En un tranquilo pueblo rodeado de montañas, Martín, un chico alto y reservado, siempre ha creído que su altura lo separa del mundo que lo rodea. Sofía, en cambio, pequeña pero llena de energía, ve el mundo desde una perspectiva completamente diferente. Un inesperado encuentro entre ellos hará que dos mundos opuestos se entrelacen de formas que ninguno imagina. Lo que comienza como un simple gesto de ayuda, pronto desatará emociones que pondrán a prueba sus propios límites. ¿Hasta dónde pueden llegar dos personas que ven la vida desde alturas tan distintas?
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Capítulo 3: El comienzo de una amistad.
Las semanas siguientes trajeron una nueva rutina para Martín y Sofía. Se encontraban con frecuencia en el café local o en la plaza, y sus charlas se volvían cada vez más largas y profundas. Aunque la conversación entre ellos solía ser reflexiva, ese día decidieron hacer algo diferente: un picnic improvisado en el parque.
— ¿Estás seguro de que no te importa traer todas estas cosas? — preguntó Sofía, mientras cargaba una cesta de picnic llena de bocadillos caseros y una manta.
— Claro que no, me parece bien —dijo Martín, llevando una caja con bocadillos que había preparado él mismo. — Además, pensé que podría ser divertido.
Encontraron un lugar bajo un gran árbol, donde la sombra y el suave murmullo de las hojas creaban un ambiente acogedor. Después de colocar todo en la manta, se sentaron a disfrutar de la comida y de la compañía.
— Así que, ¿qué te motivó a comenzar con la mecánica? — preguntó Sofía, mientras mordía un sándwich de jamón y queso.
— Mi papá era mecánico —contestó Martín, dando un sorbo a su bebida. — Crecí en el taller y me enseñó todo lo que sé. Al principio era solo por pasar tiempo con él, pero luego me di cuenta de que me gustaba realmente.
— ¡Qué lindo! — exclamó Sofía. — Mi familia no es tan habilidosa con las herramientas. Yo, en cambio, me dediqué a las manualidades y el diseño. Mis padres nunca entendieron por qué me gustaba tanto decorar cosas.
— ¿No te parece divertido que nuestras familias tengan habilidades tan distintas? — dijo Martín con una sonrisa. — En mi casa, arreglamos cosas, y en la tuya, las decoramos.
— ¡Es cierto! — Sofía se rió. — Es como si nos complementáramos, aunque no hay nada que arreglar aquí, solo cosas para comer.
Martín la miró y se dio cuenta de que Sofía tenía un don para ver el lado divertido de las cosas. Se estaba acostumbrando a su risa contagiosa y a su forma de convertir lo ordinario en algo memorable.
— Oye, ¿alguna vez has hecho algo de comida por accidente? — preguntó Martín, cambiando de tema.
— ¡Sí! — Sofía soltó una risa. — Una vez intenté hacer galletas para una fiesta y me salieron más duras que piedras. No se podían comer ni con un martillo.
— Eso suena horrible. ¿Cómo te deshiciste de ellas? — preguntó Martín, curioso.
— Las usé como “adornos” para un centro de mesa — dijo Sofía con un brillo en los ojos. — Nadie se dio cuenta y me salvó de un gran desastre culinario.
Martín no pudo evitar reírse. El tono juguetón de Sofía y sus historias ridículas le hacían el día más ligero.
— Bueno, al menos las galletas sirvieron para algo — dijo él con una sonrisa. — Aunque me pregunto si podrían haber servido también como herramienta de construcción.
Sofía lo miró con complicidad.
— Tal vez. Si algún día necesitas un ladrillo comestible, ya sabes a quién llamar.
La conversación continuó en un tono ligero y divertido, salpicada de bromas y anécdotas. Cuando terminaron de comer, Sofía se levantó para recoger la manta mientras Martín se encargaba de guardar los restos de comida.
— ¿Sabes? — dijo Sofía, mirando a Martín con una sonrisa amplia. — Este ha sido uno de los mejores días que he tenido en mucho tiempo.
— Me alegra escucharlo — respondió Martín. — Creo que también me lo he pasado muy bien. Y, por cierto, si alguna vez necesitas ayuda para tus “experimentos” culinarios, estoy dispuesto a probarlos.
Sofía se rió y le lanzó una mirada juguetona.
— Trato hecho. Aunque te advierto, mis experimentos pueden ser un poco… impredecibles.
Mientras caminaban de regreso al parque, Martín sintió una conexión más fuerte con Sofía. Aunque la diferencia de altura entre ellos era innegable, lo que compartían en esos momentos sencillos les hacía sentir como si estuvieran en el mismo nivel. La amistad entre ellos estaba empezando a florecer de una manera genuina y sincera.
... "De la Risa al Amor"...
En el principio fue la risa compartida,
un refugio en conversaciones sin final,
donde la amistad florecía en cada mirada,
y el tiempo se deslizaba sin igual.
Éramos dos almas buscando su reflejo,
en juegos de palabras y gestos sencillos,
y en cada encuentro, se tejía un lazo,
entre confidencias y sueños en brillos.
De la amistad nació un fulgor sutil,
un destello que comenzó a transformar,
lo que antes era simple compañerismo,
en un amor que empezó a brotar.
La chispa creció entre bromas y caricias,
entre sonrisas y silencios compartidos,
y en el entrelazamiento de nuestras vidas,
el amor comenzó a escribir sus ritos.
Así, en el cruce de caminos tan cercanos,
donde la amistad abrazó al amor naciente,
encontramos un jardín lleno de promesas,
donde florecen los sentimientos ardientes.