Todo el mundo reconoce que existen diez mandamientos. Sin embargo, para Connor Fitzgerald, héroe de la CIA, el undécimo mandamiento es el que cuenta:
" No te dejaras atrapar"
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CAPITULO 16
-- Y, ¿cómo está Stuart? -- preguntó Maggie.
-- Más o menos bien -- respondió Tara --. Llegara a Los Ángeles en quince días. Me muero por verlo.
-- ¿Tomarán un vuelo directo a casa?
-- No, mamá -- contestó Tara, tratando de no sonar exasperada --. Ya te dije, vamos a alquilar un automóvil y recorreremos la costa occidental.
-- Conduce con cuidado por favor.
-- Madre, hace 9 años que conduzco, y jamás me han impuesto siquiera una multa. Deja de preocuparte ya y dime qué piensas hacer esta noche.
-- Iré a la ópera a oír a Plácido Domingo en la bohemia. Decidí esperar a que tu padre se encontrara fuera de la ciudad para ir por mi cuenta, porque sabía que él se quedaría dormido antes de concluir el primer acto.
-- ¿Por qué no invitas a Joan para que vaya contigo?
-- La llamé a su oficina, pero parece que el número está fuera de servicio. Intentaré comunicarme con ella a su casa más tarde.
-- Bueno. Adiós, mamá. Te hablaré mañana -- se despidió Tara. Sabía que su madre iba a llamarla todos los días mientras su padre estuviera afuera.
Siempre que Connor viajaba al extranjero, Maggie aprovechaba para realizar algunas de sus actividades extra universitarias. Asistía a todo, desde los talleres de poesía hasta las clases de baile irlandés, en las que era maestra. Ver bailar a los jóvenes estudiantes la hacía recordar a Declan O'Casey. El era en esos días un distinguido catedrático de University of Chicago. Nunca se casó, y todavía le enviaba una tarjeta todas las navidades y otra sin firmar el día de San Valentín. La vieja máquina de escribir con la e torcida revelaba su identidad.
Volvió a tomar el teléfono y marcó el número de la casa de Joan, pero no obtuvo respuesta. Se preparo una ensalada ligera y partó a Kennedy Center. Un boleto sencillo siempre era fácil de conseguir, sin importar la fama que tuviera el tenor huésped.
El primer acto de la bohemia dejó extasiada a Maggie, y al caer al telón se incorporó a la multitud que iba al vestibulo. Al aproximarse al bar atestado, creyó ver a Ben y a Elizabeth Thompson.
Cuando Ben Thompson se volvió y la descubrió entre el gentío, Maggie sonrió y se acercó a saludarlos.
-- ¡Qué gusto verlos! --expresó.
-- Igualmente señora Fitzgerald -- respondió él, aunque no en el tono cálido que ella recordaba en la cena a la que los Thomson los habían invitado hacia casi dos semanas. Y, ¿por qué no la llamaba Maggie?
Impertérrita continuó.
-- Domingo es magnífico, ¿no lo creen?
-- Sí, y tuvimos suerte de convencer a Leonard Slatking para unir para venir desde Saint Louis -- respondió Ben Thompson. Maggie se sorprendió de que no le ofrecieron una bebida; cuando ella pidió por fin un jugo de naranja, se desconcertó todavía más cuando él no hizo ningún intento por pagar.
-- Connor está verdaderamente ansioso por empezar a trabajar con ustedes en Washington Provident -- comentó, y bebió un sorbo de su jugo. Elizabeth Thompson pareció sorprenderse, pero no hizo ningún comentario.
Sonó la tercera llamada.
-- Bueno, creo que será mejor que volvamos a nuestros asientos -- manifestó Ben Thomson--. Fue un gusto volver a verla, señora Fitzgerald -- tomó a su esposa del brazo y la condujo hacia el auditorio -- Espero que disfrute del segundo acto.
Maggie no disfrutó del segundo acto. La conversación que acababa de tener en el vestíbulo no dejaba de darle vueltas en la cabeza. Simplemente no podía reconciliarla con lo que había concurrido en la casa de los Thomson hacia apenas dos semanas. Si hubiera sabido cómo comunicarse con Connor, habría roto la regla de toda la vida y le hubiera telefoneado. De modo que hizo lo segundo mejor por lo que podía optar. En el instante en que llegó a casa volvió a llamar a Joan Bennett.
El teléfono sonó y sonó.
A la mañana siguiente, a las siete y cuarenta, Connor Fitzgerald abordó el vuelo 839 de Swissair, de Londres a Ginebra. el vuelo duró menos de dos horas y el reajuste o su reloj a las diez y media cuando los neumáticos de la aeronave tocaron la pista.
Durante la escala que hizo en Ginebra aprovechó la invitación de Swissair para darse una ducha. Entró en las " instalaciones exclusivas", según la descripción de la revista de la línea aérea, como Theodore Lilywtrand, un banquero inversionista oriundo de Estocolmo, y salió cuarenta minutos después como Piet de Villiers, un reportero del Mercury de Johannesburgo.
Connor todavía tenía más de una hora libre, así que comió un croissant y tomo una taza de café en uno de los restaurantes más caros del mundo.
Al poco tiempo cruzó la puerta de salida número veintitrés. La fila para abordar el vuelo de aeroflot con rumbo a San Petersburgo no era larga. Cuando el vuelo fue anunciado unos minutos más tarde, Connor se dirigió la parte posterior del avión. Empezó a pensar en lo que necesitaba hacer a la mañana siguiente, una vez que el tren se detuviera en la estación Raveltay de Moscú. Repasó de nueva cuenta el informe final del director adjunto y se preguntó por qué Gutenburg le dijo de manera enfática: " No dejes que te atrapen. Pero, si lo hacen, niega categóricamente que tienes algo que ver con la CIA. No te preocupes, la compañía siempre se ocupará de ti".
Solamente los reclutas novatos se les recordaba el Undécimo Mandamiento.
-- Buenos días. Habla Helen Dexter.
-- Buenos días, directora -- dijo Andy Lloyd con fria formalidad.
-- Pensé que al presidente le agradaría saber que el hombre al que nos pidió que buscáramos en Sudáfrica se ha puesto en acción nuevamente.
-- No estoy seguro de entender -- respondió Lloyd.
-- El asesino de Guzmán se fue en un vuelo de South African Airways con destino a Londres hace dos días. Llevaba un pasaporte con el nombre de Martín Perry. Solo se quedó una noche en Londres. A la mañana siguiente, uso un pasaporte sueco con el nombre de Theodore Lilystrand y voló a Ginebra, donde abordó el vuelo de Aeroflot hacia San Petersburgo. Esta vez llevaba un pasaporte sudafricano con el nombre de Piet de Villiers. En San Petersburgo tomó el tren nocturno a Moscú.
-- ¿Moscú? ¿Por qué Moscú? -- inquirió.
-- Si recuerdo bien -- precisó Dexter --, Rusia está a punto de celebrar elecciones.