historia de Elizabeth Handford, y sé que aquellos hombres a los que asesinó eran monstruos que se merecían estar bajo tierra. No necesito saber nada más.
Su nombre era Julia Witte, estaba relacionada con mi madre, y me ofreció su ayuda debido a que soy su única familiar con vida. No hay más preguntas. No más incógnitas en mi cabeza que me quitan el sueño, o que provocan que mi cuerpo se levante por sí solo en las noches. El sonambulismo se detuvo, o al menos eso creo. Sí, hay algunas cosas que nunca logré descifrar, pero luego de despertar en esa camilla de hospital decidí dejarlas todas atrás. No me interesa enfocarme en algo que me provocará este tipo de daños. No me interesa seguir buscando una verdad que podría lastimarme más de lo que ya lo ha hecho. Ya no me interesa seguir acechando la vida de la señora Handford, y es por eso que tomé otra drástica decisión, que apenas he comenzado a planificar.
Han pasado más de dos meses desde que fui atacada por el oficial Cowan y su hijo en aquel taller abandonado, y el tema ya ha quedado en el olvido. Mi hombro y rodilla están casi recuperados por completo, y mi rostro no tiene ninguna marca que me recuerde aquel horrible día. Ahora, teniendo en cuenta que debo esperar hasta el siguiente semestre para iniciar clases, he dedicado todo mi tiempo a sumergirme en historias ficticias que me distraen de la realidad. Películas, series, libros… Unas vacaciones del mundo real no le vienen mal a nadie.
Me siento en uno de los sofás del salón principal, disponiéndome a comenzar a leer uno de mis libros pendientes, cuando escucho que una persona golpea a la puerta. Decido ignorarlo, pero los golpes insistentes provocan que me levante con un bufido y comience a caminar hacia la entrada. Son las cinco de la tarde, por lo que supongo que podría tratarse de la señora Handford, pues a esa hora llega a su casa después de visitar a su esposo. Le he preguntado por qué aún no viven juntos si ya están casados, y ella siempre se limita a responder que eso aún no es parte de sus planes. No quiero pensar más de la cuenta al respecto, por lo que nunca le pido más explicaciones.
Al abrir la puerta, me doy cuenta de que no es ella quien ha venido a visitarme.
–Grace –saluda él con su imponente voz. Siento su embriagante perfume ingresar al interior de mi casa. No he visto a Joe Perlman en más de dos meses, por lo que creí que al encontrarnos de nuevo no iba a sentir el mismo cosquilleo en el vientre que sentía cada vez que lo veía antes de que se casara con la señora Handford. Ahora, al verlo frente a mi puerta, me doy cuenta de que estaba equivocada, y ver su rostro me provoca mucho más que un cosquilleo. En sus manos sostiene un enorme ramo de flores, que sin poder evitarlo me hace sonreír.
–Señor Perlman –murmuro, desviando la mirada hacia la casa del frente–. ¿Liz necesita algo?
–No vine por Liz.
–¿Qué es lo que quieres?
La última vez que lo vi fue en la celebración de su boda, donde ambos estuvimos a punto de cometer un grave error. Le advertí que algo como eso no volvería a suceder, y que no quería verlo de nuevo. Ha hecho caso omiso a mis palabras, y tiene el descaro de visitarme cuando su esposa vive en la casa del frente.
–Quería ver cómo estabas.
–Viva y en una pieza, como puedes ver.
–¿Puedo pasar?
–¿Ella sabe que estás aquí?
–No, pero lo sabrá si no entro pronto.
Sé que dejarlo entrar es una mala idea, pero inevitablemente me hago a un lado para cederle el paso. Cierro la puerta cuando ingresa a la casa, al mismo tiempo que un escalofrío recorre mi espalda. Soy consciente de que ninguno de los esposos de la señora Handford ha sobrevivido a su matrimonio, y en este momento me estoy convirtiendo en un obstáculo que se interpone entre ella y su presa actual. Si no le doy fin a esto, terminaré presenciando la secuela de aquel combate que puso en riesgo mi vida, pero esta vez, contra la mujer que vive en la casa del frente.
–Te dije que ese amigo tuyo no me daba una buena impresión –dice él mientras camina por el interior de mi casa, observando todo con detalle. Yo le sigo el paso.
–Supongo que no soy buena analizando a las personas. A mí me parecía un chico muy agradable.
–¿Estás bien? –llegamos a la sala principal, donde antes estaba planeando leer. Él dirige la mirada hacia el sofá, y ve sobre éste el libro que me dio como obsequio tiempo atrás. Veo cómo sonríe con satisfacción, y al mismo tiempo deja el ramo de flores sobre la mesa de cristal en medio de la sala–. Y no me refiero a tus heridas, porque pareces estar bastante bien en ese aspecto. Me refiero a ti. ¿Cómo estás?
–Lo mejor que puedo –contesto en voz baja, viendo cómo se gira para verme a la cara.
–Lo que hiciste fue muy valiente. Lograste sobrevivir a ese par de psicópatas. Quiero decirte que es admirable que estés aquí, ahora. Sana y salva, por tu cuenta.
–Gracias.
Intento restarle importancia a sus palabras, pero soy consciente de que tiene razón. El ataque de los Cowan no sólo me llevó a abandonar mi investigación respecto a Elizabeth, sino que también provocó que inconscientemente me reprima a la idea de estar siempre dentro de mi casa, a salvo, donde nadie puede hacerme daño. Me cuesta salir a alguna parte sin pensar que en cualquier momento alguien intentará lastimarme. Intento disfrutar mi tiempo de descanso, sabiendo que cuando llegue el momento de regresar a la universidad no sabré cómo enfrentar todas esas miradas curiosas o las preguntas estúpidas que tendré que responder. No sé cómo podré establecer una amistad con alguna persona después de eso. Todas estas ideas comienzan a hacer que comprenda que, tal vez, quedarme en este pueblo después de lo que he sufrido no es muy buena idea.
–Quise venir a verte. Desde que supe lo que pasó, intenté ir al hospital. Cuando regresaste a tu casa también quise venir.
–¿Y qué te lo impidió?
–Tú sabes qué… Quién, en realidad.
–Al parecer ella no es un impedimento para ti ahora.
–Ahora ha dejado de enfocarse tanto en ti, pero hasta hace poco… No había ningún momento en el que pudiera visitarte sin que ella estuviera ahí, a tu lado, cuidándote. Creo que te ve como si ambas fueran…
–Familia –interrumpo con una sonrisa–. Es como si lo fuéramos.
–Exactamente –contesta dejando salir una pequeña carcajada–. Eso hará más difícil lo que estoy a punto de decir.
–Tengo curiosidad.
–Nosotros dejamos algo pendiente, Grace. Esa noche en la fiesta.
–Algo que fue un error.
Retrocedo al ver cómo se acerca a mí, con una sonrisa ladeada que me expresa sus intenciones.
–Para mí fue muchas cosas, excepto un error.
–¿Qué es lo que quieres?
–Grace…
Dejo de retroceder cuando llego hasta mi estante de libros. Él acerca su rostro hacia el mío, flexionando su torso debido a la gran diferencia de estatura.
–Aléjate.
–Yo te quiero a ti, Grace. No a ella.
–Pusiste un anillo en su dedo.
–Debió ser en el tuyo –lentamente toma una de mis manos, llevándola con lentitud hacia sus labios. Al depositar un beso sobre ésta, noto una mirada de lástima al ver la ausencia de uno de mis dedos. Deposita un beso nuevamente y yo alejo mi mano, avergonzada–. La luna de miel debió haber sido contigo. Sólo quiero estar contigo.
–No nos conocemos tanto como para…
–Quiero conocerte. Quiero todo de ti, y lo supe esa noche, cuando ambos estábamos sobre esa cama.
–No pasó nada en esa cama.
–Y sólo imaginar lo que pudo pasar me está volviendo loco –durante la conversación, sus labios se acercan peligrosamente a los míos–. Puedo jurarte, Grace, que desde esa noche sólo he pensado en terminar con la farsa que vivo con ella. De verdad quiero hacerlo.
–¿Y por qué no lo hiciste?
–Porque tenía miedo de perderte también. Ella tiene sus manos sobre ti, y… Pensé que si le hacía daño, te pondría en mi contra. No quiero que eso pase.
–No podemos estar juntos. Tú lo dijiste. Desde lo que me pasó… Ella es la única que ha estado a mi lado. Es la única que no me ha dejado sola.
–Yo pude haber estado a tu lado, Grace. Lo hubiese hecho si ella no estuviera en medio. Fue por eso que apenas pude venir a verte. Yo te puedo proteger. Puedo darte lo que quieras, cualquier cosa. Cualquier cosa que me pidas será tuya si sólo la pides. ¿No lo entiendes? Te ofrezco todo lo que tengo, Grace. Me ofrezco a ti.
–Ella es mi amiga…
–Sé que sientes lo mismo que yo, aunque quieras aparentar que no es así.
Siento cómo toma mi cintura y junta nuestros cuerpos, exterminando la distancia que nos separaba. Su mano libre sube lentamente por mi torso y se detiene en mi cuello, acercando nuestros rostros también.
–Está mal.
–No está mal si ambos lo sentimos –susurra junto a mis labios–. Voy a proponerte algo.
–¿Y qué es?
–Terminemos lo que iniciamos esa noche –sus palabras me aceleran el corazón de una manera que nunca creí posible. Al principio del día pensé que estaría toda la tarde leyendo un libro o viendo televisión, y ahora el hombre del que me he comenzado a enamorar aparece en mi casa y me propone aquello con lo que he soñado durante meses. Mi voz parece haber desaparecido, pues abro mi boca sin que ninguna palabra salga de ella–. Si te arrepientes, me iré y jamás volveré a buscarte. Sé que ambos queremos esto, y es la única oportunidad que tendremos.
–¿Y si no? –pregunto con voz queda, a lo que él frunce el ceño, confundido–. ¿Y si no me arrepiento? ¿Y si ya no quiero que paremos?
–Entonces me encargaré de convertirte en la mujer más feliz que existe.
Sin poder controlar más mis propios impulsos, me lanzo sobre su cuerpo y me entrego completamente a él, sabiendo que esta vez no hay nada ni nadie que nos interrumpa. Nuestros labios se unen en un beso desenfrenado que no se detiene hasta que nuestras respiraciones se agotan. Deposita sus manos sobre mis glúteos y me da un empujón hacia arriba, separándome del suelo y haciendo que mis piernas envuelvan su cintura, mientras sostiene el peso de mi cuerpo con sus musculosos brazos.
–¿Dónde está tu cuarto? –pregunta para después comenzar a besar mi cuello con desesperación. Intento contener cualquier gemido o ruido extraño que pueda salir de mis labios antes de responder.
–Arriba –digo a secas, sin poder formular más palabras. Aún teniéndome sobre él, comienza a caminar hacia las escaleras a un costado de la sala, subiendo los escalones mientras nuestros besos aumentan la profundidad.
Antes de llegar a mi cuarto ya me ha quitado toda la ropa de la parte superior de mi cuerpo, y en cuanto ambos caemos sobre la cama ya no hay nada que detenga las ansias que tenemos de un momento que imaginamos por tanto tiempo. Entre las sábanas nos entregamos el uno al otro en medio de suaves caricias y gemidos de pasión.
...***...
Estando entre los brazos de Joe Perlman tuve la seguridad de que no quería levantarme de la cama nunca más. Al observar el reloj colgado en una de las paredes de la habitación deduzco que llevamos aproximadamente treinta minutos en la misma posición, acostados uno junto al otro, en silencio. Los rayos de sol que ingresaban por la ventana han comenzado a desvanecerse, y la oscuridad empieza a tomar lugar dentro del cuarto.
–¿Y? –pregunta con voz ronca, interrumpiendo el cálido silencio que me brindaba tanta serenidad.
–¿Y? –repito con una pequeña sonrisa.
–Hicimos un trato –giro mi cabeza lentamente hacia arriba para verlo a la cara, sin levantarme de sus brazos–. Si te arrepientes, no volveré a visitarte, ni a buscarte.
–Me gustaría poder mentir –digo mientras deslizo una de mis manos sobre su abdomen desnudo y tonificado–. Me gustaría poder decir que me arrepiento.
–¿Por qué?
–Porque así no tendría que lidiar con el cargo de consciencia que siento ahora –vuelvo a bajar la cabeza, observando nuestros cuerpos unidos, sin ningún centímetro de distancia entre nosotros–. Liz ha estado a mi lado durante estos dos meses. Me ayudó a recuperarme de las heridas que esas personas me causaron.
–Ella no tiene que saber sobre esto.
–No seré una segunda opción.
–No me refiero a eso, Grace. Me refiero a que puedo darle fin a mi relación con ella sin que sepa que fuiste la causa. Le pediré el divorcio, y no volveré a verla. No tiene que saber de esto.
–Voy a irme, Joe –digo de repente, y al instante veo cómo su cuerpo se pone rígido.
–¿Irte? ¿De qué hablas?
–Me iré del pueblo.
–¿A dónde?
–No lo sé todavía. El dinero que me queda de mis padres es suficiente para vivir en otro pueblo pequeño. Además, si consigo trabajo podré pagar mi universidad. Sé que perderé la beca en cuanto me vaya, pero ahora mismo eso no me importa.
–Vive conmigo –ofrece repentinamente, provocando un vuelco en mi corazón. No me atrevo a levantar la mirada, pues estoy segura de que el color rojo de mi rostro me hará quedar en ridículo.
–¿Qué?
–Tú quieres irte, y yo vivo en una ciudad lejos de Lakeside. Le pediré el divorcio a Liz, pagaré lo necesario para que todo el proceso tarde menos de una semana, y entonces vendrás conmigo y ninguno de los dos regresará a este lugar.
–Es… Es demasiado apresurado.
–Te pagaré un apartamento, entonces, si lo que quieres es tu espacio. También puedo pagar tu universidad. Lo que dije hace un rato era cierto, Grace. Pídeme cualquier cosa y la tendrás.
Permanezco inmóvil a su lado, sin saber qué otra cosa decir o hacer. No creo tener la capacidad de resistirme a una propuesta así. No sólo estoy a punto de tener a Joe Perlman para siempre, siendo el hombre protagonista de mis pensamientos durante tanto tiempo, sino que también obtendré su dinero, y la posibilidad de formar una familia a su lado. No sé qué dirán las personas al respecto, viendo a una chica de veinte años siendo pareja de un hombre de cuarenta y cinco, pero… ¿Por qué debería importarme lo que digan las personas? No son ellos quienes pagarán los lujos que él me ofrece.
–Acepto –dije con una sonrisa, levantando mi mirada hacia él. Deja caer un profundo beso en mis labios, que acepto con satisfacción.
–Entonces está hecho. Hoy mismo le diré, y comenzaremos el proceso.
–Me parece bien.
Una parte de mí se siente culpable por mi decisión, pero la otra me dice que esto es justo lo que merezco. Después de todos los problemas que obtuve por culpa de la señora Handford, esto es alguna especie de compensación. Además, la señora Handford asesinó a la hija de Joe, por lo que estoy segura de que la historia con sus esposos estaba a punto de repetirse. Estar con el señor Perlman no sólo mejorará mi vida, sino que salvará la suya.
Luego de terminar el beso, mi rostro queda a escasos centímetros de su barbilla, en donde la cicatriz horizontal bajo su mandíbula se roba mi atención. Noté la cicatriz la primera vez que nos vimos, pero ésta es la primera ocasión en la que siento la suficiente confianza para preguntarle al respecto.
–¿Cómo te hiciste esto? –cuestiono mientras deslizo dos de mis dedos por aquella marca que parece llevar muchos años allí.
–En la escuela, jugando un partido de fútbol, tropecé y me lastimé –responde con seriedad, a lo que río levemente.
–No sabía que te gustaba el fútbol.
–No me gusta, tuve que jugar para tener una buena calificación. Moraleja, nunca juegues deportes en los que no eres buena.
–¿Y en qué eres bueno?
–Creo que ya lo averiguaste.
Dejo salir una carcajada cuando me toma de la cintura y me sienta sobre él, listo para repetir la que ha sido la mejor experiencia de mi vida.