Por Mis Hijos Doy Mi Vida.

La noche había llegado sin contratiempos. Las luces del gran salón de eventos del hotel más lujoso de Montreal se reflejaban en los ventanales, donde los copos de nieve comenzaban a caer suavemente. Ámbar Capolá caminaba por la alfombra negra que había elegido para su gala de presentación ante la sociedad canadiense. Vestida con un vestido largo de seda color perla con aplicaciones en plata, su porte elegante acaparaba miradas. A su lado, sus dos hijos lucían trajes hechos a medida, idénticos entre sí: camisas blancas con bordados sutiles, chaquetas azul marino y zapatos de charol que brillaban bajo la luz.

Detrás de ellos, Patrick Bernard caminaba erguido, luciendo un traje oscuro perfectamente entallado y una actitud alerta. A su lado, Diego mantenía una postura más relajada pero con los ojos siempre observando el entorno. Ambos eran ahora los pilares de seguridad y apoyo de Ámbar.

La fiesta transcurría entre brindis, conversaciones en distintos idiomas y la suave melodía de un cuarteto de cuerdas. Ámbar se movía entre los invitados con naturalidad, presentando su proyecto de restauración hotelera, un plan ambicioso que proponía fusionar lujo y sostenibilidad. Los empresarios del rubro hotelero, arquitectos reconocidos, inversores y medios especializados se mostraban interesados. Nadie podría imaginar que aquella mujer , era la lider criminal de una de las organizaciones mas grandes en Italia, Sabina solo queria mostrar una sombra de la mujer poderosa que ahora brillaba frente a todos.

De repente, la atención de varios se desvió hacia la entrada. Daniel entraba en la sala, vestido con un esmoquin negro y camisa gris oscuro. Su mirada se cruzó con la de Ámbar casi de inmediato. Sin dudarlo, se dirigió hacia ella, y tras detenerse frente a sus hijos, sonrió con sinceridad.

—Hola, pequeños campeones —dijo inclinándose para estar a su altura—. Están muy guapos esta noche.

Los niños lo miraron con timidez pero no se apartaron. Antonio sonrió al reconocerlo y lo saludo amablemente. 

— Hola señor Daniel. 

— Puedes llamarme Daniel sin el señor, pequeño —respondí Daniel, lanzando una mirada fugaz hacia Ámbar.

Ella lo saludó con un gesto suave y asintió apenas. No podía permitirse el lujo de mostrar emociones frente a la prensa y los invitados, pero por dentro, verla así de radiante y con sus hijos a su lado, lo desarmaba.

Fabio, el amigo y abogado de Daniel, se acercó desde la barra con dos copas en la mano. Le pasó una a su amigo y al ver a Patrick y Diego de pie detrás de Ámbar, alzó las cejas con interés.  En cuanto se alejaron de la familia anfitriona, Fabio comento. 

—Vaya amigo... sí que tienes competencia —murmuró al oído de Daniel mientras tomaba un sorbo de champaña.— El tal Patrick la mira con admiración, como si fueran hermanos... pero el otro tipo, no sé. No parece tener intenciones tan fraternas.

Daniel se giró hacia él con una expresión seria.

—Fabio, podrías callarte... no me estoy acercando a ella con esas intenciones.

—¿Ah, no? —soltó con una sonrisa pícara—. No era ese el punto de todo esto? Saber por qué, a pesar de no recordar nada de tu pasado, no puedes sacarla de tus sueños?

Daniel bajó la mirada hacia su copa.

—Sí... digo, no. Ahora solo quiero enfocarme en los niños. Me gustaría que ellos pudieran tener una relación conmigo. Ya es mucho pedir.

Fabio se encogió de hombros, girando la copa entre sus dedos.

—Y no crees que sería bueno que sus padres estén juntos? Digo, todo niño sueña con tener una hermosa familia feliz...

Daniel lo miró con fastidio, entrecerrando los ojos.

—Sabes qué... mejor iré por otro trago.

—Tráeme uno a mí —dijo Fabio con una sonrisa ladina.

Mientras Daniel se alejaba hacia la barra, Fabio se quedó observando la escena. Ámbar conversaba con una arquitecta de renombre, sus hijos a su lado jugando con un pequeño rompecabezas de madera entregado como souvenir de la gala. Patrick hablaba por teléfono a pocos pasos, en voz baja, y Diego observaba las entradas y salidas con mirada profesional.

Todo parecía en calma, pero bajo esa superficie, muchas cosas se cocinaban.

En la sala privada del hotel, Patrick había recibido un informe. Las declaraciones de Morales, aunque dolorosamente arrancadas, habían arrojado nombres. Cuentas en el extranjero. Correos cifrados. Nada que inculpara directamente a Diana, pero suficientes pistas como para empezar a estrechar el cerco.

Cuando Daniel regresó con las copas, Fabio seguía con la vista en la señora Capolá. 

—¿Ya averiguaste quién es el otro? —preguntó.

Daniel negó con la cabeza mientras entregaba el vaso.

—Patrick Bernard, su mano derecha. El otro no lo conozco.

—Pues te lo digo yo... ese hombre la mira como si le debiera la vida. Y no sé si sea algo malo o bueno para ti. Solo espero que no sea demasiado tarde.

Daniel lo ignoró, pero sus ojos se volvieron a posar en Ámbar. La observó mientras caminaba hacia el escenario, donde un maestro de ceremonias ya se preparaba para anunciar su discurso.

Ella subió con elegancia, tomando el micrófono entre sus dedos. Una sonrisa suave cruzó su rostro antes de hablar.

—Buenas noches. Primero que nada, gracias por acompañarme en esta ocasión tan especial. Esta noche no solo celebramos la presentación de un proyecto... también mi regreso a Canadá y mi estadia permanente. Canadá ha sido un refugio, un nuevo inicio. Y esta ciudad, Montreal, será el núcleo de mi nuevo sueño: la restauración del Hotel de Lys. Un espacio que mezclará historia, arte, ecología y vanguardia. Es mi forma de dar gracias y también de seguir adelante.

Los aplausos llenaron la sala. Daniel no podia quitarle la mirada de encima . Sus hijos aplaudían con una inocencia desarmante. Y mientras Ámbar descendía del escenario, Patrick la recibió con una mirada firme y una leve inclinación de cabeza. Diego hizo un gesto a un guardaespaldas que mantenía su posición en una esquina discreta.

Todo seguía bajo control. Pero algunos otros sabían que la calma era frágil.

Y que pronto, la verdad comenzaría a salir a la luz.