EMBARACE A MI ENEMIGO

El sol está comenzando a elevarse sobre las montañas cuando Draco sale al amanecer para su rutina diaria de entrenamiento mientras yo me hago el dormido.

No quería verlo después de todo lo que me hizo durante la noche. No recuerdo cuántas malditas veces me desmaye en sus brazos. Me duele mi agujero pero al mismo tiempo me encanta la sensación de sus mordidas en mi piel. No sé si me volví masoquista.

 Siempre está en su mejor forma, como el líder indiscutible que es, pero hay algo en él que, incluso en esos momentos de fuerza y poder, me hace pensar que lo que realmente lo mantiene en pie era algo mucho más profundo que solo su habilidad física. Por lo menos no me descubrió el embarazo. Únicamente tuve que abrirle las piernas y actuar cachondo. Se volvió totalmente loco.

Realmente creí que moriría con esa anaconda entre sus piernas. Me llenó tanto que a pesar que él mismo se encargo de sacarlo todo de mi agujero, aún tengo la sensación de que algo me queda.

Yo no pensaba seguirlo hoy. Pensaba quedarme en mis laureles. Descansando.

Había cosas que hacer, mi mente estaba ocupada con muchas preguntas, pero algo, no sé qué exactamente, me impulsó a quedarme en la cueva y no seguirlo. Cuando me dirigí a la cocina para preparar algo delicioso para él, no sabía por qué lo hacía. Tal vez solo quería sorprenderlo, o quizás pensaba que lo que estaba por suceder podría cambiar la forma en que nos veíamos el uno al otro.

No pasaron ni unos minutos cuando una de las sirvientas, Bass, se me acercó, con su rostro amable pero algo reservado.

— Mi señor Louve…buenos dias —dijo en voz baja—, hoy es el cumpleaños de su esposo, el Señor Draco. Su cumpleaños número 201.

Mis ojos se agrandaron en sorpresa. Draco nunca mencionó algo como eso, y francamente, nunca lo había considerado. Con razón ese animal tenía más ganas anoche que antes. Pensé en cómo él siempre se mantenía tan serio, tan impenetrable cuando estaba fuera de la cueva, que nunca mostraba una pizca de vulnerabilidad. ¿Un cumpleaños? Eso parecía tan ajeno a la persona que es.

Sin pensarlo dos veces, me metí en la cocina, reuniendo ingredientes frescos para hacer un almuerzo que pensaba que él disfrutaría. Además de hacerle un postre de frutas. Algo cálido, algo hecho con mis propias manos, para demostrarle que, aunque él siempre jugaba con su arrogancia, había cosas que yo hacía por él de manera sincera.

Pero al final, la sorpresa no resultó como imaginaba. Él sorprendido terminé siendo yo.

Empaque todo muy bonito.

Cuando llegué al área abierta donde él siempre entrenaba, me encontré con una escena que me hizo detenerme en seco. Draco estaba rodeado de un grupo de mujeres, todas riendo y conversando, y él, sentado en su silla, parecía estar disfrutando de la atención. Yo no sabía si devolverme por llegar sin avisar o seguir. Pero lo que me hizo explotar de rabia fue lo que ocurrió a continuación.

Una de las mujeres, con una risa juguetona y descarada, se acercó y, ante mis ojos, se le sentó en las piernas. La vió tan relajada, tan cómoda, que me invadió una sensación de celos que no pude controlar. Y como si fuera poco, esa mujer se inclinó hacia él y lo besó. Maldición quería que me tragara la tierra.¿Desde cuándo el está rodeado de mujeres fáciles? ¿Acaso no saben ellas que él está casado o no les importa? ¿Por qué demonios él permite ese nivel de confianza? Un beso en su boca. Un beso que, en ese momento, sentí como una puñalada en el pecho.

—Hey, no deberías hacer eso, pequeña—lo escuché decir.

—Draco, es tu cumpleaños. Sabes que a todas nos gusta...no nos importa que te enojes. Sabes tan dulce.

—Son unas traviesas.

La rabia comenzó a subir por mi garganta como lava a punto de estallar. ¿Cómo podía hacerle eso a mí? Después de todo lo que había pasado entre nosotros, después de todo lo que habíamos vivido juntos, ¿cómo podía actuar de esa manera frente a tantas mujeres? ¿Acaso todo lo que me decía era mentira? ¿Está era su venganza? ¿Realmente tengo un enemigo en casa?

—¡Draco!

—¿Louve?

Sin pensarlo, caminé hacia el grupo y lancé la bandeja de comida que había preparado con tanto cuidado hacia él. El sonido de la comida al estrellarse en su rostro fue el último empujón para mi furia. Enseguida, lo siguiente que hice fue darle una cachetada. No fue una cachetada suave. Fue una golpeada, una que sabía que lo haría reaccionar, que lo haría sentir el peso de lo que había hecho. Tan fuerte que mi mano se extremecio y se puso colorada al instante.

— ¡Eres un maldito! —grité, mi voz temblorosa, llena de indignación—. ¡Feliz cumpleaños, Draco! ¡Feliz cumpleaños, pero ni siquiera recuerdas a quién tienes aquí, ni a quien debes respetar! ¡Eres tan estúpido y tan...!

No pude seguir. La ira me nubló por completo. Me entraron las nauseas como si a mi bebé también le doliera el hecho de la traición. Di media vuelta, girando en dirección opuesta. Sabía que lo había dejado en shock, pero ya no me importaba. Si debía divorciarme lo haría y quedaría solo con mi bebé. Las palabras me dolían, pero más me dolía ver cómo él podía ser tan indiferente.

Me marché furioso, y cuando miré atrás, vi cómo él se quedaba allí, parado, inmóvil, con la comida cubriéndole la cara y una expresión de total desconcierto en su rostro.

— Louve… —escuché que me llamaba, pero no lo miré. No me importaba en ese momento. No quería que me dijera nada.

Lo último que escuché fue su risa burlona, como si todo eso fuera solo una broma para él.

No sabía por qué me había tomado tan mal lo que había visto, pero en ese instante entendí que había algo en mí que aún no estaba dispuesto a enfrentar. A pesar de todo lo que nos separaba, de todo lo que luchábamos, había una parte de mí que no podía soportar verlo con otras. Y aunque no podía admitirlo, la herida que me había causado me estaba devorando por dentro.

Draco, el heredero del dragón, el hombre imparable, siempre tan seguro de sí mismo, había provocado una explosión de emociones en mí que no sabía cómo controlar.

Al final, tal vez no era tan fuerte como creía. Tal vez, solo tal vez, había algo más que lo unía a mí que solo rabia o desprecio. Y no estaba dispuesto a dejarlo ir tan fácilmente.

Pero, por ahora, lo único que quería era estar lejos de él mientras mi rostro se llena de lágrimas.