A sus 19 años, arina de lucas parece ser una estudiante común: bonita, callada y aplicada. Trabaja en la cafetería de su abuelo y aparenta ser una joven más de preparatoria. Pero bajo esa máscara se esconde la futura heredera de un poderoso imperio criminal. Entrenada en artes marciales, fría cuando debe serlo y con un corazón marcado por el rechazo de sus propios padres, dirige en secreto a los hombres de su abuelo, el único que la valora.
Del otro lado está ethan moretti, de 21 años. Inteligente, atractivo, respetuoso y aparentemente un estudiante modelo. Sin embargo, también arrastra un legado: pertenece a otra familia mafiosa rival, dirigida por su abuelo, que pretende heredarle el trono del poder. A diferencia de la chica, sus padres sí conocen la verdad, aunque intentan disimularlo bajo la máscara de ejecutivos ejemplares.
Lo que ninguno sospecha es que sus vidas están unidas por un destino retorcido: enemigos en la sombra, pero vecinos en la vida real.
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capitulo 15
El eco de los pasos de Jhonar aún resonaba en la noche, pero ya se había perdido en la distancia. Ariana respiraba más tranquila, aunque su risa se apagó poco a poco al notar cómo Ethan la observaba con esa mirada oscura, penetrante, que parecía desnudar cada secreto.
Él dio un paso más cerca, inclinando apenas la cabeza.
—Dime, Ariana… —su voz fue un susurro grave, casi un reto—. ¿Lo que dijo Jhonar es cierto? ¿Lo dejaste plantado en el cine por venir aquí conmigo?
Ella apartó la mirada, fingiendo indiferencia.
—No inventes. No vine por ti, vine porque… porque me dio la gana.
Ethan sonrió, ladeando el rostro, pero su tono se volvió aún más incisivo.
—¿Ah, sí? —murmuró con ironía—. Entonces si no lo dejaste plantado por mí… ¿por qué te fuiste del cine? ¿O es que, en realidad, me estabas esperando en la cafetería?
Ariana frunció el ceño, ofendida, aunque su pulso se aceleraba al sentirlo tan cerca.
—¿Es en serio? Yo no necesito espiarte. Trabajo ahí, ¿se te olvida?
Él se inclinó lo suficiente para rozar su espacio personal, su aliento cálido mezclándose con el aire frío de la noche. Sus dedos rozaron suavemente la muñeca de Ariana, deteniéndola cuando intentó apartarse.
—Siempre lo niegas todo… —murmuró, con una sonrisa peligrosa—. Pero tus ojos me dicen otra cosa.
Ariana lo miró directamente, con furia en la mirada, intentando no mostrar la chispa que la consumía por dentro.
—Te equivocas. Lo único que siento es repulsión.
Ethan la observó en silencio unos segundos. Y de pronto, su sonrisa se ensanchó, como si hubiera ganado una partida invisible. Retrocedió apenas, dejándola respirar, aunque sus ojos no se apartaron de ella.
—Repulsión, ¿eh? —repitió, su tono cargado de burla—. Entonces ¿por qué estás aquí, sola conmigo, en medio de la noche?
Ariana abrió la boca, pero no encontró palabras. Se giró bruscamente y comenzó a caminar hacia la salida.
Ethan se quedó mirando su silueta alejarse, la brisa nocturna moviendo su cabello. Y entonces, con calma, sonrió para sí mismo, dejando escapar una de esas frases suyas, cargada de dominio y certeza.
—Sigue mintiéndote, Ariana… al final, siempre regresas a mí.
El viento arrastró sus palabras como un juramento silencioso. Ethan permaneció en el mirador, observando las luces de la ciudad, con la satisfacción del cazador que sabe que su presa, aunque se resista, nunca podrá escapar del todo.
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Ariana caminaba rápido por las calles silenciosas, con los brazos cruzados contra su pecho como si quisiera protegerse de algo más que del frío.
—Tonto… —murmuró entre dientes, apretando la mandíbula—. Ethan es un completo tonto…
Pero en el fondo sabía que no lo era. Sus pasos se hicieron más pesados cuando recordó la forma en que la había mirado, como si supiera exactamente lo que había hecho.
—Aunque… muy astuto… ¿Cómo demonios sabía que estaba en la cafetería justo por la cita de él con Valeria? —se detuvo un segundo, respirando hondo, intentando convencerse a sí misma—. No importa… seguro fue casualidad.
Sacudió la cabeza con fuerza, como si quisiera expulsar sus propios pensamientos.
—¿Por qué rayos estoy pensando en él? —se recriminó a sí misma, mordiéndose el labio con frustración—. El que me gusta es Jhonar… Jhonar, no Ethan.
Aceleró el paso hasta llegar al edificio de apartamentos, empujó la puerta con brusquedad y subió las escaleras casi corriendo, como si quisiera escapar de las imágenes que volvían una y otra vez a su mente: los ojos oscuros de Ethan, su voz grave, la cercanía peligrosa de hace unos minutos.
Ya dentro de su habitación, Ariana se dejó caer sobre la cama, escondiendo el rostro en la almohada. Su corazón latía demasiado rápido, y odiaba admitir que no era por Jhonar, sino por la sombra arrogante de Ethan Moretti que parecía perseguirla incluso en sus pensamientos.
—Maldita sea… —susurró al vacío, cerrando los ojos con fuerza.
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El siguiente día en la escuela, el ambiente estaba extraño. Ethan y Ariana se ignoraban como si fueran completos desconocidos. En el salón, él se limitaba a mirar por la ventana con su expresión fría, mientras Ariana hablaba distraídamente con sus amigas, fingiendo que todo estaba normal.
De repente, la puerta se abrió de golpe. Era Jhonar, con el ceño fruncido y la mirada encendida. Sin saludar ni mediar palabra, caminó directo hacia Ariana. Sus amigas lo miraron desconcertadas, y antes de que pudieran reaccionar, él la tomó del brazo con cierta brusquedad.
—Ven, tenemos que hablar —dijo con voz tensa.
—¡Jhonar, me estás lastimando! —exclamó Ariana, intentando zafarse.
Pero él no aflojó el agarre y la sacó del salón hacia el pasillo, bajo la mirada sorprendida de todos. Una vez afuera, la soltó, aunque seguía bloqueándole el paso con su presencia.
—¿Qué demonios pasa entre tú y Moretti? —soltó de golpe, su voz cargada de celos y frustración—. ¿Por qué no hiciste nada para defenderme de sus palabras? ¿Por qué te quedaste allí… con ese idiota de Ethan?
Ariana lo miraba en silencio, su respiración acelerada por la tensión. Sus labios temblaron, como si fuera a responder, pero terminó guardando silencio.
A unos metros, Ethan observaba todo desde la entrada del salón. No decía nada, pero sus ojos se clavaban en la escena con una molestia evidente. La forma en que Jhonar la había sacado y la brusquedad de sus gestos no le habían pasado desapercibidos. Su mandíbula se tensó, y sus manos se cerraron en puños. Estaba conteniéndose… aunque no estaba claro cuánto tiempo más lo haría.
El pasillo se llenó de un silencio incómodo: Ariana con la mirada dura, Jhonar exigiendo respuestas, y Ethan observando con una calma peligrosa.
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El pasillo estaba cargado de tensión. Jhonar, aún molesto, esperaba una respuesta de Ariana que nunca llegaba. Ella lo miraba en silencio, sus ojos brillando entre enojo y orgullo, pero no decía nada.
De pronto, una voz fría e imponente cortó el aire:
—Baja el tono.
El silencio fue inmediato. Ariana y Jhonar giraron la cabeza al mismo tiempo y lo vieron: Ethan, apoyado contra el marco de la puerta del salón, con los brazos cruzados y esa expresión de calma peligrosa que helaba a cualquiera.
—¿Y si no lo hago? —respondió Jhonar, desafiante, intentando mantener su firmeza.
Ethan dio un paso hacia ellos, lento, calculador, como un depredador que mide a su presa. Su mirada estaba fija en Jhonar, ignorando todo lo demás.
—Entonces yo mismo me encargaré de enseñarte a no hablarle así —dijo Ethan, con una sonrisa ladeada que no alcanzaba sus ojos.
Jhonar apretó los dientes.
—Esto no tiene nada que ver contigo, Moretti.
Ethan soltó una risa seca, sin humor.
—¿No? Curioso… porque cada vez que pronuncias mi nombre parece que sí.
Ariana permanecía en medio, con el corazón latiendo con fuerza, incapaz de intervenir. Sus amigas miraban desde la puerta, tensas, esperando lo peor.
Ethan dio un paso más, acercándose lo suficiente para que Jhonar sintiera la presión de su presencia. Su voz bajó, pero fue aún más cortante:
—Un consejo gratis: no vuelvas a perder el control con ella. Ni una sola vez más.
El silencio se volvió insoportable. Jhonar sostuvo la mirada unos segundos, pero la intensidad de Ethan era sofocante, como si en cualquier momento pudiera perder la paciencia. Finalmente, retrocedió un poco, aunque sin dejar de mirar a Ariana con rabia contenida.
Ethan, satisfecho, dejó escapar una sonrisa arrogante y añadió con calma:
—Buen intento, pero… sigues estando muy por debajo de mí.
Y sin esperar respuesta, se giró para volver al salón, dejándolos a ambos con el eco de sus palabras.
Ariana avanzó con pasos torpes de regreso al salón, el corazón le latía como si quisiera salirse del pecho. Cada latido parecía un golpe recordándole lo que acababa de pasar: la mano de Jhonar, la voz de Ethan, las palabras clavadas en su piel. Entró al aula y se dejó caer en su puesto sin mirar a nadie.
Las amigas se acercaron, nerviosas, pero antes de que pudieran decir algo, el mundo a su alrededor empezó a perder nitidez. Un zumbido, un frío que subía por la nuca, y de repente sus piernas cedieron. Una de sus compañeras gritó y la ayudó a recostarse en el banco. Ariana cerró los ojos y el aula se llenó de murmullos; el techo pareció alejarse y la oscuridad la abrazó.
—¡Ariana! —alguien gritó—. ¡Que alguien traiga agua!
Ella no llegó a responder. Cayó desmayada en silencio.
El estruendo del desmayo rompió el hilo de la tensión, pero lo que vino después lo empeoró todo: voces, susurros que se enroscaban y crecían como fuego. Alguien, con la voz temblorosa y demasiado curiosa, soltó una conjetura que bastó para encender el salón.
—¿Qué si... está embarazada?
La frase se expandió en segundos. Unos decían "imposible", otros buscaban explicaciones; algunos miraban a Ethan, otros a Jhonar. Cuando el rumor tomó forma, alguien añadió, con una mezcla de morbo y desprecio:
—Podría ser de Moretti... o de Jhonar.
Los ojos en la sala se partieron entre los dos. Ethan permaneció rígido, como si le hubieran congelado los músculos; su rostro, normalmente impenetrable, mostró por un segundo una chispa de pánico y algo parecido a incredulidad. Jhonar, por su parte, se abrió paso entre la gente con el ceño contraído, la respiración acelerada, la rabia asomando en los dedos que temblaban.
—¡¿Qué mierda estás diciendo?! —bramó Jhonar, más furioso por el rumor que por el desmayo—. ¡Eso es una mierda!
Ethan no contestó de inmediato. Se acercó a Ariana con pasos medidos, respiración contenida, y se inclinó sobre ella para comprobar su pulso. Alguien llamó al conserje y a la enfermera; otra voz, más práctica, sugería llevarla a la enfermería ahora mismo.
Las amigas de Ariana rodearon su cuerpo como un escudo, intentando apartar a los curiosos. Una de ellas susurró, con lágrimas en los ojos:
—¡No digan cosas así… no sabemos nada!
Pero los murmullos ya habían hecho su daño. En el pasillo, el rumor corría más rápido que la enfermera: "embarazada", "¿de quién?", "¿lo sabía?" —y con cada repetición, las miradas cambiaban, los bandos se formaban y el ambiente se volvió más denso, más peligroso.
Ethan se mantuvo un instante más al lado de la camilla improvisada, con la cabeza baja. Cuando la enfermera llegó y se la llevó en camilla hacia la enfermería, él levantó la mirada con los ojos clavados en Jhonar: frío, acusador, pero sin palabras. Jhonar le devolvió la mirada con odio puro. Ninguno habló; el silencio entre ellos ardía con acusaciones no dichas.
Ariana, inconsciente, fue trasladada. Detrás quedaron los ecos del rumor, las caras divididas y la sensación de que nada volvería a ser igual.
La enfermera salió del aula con Ariana en una camilla improvisada, seguida por dos auxiliares que la llevaban hacia la enfermería. El murmullo en el salón seguía creciendo como un incendio, pero Ethan no dudó ni un segundo: salió tras ella con pasos firmes, ignorando las voces, las miradas y los rumores que lo señalaban. Su mundo en ese momento se reducía a Ariana.
El pasillo se cerró a su alrededor, y con cada paso podía escuchar las preguntas, los cuchicheos: “¿Será de él?”, “Seguro Moretti tiene algo que ver”. Él no respondía, no se defendía. Solo caminaba, con la mandíbula tensa y la mirada fija en la enfermería.
Dentro, la recostaron en una cama blanca. Ethan se quedó de pie al lado, los brazos cruzados, pero su rostro no lograba ocultar lo que sentía: preocupación, esa emoción que nunca permitía que los demás leyeran. Sus ojos estaban clavados en ella, en el movimiento lento de su respiración.
Mientras tanto, en el salón, la atmósfera cambió de golpe. Isabela apareció en la puerta, con los ojos encendidos de rabia. Sus tacones resonaron fuerte contra el piso cuando entró, llamando la atención de todos.
—¡¿Qué demonios fue eso, Jhonar?! —espetó, cruzando el salón como una tormenta—. ¡El plan era claro, y ahora todo se salió de control!
Los presentes quedaron en silencio. Jhonar la miró con enojo, intentando mantener la calma.
—Cállate, Isabela. No es el momento.
—¡Claro que es el momento! —replicó ella con furia, plantándose frente a él—. ¿Sabes lo que acaban de decir allá afuera? ¡Que Ariana está embarazada! ¿Y sabes qué es lo peor? Que ahora nadie sabe si es tuyo o de Moretti. ¡Lo único que lograste fue hundirte tú mismo!
Jhonar la sujetó del brazo, no con brusquedad, pero sí con fuerza suficiente para frenarla.
—Baja la voz.
—¡No me digas qué hacer! —Isabela se zafó, mirándolo con desprecio—. Todo este circo lo armaste tú, y ahora Ariana está en la enfermería mientras Moretti queda como el héroe preocupado. ¿Ese era tu plan? ¿Convertirte en el idiota que perdió en público?
El salón estaba dividido entre el miedo y la fascinación de verlos discutir. Nadie se atrevía a intervenir.
De vuelta en la enfermería, Ariana comenzó a abrir lentamente los ojos. La luz le molestaba, y por un segundo no entendió dónde estaba. Pero cuando sus pupilas se ajustaron, lo primero que vio fue a Ethan, sentado en una silla junto a la cama, con los codos sobre las rodillas y las manos entrelazadas, la mirada fija en ella.
Su rostro no era el de siempre. No había arrogancia ni burla. Solo preocupación. Pura, cruda, imposible de ocultar.
—¿Ariana? —su voz salió grave, más suave de lo normal.
Ella lo observó, confundida, con el corazón golpeándole fuerte en el pecho. Nunca había visto esa expresión en él, y por un instante no supo si estaba soñando o si de verdad Ethan Moretti estaba allí, cuidando de ella como si todo lo demás no importara.
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Ariana parpadeó un par de veces, tratando de aclarar su vista. La enfermería estaba en silencio, salvo por el sonido de su propia respiración y el murmullo lejano del colegio. Lo primero que notó fue la silueta de Ethan, inclinado hacia ella, los ojos oscuros cargados de algo que jamás había visto en él: preocupación sincera.
—Ethan… —susurró con voz débil.
Él se enderezó un poco, apoyando un brazo en el respaldo de la silla. Sus facciones se relajaron apenas, pero su mirada permanecía fija en la de ella, como si necesitara asegurarse de que realmente estaba consciente.
—Te desmayaste —dijo con tono grave, sin apartar los ojos de los suyos—. ¿Qué demonios te pasa, Ariana?
Ella intentó incorporarse, pero un mareo la obligó a quedarse quieta. Bajó la mirada un segundo antes de responder:
—No es nada… solo fue un mareo.
Ethan arqueó una ceja, incrédulo.
—¿Nada? Estabas inconsciente en el suelo mientras medio salón gritaba tu nombre. Eso no es nada.
Ariana tragó saliva, incómoda bajo esa intensidad. No sabía qué le molestaba más: que la viera débil o que se preocupara por ella de esa forma.
—No pedí que me siguieras —murmuró, intentando sonar fría.
Ethan soltó una risa seca, sin humor, inclinándose hacia ella hasta que sus rostros quedaron cerca.
—Ya lo sé. Tampoco pediste que Jhonar te arrastrara por el pasillo… y aun así pasó.
Ella lo miró sorprendida, incapaz de responder. Su silencio lo impulsó a seguir hablando, con voz más baja, casi como un susurro solo para ella:
—No vuelvas a quedarte callada cuando alguien te trate así. Ni él, ni nadie.
El corazón de Ariana latía desbocado. Intentó sostenerle la mirada, pero había algo en los ojos de Ethan, esa mezcla de autoridad y vulnerabilidad oculta, que la desarmaba por completo.
—¿Y qué? —se atrevió a decir ella, con un hilo de voz—. ¿Vas a defenderme siempre tú?
Continuará...