Ashley Larson, una joven estadounidense que, sin saberlo, se convierte en el peón de un cruel juego de venganza orquestado por Andreas Kostas Papadopoulos, un empresario griego consumido por la obsesión y el rencor. Después de la trágica muerte de Anabel, la hermana mayor de Ashley y el amor perdido de Andreas, él trama un plan diabólico para hacerle pagar, seduciendo y casándose con Ashley, quien guarda un asombroso parecido con Anabel.
Después de medio año de matrimonio Ashley sufre un "accidente", que la hace perder su embarazo y su pierna. Lo que sumerge a Ashley en una depresión y un descenso terrible, pero después de tocar fondo solo puede subir y ella lo lograra a lo grande. Y va a vengarse del hombre que la arruino la vida.
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Capítulo 15
Constantinos estaba sentado en su salón de clases en la St. Edmund’s Academy, una prestigiosa escuela solo para chicos en Londres, conocida por su excelencia académica y su estricto código de conducta. La clase de economía avanzada estaba en pleno apogeo, y el profesor, el profesor Thompson, un hombre de mediana edad con un claro dominio del tema, estaba explicando las complejidades de las fusiones y adquisiciones empresariales.
—Como pueden ver, las fusiones y adquisiciones son elementos cruciales en el mundo de los negocios que pueden alterar significativamente el panorama competitivo —decía el profesor Thompson, proyectando gráficos y estadísticas en la pantalla—. Es importante entender tanto los beneficios como los riesgos involucrados.
Constantinos, aunque físicamente presente, tenía la mente en otro lugar. Reflexionaba sobre la adquisición reciente que su padre había mencionado, preguntándose cómo podría contribuir o ayudar en el proceso. Estaba tan inmerso en sus pensamientos sobre la empresa y su rol en ella que apenas registraba las palabras del profesor.
Adam, su amigo y compañero de clase sentado a su lado, notó su distracción. Con un codazo suave, le susurró:
—Oye, Constantinos, ¿en qué estás pensando tan seriamente? ¿Acaso hay una chica que ha capturado tu atención?
Constantinos, sacado de sus cavilaciones, rodó los ojos y respondió con una sonrisa irónica.
—Claro, Adam, como si lo único en lo que pudiera pensar fuera en chicas —contestó, aunque su tono sugería que los asuntos que ocupaban su mente eran mucho más complejos y pesados que los flirteos adolescentes.
Adam se rió, dándose cuenta de que Constantinos estaba tratando de mantener un aire de normalidad, a pesar de las evidentes preocupaciones que lo agobiaban.
—Vamos, hombre, no puedes culparme por intentar aligerar el ambiente. Pero en serio, si algo te preocupa, sabes que puedes hablar de ello —dijo Adam, mostrando una genuina preocupación por su amigo.
Constantinos miró brevemente hacia el frente, donde el señor Thompson seguía desgranando los detalles de su lección, y luego volvió su atención a Adam.
—Es solo… cosas de la empresa de mi padre. Hay una gran adquisición en proceso, y me pregunto cómo podría ayudar o qué impacto tendrá —compartió, bajando la voz para no interrumpir la clase.
Adam asintió con comprensión, consciente de la presión que Constantinos enfrentaba al ser parte de una familia tan influyente en el mundo de los negocios.
—Debe ser difícil tener que pensar en esas cosas además de la escuela. Pero hey, si alguien puede manejarlo, eres tú —animó Adam, ofreciendo un apoyo fraterno que parecía aliviar ligeramente la carga de Constantinos.
La conversación se desvaneció cuando el profesor Thompson llamó la atención sobre un caso de estudio particular, pero para Constantinos, las ruedas en su mente ya estaban girando, contemplando su lugar en el imperio empresarial de su padre y cómo podría influir en su futuro.
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Al salir de la St. Edmund’s Academy, Constantinos caminaba con la mochila colgando despreocupadamente de un hombro, su actitud relajada en contraste con las intensas discusiones de la mañana. Adam, caminando a su lado, cambió el tema a algo más ligero.
—¿Estás listo para el próximo juego de cricket? —preguntó Adam, intentando animar el ambiente.
Constantinos sonrió levemente y negó con la cabeza.
—Prefiero el fútbol, ya lo sabes. Pero supongo que jugaré si el equipo necesita un extra —respondió, manteniendo la conversación amena y distendida.
Mientras caminaban por la calle, una figura se destacaba junto a un elegante Mercedes-Benz CLS, su silueta reconocible incluso a distancia. Era Ashley, quien observaba la escena con una mezcla de anticipación y nerviosismo, fumando con una elegancia desgastada.
Al ver a Constantinos, ella apagó su cigarrillo y le llamó.
—Constantinos —dijo suavemente, su voz clara en la distancia.
Él, al oír su nombre, suspiró y miró a Adam.
—Ve adelante, te alcanzo luego —le dijo a su amigo, preparándose para un encuentro que sabía que sería complicado.
Adam asintió, un poco confundido, pero respetó la petición y continuó su camino, dejando a Constantinos acercarse a Ashley.
—Hola… señora Larson —saludó con cautela, parándose a una distancia prudente—. ¿Cómo está?
Ashley, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos, respondió.
—Bien, gracias. ¿Y tú? ¿Cómo van las cosas?
Constantinos se encogió de hombros, su expresión era una mezcla de indiferencia y curiosidad.
—Aquí voy, entre la escuela y todo lo demás. Pero, dígame, ¿qué quiere de mi? —preguntó, directo al grano—. Y, ¿por qué ha puesto nervioso a mi padre?
Ashley tomó una respiración profunda, su mirada fija en Constantinos.
—Eres aún joven, Constantinos, pero hay cosas de las que debemos hablar. Cosas importantes, especialmente sobre tu padre y la empresa —explicó, tratando de transmitir la seriedad de la situación.
Constantinos, aunque joven, no era ajeno a las complicaciones de la vida adulta y el negocio familiar. Se mantuvo firme, preparado para escuchar lo que Ashley tenía que decir, aunque parte de él deseaba estar en cualquier otro lugar. En ese momento, en la tranquila calle londinense, comenzaba un diálogo que podría alterar significativamente la comprensión de Constantinos sobre su familia y su legado.
Ashley ofreció un cigarro a Constantinos, que lo rechazó con un gesto de su mano. Ella sonrió, encendiéndose uno para sí misma, y exhaló una nube de humo antes de hablar.
—Es muy bueno que no fumes, hijo, es bueno que te alejes de esta mierda. Mata, sabes —dijo Ashley, su voz teñida de una mezcla de sarcasmo y seriedad.
Constantinos, manteniendo una distancia cautelosa, la miró fijamente.
—¿Qué quiere, señora Larson? —preguntó, su paciencia empezando a desgastarse.
Ashley tomó otra calada antes de responder.
—¿Sabes la verdad sobre tu madre, Constantinos? —indagó, observándolo detenidamente.
La pregunta hizo que Constantinos frunciera el ceño, curioso y ligeramente a la defensiva.
—¿Qué verdad? —replicó, su tono revelando tanto interés como cautela.
Ashley exhaló el humo lentamente, eligiendo sus palabras.
—La verdad —repitió, dejando la palabra colgando en el aire como una promesa o una amenaza.
Constantinos se adelantó, su curiosidad picada, pero manteniendo una fachada de indiferencia.
—Si te refieres a que Elena Dimitriou no es mi madre biológica, lo sé. Pero eso no cambia nada. Elena es mi madre y punto —declaró con firmeza, reafirmando su lealtad a la mujer que lo crió.
Ashley, sin desanimarse, intentó abrir una puerta en la mente de Constantinos.
—No te cierres a la verdad, Constantinos. Esto es por tu bien —instó, tratando de penetrar la armadura emocional del joven.
—¿De qué bien hablas? —replicó él, su frustración creciendo.
Ashley, sin desanimarse por su respuesta, insistió.
—No te cierres, Constantinos. Esto es por tu bien. Piensa en ti, en tus hermanos —dijo, su voz suave pero persistente.
La mención de sus hermanos encendió una chispa en Constantinos, su mirada se endureció, y cualquier duda que Ashley tenía sobre su relación con Anabel se disipó al ver la intensidad en sus ojos.
—No te metas con ellos —advirtió Constantinos, su voz baja pero cargada de emoción.
Ashley, terminando su cigarro, lo arrojó al suelo y lo aplastó con el pie, mirando a Constantinos con una sonrisa calculadora.
—Si realmente quieres ayudarte, y proteger a tus hermanos, me escucharás —dijo, sabiendo que había tocado una fibra sensible.
Pero Constantinos, su lealtad y su desconfianza en conflicto, simplemente se dio la vuelta y comenzó a alejarse.
—No me molestes más —dijo sin mirar atrás, su figura alejándose cada vez más.
Ashley lo observó irse, una sonrisa jugando en sus labios. “Lo he enganchado,” murmuró para sí misma. “Ahora, solo tengo que esperar. He esperado quince años; puedo esperar un poco más.”
En ese momento, en una calle tranquila de Londres, se estableció un juego de ajedrez emocional y estratégico, con Ashley preparándose para la próxima jugada en su larga partida de venganza y redención.