Leda jamás imaginó que su luna de miel terminaría en una pesadilla.
Ella y su esposo Ángel caminaban por un sendero solitario en el bosque de Blacksire, riendo, tomados de la mano, cuando un gruñido profundo quebró la calma. Un hedor nauseabundo los envolvió. De pronto, el sendero desapareció; sólo quedaba la inmensidad oscura y una luna blanca, enorme, que parecía observarlos.
—¿Oíste eso? —susurró Leda, el corazón desbocado.
Ángel apretó su mano.
—Debe ser un animal. Vamos, no te asustes.
Pero el gruñido volvió, más cerca. El depredador jugaba con ellos, acechándolos. Un crujido a su derecha. Otro, detrás. Los gruñidos iban y venían, como si se burlara.
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El enojó
Ikki, enfurecido, se transformó en lobo y corrió hacia el bosque. Necesitaba alejarse antes de hacer algo estúpido. Sus garras desgarraban la tierra mientras la nieve crujía bajo sus patas. Cada músculo estaba tenso, cada respiración era fuego. Sus ojos brillaban con la luz del sol, y de su garganta salían gruñidos que hacían callar al bosque. Ni aves, ni hadas, ni siquiera los pequeños ents se atrevieron a cruzarse en su camino.
Esa humana lo estaba volviendo loco.
—Diosa Luna… —rugió en su mente—, la compañera que me enviaste es insoportable.
Orión, su lobo interior, soltó una carcajada áspera.
—¿Y no te gusta? Porque a mí… sí.
Ikki gruñó sin responder. Corrió más, hasta que la rabia se deshizo en cansancio. Llegó al claro del territorio lobuno, un punto donde los árboles se abrían hacia el cielo. El olor de los rogues impregnaba el aire. Se agazapó, con los colmillos al descubierto. Entonces lo vio: Magnus, en su forma humana, tirado entre las hierbas, vigilando.
Ikki avanzó contra el viento para no ser detectado. Cuando estuvo cerca, saltó del arbusto y volvió a su forma humana. Magnus dio un brinco, el corazón a mil.
—¡Alfa!
Ikki lo fulminó con la mirada.
—¿Desde cuándo están allí? —preguntó señalando las sombras donde los rogues merodeaban.
—Cuando llegué ya estaban —respondió Magnus, apuntando con el mentón—. Tres rogues… husmeando la hierba, como buscando algo.
Los dos se quedaron en silencio, observando. Después de un rato, los intrusos se marcharon por donde habían venido. Ikki apretó la mandíbula. Algo olía mal.
Se dejó caer boca arriba, mirando el cielo. El frío no lo molestaba, pero la ira seguía ahí.
—¿Qué quiere tu luna? —preguntó de golpe, rompiendo el silencio.
Magnus rascó su nuca.
—Está intentando conseguir agua limpia… o algo así.
Ikki giró la cabeza, frunciendo el ceño.
—¿Agua limpia?
—Sí… —Magnus sonrió apenas—. Le contó Rina que no bebemos el agua de la cascada porque los animales orinan en ella… y dice que puede hacer algo para purificarla.
Ikki arqueó una ceja.
— Purificarla ¿Y con qué?
—Con esos palos… ¿cómo se llamaban? Ah, bambú —dijo Magnus, haciendo memoria—. Quiere usarlos para que el agua caiga limpia.
Ikki resopló.
—¿Y cómo la va a guardar?
—Pidió a Tomás que le haga una olla —respondió Magnus.
Ikki se quedó pensando. ¿Olla? Un recipiente… algo para contener. Sonrió, casi divertido.
—Vamos, Magnus. Ayudemos a tu luna.
Ambos se transformaron y corrieron kilómetros hacia el interior del bosque, siguiendo la dirección por donde se habían ido los rogues. Allí, entre la espesura, el bosque se volvió antiguo y poderoso. Árboles tan altos que tocaban el cielo, raíces gruesas como serpientes dormidas. Flores fragantes y gigantescas, las hadas y gnomos iban y venían por doquier, las enredaderas caían como cascadas y las aves trinaban sin cesar. En medio, un gigante verde despertó: un Viejo Ent.
Inmenso como ,dormido por el tiempo, se alzaba entre los demás árboles frutales y floridos, magestuoso y sabio, el gran sabio ent
