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CAZADORES DE DEMONIOS.

CAZADORES DE DEMONIOS.

Status: Terminada
Genre:Completas / Traiciones y engaños / Demonios / Ángeles / Apocalipsis
Popularitas:1.6k
Nilai: 5
nombre de autor: lili saon

En un mundo donde las historias de terror narran la posesión demoníaca, pocos han considerado los horrores que acechan en la noche. Esa noche oscura y silenciosa, capaz de infundir terror en cualquier ser viviente, es el escenario de un misterio profundo. Nadie se imagina que existen ojos capaces de percibir lo que el resto no puede: ojos que pertenecen a aquellos considerados completamente dementes. Sin embargo, lo que ignoraban es que estos "dementes" poseen una lucidez que muchos anhelarían.
Los demonios son reales. Las voces susurrantes, las sombras que se deslizan y los toques helados sobre la piel son manifestaciones auténticas de un inframundo oscuro y siniestro donde las almas deben expiar sus pecados. Estas criaturas acechan a la humanidad, desatando el caos. Pero no todo está perdido. Un grupo de seres, no todos humanos, se ha comprometido a cazar a estos demonios y a proteger las almas inocentes.

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CAPITULO VEINTICUATRO: GRITOS DE FRUSTRACION

El aire afuera era sorprendentemente tranquilo. No había signos evidentes de demonios, ni rastro de la angustia que había permeado su vida en las últimas semanas. Sin embargo, mientras caminaba hacia donde estaba Sebastián, la calma se vio interrumpida abruptamente. Un cuerpo cayó de uno de los edificios cercanos, el golpe sordo resonando en el silencio de la noche. Victoria ahogó el grito que se formó en su garganta, el terror acechando en sus pensamientos.

A pesar del horror, no pudo dar marcha atrás. El impulso de encontrar a Sebastián era más fuerte que su miedo. Continuó avanzando, sintiendo que cada paso resonaba con la inminencia de algo terrible. Finalmente, alcanzó a Sebastián, y, con un movimiento rápido, lo tomó del brazo, impidiéndole que continuara su camino.

—¿A dónde vas? —insistió, su voz entrecortada por la preocupación.

—Solo quiero caminar —respondió Sebastián, su tono frío y distante.

—Puede sucederte algo. No es seguro aquí —ella intentó razonar con él, pero sus palabras parecían caer en oídos sordos.

—¿Qué me puede suceder? ¡Soy un maldito demonio! —exclamó, su voz rebosante de rabia y desesperación. —¿Crees que ellos me harán algo a mí? No seas estúpida, Victoria. Jamás me tocarían. Sigo siendo uno de ellos. Todo de mí es maldad pura.

Las palabras de Sebastián la golpearon como un martillo, resonando en su mente. Victoria arrugo los labios, confundido de por qué el comenzó a actuar así. Era como si llevara tanto dentro de él que ya no lo pudo soportar y exploto.

—Ni siquiera sé por qué decidí ayudarte —continuó él, su voz cargada de rencor. —Tú causaste esto. Mataste a todas estas personas. Al final, Victoria, aunque intentes cambiar todo esto, nada funcionará. En tu mente siempre estará lo que hiciste. Eres tan mala como yo.

Las palabras lo atravesaron como un cuchillo afilado. Victoria sintió el ardor de la culpa invadiendo su ser. Cada acción, cada decisión que había tomado la llevó a ese momento oscuro. No podía negar que había un atisbo de verdad en lo que decía.

—No soy como tú —dijo finalmente, su voz temblando. —No quiero serlo. Estoy tratando de corregir mis errores.

Sebastián la miró, sus ojos llenos de una mezcla de desprecio y comprensión. La tensión entre ellos se palpaba en el aire, cargada de emociones no expresadas.

—No puedes corregir lo irreparable, Victoria. Lo que hiciste ya no se puede deshacer —respondió, su voz baja y dolorida.

Ambos se quedaron en silencio, el viento susurrando a su alrededor, llevando consigo el eco de sus palabras. En ese momento, la verdad se volvió abrumadora: el mundo estaba sumido en el caos y la culpa que llevaban en sus corazones era tan pesada como la oscuridad que los rodeaba.

—Necesitamos encontrar la Escalera al Cielo —dijo Victoria, rompiendo el silencio. —Es nuestra única esperanza.

—¿Y si no hay Escalera? —preguntó Sebastián, su tono escéptico. —¿Y si todo esto es solo una ilusión?

—Entonces tenemos que intentarlo. No podemos quedarnos aquí, atrapados en nuestras propias sombras. —Ella apretó su agarre en su brazo, decidida a no dejar que se apartara de su lado. —Aún hay personas que necesitan ser salvadas, y yo no puedo fallarles de nuevo.

Sebastián la miró, y por un momento, la chispa de esperanza brilló en sus ojos. Aunque la oscuridad del pasado seguía acechando, quizás había un camino hacia la redención, no solo para ella, sino también para él.

—¡Es inútil! —gritó Sebastián, su frustración brotando sin medida.

—¡¿Pero qué sucede contigo?! ¿Por qué actúas de esa manera? —respondió Victoria, sintiendo cómo su propia ira comenzaba a arder.

—¿De qué manera estoy actuando? No sé de qué te sorprendes. No somos amigos, ni siquiera sé qué es esa mierda. Solo aléjate de mí.

—Ni creas que te irás. Te quedarás aquí.

—¿Y tú me harás quedarme? No puedes ni manejar tu vida, ¿cómo planeas manejar la mía? Victoria, solo mírate. Eres una inútil que...

Lo que siguió fue un impulso descontrolado. Victoria sintió cómo el enojo la consumía, y en un instante de rabia, le propinó un golpe en la cara. Sebastián quedó atónito, su mirada una mezcla de incredulidad y sorpresa. No supo cómo reaccionar ante lo que acababa de suceder.

Victoria, por su parte, no se arrepentía. ¿Por qué actuaba así? ¿Por qué se había vuelto tan cruel de la nada? Sabía que era un demonio, pero eso no significaba que debiera soportar sus insultos. Estaba cansada de que todos la miraran como si fuera una débil. La rabia hervía en su interior, y estaba lista para luchar.

—No me importa si eres un maldito demonio o no. Jamás, escúchame bien, jamás dejaré que alguien me trate como menos. Si cometí un maldito error, pero no es mi culpa. Jamás pedí que se me diera la tarea de cuidar esa caja, jamás quise hacerlo.

La voz de Victoria se alzaba, cada palabra cargada de dolor y frustración. Su garganta dolía. Sentía como su corazón subía y bajaba con gran velocidad. Estaba herida por lo que él le había dicho. En ese momento se sentía tan débil, tan nadie...

—Sabía que nadie confiaba en mí para esa tarea; mi padre lo sabía, todos en la maldita mansión lo sabían, pero aun así dejaron que estuviera en mi posición. ¿Qué se supone que debía hacer? No conocía nada. Nunca me dejaron vivir y, cuando por fin siento que tendré una vida aparte de la que mi familia creó para mí, me dan una responsabilidad que era mucho más grande que yo. Tenía miedo, me sentía frustrada, asustada, pero a nadie le importó.

Las lágrimas comenzaron a formarse en sus ojos, pero no podía permitir que cayeran. La impotencia la abrumaba, y la rabia se convertía en una barricada que la protegía de la tristeza.

—Nadie vio más allá de la familia misteriosa que tenía demonios en su hogar. Nadie se dio cuenta de que sigo siendo una niña que no sabe ni lo que quiere. Ahora estoy sola, sin familia, y me siento la persona más miserable del mundo. ¡No quiero que me digas inútil porque he soportado más de lo que debería! ¡Si te quieres ir, vete y no vuelvas más! Vete, sigue tus instintos y atormenta a las personas que te cruces. Al final, eso es lo que hace un asqueroso demonio.

El aire entre ellos se volvió denso con el peso de sus palabras. Sebastián, aún aturdido, parpadeó varias veces, intentando asimilar el torrente de emociones que había estallado. La rabia y el dolor que ella había expresado resonaban en su propio corazón, y, aunque él había hecho todo lo posible por evitarla, se dio cuenta de que había una verdad que debía enfrentar.

—Victoria, yo... —comenzó, pero las palabras se ahogaron en su garganta.

Victoria lo miró, sus ojos desafiantes, esperando una respuesta que nunca llegó. La distancia emocional entre ellos se había vuelto un abismo, y ahora, en ese silencio tenso, ambos estaban atrapados en sus propias luchas internas.

Sebastián dio un paso atrás, sintiéndose incapaz de lidiar con la tormenta de emociones que lo envolvía. Nunca había visto a Victoria así, tan vulnerable y a la vez tan feroz. Sin embargo, su propia naturaleza demoníaca le decía que debía apartarse, que debía abandonar todo lo que lo hacía sentir.

Pero mientras se alejaba, algo en su interior lo hizo detenerse.

Sebastián miró a Victoria, quien ahora estaba en el suelo, agotada, vulnerable de una forma en que nunca la había visto. La dureza y frialdad que ella solía mostrar se desmoronaban ante él, revelando una mujer llena de angustia, dudas y un dolor profundo que apenas empezaba a exteriorizar.

—¿Por qué nunca le dijiste a tu familia cómo te hacían sentir? —le preguntó suavemente, inclinándose junto a ella.

Victoria lo miró, sus ojos llenos de emociones reprimidas, y respiró hondo antes de responder:

—Porque se supone que un Lith jamás debe mostrar vulnerabilidad. Siempre que pensaba en algo que no tuviera que ver con las reglas de mi familia, sentía que fallaba. ¿Acaso crees que es fácil? Siempre me sentí atada a las expectativas de ser una Lith, de ser la única mujer nacida en cien años. Todo en mí tenía que ser moldeado para la perfección. Me tuve que someter sin siquiera darme cuenta de que estaba mal dejar que otros tomaran mi vida. Cómo hablaba, cómo vestía, cómo caminaba, mi manera de sentarme... todo estaba estrictamente planeado.

Hizo una pausa, y Sebastián notó el temblor en sus manos. Ella continuó, dejando fluir su dolor:

—Ahora, en medio de todo este caos, me doy cuenta de que... jamás viví. ¡Ni siquiera tenía permitido llorar! ¿Sabes qué se siente llorar por alguien a quien amas y que jamás volverás a ver? Se siente como si te golpearan el corazón mil veces al mismo tiempo, como si el alma se desgarrara. Desde que lloré por primera vez hasta ahora, solo he llorado por dolor, jamás por algo que me haga feliz. Ni siquiera sé qué es ser feliz. No sé nada. Solo quiero que esta pesadilla se acabe para poder empezar a vivir.

Su voz se quebró, y Sebastián notó la vulnerabilidad en su rostro, una verdad que ella apenas comenzaba a aceptar.

—No quiero ser castigada, no quiero que mi vida termine aquí —prosiguió, sus palabras llenas de desesperación—. Tengo mucho miedo, pero ¿qué hago si solo tengo miedo? No puedo quedarme escondida para siempre. Tengo que luchar, por mi vida, por la tuya, por los que nos acompañan, y sobre todo, por la vida de los inocentes. Quiero ser más que una Lith. Quiero ser un ser humano que sienta empatía por los demás.

Sebastián no sabía qué decir. Las palabras de Victoria resonaban en él de una manera inesperada, despertando algo que él, un demonio, creía inexistente: compasión.

—Pero...¿Qué es ser un ser humano? —murmuró Victoria, sumida en sus pensamientos—. ¿Es la persona que ayuda a otros cuando caen, la que da agua al sediento, comida al hambriento, abrigo al que tiene frío? ¿O es simplemente estar vivo en un cuerpo humano? El mundo se divide en muchas opiniones, unas neutrales, otras arrogantes, otras sinceras. Al final, todos son humanos, pero solo algunos eligen convertirse en seres humanos que sienten el dolor de los demás.

Sebastián la miraba con una mezcla de respeto y tristeza. La familia Lith siempre había sido extraña, fría, controladora. No tenían permitido llorar, ni reír, ni siquiera ser felices. Sus vidas estaban confinadas en aquella mansión y en la sombra de un nombre que les negaba la humanidad. Pero Victoria era diferente; cuestionaba esa vida de máscaras y perfección.

Ella siguió, su voz llena de una mezcla de tristeza y rebeldía.

—Amar es una de las cualidades más hermosas del ser humano —susurró, como si lo estuviera descubriendo por primera vez—. A mi familia se le permitía, pero solo fuera de la mansión, cuando buscaban a un cónyuge. Pero dentro de esas paredes, el amor se desvanecía, como el humo en el viento. ¿Por qué tenía que ser así? ¿Por qué seguir tantas reglas que solo llevan al vacío, a la completa soledad? ¿Por qué no solo ser una persona más en el mundo, con una vida diferente, llena de lágrimas, de gritos, de amor?

Las palabras flotaban en el aire, y Sebastián notó cómo ella se iba hundiendo más en su propia lucha interna. Sus ojos se concretaron con los de ella.

—No sabes cuánto quisiera devolver el tiempo e impedir toda esta basura. Quisiera que esto jamás hubiera sucedido. Me duele el corazón como nunca antes. De verdad, estoy arrepentida por todo esto. No quiero ser solo la culpable del fin de la vida; quiero ser alguien. Quiero que cuando esto termine, pueda ver a las personas vivir como una vez lo hicieron. Pero sé que eso será imposible. ¿Cómo pueden vivir como antes cuando los peores horrores de la vida caminaron entre ellos?

Sebastián la miró, y en su interior algo cambió. Él, que nunca había sentido compasión, que solo conocía el dolor y el tormento, ahora veía en Victoria una luz frágil, pero intensa. Un reflejo de lo que él mismo anhelaba sin saberlo: redención.

—Victoria, perdóname por ser...yo. Nunca me imagine como se debe sentir ser tu. De verdad, disculpable por haberte ello sentir una carga más. Nunca serás inútil. Eres valiente por haber soportado todo eso. Te admiro.

El abrazo que llego hizo que Victoria rompiera en llanto. Se sentía tan frágil, como una botella de cristal en el aire a punto de romperse. Solo necesitaba que alguien la escuchara, que alguien supiera que ella es más que la dependencia de su familia. Ella era mundo aparte, con aspiraciones, metas, sueños. Todo lo que una persona tiene.

—¿Te iras?

—Victoria sabes que...

—Solo dame una respuesta. ¿Te iras, Sebastián?

—Nunca me iré de tu lado.

Mientras ellos dos estaban abrazados, un fuerte grito resonó por el lugar. Victoria miro hacia el lugar. Sebastián observó con preocupación cómo Victoria corría hacia el origen del grito, ignorando sus advertencias. Él sabía que ese lugar no era seguro, pero también entendía la determinación en sus ojos: Victoria no iba a quedarse de brazos cruzados mientras alguien sufría.

Cuando alcanzó la zona, la escena que encontró fue estremecedora. Una niña, de unos nueve años, temblaba de miedo mientras una figura grotesca, vestida como un payaso de pesadilla, la acosaba. La mujer tenía una sonrisa torcida, casi inhumana, con el maquillaje corrido por su rostro, y un traje de payaso desgastado y sucio que solo acentuaba lo aterrador de su presencia.

La mujer payaso dirigió su mirada a Victoria y ladeó la cabeza, su sonrisa alargándose en una mueca aún más escalofriante.

—Oh, tenemos acompañantes —dijo con una risa aguda y burlona, dando pequeños saltos de felicidad—. Ahora puedo ampliar mi gran show. ¿Están listos para el espectáculo?

Victoria se colocó firmemente delante de la niña, su rostro endurecido y su cuerpo adoptando una postura protectora. No iba a permitir que esa criatura lastimara a la pequeña.

—¿Quién eres? —preguntó Victoria con una voz que, aunque temblorosa, reflejaba su valentía.

La mujer payaso se llevó una mano al pecho en un gesto dramático y, con una risa maliciosa, respondió:

—Soy el demonio humorista. Hasta en el infierno faltan risas.

Sebastián, quien había llegado detrás de Victoria, frunció el ceño. Había oído rumores sobre ese demonio, un ser de bajo rango en la jerarquía infernal, pero cuya crueldad y sentido del humor macabro eran conocidos. Para el demonio humorista, el sufrimiento ajeno era una forma de entretenimiento.

—No te atrevas a tocarlas —le advirtió Sebastián, sus ojos encendidos con una furia que apenas podía contener—. Ninguna de las dos es parte de tu "espectáculo".

El demonio humorista soltó una carcajada espeluznante y miró a Sebastián con diversión.

—¿Así que tú eres el noble protector ahora, Sebastián? —dijo burlonamente—. Qué gracioso. ¿Desde cuándo los demonios como tú protegen a los mortales?

Victoria, aún sin apartarse de la niña, miró de reojo a Sebastián. Ella se giró levemente hacia la niña y susurró:

—Corre, escóndete donde puedas y no mires atrás. Te encontraré después.

La niña, aún temblando, asintió y salió corriendo, desapareciendo entre las sombras. El demonio humorista soltó otra risa y se encogió de hombros.

—Supongo que el show tendrá que ser solo con ustedes dos —murmuró con falsa decepción—. Pero puedo asegurarles que no se aburrirán. ¿Listos para reír?

Victoria y Sebastián intercambiaron una mirada, y por primera vez, se entendieron sin palabras. Sabían que debían enfrentar juntos a esa criatura. Fue Sebastián quien dio el primer paso hacia adelante. La mujer payaso, con una sonrisa retorcida, comenzó a distorsionar su cuerpo hasta transformarse en un gigantesco martillo con múltiples caras. Con furia, balanceó el arma hacia ellos. Ambos lograron esquivar el golpe por poco, aunque Victoria sintió el miedo crecer en su interior, amenazando con paralizarla. Sin embargo, el recuerdo de la niña que debía encontrar la mantuvo firme.

Mientras Sebastián distrajo a la mujer payaso, provocándola con gestos burlones, Victoria buscó algo a su alrededor. Sus ojos se posaron en una rama caída y unos fragmentos de vidrio. Sin perder tiempo, tomó un pedazo de cristal y talló una cruz rudimentaria en la rama. Al levantar la vista, notó que Sebastián parecía estar disfrutando del combate, casi como si hubiera olvidado la gravedad de la situación.

Con decisión, Victoria corrió hacia la mujer payaso y, en un movimiento rápido, le clavó la rama con la cruz directamente en uno de sus ojos. La criatura soltó un grito desgarrador mientras su cuerpo comenzaba a transformarse en papel, hasta finalmente reducirse a cenizas incandescentes.

Sebastián retrocedió unos pasos, sacudiéndose los restos de ceniza del demonio como si no hubiera pasado nada fuera de lo común. Observó a Victoria con una sonrisa entretenida en el rostro, aun riéndose por lo que acababan de enfrentar.

—¿Acaso estabas jugando? —le reprochó Victoria, sus ojos ardiendo con una mezcla de frustración y urgencia.

Sebastián se encogió de hombros, claramente sin el más mínimo remordimiento.

—Es divertido. Ya entiendo por qué le llaman la humorista del infierno. La verdad, me agrada. Hay que admitirlo, tiene estilo.

—¡Sebastián! —le espetó Victoria, aun tratando de procesar lo que acababa de ver. Para ella, esto no era un juego. Habían arriesgado demasiado, y su principal preocupación seguía siendo la niña.

Él alzó las manos en señal de rendición, una sonrisa burlona en sus labios.

—No seas amargada, mujer. Quizás deba ir más seguido al infierno. Es una falta de respeto que los demás se diviertan mientras yo no.

Victoria abrió la boca para contestarle, pero algo en su interior le recordó lo que realmente importaba en ese momento. Apretó los puños, conteniéndose, y se giró rápidamente hacia el lugar por donde la niña había escapado.

—¡La niña! —exclamó, recordando su promesa.

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