Lila, una médica moderna, pierde la vida en un ataque violento y reencarna en el cuerpo de Magdalena, la institutriz de una obra que solía leer. Consciente de que su destino es ser ejecutada por un crimen del que es inocente, decide tomar las riendas de su futuro y proteger a Penélope, la hija del viudo conde Frederick Arlington.
Evangelina, la antagonista original del relato, aparece antes de lo esperado y da un giro inesperado a la historia. Consigue persuadir al conde para que la lleve a vivir al castillo tras simular un asalto. Sus padres, llenos de ambición, buscan forzar un matrimonio mediante amenazas de escándalo y deshonor.
Magdalena, gracias a su astucia, competencia médica y capacidad de empatía, logra ganar la confianza tanto del conde como de Penélope. Mientras Evangelina urde sus planes para escalar al poder, Magdalena elabora una estrategia para desenmascararla y garantizar su propia supervivencia.
El conde se encuentra en un dilema entre las responsabilidades y sus s
NovelToon tiene autorización de CINTHIA VANESSA BARROS para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 14: La petición del conde.
Mientras Evangelina Oxford se acomodaba en su silla de terciopelo, disfrutando pausadamente de una infusión de flores con un aire de satisfacción, convencida de que su ascenso al título de condesa era inminente, el castillo estaba envuelto en una actividad que no se alineaba con sus expectativas.
En el núcleo del área de servicio, la cocina se encontraba en un verdadero desorden.
—¡Más romero, por el amor de Dios! —gritaba Greta, con su rostro enrojecido por el calor del horno y la presión—. ¿Quién ha escondido las manzanas caramelizadas? ¡Esto no es un albergue, es un castillo! ¡Comportense como si lo supieran!
Magdalena apareció en la entrada con paso tranquilo, levantando una ceja ante la conmoción. Observó los estantes llenos, las ollas burbujeantes, los cuchillos cortando rápidamente y los gritos que volaban como flechas en el aire.
—¿Qué está ocurriendo aquí, Greta? —inquirió con voz serena, tomando una bandeja de plata.
—¡Un banquete, querida! —resopló la cocinera, secándose el sudor con su delantal—. Esta noche recibimos a unos invitados de alto nivel, y no son cualquier invitados. . . ¡la familia Oxford! Esa mujer se mueve por mi cocina como si fuera la dueña. Ahora pide cinco platos diferentes. ¡Cinco!
Magdalena se mostró un momento pálida. Eso no formaba parte de la novela original. Y si había aprendido algo hasta ahora, era que cada cambio traía consigo un peligro. Una rendija en el destino que podía cambiar la tragedia. . . o exacerbarla.
Sin dudar, sirvió galletas de avena y una pequeña tarta de frutas para Penélope, quien necesitaba merendar antes de sus lecciones de la tarde. Llevó la bandeja con cuidado, aunque con un nudo en su estómago, y se encaminó hacia el estudio.
En ese lugar, el conde Freddy Arlington estaba inclinado sobre el escritorio de su hija, examinando atentamente un ejercicio de gramática. Su rostro —normalmente serio pero controlado— mostraba una expresión oscura, casi nostálgica.
—Buenas tardes, señor conde —saludó Magdalena, inclinándose levemente—. No sabía que usted estaba en casa.
Él levantó la vista. Sus ojos grises, llenos de tensión, se fijaron en los de ella por unos instantes. Luego, dejó el cuaderno sobre la mesa con un gesto lento.
—Necesito conversar con usted, señorita Belmonte —dijo con seriedad.
Ella asintió.
—Claro, señor.
Se fueron hacia la biblioteca, donde la luz del atardecer entraba a través de los vitrales, iluminando los estantes de roble con destellos cálidos. El lugar olía a cuero viejo, papel y tinta. Un espacio de verdades.
El conde tomó asiento frente a ella. Sus manos estaban entrelazadas, pero los nudillos traicionaban tensión.
—Esta noche… necesito pedirle un favor especial —comenzó, evitando su mirada por un momento—. Quiero que se quede con mi hija. No vaya a la cena.
—¿Hay algún problema serio, señor? —preguntó Magdalena, manteniendo un tono neutral.
Él tomó una respiración profunda, como si cada palabra le resultara pesada.
—Esta mañana, tuve una reunión con los padres de la señorita Oxford. Exigen que me case con su hija.
Un silencio se instaló entre ellos. Magdalena no contestó de inmediato. Solo bajó ligeramente la cabeza, tratando de ocultar el leve temblor que sentía. No era algo inesperado… pero el dolor, aunque lo habían anticipado, seguía siendo fuerte.
—¿Y planea hacerlo? —cuestionó, con admirable firmeza—. ¿La ama?
Él la miró, como si esas palabras lo hubieran impactado. Frunció el ceño, molesto.
—No. No la amo. Ni siquiera la conozco. Le prometí protección, no un compromiso.
—Entonces, no hay una obligación que cumplir —respondió ella con tranquilidad—. No hay deber que lo ate, aparte del que usted decida asumir.
—Su padre me ha desafiado. Me reta a un duelo… por el honor.
Magdalena apretó las manos en su regazo.
—Una táctica antigua y cobarde —murmuró—. Si usted acepta y logra ganar, quedará libre. Si pierde… Evangelina se quedará con todo. Su nombre. Su riqueza. Su castillo.
Él asintió lentamente.
—No quiero derramar sangre. Ni la mía ni la de otros.
—Entonces, debe enfrentarlo con algo más poderoso que un arma. Con determinación. Con fuerza de voluntad. No se puede negociar con los buitres, señor. No piensan. Solo devoran.
Hubo un extenso silencio. El conde la observó durante mucho tiempo, con una intensidad inusual, incluso para él.
Magdalena se levantó con dignidad.
—Hoy por la noche, yo cuidaré de Penélope. Y usted hará lo que considere correcto. Pero si decide casarse con Evangelina, señor… no habrá vuelta atrás. La historia que empiece entonces… será una tragedia. Y usted lo sabrá.
Él no dijo nada. Permaneció callado, observándola irse con paso firme, como alguien que no suplica, pero tampoco se da por vencido.
En su habitación, Magdalena ayudó a Penélope a ponerse su pijama, le cepilló el cabello y le leyó una historia bajo la suave luz de la lámpara de aceite. Pero su mente estaba en otro lugar… en otra pelea. Una que aún estaba por librarse.
—Magdalena —susurró la niña mientras se acomodaba en la almohada—. ¿Papá se va a casar con esa mujer?
La institutriz tragó saliva. Se inclinó y besó la frente de la pequeña.
—No lo sé, querida. Pero si lo hace, tú seguirás a salvo. Yo me aseguraré de eso.
—¿Y si ella me odia?
—Entonces yo te protegeré —prometió en un tono bajo, pero lleno de determinación—. Como siempre.
Penélope cerró los ojos, tranquila. Magdalena, sin embargo, se quedó sentada a su lado un rato más, con el corazón acelerado.
En el amplio salón, se estaba organizando una gran cena. No era por una fiesta, sino por una lucha.
Y aunque carecía de protección, ni nombre, ni dignidad… ella no tenía la intención de rendirse.