Kaela Norwyn nunca buscó la verdad. Pero la verdad la encontró a ella.
Tras la muerte de su madre, Kaela inicia un viaje hacia lo desconocido, acompañada por un joven soldado llamado Lioran, comprometido a protegerla… y a proteger lo poco que queda de un apellido que muchos creían extinto. Lo que comienza como un viaje de descubrimiento personal, pronto se transforma en una carrera por la supervivencia: antiguos enemigos han regresado, y no todos respiran.
Perseguidos por seres que alguna vez estuvieron muertos —y no por decisión propia—, Kaela y Lioran desentrañan un legado marcado por pactos silenciosos, invocaciones prohibidas y una familia que hizo lo impensable para mantener a salvo aquello que debía permanecer oculto.
Entre la lealtad feroz de un abuelo que nunca se rindió, el instinto protector de un perro que gruñe antes de que el peligro se acerque, y el amor contenido de un joven
NovelToon tiene autorización de MIS HISTORIAS para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capitulo 16
La decisión de regresar a Velkaris se tomó con el amanecer. Tras días de verdades reveladas, cartas leídas entre lágrimas y silencios compartidos con más peso que cualquier palabra, Kaela, Lioran y Darel emprendieron el camino de vuelta a la ciudad. No para huir. Sino para construir.
—Volvemos —dijo Kaela mientras aseguraba la carta de su abuela entre sus cosas—. No porque el peligro haya pasado… sino porque es hora de enfrentarlo.
—¡Y de vestirnos para ello! —anunció Darel, alzando una mano como si convocara una visión—. Yo diseñaré tu vestido de compromiso.
Kaela se detuvo en seco.
—¿Qué?
—Sí, claro. Algo con carácter —explicó, girando sobre sus talones—. Que diga: “soy la Guardiana de un linaje ancestral, pero también puedo hacer que el heredero de las espadas me pierda la respiración con solo entrar al salón”.
Kaela parpadeó.
—¿Estamos hablando de… escote?
Lioran, que en ese momento bebía un sorbo de agua, se atragantó discretamente. Internamente, su mente disparó una súplica silenciosa al universo:
Con escote no, por favor. Por todo lo sagrado… no.
Pero Darel, como si pudiera leer pensamientos (y como si se alimentara del sufrimiento ajeno), sonrió con picardía.
—Escote profundo. En V. Que llegue justo al centro del alma. Con un toque de encaje para que parezca celestial pero le arruine el día al primer suegro.
Lioran lo fulminó con la mirada. Una mezcla entre advertencia y súplica muda.
—Darel… —gruñó.
—¿Qué? Solo estoy diciendo que un poco de dramatismo no hace daño. Imagínalo: ella entra al salón y tú olvidas el apellido. El linaje. Y hasta tu capacidad de pronunciar consonantes.
—Darel.
—Escote con intención. No vulgar, no exagerado… solo lo suficiente para que Niebla te gruña desde el más allá si te atreves a acercarte demasiado.
Kaela se cubrió la cara con ambas manos, roja hasta las orejas.
—¡Por favor! ¡Basta!
Darel dio un giro sobre sí mismo.
—No lo ven aún, pero yo ya lo visualicé. Seda blanca. Detalles en plata. Escote pronunciado pero bendecido por el linaje. Digno de un salmo.
Lioran negó con la cabeza, murmurando algo entre dientes que Darel, por suerte, no alcanzó a oír.
Kaela se rió, con una mezcla de vergüenza y cariño. No había duda: aunque el mundo estuviera lleno de secretos oscuros y responsabilidades milenarias, tener a Darel era como tener un rayo de irreverencia divina atravesando toda solemnidad.
**
Velkaris los recibió como si no se hubiera detenido. El murmullo de la ciudad, las campanas, el crujir de las ruedas de los carruajes en piedra vieja… Todo seguía allí, intacto. Solo ellos habían cambiado.
Darel los llevó a un restaurante con vista al canal, donde las mesas estaban vestidas con manteles color marfil y una suave música llenaba el aire. En la mesa más cercana a la ventana, los esperaba Eldran.
Erguido. Silencioso. Con una copa de vino medio vacía y su ceño habitual, que podía tallar piedra.
—Perfecto —murmuró Lioran—. El comité de interrogación ya está en sesión.
—Solo no lo mires a los ojos por mucho tiempo —le aconsejó Kaela—. Es como mirarse en un juicio.
Cuando llegaron, Eldran se levantó. Revisó a Kaela como quien examina una joya antigua tras un terremoto: mirada atenta, manos firmes, expresión severa.
—¿Estás bien? ¿Te hablaron voces? ¿Te siguieron sombras? ¿Alguien te besó sin que yo lo sepa?
—¡Abuelo! —protestó Kaela, horrorizada.
Eldran se volvió hacia Lioran con el peso de cien generaciones en los ojos.
—¿Hay algo de lo que deba enterarme?
Lioran tragó saliva. Aparentemente tranquilo por fuera, aunque por dentro…
Recordaba.
La torre.
La noche limpia.
Kaela, parada bajo las estrellas. Vulnerable. Valiente.
Su beso en el cuello, primero.
Respeto, deseo, amor.
Y luego, el primer beso de verdad. En los labios.
Torpe. Real. Perfecto.
El primero para ambos.
—No —respondió, con una calma que no sentía del todo—. Todo está en orden.
Eldran alzó una ceja. No convencido. Solo resignado.
—Hmm.
—¡Pero hablando de orden! —intervino Darel, con una copa en mano y una sonrisa cómplice—. Eldran, querido… ¿tú qué opinas de un escote que le dé un infarto a los enemigos y una mini apoplejía a ti?
—No empieces —gruñó Lioran.
—¿Escote lateral, quizás? —continuó Darel como si nada—. O escote en la espalda, para que ella se vea como la salvación… y tú como un pecador arrepentido.
Kaela se hundió en la silla, intentando no ahogarse de risa.
Lioran solo apoyó la frente en la mano.
Eldran, por su parte, pareció considerar por un instante si Darel podía ser declarado una amenaza pública.
**
A pesar de todo, la comida fluyó entre risas, anécdotas y silencios compartidos. Kaela y Lioran se miraban a ratos, y en cada mirada, volvía esa noche en la torre. No con vértigo… sino con certeza.
Lo que habían vivido no se medía por palabras ni promesas.
Se medía por lo que ya sabían.
Por lo que ya eran.
Por lo que habían comenzado a construir…
A besos.
A susurros.
Y, aparentemente, con un escote aún en debate.
**
El atelier de Darel, en el segundo piso de un antiguo edificio en el corazón de Velkaris, era un caos encantador: alfileres sobre mesas, bocetos por el suelo, y telares vibrando al ritmo de una gramola que reproducía música clásica... aunque con ciertos arreglos teatrales de cuerda que nadie había pedido. En el centro del salón, Kaela se encontraba sobre una plataforma circular, mientras Darel giraba a su alrededor como un satélite creativo que no conocía límites.
—Este vestido no será solo una prenda —declaraba Darel, con dramatismo—. Será una declaración. Una historia. Una batalla ganada antes de ser librada.
—¿Y eso cómo se traduce en tela? —preguntó Kaela, divertida.
—Colores, estructura, simbolismo, mi amor. Y… escote.
Desde el rincón más apartado del taller, Lioran resopló apenas, sin levantar la mirada del libro que fingía leer.
Con escote no otra vez… por favor.
Lo pensó. No lo dijo.
Pero como si tuviera un radar activado para la incomodidad de Lioran, Darel giró con un destello en los ojos.
—Un escote elegante. Nada vulgar. Solo lo justo para decir: soy la Princesa de los Norwyn y también tengo clavículas que podrían terminar una guerra.
Lioran lo miró. Con mucha calma. Demasiada, quizás.
Darel sonrió con una pizca de malicia.
—¿Escote delantero o escote en la espalda, guardián de la causa? ¿Qué te preocupa más: la gravedad o el ángulo de visión?
Kaela sofocó una risa mientras bajaba la mirada, fingiendo revisar la tela.
Y justo entonces, entró el aprendiz.
El mismo que habían conocido semanas atrás, cuando llegaron a Velkaris buscando pistas sobre el hombre de la torre. El muchacho de rizos revueltos, voz suave y una expresión perpetua de asombro ante Kaela, como si cada vez que la viera fuera la primera.
—¡Buenas! Traigo los patrones y las muestras que pidió, maestro —anunció mientras se acercaba demasiado rápido.
Demasiado cerca.
Lioran levantó la mirada justo a tiempo para ver cómo el chico extendía una cinta de medir… y la pasaba por encima del brazo de Kaela con toda naturalidad.
Grrrr.
El sonido vino desde la entrada.
Niebla, el San Bernardo que se había acomodado como centinela silencioso junto a la puerta del taller, se incorporó con aire solemne. Las orejas alzadas. La mirada fija. Y el gruñido perfectamente calibrado como una advertencia diplomática.
El aprendiz se detuvo.
—¡Oh! Perdón, perdón. Solo estaba… ajustando medidas —dijo con una sonrisa nerviosa, reculando un paso.
—De lejos —murmuró Lioran, apenas audible.
Eldran, que estaba sentado junto a una mesa lateral con una taza de té en la mano y una ceja permanentemente arqueada, observaba todo sin intervenir. Hasta ese momento.
—Si el chico toca otro centímetro de piel sin permiso —dijo sin mirar a nadie en particular—, juro por mis huesos que va a necesitar más que una aguja para arreglarse la cara.
El aprendiz palideció y se mantuvo alejado el resto de la sesión.
Darel, sin perder su energía, alzó las manos al cielo.
—¡Oh, vamos! ¿Desde cuándo es un crimen diseñar algo con un poco de vida? ¡Kaela merece un vestido que haga que el cielo se incline!
—Kaela merece un vestido que no cause una guerra civil —replicó Eldran.
—¡Drama es vida!
—Y sutileza es sabiduría —replicó el abuelo.
Kaela suspiró, pero sonrió. Aunque los comentarios iban y venían como flechas amistosas, sentía la calidez de algo que se parecía mucho a una familia. Desordenada. Protectoramente molesta. Pero familia.
**
Horas después, cuando el vestido estuvo terminado, Darel se detuvo frente a Kaela con una sonrisa que, por una vez, no tenía sarcasmo.
—Aquí estás tú. Tal como debía ser.
El vestido era rojo profundo y negro intenso, los colores de la casa Norwyn. El corset realzaba su figura sin exageraciones, firme y sobrio, con costuras que parecían hechas con luz. Las mangas eran largas, adornadas con hilos de plata casi imperceptibles. Los hombros quedaban descubiertos, no como un detalle atrevido, sino como una afirmación de fortaleza.
No había moños. No había adornos inútiles.
Solo líneas limpias. Decisión. Legado.
Kaela se miró en el espejo… y por un instante, no reconoció a la niña que había huido de la ciudad entre sombras. Solo vio a la Guardiana.
Eldran se levantó. La observó en silencio. Y luego asintió con gravedad.
—Ahora sí —dijo—. Ahora pareces quien eres.
Lioran se acercó, sin prisa. La miró desde una distancia que respetaba, pero admiraba. Y en silencio, tomó su mano. La besó con lentitud, sin apartar la mirada de la suya.
—Eres todo lo que soñé —murmuró—. Y más de lo que sabía que necesitaba.
Kaela sonrió. Niebla, sentado a su lado, ladró una sola vez. Aprobando, por fin.
Y Darel, limpiándose los ojos con una tela negra, exclamó:
—¡Y no dije nada del escote! ¡Estoy madurando!
Kaela rió.
Lioran negó con la cabeza.
Eldran bebió su té.
Y así, entre telas rojas, símbolos antiguos, un perro justiciero y un aprendiz que no se atrevió a respirar más fuerte, el vestido fue terminado.
Y con él, la imagen de la última Norwyn que llevaría el legado… y la historia… sobre sus propios hombros.