Esther era la hija ilegítima de una familia acaudalada, cuya hermana decidió irse por "amor" con el hombre que ella tanto amaba. Él contra de Arthur, un vaquero muy apuesto, era su pobreza y cuando su hermana sintió en carne propia lo que era el hambre, decidió abandonarlo junto a su hija recién nacida, para irse con su amante.
Pese a que su cuñado intentó por todos los medios salir adelante, no tuvo de otra más que recurrir a ser un bandido, encontrando así su muerte y la de su hija. Por eso, usando su habilidad secreta, Esther hará un trato con el mismo diablo y si logra traer de regreso las almas de ellos, que han reencarnado en otro mundo, dentro de la historia de "La amante del embajador" este haría que por fin ellos tuvieran un final feliz.
¿Logrará darle una nueva vida a su cuñado?
¿Podrá su sobrina al fin tener una existencia tranquila?
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CAPÍTULO 16
La fiebre ardía en el cuerpo de Penélope como un fuego implacable, pero su mente flotaba en una nebulosa de recuerdos y delirios. El rostro de su madre y la promesa hecha a su abuelo la mantenían anclada a la realidad, aunque de manera frágil y dolorosa.
El frío del ático era sustituido por la calidez de la habitación de Alexander, y la rigidez del catre por la suavidad de una cama de plumas, digna de la clase más alta de la nobleza y aristocracia.
Cuando el médico llegó, su rostro reflejaba preocupación. Alexander, aunque normalmente impasible, no pudo evitar mostrarse nervioso. Observaba cada movimiento del médico, esperando un diagnóstico que calmara sus temores.
Desde que se enteró del verdadero rostro de su esposa y todo lo que había pasado, sentía que tanto Penélope como su hijo eran las únicas luces que le quedaban en su oscura vida. Si llegaba a perder a alguno de los dos, la poca fuerza que tenía destinada para ir en contra de Alicia se iría con seguridad.
Penélope, quien le costaba mantener los ojos abiertos, terminó sucumbiendo ante su cansancio, no sin antes ser testigo de cada cosa y cada palabra que acontecía en la lujosa habitación de su cuñado.
—Tiene fiebre alta y muestra síntomas de intoxicación—dijo el médico después de examinarla—además, la herida en su mano está infectada. Necesita reposo absoluto y cuidados constantes.
—Entiendo su herida—respondió Alexander—¿pero intoxicada de qué estaría?
—¿Ve las venas en su mano—explicó el médico—no corresponden a una infección por herida... este color claramente es producido por un veneno que se le ha suministrado por mucho tiempo.
—Comprendo—susurró—¿puede curarla?
—No...—habló Penélope antes de caer inconsciente.
Preocupado, el médico fue hasta ella y tomó su pulso tocando su cuello. Cada vez estaba más débil y aquello lo colocaba más nervioso, ya que podía sufrir una descompensación cardíaca debido al veneno en su organismo. El médico indicó que comenzaría tratando la herida y que tomaría un poco de su sangre para examinar su estado.
Alexander asintió, apretando los puños con frustración. Mientras el médico aplicaba ungüentos y preparaba medicamentos, Alexander se quedó al lado de la cama, observando cómo el rostro pálido de su cuñada se contraía de dolor.
Penélope, en su delirio febril, no era consciente de la mirada que el esposo de su media hermana le estaba dando. En sus sueños, la imagen del ataúd de roble se desvanecía y era reemplazada por visiones de su abuelo, fuerte y sonriente, instándola a resistir.
Ya que el destino cruel le había dado su habilidad de convertir las cosas en oro, usaría su único talento para conseguir su venganza. Y aunque el veneno que la madre de su media hermana le dio para volverla infértil pudiera matarla, se aseguraría de arrastrar al infierno a cada miembro de la familia real.
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Tras dos horas de ser atendida por el médico, el hombre se fue con un poco de su sangre en un frasco. Alexander pidió que se le fueran cambiadas las ropas a Penélope, mientras él tomaba un baño y también se alistaba para irse a dormir.
No obstante, su pequeño hijo logró entrar aprovechando que las criadas estaban distraídas y sin ser visto, esperó a que las mujeres dejaran la habitación. Acercándose con curiosidad a la enorme cama de su padre, mientras abrazaba un peluche, observó a su tía.
—¿Tía?—preguntó nervioso—¿Puedo dormir con usted? ¡Tengo miedo!
Al ver que su tía no respondía, el pequeño subió a la cama y se arropó con la misma manta que arropa a Penélope, Colocando su peluche en medio de ambos, comenzó a quedarse dormido. No le importaba si su brazo aun con cabestrillo le molestara un poco, se sentía muy bien al lado de Penélope.
—Se siente calientito—dijo con una sonrisa—me gusta mucho...
Alexander, al salir del baño, encontró la escena que lo dejó sorprendido y, en parte, conmovido. Su hijo, que rara vez mostraba afecto, había encontrado consuelo junto a Penélope. Observó por un momento la escena antes de acercarse con cuidado a la cama.
—Pequeño Alexander —susurró su padre, acariciando suavemente el cabello del niño—beberías estar en tu cama.
—Pero, papá —respondió el niño con ojos somnolientos—Tía Penélope está enferma y quiero cuidarla.
Alexander no pudo evitar una sonrisa ante la firmeza del niño. Aunque sabía que debía llevarlo a su habitación, decidió dejarlo un poco más. Se sentó en una silla cercana, observando a ambos, mientras que en su mente miles de imágenes surgían.
Si de verdad aspiraba a comenzar de cero, en nuevo lugar y con otra identidad, tal vez también pudiera llevarse a Penélope con él. El tan solo pensar que su cuñada fuera su esposa y madre de su hijo hizo que su corazón latiera un poco de emoción.
Sabía que su posición y la vida que llevaba eran peligrosas, y cualquier movimiento en falso podría poner en riesgo no solo su vida, sino también la de su hijo y Penélope. Sin embargo, había algo en ella que lo hacía querer arriesgarse, protegerla y, quizás, construir un nuevo futuro juntos.
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Al día siguiente, el médico regresó temprano para continuar el tratamiento. Alexander, que no había dormido, lo recibió con la misma seriedad y urgencia de la noche anterior.
—Señor, he traído las hierbas y los compuestos necesarios —dijo el médico mientras desempaquetaba su equipo—no obstante, como aún no he podido determinar el tipo de veneno de la joven dama, solo puedo tratar sus síntomas más no la causa.
Alexander asintió, observando cada movimiento del médico mientras este preparaba una infusión para Penélope. Sabía que debía confiar en el médico, pero su desconfianza natural y su deseo de proteger a Penélope lo mantenían alerta.
—Gracias, doctor. ¿Qué más puedo hacer para asegurarme de que Penélope reciba el mejor cuidado posible?
—Debe asegurarse de que ella descanse, beba muchos líquidos y siga la dieta que he prescrito. Además, necesita mantenerse alejada de cualquier situación estresante. Su cuerpo necesita toda la energía para sanar —respondió el médico.
El médico le explicó que, por la sintomatología que tenía la hermana de su esposa, el veneno empeoraba cuando estaba sometida a momentos de estrés alto.
i puedan ser felices cuando todo termine😮💨😮💨