Detrás de la fachada de terciopelo y luces neón de una Sex Shop, un club clandestino es gestionado por una reina de la mafia oculta. Bajo las sombras, lucha por mantener su presencia dentro de los magnates, así como sus integridad de quienes la cazan.
¿Podrá mantenerse un paso adelante de sus depredadores o caerá en su propio juego de perdición y placer?
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El cazador
Eleanor se removió en su sitio luego de sentir una ráfaga de brisa fría rozar su expuesta y delicada piel. Poco a poco fue recobrando la consciencia. Al abrir los ojos, los volvió a cerrar de golpe, deslumbrada por la iluminación del lugar. Parpadeó un par de veces antes de levantarse, notando que estaba arropada con una sábana y sobre una gran cama.
Cuando sus sentidos finalmente se activaron, se levantó de golpe, sintiendo una punzada de dolor en la cabeza y el cuello. Su mirada de águila escudriñó la habitación. Se quedó inmóvil, cual ciervo frente a la luz, al percatarse de la presencia de Kiam.
Sobre la mesa de noche, junto a la cama, se encontraba un florero. Eleanor no dudó en tomarlo y posicionarlo de tal manera que sirviera como defensa personal.
Kiam estaba recostado sobre un lujoso sofá, posando su codo sobre la bracera y su cabeza sobre su mano. Estaba dormido. Se le notaba el cansancio en el rostro, con profundas ojeras bajo los ojos. Su cabello estaba recogido en una media cola, dejando expuesto su rostro varonil. La mujer no pudo evitar mirar la marca que decoraba su ojo izquierdo. Jamás se había tomado la molestia de apreciar la cicatriz que atravesaba sus párpados. Verlo en ese estado tan sereno le parecía de algún modo tan interesante y curioso, casi hipnotizante.
Y en un descuido de su atención, Kiam reaccionó de prisa y la sujetó con fuerza de la muñeca donde sostenía el florero.
—¿Qué crees que haces? —preguntó con la voz gruesa y soñolienta. Un tono tan excitante que puso a la mujer a temblar. Ella ejercía fuerza para soltarse, aun consciente de que era inútil. Maldito cuerpo de mujer, pensó.
—¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué estás aquí? ¿Y dónde estamos? —lo bombardeó de preguntas, con ese humor de perro rabioso que solo con él lograba sacar. Su rivalidad era palpable.
—¿Así es como le pagas a quien te salvó la vida?
—¿Me violaste, Kiam? —dijo con seriedad, temiendo que su respuesta fuese un rotundo sí.
Él mantuvo la mirada fija, sin pestañear, hasta que la sorprendió girándola y acostándola sobre el sofá.
—Y si así fue, ¿qué? ¿Te vas a sentir sucia? ¿Me vas a denunciar? ¿O me picarás la maldita polla en pedazos? ¿O acaso querías que eso pasara? ¿Te da morbo imaginar que puse mis manos sobre ti, que me acerqué a tu nuca... —explicaba, mientras realizaba gestos descriptivos—...e inhalé tu perfume hasta invadirme por dentro y calentarme de una manera que nadie más ha podido? Te fascina fantasear con tenerme a tu merced, ¿verdad? Porque soy el único al que no has podido manipular.
—Ni en mi peor pesadilla he soñado con hacerte mío. Yo no necesito de escorias —masculló entre dientes, sintiéndose doblemente intimidada por la cercanía y la perversa exactitud de su psicología.
Sus palabras parecieron ofender al hombre, quien tensó la mandíbula antes de girarla boca abajo sobre el sofá.
—¿Pero qué carajos piensas hacer?
—Sabes, Eleanor, ¿alguna vez has pensado lo que siente Gill cada vez que se te antoja jugar con él? ¿Has probado por aburrimiento alguna de esas pastillas que hacen en ese laboratorio que tanto le obligas a tomar? Deberías recibir de tu propia medicina. Si nadie tiene las agallas para ponerte en tu lugar, yo sí.
—No estoy para bromas, Kiam. Tengo que irme. ¡Suéltame!
El hombre la obligó a levantarse y a sentarse de rodillas, de espaldas a él. El florero cayó y rodó por la alfombra. Kiam la sostuvo con fuerza por el cuello con una mano, y con la otra, inmovilizaba sus brazos detrás de su espalda. Estaba indefensa.
—¿Por qué te encanta hacer las cosas tan difíciles, campesina? ¿Eh? ¿No te aburre tanta rivalidad? ¿Por qué te esmeras en ir en mi contra?
—Aquí el único que complica las cosas eres tú. ¿Por qué no terminas de aceptar que el abuelo decidió hacerme su sucesora y no a ti? Cuando se entere de lo que estás a punto de hacer, tenlo por seguro que él será quien te corte tu pedazo de trozo.
Él la atrajo más. Sus mejillas quedaron rozando.
—Te odio. Con todo mi ser. Maldigo el día en que apareciste en nuestras vidas. Y lo peor de todo es que aun no te basta con habérmelo arrebatado todo. Mi vida, mi dignidad, mi rostro. Me lo has quitado todo. Y no permitiré que lo poco que he logrado recuperar me lo arrebates de nuevo. Tú misma lo dijiste: no podemos vivir en el mismo mundo. Tú decides. O asesoras tu vida, entregas tu lugar dentro de la familia y regresas a donde perteneces. O mejor vete relajando, porque esta noche será la última de tu vida. ¿Qué es lo que quieres?
—Tendrás que matarme si me quieres fuera del juego. Si al final mi destino es abandonar mi poder y mi posición dentro de la familia, entonces lo haré con la cabeza en alto.
De su pantalón, Kiam sacó su pistola y la colocó en la sien de la mujer, pudiendo sentir el frío metálico y la creciente tensión de que su vida estaba próxima a acabar. Su pequeño cuerpo temblaba sobre Kiam, quien esperaba que suplicara por su vida hasta el llanto.
—Sigues siendo tan terca que la primera vez que nos conocimos.
—Soy una mujer firme de convicción. Para acabar conmigo tienen que matarme —Su voz se entrecortaba, cosa que llamó la atención del hombre.
—Mírame —exigió. Pero ella movió la cabeza en negación. —Mírame, Eleanor —repitió. Al ver que no cumplía su petición, la obligó a rotar su cabeza hasta poder ver su expresión.
Su rostro estaba lleno de lágrimas, aun cuando intentaba contener el llanto.
—¿Estás feliz? ¿No era esto lo que querías? Tenerme bajo tu control. Estoy segura que después de esto irás a celebrar en algún burdel lujoso de la ciudad mientras bebes de tu whisky favorito. ¡¿Qué esperas?! ¡Acaba conmigo! ¡Mátame! ¡Quítame la vida tal y como se la quité a tus padres! —exclamaba, llorando desgarradoramente.
Aquella escena removió los recuerdos de Kiam, reviviendo momentos que creyó haber sepultado de su dura y dolorosa juventud.
—Mierda, después de todo no quiero morir —murmuró sollozando. La invencible Eleanor, la reina de la mafia, se había quebrado.