El Prisionero Y La Reencarnada

James esperó a que el murmullo inicial se apagara. Los hermanos Evenhart aún lo observaban con esa mezcla de cautela y cálculo que solo quienes han protegido toda su vida a alguien amado saben sostener. No había hostilidad abierta, pero tampoco confianza plena.

—Quiero pedirles algo —dijo James con voz firme, sin apartar la mirada—. Antes de que esto avance más.

Ginger, a su lado, alzó los ojos sorprendida. Él le dedicó una breve mirada tranquilizadora y volvió a centrarse en ellos.

—Quiero que redacten un contrato —continuó—. Uno que proteja cada bien de Ginger. Sus minas, su joyería, sus ingresos presentes y futuros. Todo debe permanecer únicamente a su nombre.

El silencio fue inmediato.

El mayor de los hermanos frunció el ceño.

—¿Un contrato… para protegerla de ti? —preguntó, midiendo cada palabra.

—Para protegerla de cualquiera —respondió James sin dudar—. Incluyéndome a mí.

Eso sí los desconcertó.

El segundo hermano cruzó los brazos.

—No es común que un hombre que va a casarse pida algo así.

James asintió lentamente.

—Lo sé. Pero Ginger no necesita nada de mí. No su dinero, no su prestigio, no su apellido. Yo la elegí a ella, no lo que posee. Y quiero que ustedes tengan la certeza de que jamás pondré una mano sobre lo que le pertenece.

Ginger sintió cómo el pecho se le apretaba. Aquellas palabras no eran grandilocuentes ni teatrales, eran… claras. Limpias. Definitivas.

—Si algún día —continuó James— este compromiso se rompe, o si yo muero, o si el mundo vuelve a cambiar como ya lo ha hecho antes… Ginger no perderá absolutamente nada. Yo estaré a su lado solo mientras ella lo quiera.

El padre de Ginger observaba en silencio, con una expresión imposible de leer. Había visto ambición, conveniencia y oportunismo durante toda su vida política. Aquello… era distinto.

—¿Y qué obtienes tú de ese contrato? —preguntó finalmente uno de los hermanos, con tono más suave.

James giró levemente la cabeza hacia Ginger. Su mirada se volvió cálida, casi vulnerable.

—La tranquilidad de saber que nunca dudarán de mis intenciones. Y el privilegio de estar a su lado.

Los hermanos se miraron entre sí. Esa desconfianza inicial comenzó a resquebrajarse, no de golpe, sino como piedra sometida a agua constante.

—Nunca nadie había pedido algo así —murmuró el menor.

—Porque casi nadie lo haría —respondió el mayor—… a menos que hable en serio.

El padre dio un paso al frente.

—Hagan el contrato —ordenó con voz serena—. Que sea claro, firme y sin ambigüedades.

Ginger lo miró, sorprendida.

—¿Padre…?

Él le sonrió con orgullo.

—Este hombre acaba de demostrar que no te ve como una posesión. Y eso, hija mía, vale más que cualquier dote.

Horas más tarde, el contrato estuvo listo. Sellos mágicos, cláusulas precisas, protecciones legales y arcanas. James lo firmó sin titubear. Cuando Ginger tomó la pluma, sus manos temblaban, no por duda, sino por la certeza profunda de haber sido elegida de verdad.

Al devolver el documento, los hermanos la abrazaron uno a uno. Ya no había recelo en sus ojos.

—Cuídala —le dijo el mayor a James, apoyando una mano firme en su hombro.

James inclinó la cabeza con respeto.

—Con mi vida.

Y Ginger, al verlos así, comprendió algo que nunca había tenido del todo claro: no estaba renunciando a nada por amar. Al contrario.

La boda se fijó para seis meses después, en una fecha cuidadosamente elegida por Ginger y James suficiente tiempo para preparar todo con calma y, al mismo tiempo, una espera que no se hiciera eterna. Desde el anuncio oficial, el ambiente en la mansión Evenhart cambió de forma sutil pero constante.

Al principio, los hermanos de Ginger observaban cada gesto de James con atención aguda. No buscaban errores por crueldad, sino por instinto.. querían asegurarse de que el hombre que había llegado casi de la nada, con un nombre nuevo y un pasado del que no hablaba, fuera realmente digno de su hermana. Y día tras día, James se encargó de responder a ese escrutinio con hechos.

Era puntual, respetuoso, firme cuando debía serlo. Nunca intentó opinar sobre los negocios de Ginger ni apropiarse de decisiones que no le correspondían. Al contrario, la escuchaba con atención cuando ella hablaba de minas, contratos o diseños, y defendía su criterio frente a terceros con una naturalidad que dejaba claro que no la veía como alguien a quien proteger de sí misma, sino como una mujer capaz a la que elegía cuidar.

El padre de Ginger, por su parte, observaba en silencio. Había visto demasiados hombres deslumbrarse por la belleza o la fortuna de su hija, y desaparecer cuando comprendían que Ginger no necesitaba ser guiada. James, en cambio, parecía entenderlo desde el inicio. No intentaba ocupar el centro.. caminaba a su lado. Y eso, con el paso de las semanas, terminó de convencerlo.

Durante esos seis meses, la relación entre Ginger y Alban.. James para el mundo… creció con una intensidad serena, profunda. No había prisa, pero sí una necesidad constante de encontrarse. Se las ingeniaban para coincidir en pasillos poco transitados, en jardines al atardecer o en trayectos breves que se volvían eternos solo porque podían caminar juntos.

Los besos comenzaron siendo suaves, casi tímidos, como si ambos aún estuvieran aprendiendo a creerse la realidad que estaban viviendo. Pero con el tiempo se volvieron más largos, más cargados de emoción. Había caricias en las manos, en el rostro, en la espalda.. gestos llenos de promesas silenciosas. Cada roce parecía decir te elijo, una y otra vez, sin necesidad de palabras.

Ginger, que había aprendido a ser cauta con su corazón, empezó a permitirse ilusionarse de verdad. Ya no se preguntaba si aquello era solo agradecimiento. Alban la miraba como si ella fuera su presente y su futuro al mismo tiempo, como si cada día a su lado fuera una decisión consciente. Y eso la hacía sentir segura de una forma nueva, profunda.

Alban, por su parte, vivía esos meses como una confirmación. Después de una vida marcada por la culpa y la violencia, descubrir que podía amar sin destruir, proteger sin perderse, era casi un milagro. Con Ginger no sentía la necesidad de huir de su pasado.. sentía, por primera vez, que podía construir algo que lo superara.

Cuando finalmente la fecha de la boda comenzó a acercarse, ya no quedaban dudas en la familia Evenhart. James no solo había demostrado ser sincero, sino también constante. Y Ginger, más luminosa que nunca, era la prueba más clara de que aquella unión no nacía de la necesidad, sino de una elección mutua, firme y profundamente sentida.