La Boutique De La Marquesa
El sol matutino apenas comenzaba a bañar con su luz dorada los muros de piedra del castillo de Worthington. Isabella se levantó temprano, como de costumbre, y se envolvió en un manto de terciopelo azul antes de salir de su habitación. Bajó las escaleras en espiral, sintiendo la fría piedra bajo sus pies descalzos, y se dirigió hacia el salón principal. Había algo en el aire esa mañana, una sensación de inquietud que no podía sacudirse.
Los sirvientes ya estaban ocupados con sus tareas diarias, limpiando y preparando el desayuno. Isabella caminó hasta la cocina, donde la cocinera, una mujer robusta y amable llamada Margaret, la saludó con una sonrisa.
—Buenos días, milady. ¿Le apetece un poco de té esta mañana? —preguntó Margaret.
Isabella asintió, aceptando la taza de té caliente que la cocinera le ofreció. Mientras sorbía la bebida, su mente vagaba. Geoffrey, su marido, no había estado en casa la noche anterior. Había dicho que tenía asuntos urgentes que atender en la ciudad, pero algo en su tono había dejado a Isabella con una sensación de duda.
Decidida a esclarecer sus sospechas, Isabella decidió buscar a su doncella personal, Anne, para preguntarle si sabía algo más sobre los movimientos de Geoffrey. Encontró a Anne en la sala de costura, reparando un vestido.
—Anne, ¿has visto a Lord Geoffrey esta mañana? —preguntó Isabella, tratando de mantener su voz tranquila.
Anne levantó la vista, con una expresión de vacilación en su rostro.
—No, milady. No lo he visto desde ayer por la tarde. —respondió con cautela.
Isabella sintió una punzada de ansiedad. Decidió que la mejor manera de averiguar la verdad era confrontar directamente a Geoffrey. Subió las escaleras hasta su estudio, un lugar que Geoffrey consideraba su santuario personal. A menudo se encerraba allí para trabajar en asuntos financieros y revisar documentos importantes.
Empujó la pesada puerta de roble y entró en el estudio. El aire estaba impregnado del aroma a pergamino y cera de vela. Sobre el escritorio de Geoffrey había un montón de papeles desordenados, pero él no estaba allí. Isabella inspeccionó la habitación, buscando cualquier pista sobre su paradero. Fue entonces cuando sus ojos se posaron en un trozo de pergamino parcialmente escondido bajo una pila de libros.
Con manos temblorosas, Isabella desdobló el pergamino y comenzó a leer. Era una carta, escrita con una caligrafía que no reconocía, pero el contenido era inconfundible. Palabras de amor y promesas se desparramaban por el papel, dirigidas a su marido por otra mujer. Isabella sintió que el suelo se desvanecía bajo sus pies. La carta estaba firmada por una tal Lady Eleanor, una noble conocida por su belleza y astucia.
Isabella salió del estudio, con su mente en un torbellino de emociones. Caminó sin rumbo por el castillo, hasta llegar a los jardines. Allí, entre las rosas en flor, trató de ordenar sus pensamientos. Geoffrey la había traicionado, y con una mujer que ambos conocían. La rabia y el dolor se mezclaban dentro de ella, formando un nudo en su pecho.
Mientras estaba inmersa en sus pensamientos, una figura familiar apareció a su lado. Era su amiga de la infancia, Lady Margaret, que había venido a visitarla.
—Isabella, ¿qué te sucede? —preguntó Margaret con preocupación al ver la expresión angustiada en el rostro de Isabella.
Isabella le mostró la carta sin decir una palabra. Margaret la leyó rápidamente, y luego abrazó a Isabella con fuerza.
—Lo siento tanto, Isabella. No te mereces esto —dijo Margaret con voz suave—. Debes enfrentarlo. No puedes dejar que te trate así.
Isabella asintió lentamente, sabiendo que su amiga tenía razón. Con una determinación renovada, decidió esperar a que Geoffrey regresara para confrontarlo. Pasaron las horas, y el sol comenzó a descender en el horizonte. Finalmente, justo antes del anochecer, escuchó el sonido de cascos en el patio.
Geoffrey entró al castillo con una expresión despreocupada, pero se detuvo en seco al ver a Isabella esperándolo en el salón principal.
—Isabella, ¿qué haces aquí? —preguntó con una leve nota de nerviosismo en su voz.
—Necesito hablar contigo —respondió Isabella, tratando de mantener la calma—. Ahora.
Lo llevó al estudio y cerró la puerta detrás de ellos. Geoffrey la miró con desconfianza, pero Isabella no le dio tiempo para reaccionar. Sacó la carta de su bolsillo y la arrojó sobre la mesa.
—¿Cómo te atreves? —dijo con voz quebrada—. ¿Cómo pudiste traicionarme de esta manera?
Geoffrey palideció al ver la carta. Tartamudeó, tratando de encontrar una excusa, pero las palabras no venían. Isabella lo miró fijamente, esperando una explicación.
—Isabella, yo... —comenzó Geoffrey, pero Isabella levantó una mano, deteniéndolo.
—No quiero escuchar tus mentiras. —dijo con firmeza—. He soportado mucho en este matrimonio, pero esto es imperdonable. Quiero el divorcio, Geoffrey. Y lo quiero ahora.
La palabra "divorcio" resonó en la habitación como un trueno. Geoffrey la miró incrédulo, pero Isabella se mantuvo firme. Sabía que su decisión cambiaría su vida para siempre, pero también sabía que no podía seguir viviendo en una mentira.
Geoffrey intentó razonar con ella, con la promesa de que cambiaría, pero Isabella no se dejó convencer. Su resolución era inquebrantable.
—Ya he hablado con mi abogado —dijo finalmente—. Mañana mismo iniciaremos los trámites. Tú te quedarás con tus propiedades, y yo con las mías. Y no intentes luchar contra esto, Geoffrey, porque tengo pruebas suficientes para ganar.
Con esas palabras, Isabella salió del estudio, dejando a Geoffrey sumido en su desesperación. Caminó por los pasillos del castillo con la cabeza en alto, sintiendo una mezcla de tristeza y alivio. Sabía que el camino por delante no sería fácil, pero también sabía que había tomado la decisión correcta.
Esa noche, mientras se preparaba para dormir, Isabella miró por la ventana hacia el cielo estrellado. Una nueva vida se abría ante ella, llena de incertidumbres pero también de posibilidades. Cerró los ojos y se prometió a sí misma que, sin importar lo que sucediera, nunca más permitiría que alguien la hiciera sentir menos de lo que realmente era.
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Comments
Cruz Mejia
Me atrapó el inicio, que una mujer de esa época sea divorciada no es tan fácil su vida, pero tiene la determinación de salir adelante, el estúpido marido pensó que no se iba dar cuenta de su infidelidad o pensó que con palabras bonitas y un perdón ella se quedaría con él, tarde se da cuenta que la perdió 🤬😤
2024-11-07
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Liliana Barros
Excelente desición. No hay peor decepción en una pareja que tu esposo te sea infiel. Y si ellos no tienen hijos, con mayor razón no debe quedarse al lado de alguien que no la respeta.
2024-11-05
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Madelein 😍
es valiente no es fácil tomar esa decisión en esas épocas
2024-10-25
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