En un pequeño pueblo donde los sueños y la realidad a menudo se entrelazan, Valeria es una joven de 19 años que vive atrapada entre la inocencia de su corazón y las sombras de lo desconocido. Soñadora y curiosa, su vida da un giro inesperado cuando un misterioso desconocido se obsesiona con ella, llevándola a una encrucijada peligrosa. Atrapada en un matrimonio forzado, Valeria descubre que el amor que anhelaba no era más que una ilusión.
En medio de esta nueva vida, se encuentra con su esposo, un hombre de carácter difícil y secretos ocultos. A medida que Valeria navega por las tormentas de su nueva realidad, comienza a desentrañar capas de su propio ser y, poco a poco, descubre que el amor puede surgir en los lugares más inesperados.
Con giros inesperados y emociones intensas, esta historia es un viaje sobre el descubrimiento personal, la lucha por la libertad y la búsqueda del verdadero amor. ¿Podrá Valeria encontrar su voz en un mundo que intenta silenciarla?
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Capitulo XIV El padre de Leonardo
Desperté y me di cuenta de que estaba en la cabaña, vi a Leonardo sentado al lado mío con los dedos enredados en su cabello, intenté sentarme, pero estaba demasiado débil, él levantó la vista y al verme suspiro como aliviado.
“Me tenías preocupado, pensé que te perdería”. Dijo acariciando mis mejillas.
“Pensé que me habías abandonado en este lugar. ¿Y las personas que estaban afuera donde están?” Pregunté tratando de sentarme.
“Aquí no hay nadie más, solo tú y yo. Fui un momento al pueblo a comprar algo para ti y cuando llegue te encontré en el suelo fuera de la cabaña”. Explico Leonardo preocupado.
“Yo vi a dos personas venir hacia mí, llegaron en un carro negro, eran un hombre y una mujer”. Respondí segura de lo que había visto.
“Debió ser un delirio, creo que tuviste un ataque de ansiedad. Pensé que no demoraría, por eso te deje dormida, solo quería darte una sorpresa”. Dijo tomando mis manos.
“Pensé que me habías abandonado en este lugar”. Dije sinceramente.
“¿De verdad crees que soy así de malo como para dejarte botada aquí?”. Pregunto y pude notar una pizca de decepción en su mirada.
“Entiende que no te conozco, no sé qué piensas y mucho menos que sientes, además ya obtuviste de mí lo que querías, ya no hay nada que te haga estar interesado en mí”. Dije lo que estaba pensando, y nada era mentira, Leonardo solo quería acostarse conmigo y al final ya lo obtuvo, que razones le quedaban para seguir queriendo tenerme cerca.
“Si es cierto que yo quería hacerte mía y no te voy a negar que estaba loco por meterte en mi cama, pero tampoco soy un desgraciado que te voy a dejar botada en medio de la nada, después de lo que pasó anoche, ahora menos que nunca te voy a dejar ir, eres mía y además eres mi esposa y de ahora en adelante así te verá todo el mundo”. No podía creer en las palabras de Leonardo, él solamente quería tenerme feliz para seguir disfrutando de mi cuerpo.
Estuvimos en esa cabaña dos días más y finalmente regresamos a su casa.
Leonardo había reunido a todo el personal y les había indicado que yo soy la señora de la casa y que como tal me tenían que tratar. El personal estaba completo, yo nunca le dije que esas mujeres no fueron por mí para que bajara al comedor, no quería perjudicar a nadie igual yo no era nadie en esa casa. Subimos a la habitación y sin darme tiempo de nada, Leonardo me acorraló contra la pared, sin perder tiempo me volvió a hacer suya, no entendía por qué me gustaba tanto estar entre sus brazos y que me hiciera todo eso que siempre hacíamos.
Me quedé en la cama, recordando la primera vez que tuvimos intimidad, fue tan delicado, tan dulce, pero en otras ocasiones ha sido más rudo, como más apasionado.
En fin estar con él era lo mejor que me había pasado. Ese día que desperté sola en la cabaña Leonardo finalmente me dio el regalo que salió a comprar al pueblo. Me entrego un anillo muy hermoso, me dijo que ese era muy sencillo, que apenas estuviéramos en la ciudad me compraría algo mejor. Pero para mí era perfecto, no necesitaba otro mejor, ese me gustaba mucho.
Él me explico que ese anillo estaba hecho de oro blanco y que la piedra en el centro era un diamante y que ese anillo le recordaba a mi, pues era sencillo y delicado, pero con una fortaleza única. Sus palabras aún me hacían sonreír.
“Tu sonrisa es muy hermosa”. Comento Leonardo entrando a la habitación.
“Gracias”. Dije levantándome de la cama, envuelta en la sábana.
“¿Aún te da pena que te vea sin ropa?”. Pregunto con picardía.
“No estoy acostumbrada a que me vean sin nada encima”. Entre al baño y me di una ducha de agua caliente.
Estaba concentrada pensando en todo lo que me había pasado en tan pocos días. No hace mucho me casaría con Andrés y tendría una vida tranquila y ahora me encuentro casada con un desconocido y mi vida no es para nada tranquila, todo el tiempo estoy reflexionando que Leonardo pronto se cansará de mí y me echara de su vida. ¿Estoy preparada para eso?, no lo sé. Por ahora solo viviré esta parte de mi vida y después veré qué hago.
Salí del baño y me puse ropa cómoda, fui a buscar a Leonardo, ya que cuando salí del baño él ya no estaba por ningún lado, baje las escaleras apreciando la belleza de esa casa, todo parecía muy caro así que camine lejos sé cualquier cosa que se pudiera romper. Llegue a la sala y encontré a la señora Alexandra y a otro señor que imagino es el padre de Leonardo.
“Buenos días, señores”. Saludé educadamente viendo a los padres de Leonardo.
“¿Esta es la mujer por la que dejaste a Mariana Campos?”. Pregunto, el señor mirándome como si yo fuera peor que un perro callejero.
“Ella es mi esposa y te pido que cuides tus palabras, padre”. Intervino Leonardo con firmeza.
“Jajaja, pides respeto por una señorita que, quien sabe de donde la sacaste. Te lo advierto Leonardo, divorciarte de esa mujer y cásate con Mariana, si no te desheredo”.
Me sentí fuera de lugar, quería que la tierra me tragara, no estaba acostumbrada a tratar con este tipo de personas.
“Papá, te voy a pedir que por favor salgas de mi casa, no te permito ni a ti ni a nadie que se exprese mal de mi mujer”. Leonardo se veía verdaderamente molesto, me sentí apenada, pero yo no tenía culpa que el se haya encaprichado conmigo y que me haya obligado a casarme y a ser su mujer.
"La que se tiene que ir soy yo, permiso y disculpen los inconvenientes”. Solté la mano de Leonardo y subí a la habitación, estaba harta de esta familia, siempre haciéndome sentir como si no valiera nada, pero no es así, como persona tengo mucho más valor que ellos. Las lágrimas salían de mis ojos, pero no por sentirme menos, si no por no haber podido decirle sus cuatro verdades a ese señor.
Perdón es mi punto de vista.