Esta historia nos narra la vida cotidiana de tres pequeñas familias que viven en el mismo complejo de torres, luego de la llegada de Carolina al lugar.
Tras ser abandonada por sus padres, y por sus tíos, la pequeña se ve obligada a mudarse con su abuela. Ahí conoce a sus dos nuevos amigos, y a sus respectivos padres.
Al igual que ella, todos cargan con un pasado que se hace presente todos los días, y que condiciona sus decisiones, su manera de vivir, y las relaciones entre ellos. Sin proponérselo, la niña nueva provoca encuentros y conexiones entre estas familias, para bien y para mal.
Estas personas, que podrían ser los vecinos de cualquiera, tienen orígenes similares, pero estilos de vidas diferentes. Muy pronto estas diferencias crean pequeños conflictos, en los que tanto adultos como niños se ven involucrados.
Con un estilo reposado, crudo y directo, esta historia nos enfrenta con realidades que a veces preferimos ignorar.
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Capítulo 16: La infancia de Fabián
Entró en su casa sin decir nada, además del saludo general que siempre profería al atravesar el umbral de la puerta. Había visto la bicicleta de su padre encadenada en el poste de luz más cercano a la vivienda (en donde siempre la dejó), por lo que sabía que había llegado ya, lo que le provocó la habitual sensación de malestar y mal humor, que disimularía cuanto pudiera, aferrándose a la esperanza de que volviera a salir por un rato. Como no entró la bicicleta, eso era muy posible.
Su madre le indicó, en más de una ocasión, que no dijera nada cuando volviera de hacer todos sus mandados. Si el padre le preguntaba algo, él tenía que responder que había estado divirtiéndose con sus amigos. Esto, además de servir para evitar que Fabián padre supiese del poco dinero extra que su hijo ganaba ayudando a los vecinos con sus compras, impedía que también se enterase de la poca cantidad de amistades que su concubina y sus hijos tenían por culpa suya. Gladys no le daría ese gusto jamás. Él debía pensar que se veían con muchas personas, solo que nunca las invitaban a la casa, a menos que no contaran con su presencia.
—Hoy viene Joaquín a ver la tele con vos, ¿no? —le preguntó su madre, empleando el tono que siempre usaba cuando quería disimular el intenso nerviosismo que le producía la cercanía del padre de sus hijos.
—Sí, me dijo que va a venir en un rato —respondió Fabián con auténtico buen humor, ya que las palabras de su mamá le confirmaron que su padre se iba a retirar en poco tiempo, probablemente a ver el partido de fútbol, que se televisaría aquel día en el Café al que siempre asistía para estos eventos.
Hasta ese momento, había olvidado dicho partido de Boca, pues no le interesaba ese deporte en lo más mínimo, a diferencia de su progenitor, que jamás se perdía ni uno solo de estos, por nada del mundo.
Ni siquiera en aquella lejana ocasión, cuando su hijo, teniendo en ese entonces 5 años de edad, empeoró notablemente en la enfermedad que estuvo padeciendo por algunos días, con un gran incremento de temperatura corporal. Fueron la madre y la hermana del chico quienes se ocuparon de él esa noche, mientras el padre se mantuvo impasible frente al televisor de su casa, ya que ese partido lo transmitieron en cadenas locales de televisión.
Gladys hizo un buen trabajo durante años, al hacerle creer que el televisor no podía sintonizar canales de deportes de otras ciudades, consiguiendo liberarse de él en el horario de la mayoría de los partidos que involucraban al club Boca Juniors, del que él era un fanático más que fiel e incondicional.
Fabián no olvidaría nunca lo que Florentina le contó respecto a que, al volver ella sola a su casa la noche en la que él fue llevado a Urgencias, encontró a su padre aún pegado al televisor. Preguntó cómo había salido todo, pero según opinó su hermana, no se notó un genuino interés en sus ojos, o en sus palabras.
Lo único que sentía que lo unía a su padre era su primer nombre, que ambos compartían, por idea de ese sujeto, al ver que su segundo hijo había sido un varón. Trataba de tener el menor trato posible con aquel violento monstruo que tanto odiaba, al igual que odiaba verse obligado a decirle "papá". Desde su punto de vista, un hombre que controlaba y maltrataba a su esposa como él lo hacía, no merecía ser su padre. Sin embargo, ese día, no pudo evitar que le preguntara:
—Che, ¿tuviste cuidado con la bicicleta?
Era el precio que Fabián debía pagar por tener aquel artículo nuevo, sin verse obligado a esconderlo de su padre: para no despertar la furia de este, le debía rendir cuentas cada vez que la utilizara, a pesar de que el dinero para comprarla no salió de su bolsillo. Eso no le impedía sentirse dueño de esa bicicleta, evitando siempre usar la palabra "tu" al referirle esta a su hijo, y en su lugar emplear el "la", cosa que le fastidiaba a Fabián. A sus 10 años, sabía que la familia subsistía gracias al trabajo de su madre, aunque ese tipo se esforzara en hacerle creer otra cosa.
No obstante, también se daba cuenta de la necesidad que tenían de contar con un poco de dinero extra para la casa, y para los estudios suyos y de su hermana. Debido a esto, no perdió tiempo en conseguir algo con qué colaborar. La señora Nelida, mujer solitaria y mayor de edad, necesitaba que alguien fuera todas las mañanas a comprar a la panadería su encargo, con el cual ella preparaba sándwiches, que posteriormente vendía. Fabián no dudó en aceptar esa especie de empleo, el primero que tendría en su vida.
Cada mañana, de lunes a viernes, antes de ir a la escuela, iba en su nueva bicicleta a hacer el importante encargo, y en el momento de hacerle la entrega a la señora, también le hacía el favor de sacar a pasear a su pequeño perro para poder cobrar más dinero al final de la semana.
Gladys le obsequió la bicicleta a su hijo para que pudiera efectuar esos mandados, e ir a la escuela más rápidamente, abrigando la esperanza de que Fabián pudiera hacer uso de una parte de ese dinero para darse algún gusto, comprándose lo que quisiera. Esperanza que no tardó en morir. A Fabián padre no le costó nada averiguar cuánto ganaba su hijo exactamente con aquella señora. Esto hizo imposible el ocultarle un centavo de aquella paga, la cual Fabián hijo se veía obligado a entregarle cada semana. Había tolerado que su mujer le hiciera semejante regalo a su hijo, gastando plata que siempre veía como de su propiedad, únicamente porque sería una herramienta para conseguir más dinero. Debido a esto, el chico no podía hacer uso de la bicicleta sin que aquel hombre se sintiera con el derecho de vigilar para qué la utilizaba, pretendiendo estar preocupado.
—Sí, no le pasó nada —respondió el chico, eligiendo cuidadosamente las palabras, y el tono al emplearlas—. Igual fui a lo de Joaco, nada más. No queda muy lejos.
Sin darle tiempo para que le dijera algo más, entró a toda velocidad a la habitación que compartía con su hermana mayor. La encontró con los auriculares puestos, frente a la computadora de ambos. Aunque sabía lo común que era que las chicas de 15 años se sentaran a escuchar música para pasar el rato, para él era evidente que Florentina se había puesto esos auriculares en los oídos por el mismo motivo que las demás ocasiones: para no oír nada de lo que estaba ocurriendo en la casa. Se los quitó en cuanto vio a su hermano parado junto a ella.
—¿Pasó algo? —preguntó él, en voz baja.
—No, no es por nada importante —respondió ella, percantándose con facilidad de que el niño creyó que el padre de ambos había armado uno de sus típicos alborotos—. Esta vez me los puse porque aquel empezó a gritar por esa noticia que vimos hoy, la de la mujer que usurpaba ese terreno con su familia. La volvieron a pasar hace un rato, y él la vio. Ya te imaginarás cómo se puso a joder. Recién se calló hace cinco minutos. Me sorprende que no haya venido a contarte todo. Debe haberse distraído con otra cosa.
Fabián dedujo en ese momento lo mismo que su hermana, la información que acababa de adquirir no daba lugar a otra conclusión. El padre de ambos jamás perdería la oportunidad de hacer saber cuánto le indignaba algún suceso, descargando sobre alguien todo el odio que siempre lo caracterizó. No era de su interés el asunto que lo había distraído (posiblemente otra noticia), pues se puso a rememorar aquella nota que vio por televisión esa misma mañana, junto a su mamá y a su hermana, cuando el padre brillaba por su ausencia.
Ninguno de los tres dudó, ni siquiera por un segundo, cuál habría sido la reacción del que se encontraba ausente si hubiera estado ahí. Lo sabían, pues ya había reaccionado de aquella manera ante casos similares, principalmente desde el cambio de gobierno que tuvo lugar en el país el año anterior.
Nunca aceptó aquel hecho, después de haber crecido con el modelo anterior, al cual siempre consideró como uno insuperable. No dudaba en echarle la culpa a este cambio de cualquier problema con el que se encontraba, aún si eso hubiera ocurrido también con aquel gobierno que tanto adoraba, como en ese caso. No obstante, cuando se topó con esa noticia, su mujer y su hija prefirieron no mencionar esto, dejándolo hablar solo, a los gritos, ya que sabían a lo que se arriesgaban al no darle la razón. Aunque los golpes que les daba no eran muchos, eran muy reales, y la violencia verbal que ejercía sobre los tres era más que suficiente.
Su hijo menor nunca entendió, ni siquiera siendo un adulto, por qué lo ponían así ese tipo de cosas, que en esa casa nadie más consideraban injustas. Fabián, al igual que su mamá y su hermana, ya había visto esa casa notoriamente improvisada desde la ventanilla del colectivo, en más de una ocasión. El niño, inclusive, ya había visto a esa mujer. Gracias a la nota, los tres supieron su nombre: Susana Quende. Ella y su familia habían levantado, sin autorización alguna, su casa en aquel terreno, donde consiguieron permanecer por 7 años. Todo el que alguna vez pasó por ahí sabía que esa familia estaba usurpando ese terreno, por lo que nadie se sorprendió al enterarse, por medio del noticiero local, de que el dueño del terreno les dio un ultimátum, ordenándoles abandonar su propiedad cuanto antes. Fabián, Gladys y Florentina, vieron y escucharon la actitud de aquella mujer durante la entrevista que le hicieron, sin poder creer que estuviera hablando en serio. Los tres sintieron cierta admiración y pena por el periodista con el micrófono, por verse obligado a cubrir semejante nota, y por sus esfuerzos por hacer entrar en razón a esa persona. El menor de la casa trató una vez con ella, pero aún así, no podía creer que se refería a esa situación como un "atropello", entre muchos otros términos que empleó llena de ira, como "cheto" y "facho con plata".
Según dijo, indignada, una y otra vez, el dueño de ese lugar no tenía derecho a echarlos, porque ellos ya tenían establecido ahí su hogar. Sin importar cuántas veces aquel periodista le repitió que ese terreno no era suyo, y que habían corrido con suerte al haber podido permanecer ahí tanto tiempo, la señora se negaba a escuchar, enojándose cada vez más con él.
Gladys cambió de canal luego de escuchar como la tal Susana utilizaba su supuesta pobreza para justificar la usurpación que habían llevado a cabo, al igual que a sus siete hijas, haciendo énfasis en que "ese facho las dejaría en la calle". Eso último fue más desfachatez de lo que aquella madre de dos pudo soportar. No quiso seguir escuchándola. Florentina y Fabián no reclamaron, pues pensaban igual que ella. De las siete hijas que esa mujer tenía, cinco habían nacido en ese cuchitril que, milagrosamente, no había sido llevado por el viento durante esos siete años que llevaba en pie, cayéndose poco a poco. La hermana de Fabián sabía bien eso último, ya que fue compañera de escuela de Rocío, su hija mayor, por un año (luego Rocío se cambió de escuela), y llegó a saber que tenía únicamente una hermana menor antes de mudarse a ese terreno. Su madre debió haber tenido a la última un año antes de esa improvisada entrevista. Los tres dedujeron esto al ver, en medio de la nota, a la bebé que Rocío llevaba en brazos, mientras la mamá de las siete le gritaba al hombre que fue a cubrir la noticia.
Harto de ocupar su mente recordando a esa mujer que solo pensaba en tener un hijo detrás de otro, sin importarle las consecuencias, Fabián decidió olvidarse del asunto. Puso todo el dinero de su bolsillo en su pequeño escondite secreto rápidamente, después de escuchar que su padre había ingresado al baño.
No permitiría que ese tipo descubriera que le hacía mandados y favores a todos los vecinos del barrio. Mantener esto en secreto era la única manera de evitar que también le quitara ese dinero. Por lo tanto, sus clientes fueron prontamente informados de que él no debía enterarse de eso. Al estar todos al tanto de la situación en la casa del niño, este no tuvo problemas en conseguir que accedieran a guardar el secreto. Lo único que tenía que hacer era inventar excusas para que su padre no descubriera nada, como que había ido a la casa de Joaquín, o de cualquier otro amigo que se le ocurriera, y seguirle la corriente a su mamá siempre.
Recostado en su cama, aguardaba pacientemente que el partido estuviera próximo para que su papá se ausentara por al menos dos horas. Quiso distraerse con la lectura del último libro que Joaquín le prestó, pero algo no le permite enfocarse en eso. En esa ocasión, no eran los ruidos que Fabián padre no dejaba de producir al manipular con rabia cualquier objeto que tuviera al alcance de su mano, dando la impresión de que fuera a reaccionar de modo violento contra alguien en cualquier momento, pues ya estaba aprendiendo a ignorarlo. Era algo más, era el deseo de que aquella última mentira que su madre había ingeniado no fuera realmente una mentira. Quería que Joaquín lo visitara en su casa, como antes.
Se veían en la escuela, y disfrutaban de su mutua compañía, pero extrañaba pasar ratos junto a él, jugando videojuegos y viendo televisión en cualquiera de las dos casas. Inclusive extrañaba los chistes que Joaquín hacía sobre Florentina, buscando molestar a su amigo, en los que insinuaba una supuesta atracción suya por la hermana de él, y llamaba a Fabián "cuñado".
—Ella es más grande que vos —le respondía él, un poco molesto.
—No importa, a mí me gustan mayores —reía su amigo, decidido a llevar su broma hasta el final.
Fue poco antes de cumplir los 9 años que comenzó con aquel chiste recurrente. Llegó a decirle que había conseguido espiarla desde la ventana del baño una vez, mientras ella estaba en la ducha, y que nadie lo descubrió. Este tipo de cosas conseguían hacer enojar al hermano de la adolescente en más de una ocasión, a pesar de que sabía que esa historia no tenía sentido, ya que era imposible que su hermana no se hubiera percatado de eso, dada la ubicación de esa ventana.
Cuando Florentina comenzó a pasearse en ropa interior, o en toalla de baño, delante de Joaquín, sin mostrar el más mínimo pudor por esto, supo que su hermana se encontraba al tanto del cuento ese. No había otra explicación. Por su manera de ser, le resultó evidente a su hermano que se trataba de su manera de contestarle a ese chico.
Todas esas situaciones, en su momento, le habían resultado incómodas y molestas, pero tirado en la cama, escuchando aquellos azotes y rezongos casi insoportables, solo podía pedir que aquella época regresara. La época en la que su padre aún no había conseguido causarle terror a la madre de su amigo, provocando así que le prohibiera pisar otra vez esa casa. No estaba dispuesta a permitir que su único hijo fuera lastimado por aquel hombre que lo había hecho volver tan asustado a su casa. El primer gran obstáculo que su amistad debía enfrentar, desde que esta dio inicio cuando ambos tenían 7 años. Fabián llegó a creer que su padre tenía algo de consideración hacia las visitas, ya que nunca hizo de las suyas en presencia de Joaquín; sin embargo, esto llegó a su fin aquel martes.
Desde ese día, la madre de su amigo no permitió ni siquiera que Fabián fuera de visita a su casa, por temor a que ese hombre se le ocurriera ir ahí también. Al menos esa fue la explicación a la que llegaron los dos niños. Estos tenían aún la escuela, así como otros puntos de reunión, pero ambos estaban de acuerdo en que no era lo mismo.
El primer momento de alivio desde que entró a su casa, luego de hacer todos esos mandados, tuvo lugar cuando escuchó la puerta principal abrirse para después cerrarse. Pocos segundos después, pudo escuchar claramente como su padre desencadenaba su bicicleta. Al fin se estaba yendo a ver el partido.
A pesar de que la madre de ambos chicos fue avisarles esto, como si ninguno de los dos se hubiera dado cuenta, sabían que era pronto para relajarse del todo. En más de una ocasión él había regresado para buscar algo que dejó olvidado. Los tres nunca olvidaban aquella posibilidad. Motivo por el cual esperaron para sentir la intensa alegría de haberse librado de semejante individuo por un rato; de saber que durante la cena familiar iban a poder ver lo que quisieran en la televisión, y conversar libremente entre ellos, todo sin temor a provocar a la bestia. Conseguía hacerlos vivir con miedo, no podían hacer nada para evitar eso.
Pese a esto, Fabián estaba determinado a que jamás le haría creer que lo necesitaban para poder subsistir, que sin él no eran nada. Algún día conseguiría llevarse a su madre y a su hermana lejos de ese infierno. Él sería el sostén de la casa, gracias al trabajo que conseguiría, entonces los tres vivirían felices. Sabía que tendrían que transcurrir muchos años para estar cerca de conseguir eso, además de todo el trabajo duro que debería llevar a cabo sin rendirse, pero no perdería la fe. Desconocía si su papá tenía pensado que sus hijos siguieran sus nefastos pasos. Sin embargo, le daba igual. Él nunca consideraría quitarle a los demás, para así tener cosas de modo sencillo, como su padre hacía. Los tres se encontraban al tanto de todo eso, a pesar de que Fabián padre se esforzaba para que supieran lo menos posible.
—Padre rico padre pobre —leyó de nuevo, para sus adentros, el título del libro que tenía en sus manos, mirando fijamente la portada de este, en otro intento por dejar de distraerse, y tratando de obligar a su cerebro a concentrarse únicamente en la lectura, pues avanzaba muy lentamente para su gusto, y ya deseaba terminarlo para poder devolvérselo a su amigo.
Con algunos tropiezos fue capaz de enfocarse, y continuar con la lectura. Le resultaba un poco complicado en algunas partes, pero lo estaba disfrutando. Con cada segundo que transcurría, su deseo de ser como el autor de aquellas palabras se hacía cada vez más fuerte. Había despertado en él un interés, y una inspiración, mucho más grandes que Viajes de Simbad (de autoría anónima), el último libro que Joaquín le había prestado antes que ese. Si bien ese hizo que reflexionara a la hora de envidiar a la gente que tenía más cosas que él, pues muchas de esas eran el probable resultado de esfuerzo y dedicación, el nuevo lo llevó a creer que su meta era posible. Robert Kiyosaki hacía ver el conseguir mucho dinero como una tarea tan fácil, que no podía dejar de imaginarse intentándolo. Quería llevar a la práctica los consejos de ese señor, y tener siempre presente sus frases.
Y eso hizo. Los resultados que obtuvo no lo decepcionaron.