Alana Alvarado Blanco solía sentarse en un rincón de su pequeño cuarto en el orfanato y contar los huecos visibles en la pared, cada uno representando un día más sin la compañía de sus padres. En su mente infantil, imaginaba que cada uno de esos agujeros era un recuerdo de los buenos momentos que había compartido con ellos. Recordaba con cariño aquellos cinco años en los que su vida había sido casi perfecta, entre risas y promesas. La melodía de la risa de Ana Blanco, su madre, resonaba en su corazón, y la voz firme de Vicente Alvarado, su padre, aún ecoaba en su mente: “Volveremos por ti en cuanto tengamos el dinero, pequeña”. Sin embargo, ese consuelo se había transformado en una amarga mentira, la última vez que le repetían esas palabras había sido poco antes de que la pesada puerta de madera del Hogar de San Judas se cerrara tras ella, sellando a la fuerza su destino y dejando su vida marcada por la ausencia. En ese instante, la esperanza que una vez brilló en sus ojos comenzó a de
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capítulo 20
Fernando Fuente leyó la respuesta de Alana. El mensaje lo golpeó como una bofetada: la sala de juntas principal. Ella estaba desafiándolo en el corazón de su poder, el lugar donde su padre y su tía dictaban las reglas. La furia y el pánico se mezclaron; tenía que detenerla antes de que Zúñiga entrara con una orden judicial para embargar documentos.
Mientras se dirigía a la sala de juntas, su teléfono vibró con un mensaje de texto de un número desconocido para él:
De: Daniel (El número de Daniel)
Asunto: Ninguno
Estoy listo. Lo tengo todo.
Fernando se detuvo en seco. Lo tengo todo. Esto solo podía significar una cosa: el novio de Alana había obtenido la agenda real, o la estaba copiando. Y si estaba en el edificio, solo podía estar en un lugar: la Sala de Sistemas, cerca del archivador que Alana había usado antes.
La sala de juntas podía esperar. El Archivador Secreto no.
Fernando cambió de dirección y corrió hacia el ascensor, la Orden de Restricción arrugada en su bolsillo. Su juicio estaba completamente nublado por la desesperación.
El Encuentro en el Pasillo
Daniel estaba en el pasillo del segundo piso, cerca de la Sala de Sistemas, revisando con calma los planos de un edificio en su tableta. No estaba nervioso; sabía que su presencia era un cebo.
Fernando salió del ascensor con tal velocidad que casi choca con un empleado. Sus ojos, rojos por la rabia y la falta de sueño, se fijaron inmediatamente en Daniel.
"¡Tú!" gritó Fernando, corriendo hacia él, ignorando a los pocos empleados que observaban la escena con incomodidad. "Devuélveme lo que me robaste, pedazo de basura."
Fernando se lanzó hacia Daniel. Daniel, que era más alto y atlético, se hizo a un lado, permitiendo que Fernando tropezara. Daniel levantó las manos, pero su rostro era de una calma absoluta.
"No sé de qué me hablas, Fernando," dijo Daniel, con voz fuerte y clara. "Pero sé que tienes una Orden de Restricción y que no deberías estar cerca de mí o de Alana."
"¡Cállate! ¿Dónde está el archivo? ¿La agenda? ¿Estás aquí para robar información de la Corporación Fuente?" Fernando estaba fuera de sí. Se abalanzó sobre Daniel, agarrando el cuello de su camisa.
"Seguridad," gritó Daniel, sin devolver el golpe. "¡Seguridad! ¡Este hombre me está atacando!"
El grito atrajo la atención de la guardia de seguridad interna, que ya había sido alertada por el frenesí de Fernando. Dos guardias se apresuraron a intervenir, separando a los hombres.
"¡Él es el ladrón!" gritó Fernando, con espuma en la boca. "¡Está aquí para sabotear! ¡Lo vi hablando con mi exesposa!"
El jefe de seguridad se acercó a Daniel, quien se arregló la camisa con calma.
"Señor," dijo el jefe de seguridad a Daniel, "necesito que se identifique."
"Mi nombre es Daniel Márquez. Soy el prometido de Alana Alvarado, la exesposa del señor Fuente. Y tengo una copia de la Orden de Restricción que el señor Fuente acaba de violar. Este ataque físico es la prueba."
Daniel sacó una copia de la orden que Alana le había proporcionado, pasándola al jefe de seguridad.
"Además," continuó Daniel, mirando directamente a Fernando, cuyos ojos se abrieron con horror. "Tengo una captura de pantalla del mensaje de texto que usted me envió, amenazándome. Y soy un testigo de que usted está usando recursos de la Corporación, violando su acuerdo con su propio padre."
El jefe de seguridad, cuyo deber final era proteger a la Corporación, miró a Fernando. Las órdenes de la Tía Helena sobre la discreción eran absolutas. Un altercado público, un ataque, y una orden de restricción de por medio... esto era un desastre.
"Señor Fuente, tiene que venir conmigo," dijo el jefe de seguridad, su tono ahora autoritario. "Está violando una orden judicial en propiedad corporativa. Necesito que se comunique con el departamento legal inmediatamente."
Fernando, dándose cuenta de que había caído exactamente en la trampa que Alana había tendido, se hundió en una derrota silenciosa. Su arrogancia se desvaneció, reemplazada por la comprensión de que su vida estaba ahora totalmente fuera de su control.
La Última Notificación
Mientras Fernando era escoltado, el teléfono de Daniel vibró. Era un mensaje de Zúñiga:
De: Bufete Zúñiga
Asunto: Acciones Legales
La orden de arresto por la violación ha sido emitida y notificada al fiscal. Nuestro caso por acoso y uso indebido de recursos está completo. En este momento, el Sr. Fuente está legalmente desactivado. El juego terminó. La victoria es suya, Señorita Alvarado.
Daniel sonrió. Tomó el ascensor y salió del edificio. Llamó a Alana.
"El Anexo C y el cebo funcionaron, Alana. Lo tienes. Está fuera de circulación."
"Buen trabajo, Daniel," dijo Alana. Por fin, la voz de ella sonaba completamente tranquila y libre.
El plan de las hermanas y Daniel fue un éxito completo. Fernando enfrentará las consecuencias de su violación de la orden de restricción y su uso indebido de recursos corporativos, lo que inevitablemente lo desvinculará permanentemente de la Corporación Fuente.
Daniel llegó al apartamento de Alana veinte minutos después de su llamada. Entró sin aliento, no por la prisa, sino por la adrenalina del enfrentamiento. Alana lo recibió en la puerta y, sin mediar palabra, se fundieron en un abrazo. Un abrazo largo, silencioso, que no era solo de cariño, sino de celebración.
"Estuviste increíble," susurró Alana contra su hombro. "Usaste tu calma contra su locura."
"Tú fuiste la estratega, Alana," replicó Daniel, apartándola para poder mirarla a los ojos. "Pero escúchame bien. Te amo. Y no voy a permitir que ese hombre o cualquiera que se parezca a él, vuelva a amenazarte o a hacerte sentir miedo. Firmamos un contrato de vida juntos, y yo voy a cuidar y a proteger tu paz."
Alana sintió las lágrimas en sus ojos, pero eran lágrimas de alivio, no de tristeza. "Gracias, Daniel. Estás dentro."
Una vez que se calmaron, Alana y Daniel se sentaron frente a la laptop. Era hora de celebrar su victoria con sus cómplices.
Alana inició una videollamada grupal. En segundos, aparecieron los rostros de Catalina (desde su dormitorio en Londres, en pijama, pero radiante) y Ricardo (desde un lugar neutral, con su habitual rostro inescrutable).
"¡Lo hicimos!" exclamó Alana, sintiendo una alegría inmensa. "Fernando fue arrestado por violar la Orden de Restricción. El Anexo C funcionó. La Tía Helena y el Sr. Fuente lo van a desvincular de la Corporación."
Catalina sonrió ampliamente, levantando su taza de café en un brindis. "¡Salud por la justicia corporativa! Sabía que mi viejo profesor no me fallaría. Alana, ahora estás completamente libre. Nuestro trabajo está hecho."
"Y Ricardo," dijo Daniel, inclinándose hacia la pantalla, "sin tu inteligencia, esto no hubiera sido posible. Usaste tu lealtad a la verdad para detener una injusticia."
Ricardo asintió, su expresión ligeramente suavizada. "Fue un honor servir a la verdad, Señora Alana. Mi deuda con la Corporación está pagada. Espero que ahora usted pueda vivir en paz."
Las hermanas y Daniel se despidieron con gratitud. La red de defensa se desactivó, la paz parecía haber llegado para quedarse.