En la turbulenta Inglaterra medieval, Lady Isabella de Worthington, una mujer de espíritu indomable y belleza inigualable, descubre la infidelidad de su marido, Lord Geoffrey. En una época donde las mujeres tienen pocas opciones, Isabella toma la valiente decisión de pedir el divorcio, algo prácticamente inaudito en su tiempo. Gracias a la ley de la región que otorga beneficios a la parte agraviada, Isabella logra quedarse con la mayoría de las propiedades y acciones de su exmarido.Liberada de las ataduras de un matrimonio infeliz, Isabella canaliza su energía y recursos en abrir su propia boutique en el corazón de Londres, un lugar donde las mujeres pueden encontrar los más exquisitos vestidos y accesorios. Su tienda rápidamente se convierte en el lugar de moda, atrayendo a la nobleza y a la realeza.
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Mirando hacia adelante
La celebración en la boutique continuaba con risas, charlas animadas y brindis que celebraban no solo la libertad de Isabella, sino también la prosperidad que ella y sus trabajadoras habían alcanzado. Sin embargo, mientras los demás disfrutaban de la fiesta, Isabella no podía evitar que sus pensamientos se volvieran hacia el futuro. Un futuro que, por primera vez en mucho tiempo, le parecía brillante y lleno de posibilidades.
Isabella, desde un rincón de la tienda, observaba cómo sus invitadas charlaban alegremente entre sí, mientras sus trabajadoras circulaban entre las mesas, ofreciendo copas de vino y pequeñas delicias. La tienda, brillaba con luz propia. Pero a pesar de la euforia y de la felicidad general, sus pensamientos vagaban hacia otro lugar. Más precisamente, hacia el hombre que estaba a su lado desde que su vida comenzó a cambiar.
Alexander se encontraba conversando con un grupo de nobles cerca de la entrada. Su porte impecable, su sonrisa confiada y sus gestos corteses lo hacían destacar entre todos los presentes. Era innegable la influencia que había tenido en el éxito reciente de Isabella, no solo por su ayuda práctica, sino por el apoyo emocional que le había ofrecido durante esos momentos difíciles.
Mientras lo observaba, sintió que sus pensamientos comenzaban a inclinarse hacia algo más profundo. Durante meses, Alexander había sido su protector, su aliado más fiel. Pero ahora, Isabella no podía ignorar la creciente cercanía entre ellos. Había algo más que una simple amistad, algo que ella, hasta hace poco, había intentado negar por temor a volver a abrir su corazón. Sin embargo, en los últimos días, las dudas que alguna vez la frenaron empezaban a disiparse.
Cuando sus miradas se encontraron desde el otro lado de la tienda, Alexander le sonrió de una manera que hizo que su corazón latiera más rápido. Isabella desvió la mirada por un instante, sintiendo un ligero rubor subir a sus mejillas, pero cuando volvió a mirarlo, Alexander ya caminaba hacia ella.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Alexander en cuanto estuvo a su lado, su voz profunda llenó el espacio entre ellos.
—Aliviada, supongo. —respondió Isabella con sinceridad—. Todo esto… ha sido más de lo que esperaba, pero no me arrepiento de nada.
—Y no deberías. Has logrado algo extraordinario, Isabella. —dijo Alexander, con un tono que era tan cálido como solemne—. Has enfrentado el peligro, la traición y la incertidumbre, y aun así, aquí estás. Triunfante.
Sus palabras calaron hondo en Isabella, quien no pudo evitar sentir una oleada de gratitud hacia él. Alexander siempre había visto en ella una fortaleza que a veces ni siquiera ella reconocía.
—Todo esto no habría sido posible sin tu ayuda, Alexander. —dijo ella, bajando un poco la voz, como si sus palabras fueran un secreto compartido entre ellos—. No sé cómo agradecerte por todo lo que has hecho.
Alexander dio un paso más cerca, lo suficiente para que solo ella pudiera oír sus palabras, pero no tanto como para incomodarla.
—No necesitas agradecerme. Todo lo que he hecho, lo hice porque me importas. —admitió él, con su mirada fija en la de ella—. Siempre he querido lo mejor para ti, desde que éramos niños. Y ahora, más que nunca, quiero ser parte de ese futuro que estás construyendo.
Isabella sintió un leve estremecimiento ante esas palabras. Las memorias de su infancia compartida con Alexander comenzaron a resurgir. Recordaba cómo siempre había sido su protector, incluso entonces, un amigo leal que nunca la había dejado sola. Sin embargo, el tiempo y las circunstancias los separaron, y solo en los últimos meses habían vuelto a encontrarse.
—Es curioso… —dijo ella, con una sonrisa pensativa—. En aquellos días, nunca imaginé que estarías aquí, a mi lado, cuando más lo necesitara.
Alexander sonrió suavemente, su expresión teñia de una nostalgia compartida.
—El destino tiene una manera curiosa de unirnos, incluso cuando el tiempo o la distancia nos separan. —respondió él.
Un silencio cómodo cayó entre ellos, mientras ambos contemplaban las implicaciones de sus palabras. Había una conexión profunda entre ellos que iba más allá de la simple amistad. Isabella lo sabía, y ahora, por primera vez en mucho tiempo, estaba dispuesta a aceptarlo.
—¿Qué sigue para ti, Isabella? —preguntó Alexander, rompiendo suavemente el silencio—. Ahora que Geoffrey ya no es una amenaza, y tu tienda está floreciendo, ¿qué planes tienes para el futuro?
La pregunta la hizo reflexionar. Durante tanto tiempo, su vida había estado marcada por el caos y la lucha. Geoffrey había sido una sombra constante en su vida, pero ahora que esa amenaza se había desvanecido, el camino ante ella estaba lleno de posibilidades.
—Quiero expandir la boutique, llegar a más personas, quizás incluso abrir otra en la capital. —respondió ella, con tono más firme a medida que hablaba—. Pero más allá de eso, quiero vivir sin miedo. Quiero disfrutar de esta nueva libertad que he encontrado, y aprovechar cada oportunidad que se presente.
Alexander la escuchó con atención, asintiendo suavemente. Cuando ella terminó, él sonrió con una mezcla de admiración y algo más que ella no pudo identificar del todo.
—Y me alegra escuchar eso. Quiero que tengas todo lo que siempre has soñado, Isabella. Y si me lo permites… quiero ser parte de ese futuro, a tu lado. —dijo, sin titubear.
El corazón de Isabella latió con fuerza ante esas palabras. Era la primera vez que Alexander expresaba de manera tan abierta sus sentimientos, y aunque una parte de ella lo había anticipado, otra parte se sintió sorprendida por la intensidad de sus palabras.
Ella lo miró fijamente, buscando en sus ojos la sinceridad que siempre había encontrado en él. Y allí estaba, tan clara como el día. No había dudas, no había reservas. Alexander había estado a su lado en los momentos más difíciles, y ahora le ofrecía la posibilidad de construir algo más, algo que siempre había estado latente entre ellos.
—Alexander… —susurró ella suavizándose.
—Solo quería que lo supieras. No importa cuánto tiempo pase, estaré aquí para ti, como siempre lo he estado.
Isabella sonrió, sintiendo una mezcla de alivio y emoción. Sabía que Alexander tenía razón. No tenía que tomar una decisión en ese momento, pero no podía negar lo que sentía. La conexión entre ellos era innegable, y por primera vez, se permitía imaginar un futuro en el que él estuviera a su lado.
—Gracias, Alexander. —dijo finalmente, con una sonrisa sincera—. Por estar aquí. Por siempre estar a mi lado.
Alexander le devolvió la sonrisa, y aunque no dijeron más, las palabras no eran necesarias.
Mientras la fiesta continuaba a su alrededor, Isabella sintió una renovada sensación de esperanza. El futuro estaba lleno de posibilidades, y por primera vez, no lo temía. Sabía que con Alexander a su lado, podía enfrentarlo todo. Y aunque el camino por delante estaba lleno de incertidumbres, ahora miraba hacia adelante con el corazón abierto y una nueva confianza en lo que vendría.