En un mundo donde la lealtad y el deseo se entrelazan, una joven se encuentra atrapada entre la pasión y el peligro. Tras un encuentro inesperado con un enigmático mafioso, su vida da un giro inesperado hacia lo prohibido. Mientras la atracción entre ellos crece, también lo hace el riesgo de entrar en un juego mortal de poder y traición.
Sumérgete en una historia cargada de erotismo y tensión, donde cada decisión puede costar caro. ¿Podrá su amor desafiar las sombras del crimen, o caerá presa de un destino que la dejará marcada para siempre? Una novela que explora los límites del deseo y la redención, perfecta para quienes buscan emociones intensas y giros inesperados.
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Cap 16: El Hilo de la Esperanza
La puerta se cerró con un golpe seco tras la salida de Marco, y el silencio que quedó atrás se hizo denso, casi palpable. Ana permaneció inmóvil, su cuerpo tensado como una cuerda a punto de romperse. Había apostado todo a una única carta, y aunque Marco no lo había admitido, su pequeña victoria consistía en haber conseguido que la escuchara. Sabía que no había convencido del todo al hombre, pero había plantado una semilla, y ahora solo podía esperar que germinara lo suficientemente rápido.
El amanecer teñía el cielo con tonos rojizos, pero Ana apenas lo notó. Se acercó a la ventana, observando el tenue resplandor que comenzaba a iluminar la ciudad, pero su mente estaba lejos, con Alessandro. ¿Dónde estaría ahora? ¿Habría sobrevivido? La incertidumbre seguía siendo una tortura constante. Cada segundo que pasaba en ese encierro la acercaba más al borde de la desesperación.
De pronto, la puerta volvió a abrirse, sacándola de sus pensamientos. Era el mismo hombre delgado que había venido antes a hablar con ella. Su mirada era más severa esta vez, pero no había rastro de agresión en sus gestos.
“Marco ha decidido darte una oportunidad”, dijo con frialdad, cruzando los brazos. “Hablarás con Alessandro. Pero será bajo nuestras condiciones.”
Ana asintió lentamente, conteniendo cualquier signo de alivio que pudiera traicionarla. Sabía que este era solo el primer paso en un camino mucho más peligroso. “¿Cuáles son las condiciones?”
“Se te permitirá comunicarte con él brevemente, pero si intentas cualquier truco, te aseguro que Alessandro no verá otro amanecer.” El hombre se acercó un poco más, su voz más baja pero cargada de amenaza. “Marco no es un hombre que juegue limpio, y menos con alguien que lo ha desafiado.”
“Lo sé”, respondió Ana, manteniéndose firme. “No intentaré nada. Solo quiero que esta guerra termine.”
El hombre la miró por un segundo más, luego hizo un gesto para que lo siguiera. La condujo a través de los pasillos de la mansión hasta una sala más pequeña, que albergaba un equipo de comunicación. Había dos guardias custodiando la entrada, y en el interior, un teléfono viejo estaba colocado sobre una mesa de madera. El hombre le indicó que se sentara frente al teléfono.
“Tendrás tres minutos”, le advirtió. “Haz que cuenten.”
Ana asintió de nuevo y tomó asiento. Su corazón palpitaba con fuerza mientras observaba cómo el hombre marcaba el número, sus dedos moviéndose con calma calculadora. Cuando terminó, le entregó el auricular.
Ana lo sostuvo con manos temblorosas, rezando en silencio para que Alessandro respondiera. El teléfono sonó una vez, dos veces… y finalmente, una voz que le resultaba dolorosamente familiar respondió al otro lado.
“¿Alessandro?”, dijo con el aliento entrecortado.
Hubo un breve silencio, y luego la voz de Alessandro llegó con fuerza. “Ana… ¿dónde estás? ¿Estás bien?”
Solo escuchar su voz le trajo un alivio abrumador. Cerró los ojos por un momento, tratando de calmarse. “Estoy bien, Alessandro. Estoy… con Marco.”
Otro silencio, más largo y tenso. Podía escuchar la furia contenida en la respiración de Alessandro al otro lado de la línea.
“Te sacaré de ahí, Ana. Te lo juro.”
“Alessandro, no”, lo interrumpió rápidamente. “Escúchame. Esta guerra no puede seguir. No podemos ganar así. Si lo intentas, Marco te matará. Estoy tratando de negociar. Por favor, déjame hacerlo.”
“¿Negociar? ¿Con Marco?” Alessandro parecía incrédulo, casi herido por la idea. “Ana, no entiendes. Él no va a detenerse, ni siquiera por ti.”
“Lo sé, pero puedo hacer que lo piense. Puedo retrasarlo, al menos. Alessandro, si tú atacas ahora, será tu fin. Por favor, confía en mí.”
La tensión entre ellos se hizo palpable, incluso a través del teléfono. Alessandro siempre había sido un hombre que tomaba el control de las situaciones, y ahora se veía obligado a dejar que Ana tomara las riendas de su destino. Era una batalla interna que podía sentir en su silencio.
Finalmente, Alessandro habló de nuevo, su voz más suave, pero cargada de emoción. “No sé si puedo hacerlo, Ana. No sé si puedo quedarme quieto mientras tú estás en manos de ese bastardo.”
Ana sonrió débilmente, sintiendo el dolor en sus palabras. “Tienes que confiar en mí, Alessandro. Lo estoy haciendo por ti. Por nosotros.”
Hubo otro largo silencio antes de que Alessandro respondiera, su tono más calmado. “Lo intentaré. Pero si veo que estás en peligro, iré por ti, sin dudarlo.”
Ana asintió, aunque sabía que Alessandro no podía verla. “Gracias. Eso es todo lo que te pido. Solo… dame tiempo.”
De repente, la mano del hombre delgado se posó sobre su hombro, indicándole que el tiempo se había acabado. Ana cerró los ojos y susurró al teléfono, “Te amo, Alessandro.”
“No te dejaré caer”, fue la respuesta rápida de Alessandro antes de que la línea se cortara abruptamente.
Ana dejó el auricular con cuidado sobre la mesa, sintiendo el peso de cada palabra que acababa de intercambiar. Sabía que había ganado algo de tiempo, pero no era suficiente. La tormenta seguía sobre ellos, y cualquier error, por mínimo que fuera, podría desatar el caos que tanto temía.
El hombre que la había acompañado la observó por un momento, luego hizo un gesto para que se levantara. “Ahora que has hablado con él, veamos si Marco está dispuesto a escuchar lo que tienes que decir.”
Ana asintió, pero una sensación de inquietud creció en su pecho. Marco no era un hombre fácil de convencer, y aunque había logrado ganar algo de espacio para respirar, la sensación de peligro no había desaparecido. Caminó junto al hombre de vuelta a la sala donde Marco la esperaba. Cada paso que daba resonaba en los pasillos, como un eco de la incertidumbre que la envolvía.
Cuando llegaron, Marco estaba de pie frente a una ventana, su silueta iluminada por la luz del sol naciente. Se giró lentamente cuando Ana entró, con una expresión calculadora en su rostro.
“¿Y bien?”, preguntó, sus ojos oscuros fijándose en ella con una intensidad fría.
Ana se preparó para el siguiente paso. Este era el momento crucial. “Alessandro está dispuesto a detener la guerra”, comenzó, tratando de que su voz sonara firme. “Pero necesita garantías. No va a rendirse sin algo que lo asegure.”
Marco se acercó lentamente a ella, sus ojos brillando con una mezcla de diversión y amenaza. “¿Garantías? ¿De verdad crees que estoy dispuesto a negociar con él en igualdad de condiciones?”
“Si no lo haces, esta guerra se cobrará más vidas de las que puedes manejar”, replicó Ana, su mirada firme. “Alessandro no es un hombre fácil de derrotar, y lo sabes. Ambos saldrían perdiendo.”
Marco dejó escapar una risa seca. “Eres valiente, Ana. Pero subestimas lo que estoy dispuesto a sacrificar para asegurarme de que Alessandro caiga.”
Ana mantuvo su postura, sabiendo que cualquier signo de duda podría ser su perdición. “No soy yo la que lo subestima, Marco. Eres tú quien no entiende lo que esta guerra podría costarte.”
El hombre la observó en silencio por un momento, y Ana sintió cómo la tensión en el aire aumentaba. Finalmente, Marco sonrió de manera casi imperceptible. “Veremos si tu fe en él es tan sólida como parece.”
Con esas palabras, Marco se retiró de la sala, dejándola una vez más en una ambigua esperanza. Ana sabía que la batalla aún no había terminado, pero había logrado ganar algo más de tiempo, y en ese mundo oscuro, cualquier segundo contaba.
El juego estaba lejos de terminar, y los hilos de la traición aún estaban por entrelazarse.