Marina Holler era terrible como ama de llaves de la hacienda Belluci. Tanto que se enfrentaba a ser despedida tras solo dos semanas. Desesperada por mantener su empleo, estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para convencer a su guapo jefe de que le diera otra oportunidad. Alessandro Belluci no podía creer que su nueva ama de llaves fuera tan inepta. Tenía que irse, y rápido. Pero despedir a la bella Marina, que tenía a su cargo a dos niños, arruinaría su reputación. Así que Alessandro decidió instalarla al alcance de sus ojos, y tal vez de sus manos…
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Capitulo 15
Dado el escaso espacio de almacenaje del piso, era una suerte que Marina no tuviera demasiada ropa. La que no cabía en el armario del pasillo estaba en una maleta, bajo la cama de los gemelos.
De rodillas, la arrastró al centro de la habitación y, en cuclillas, examinó su contenido. No tardo en decidirse, porque solo tenía dos vestidos de verano medio decentes. Eligió el de falda larga, sobre todo porque tenía menos arrugas. Lo puso en una percha, lo colgó en la puerta del cuarto de baño y abrió la ducha, esperando que el vapor alisara el tejido de gasa; su plancha tenía el termostato estropeado.
Quince minutos después, maquillada y con el pelo suelto en ondas que casi le llegaban a la cintura, cerró el agua y comprobó que el truco había funcionado, las arrugas casi habían desaparecido del vestido azul bruma.
Se lo puso por la cabeza, ajustó los finos tirantes y se agachó para verse en el espejo. Apenas reconoció a la joven que vio. Hacía tanto tiempo que no se arreglaba que ni se acordaba de la última vez. Era una pena tener que compartir la ocasión con un hombre horrible.
Con suerte, él se aburriría y se iría temprano. Dándose ánimo con ese pensamiento, cruzó el patio de vuelta a la casa y lo encontró esperándola en la entrada porticada.
El ruido de la fuente apagó el sonido de sus tacones en los guijarros y pudo observarlo sin que lo notara. Llevaba una camisa abierta con el botón del cuello desabrochado y pantalones negros de vestir. Estaba admirando su aspecto, imposible no hacerlo, y pensando que era una pena que un hombre tan perfecto físicamente tuviera tantas carencias de personalidad, cuando él se dio la vuelta, sobresaltándola tanto que tropezó.
Con rapidez asombrosa, él corrió a su lado y puso una mano bajo su codo para equilibrarla. Turbada, alzó el rostro hacia él y las pupilas de sus ojos azul cielo se dilataron al conectar con su mirada ébano reluciente.
Tragó aire al sentir un escalofrío. ¡El hombre tenía un carisma sexual que se salía de las tablas!
–No estoy acostumbrada a los tacones –se apartó y él dejó caer la mano–. Me temo que mi coche no es muy... –su voz se apagó mientras caminaba cuidadosamente sobre el empedrado.
Alessandro había sentido un flechazo de pura lujuria en cuanto la había visto. Ir tras ella le dio la oportunidad de admirar su delicioso trasero y la larga y elegante silueta de sus interminables piernas, revelada, más que escondida, por la larga falda que fluía y se pegaba a ellas al andar.
–El cinturón de seguridad está un poco... –le quitó el balón de fútbol que él había retirado del asiento y lo echó atrás, sobre una colección de juguetes. Giró la llave–. Hay que intentarlo varias veces antes de que... A veces...
–¿Puede dejar de disculparse? –señaló el asiento trasero–. ¿Su sobrino juega al fútbol? –preguntó, para no preguntarle si tenía novio. Habría dado igual, trabajaba para él y había reglas que nunca rompía. Pero podía mirar.
–¿Harry? –Marina se rio y movió la cabeza–. No, Harry odia el deporte. El balón es de Georgia. Harry es más... tranquilo –Marina pensó que un hombre como Alessandro Belluci nunca entendería a un niño tan sensible como Harry. Arrugó la frente. Harry la preocupaba; era tan bueno que era fácil no tenerlo en cuenta.
Miró a su pasajero; nadie podría no tener en cuenta al guapísimo español. Tendría que haber sido gracioso verlo embutido en el Beetle, pero Marina no podía ni sonreír. Que sus hombros casi se tocaran hacía que se sintiera más incómoda de lo que él parecía estar.
–No está lejos –dijo, dando gracias por eso.
–Me relajaré y admiraré el paisaje –dijo él, estudiando su perfil. Había imaginado que estaría guapa arreglada y no se había equivocado, estaba deslumbrante.
Minutos después, ella se detuvo ante la tienda.
–¿Sus amigos viven aquí?
–No, viven al otro lado del pueblo. He parado para comprar una botella de vino.
–Pensé que no bebía.
–Yo no, pero otra gente sí –repuso ella.
–Tendría que haberlo dicho. Hay montones de botellas de vino en la bodega –el buen vino siempre era una inversión segura a prueba de inflación.
Ella dejó escapar un gemido al pensar en los vinos de la bodega de la mansión servidos en vasos prestados y bebidos por gente que, como la anfitriona, mezclaba el vino con gaseosa.
–No se preocupe. Yo me ocuparé.
Entró y agarró dos botellas de precio medio y las llevó a la caja.
–Dicen que es bueno –aprobó el dependiente. Ella no tardó en descubrir que no llevaba suficiente dinero para pagar. Su tarjeta estaba en casa, que era la mejor manera de evitar la tentación mientras se adaptaba a su nueva vida.
–Lo siento, tendrá que ser el español, ¿le importa que las cambie? Me faltan cincuenta peniques –señaló el montón de monedas.
–No es problema, también es muy bueno.
–Yo las compraré –una mano enorme se cerró sobre la suya.
Marina miró de la mano al hombre alto y de aspecto exclusivo que estaba a su lado y negó con la cabeza. Sintió cómo se tensaban sus pezones…