En un pequeño pueblo donde los ecos del pasado aún resuenan en cada rincón, la vida de sus habitantes transcurre en un delicado equilibrio entre la esperanza y la desesperanza. A través de los ojos de aquellos que cargan con cicatrices invisibles, se desvela una trama donde las decisiones equivocadas y las oportunidades perdidas son inevitables. En esta historia, cada capítulo se convierte en un espejo de la impotencia humana, reflejando la lucha interna de personajes atrapados en sus propios laberintos de tristeza y desilusión. Lo que comienza como una serie de eventos triviales se transforma en un desgarrador relato de cómo la vida puede ser cruelmente injusta y, al final, nos deja con una amarga lección que pocos querrían enfrentar.
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Capítulo 10: La Trampa del Pasado
El autobús avanzaba a través de la carretera desierta, alejándose poco a poco de San Gregorio. Clara miraba por la ventana, observando cómo el paisaje cambiaba, aunque sus pensamientos seguían anclados en el pueblo que dejaba atrás. El viaje hacia la ciudad debía ser un alivio, una oportunidad de escapar de la pesadilla que había descubierto, pero una sensación opresiva se mantenía en su pecho. No podía deshacerse de la idea de que, a pesar de la distancia, la oscuridad la seguía de cerca.
El viaje era largo, y las pocas personas a bordo del autobús parecían tan atrapadas en sus propios mundos como Clara. La carretera se extendía interminablemente frente a ella, y el sonido monótono del motor, junto con el suave balanceo del vehículo, pronto la adormeció. Aunque intentaba mantenerse despierta, sus ojos se cerraron, y, sin darse cuenta, cayó en un sueño profundo.
En su sueño, se encontraba de nuevo en San Gregorio, pero el pueblo estaba cubierto por una neblina tan densa que apenas podía ver a unos metros de distancia. Las calles estaban vacías, el silencio era absoluto, y solo el eco de sus propios pasos la acompañaba. Cada rincón del lugar parecía alargarse, como si el espacio mismo estuviera distorsionado. No importaba cuántas vueltas diera, siempre acababa en el mismo sitio: frente a la casa de sus padres.
El viejo edificio se erguía frente a ella, oscuro y sombrío. Las ventanas estaban selladas, como si quisieran evitar que algo entrara o saliera. Sin embargo, una extraña atracción la empujaba a acercarse, como si una fuerza invisible la llamara desde dentro. Sus pies avanzaron por voluntad propia, y, cuando quiso detenerse, ya estaba frente a la puerta, su mano extendida hacia la oxidada perilla.
—Clara… —una voz familiar resonó en el aire, tan suave que apenas podía oírla.
Giró sobre sus talones y, ante ella, vio una figura borrosa que emergía de la neblina. Era su madre. O al menos, eso parecía. La imagen fluctuaba, desdibujándose con la niebla, como un reflejo distorsionado de un recuerdo lejano.
—¿Mamá? —preguntó Clara, con la voz entrecortada.
—Hija, debes regresar… —susurró la figura—. Todavía no ha terminado.
Antes de que pudiera responder, la imagen desapareció, y Clara se quedó sola en medio de la calle, con el eco de las palabras de su madre resonando en su cabeza. Sentía el pánico subir por su garganta, una mezcla de confusión y terror.
Despertó de golpe, el autobús aún en movimiento. Su corazón latía desbocado, y un sudor frío le recorría la espalda. El sueño había sido tan real que por un momento pensó que aún estaba en San Gregorio. La sensación de que algo iba mal era abrumadora. Se frotó las manos, tratando de tranquilizarse, pero nada parecía ser capaz de disipar el miedo.
"Es solo un sueño", se dijo una y otra vez, tratando de convencerse. Sin embargo, no podía negar que algo en sus palabras resonaba con una verdad más profunda. ¿Y si el pacto no la dejaba escapar tan fácilmente? ¿Y si la oscuridad que la seguía no se disipaba con la distancia?
El autobús hizo una breve parada en una estación de servicio en medio de la nada. Clara bajó para estirar las piernas, tratando de despejar la mente del sueño que la había sacudido. Pero mientras caminaba por el andén, algo llamó su atención. Entre la pequeña multitud de pasajeros que también se habían bajado, distinguió una figura conocida.
Allí, al final de la fila de personas, estaba Luis, su antiguo amigo de la infancia. Había cambiado, pero era inconfundible. Su cabello estaba más corto, y su expresión, más dura. Clara sintió un nudo en el estómago. No había visto a Luis desde que ambos eran adolescentes, y la última vez que hablaron fue antes de que él desapareciera del pueblo sin dejar rastro. ¿Qué hacía aquí? ¿Era posible que también hubiera escapado de San Gregorio?
Decidió acercarse, su corazón latiendo rápido.
—Luis —dijo con un hilo de voz.
El hombre giró lentamente, y sus ojos se encontraron. Por un momento, el tiempo pareció detenerse. Luis la miró con una mezcla de sorpresa y algo más, algo que Clara no pudo descifrar de inmediato. Una sensación de incomodidad la recorrió.
—Clara… —respondió, su voz cargada de una extraña mezcla de alivio y preocupación—. No pensé que volveríamos a vernos.
Ella lo observó detenidamente. Su antiguo amigo parecía más cansado, más agobiado por algo que no podía identificar.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Clara, sin poder ocultar su sorpresa.
Luis suspiró y miró hacia la carretera como si estuviera evaluando si debía contarle la verdad.
—Huyo —dijo finalmente, su voz baja—. Al igual que tú, supongo. Pero no importa cuánto corras, Clara… lo sabes, ¿verdad?
Clara sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Sabía de qué hablaba. Sabía que no importaba cuántos kilómetros pusiera entre ella y San Gregorio, la oscuridad del pacto siempre la seguiría. Pero escuchar esas palabras en boca de alguien más, alguien que también había sido atrapado por el mismo destino, hacía que la realidad fuera aún más insoportable.
—Lo sé —respondió, su voz apenas un susurro—. Pero no puedo quedarme allí. No puedo.
Luis asintió lentamente, como si entendiera a la perfección lo que ella sentía.
—Yo también lo intenté. Pero no hay manera de escapar, Clara. Siempre hay un precio. Y tarde o temprano, tendrás que pagarlo.
Clara se quedó en silencio, sin saber qué decir. Las palabras de Luis pesaban sobre ella como una losa. Todo su ser deseaba que estuviera equivocado, que hubiera alguna forma de romper el pacto, pero en el fondo sabía que tenía razón.
El sonido del motor del autobús volviendo a encenderse la sacó de sus pensamientos. Luis la miró una última vez, y sus ojos parecían llenos de advertencias.
—Tienes que tomar una decisión, Clara —dijo antes de dar media vuelta y desaparecer entre la gente.
Clara subió al autobús en un estado de confusión absoluta. La revelación de que Luis también estaba atrapado en esa red la dejaba más desesperada que nunca. La idea de que no había forma de escapar, que la oscuridad la alcanzaría tarde o temprano, hacía que todo se sintiera aún más sofocante.
El autobús se puso en marcha, alejándose de la estación de servicio y continuando su recorrido hacia la ciudad. Pero, mientras las luces del pueblo se desvanecían en el horizonte, Clara no pudo evitar sentir que la trampa del pasado estaba cada vez más cerca de cerrarse.