"UNA MADRE DESESPERADA, UN SALVADOR AMENAZANTE
¿Qué límites cruzarías por salvar a tu hijo?
Adelaida, una madre desesperada, hará cualquier cosa para proteger a su hijo, incluso si significa sacrificar su orgullo.
Pero cuando Kento, un misterioso y poderoso hombre, se convierte en su única esperanza, Adelaida se encuentra atrapada en una red de rencor y pasión.
Kento, su redentor y verdugo, no sabe que Adelaida es la clave para desentrañar su propio pasado.
¿Podrá Adelaida salvar a su hijo y descubrir la verdad detrás del enigmático Kento?
Descubre esta historia de amor, venganza y redención."
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ℂapítulo ℕueve
Adelaida seguía leyendo punto por punto el maldito contrato y ya Kento, se estaba impacientando.
—¿Qué pasa? ¿Vas a firmar si o no? Solo estoy esperando que lo hagas para llamar a la ambulancia aérea que vaya por tu hijo y sea trasladado al Sant Joan de Deú. —Kento, la presionó a que firme de una vez.
—Es que tengo un inconveniente con el punto veinte. Dice que debo viajar al Japón. Yo no puedo ir, le prometí a mi hijo nunca separarme de él. —Adelaida le explica con lágrimas en sus ojos.
—No llore, no me gusta que me traten de convencer con lágrimas. ¡Odio eso de las mujeres! —Adelaida lo miró con rabia, piensa que ese hombre no tiene sentimientos, es un magnate muy cruel.
—Lo siento. Pero debe de haber otra forma de cumplir esta cláusula sin que me separe de Francis —Adelaida intenta convencer al ogro.
—El viaje se hará sí o sí. Lo que sí le puedo asegurar es que se hará cuando el niño esté estable y, según cómo se den las cosas contigo, puedo permitir que viaje con nosotros. Pero el niño se quedará en un hotel mientras nosotros estemos con mis padres. Ellos no se pueden enterar de que tienes un hijo. —Adelaida pudo ya soltar el aire que tenía retenido, eso es un avance. Ya con la tranquilidad de que no se va a separar de Francis, decide firmar el documento.
Kento, al ver que Adelaida firmó, hizo una rápida llamada. Luego le hizo poner un llamativo anillo de compromiso y le dio una tarjeta de crédito negra.
—Toma, es una tarjeta sin límites. Ve al parqueadero, pregunta por Elías, él es mi chófer y ya sabe que vas a bajar para llevarte a un sitio donde te harán un cambio de look. —Adelaida duda en recibir la tarjeta, ella no entiende para qué la necesita.
—No es necesario, señor Kimura —él le da una mirada indescifrable. Es como si quisiese escanearle su mirada.
—Primero, a partir de este momento oficialmente eres mi prometida, por lo tanto, debes estar a mi nivel para poderte mostrar a mi lado. Por eso debes de tener la tarjeta; una asesora va a estar contigo el resto del día. Segundo, no me llames, señor Kimura, ¿desde cuándo una prometida se dirige así a su novio? Dime, simplemente, Kento, y ya —le exigió.
—Entiendo, Kento. ¿Me puedo ir? —le pide, ella ya no quiere estar más junto a ese hombre que la pone tan nerviosa.
Hizo lo que él le pidió y el chófer de Kento, la llevó a un lujoso salón de belleza.
Desde que Adelaida llegó de parte del señor Kimura, fue tratada como si fuera de la realeza. Miles de tratamientos, entre masajes, depilación y exfoliaciones, dejaron su piel suave y tersa. Parecía como si le hubieran quitado cinco años de encima. Luego un grupo de estilistas se hizo cargo de su maltratado cabello.
Pasó allí toda la mañana y parte de la tarde. Le llevaron un delicioso “Déjeuner”, pues ya se estaba pasando la hora del almuerzo. Pero Adelaida ni hambre tenía, pues no pensaba, sino en su pequeño. Lo extrañaba mucho y estaba segura de que él también la extrañaba.
Ya se quería ir al hospital, pero aún faltaba la parte que ella más odiaba: probarse atuendos.
Un modisto de renombre se paró frente a ella, mirándola como a una obra de arte.
—Walaaa. Eres un diamante en bruto. ¡DI VI NA! —Expreso con alegría.
Ese diseñador, llamado Andreino Marisolio, la puso como a maniquí: mídase unos zapatos, póngase unos pantalones, pruébese estas joyas, modele estos vestidos. Adelaida ya estaba exhausta y de mal humor.
Cuando terminaron con su faena de belleza, la pusieron al frente de un gran espejo y cuando vio su reflejo en él, se soltó a llorar desconsolada.
—¡Qué linda! está emocionada porque quedó divina —decía Andreino.
—Quedó impactada —decía el estilista.
—Es que fue un gran cambio el que le hicimos —la esteticista aplaudía.
—No llore, Adelaida, que se le corre el maquillaje —la maquillista le pasó un pañuelo desechable.
Pero Adelaida solo lloraba porque quedó exactamente igual a su rival de amores, la verdadera viuda de su exesposo.
El equipo del centro de belleza la ayudó a subir al auto donde ya la esperaba Elías, el chófer, junto a las grandes bolsas donde estaba todo lo que se compró. El chófer volvió con ella a la empresa y no hacía, sino, mirar por el espejo retrovisor, muerto de susto por la reacción que pueda tener su malhumorado jefe al llevarle a otra mujer diferente a la que se llevó esta mañana por orden de él. Pero esas personas le insistieron que ella era Adelaida. «A la mano de Dios, pensó, mientras se persignaba».
Al llegar a la empresa, un impaciente Kento, los esperaba a la entrada del acceso al parqueadero. El chófer paró el auto a su lado ante la seña que le hizo su jefe. Cuando Kento, se subió, vio con una extraña satisfacción a Adelaida, y le dio un beso en la boca que la dejó paralizada. La miró de arriba a abajo, escaneándola lentamente, sin emitir palabras.
—Hicieron un excelente trabajo. Ahora si eres Madeleine —le acarició la cara y le dio otro beso en la boca, esta vez más largo.
Adelaida quedó en un solo temblor con lo que dijo Kento. ¿Sería posible que fuera la misma Madeleine? Era obvio, ella y su rival son demasiado parecidas.
Kento, después de terminar el escaneo y dar su visto bueno al trabajo realizado a Adelaida, le ordenó a Elías que se dirigieran al hospital Sant Joan de Deú. A Adelaida le dio un vuelco el corazón, si él pidió ir allí es porque ya su niño fue trasladado.
—Tome —Al llegar al hospital, Kento le pasó una cajita a Adelaida —Es un celular de última generación, mi prometida no puede estar andando por ahí con un celular que ni a 3G llega.
—Gracias —Adelaida sabía que no podía refutarle nada a Kento, así quisiera. Una de las cláusulas del contrato así lo estipulaba.
Se bajaron en silencio al frente del hospital, y Kento, tomó de la mano a Adelaida, para entrar con la cabeza en alto junto a su prometida.
Las personas a su alrededor los observaban maravillados. Era una hermosa pareja que irradiaban imponencia en cada paso.
Entraron a una lujosa habitación, con una cómoda cama en donde duerme plácidamente su niño. Parecía un ángel mientras recibía una transfusión de sangre, conectado a un moderno monitor de signos vitales a su lado.
Sentada en un cómodo sillón estaba Josefina, cuidando el sueño del niño y los saludo muy formal.
Cuando su ángel abrió los ojos al sentir la presencia de su madre, le dio la sonrisa más hermosa que sus ojos pudieran ver.
—¡Mamita, estás muy linda! ¡Y viniste con mi amigo Ken!