Issabelle Mancini, heredera de una poderosa familia italiana, muere sola y traicionada por el hombre que amó. Pero el destino le da una segunda oportunidad: despierta en el pasado, justo después de su boda. Esta vez, no será la esposa sumisa y olvidada. Convertida en una estratega implacable, Issabelle se propone cambiar su historia, construir su propio imperio y vengar cada lágrima derramada. Sin embargo, mientras conquista el mundo que antes la aplastó, descubrirá que su mayor batalla no será contra su esposo… sino contra la mujer que una vez fue.
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Capítulo 15. Desayuno con tensión.
Capítulo 15
Desayuno con tensión.
El comedor de la mansión Lombardi parecía salido de una portada de revista. El sol matinal se filtraba por los ventanales altos, acariciando la mesa larga de madera pulida que relucía bajo la luz natural.
Issabelle entró tras Giordanno, sus pasos suaves resonando sobre el mármol con medida firmeza.
Pero no fue la elegancia del salón lo que la dejó sin palabras.
—¿Qué… es todo esto? —preguntó, abriendo los ojos al ver la mesa repleta.
Croissants recién horneados, frutas cortadas con precisión, huevos escalfados, jugos naturales, tostadas con aguacate y salmón, quesos finos, tazas de café y un par de jarras de mimosas esperándolos.
Giordanno sonrió al notar su asombro.
—Un desayuno.
Ella parpadeó, avanzando lentamente mientras contemplaba los detalles. Todo estaba servido con una estética cuidada, como si un chef estrella Michelin lo hubiera dispuesto.
—¿Usted hizo todo esto? —preguntó, girándose hacia él.
Giordanno se encogió de hombros con arrogancia contenida.
—Sí, lo preparé yo mismo.
—No tenía idea de que… supiera cocinar —la incredulidad en su voz era genuina.
—Sé hacerlo —se sirvió una taza de café negro sin apartar la mirada de ella—. Y lo hago increíblemente bien. ¿Quieres probar?
Issabelle rió por lo bajo, sin poder evitarlo. Esa mezcla entre confianza, insinuación y desafío era tan característica de él, que resultaba casi encantadora.
—Todo esto parece salido de un programa de cocina.
—¿Dudas de mí, Issabelle? —preguntó, acercándose con una bandeja en la que colocó un poco de fruta para ella—. Después de todo, no sería un verdadero hombre si solo supiera manejar imperios financieros. También tengo que conquistar estómagos… y voluntades.
Ella tragó saliva, disimulando una sonrisa nerviosa. Había algo en su voz, en la manera en que la miraba, que la hacía sentirse más vulnerable de lo que quería admitir.
Se sentaron uno frente al otro, entre el aroma del café y los destellos dorados del sol. Por unos instantes, el silencio fue cómodo. Casi íntimo.
Issabelle se llevaba un trozo de fruta a los labios cuando su celular vibró sobre la mesa. Dio un respingo. La pantalla se iluminó con un nombre que la hizo tensarse de inmediato:
MORETTI.
Giordanno notó el cambio en su rostro y el brillo de la pantalla.
—¿No vas a contestar? —preguntó, sin disimular la curiosidad.
Ella presionó el botón para desviar la llamada, fingiendo indiferencia.
—No es importante.
El teléfono vibró otra vez. Y luego una tercera vez.
Los ojos de Giordanno se afilaron ligeramente.
—¿Quién te busca con tanta insistencia?
Issabelle dudó. Podía decir la verdad… pero no estaba lista. No para hablar de Moretti y su enfermedad, ni para ver la reacción de Giordanno si lo hacía.
—Es de la Universidad Central —improvisó, manteniéndole la mirada—. Me inscribí para terminar mi carrera… hace poco.
La ceja de Giordanno se alzó con sorpresa y, para su alivio, interés.
—¿En serio?
—Sí. Estaba pendiente desde hace meses cuando… la cancelé para dedicarme a los preparativos de la boda. No me falta mucho para terminar asi que pensé que era el momento. Solo que no esperaba que me llamaran tan pronto.
—Me parece admirable —dijo él, dejando el tenedor a un lado—. La educación no es un lujo, es poder. Y si decidiste terminar tu carrera, me parece una de las mejores decisiones que podrías tomar.
Issabelle sonrió, aliviada.
—Gracias.
—No hay nada que agradecer. Te 1llevaré ahora mismo.
Ella se atragantó con el café.
—¿Perdón?
—A la inscripción. O a donde sea que tengas que ir —repitió él, como si fuera lo más lógico del mundo—. Me aseguraré de que tengas todo lo que necesites.
—Le agradezco, señor Lombardi, pero… no hace falta. De verdad. Puedo ir sola. Es algo personal.
—Nada de lo que te afecta me es indiferente —su voz fue baja, pero firme. Casi una advertencia—. Y no acepto negativas por respuesta. ¡Ah, y ya creo que es momento de que vuelvas a llamarme por mi nombre, como anoche, cuando estabas ebria —susurró con una sonrisa maliciosa—. Se sintió muy bien.
Issabelle sintió cómo se le aceleraba el corazón. No sabía si era por el control implícito en sus palabras, o por la sensación extraña de que él realmente se preocupaba.
—¿Siempre es así de terco? —preguntó, alzando la ceja, aunque sus labios se curvaban en una sonrisa desafiante.
—Con lo que me importa, sí —respondió él, sin apartar los ojos de ella—. Y tú, Issabelle, me importas más de lo que debería decir aquí.
El silencio que siguió fue denso. Como una manta de terciopelo sobre la piel expuesta.
Ella desvió la mirada hacia la ventana, sintiendo que algo cambiaba entre ellos. Como si las piezas del tablero empezaran a reacomodarse.
Y mientras el celular volvía a vibrar sobre la mesa —con el nombre de Moretti persistente y terco— Issabelle supo que su vida estaba a punto de complicarse aún más.
En la universidad, el ambiente hervía de movimiento. Estudiantes iban y venían entre risas, carpetas en mano y mochilas al hombro. Pero todos se detuvieron cuando el Maserati negro se detuvo frente a la entrada principal.
Giordanno bajó primero, impecable con su traje gris oscuro y gafas de sol. Rodeó el vehículo con calma y abrió la puerta del copiloto para Issabelle.
Ella descendió con elegancia, vestida con un conjunto sencillo pero sofisticado, y el murmullo no se hizo esperar.
—¿Quién es él?
—¿Viste ese vehículo?
—¡Es Giordanno Lombardi!
Los susurros crecían como una ola que los seguía mientras cruzaban el campus hacia la mesa de inscripción ubicada al aire libre, bajo una pérgola blanca adornada con flores frescas. Las asistentes del registro apenas disimulaban su asombro al verlos acercarse.
Issabelle intentó mantener la compostura, aunque sentía las miradas clavadas en cada paso que daba.
A unos metros de allí, Eva apretaba los labios, oculta tras unas columnas. Sostenía el celular entre las manos y tomaba fotos rápidas de la escena: Issabelle firmando con una pluma dorada, Giordanno a su lado, hablándole al oído como si fueran una pareja íntima.
Su rabia ardía como fuego. ¿Cómo lo hacía? ¿Cómo lograba Issabelle estar siempre envuelta en lujos, en atenciones masculinas, en prestigio? Mientras ella, Eva, tenía que mantener a raya a Enzo, complacerlo, soportar sus desplantes solo para no perder su estatus. Su seguridad y su protección económica.
—Algún día esto me va a servir —murmuró, guardando el celular en su bolso con furia contenida.
Mientras tanto, Giordanno entregaba a la encargada un folder con los documentos de Issabelle, como si fuera su propia asistente personal. Ella lo miró de reojo, sorprendida.
—¿Usted siempre acostumbra a hacerlo todo por su cuenta?
—Solo cuando quiero asegurarme de que todo salga bien —respondió él con una media sonrisa.
Issabelle sintió las mejillas arder. Firmó la hoja final y recibió su copia. Estaba oficialmente inscrita. Un paso pequeño para muchos, pero para ella, el comienzo de una nueva historia.
—¿Lista? —preguntó él, ofreciéndole el brazo.
Ella asintió, tomándolo sin dudar. Mientras caminaban de regreso al vehículo bajo la atenta mirada de todos, Issabelle supo que nada en ese momento había sido casual.
—Vamos a casa —comentó Giordanno.
—A mí casa —aclaró Issabelle.
—Sí gustas llamarle así no me molestaré. Pero me refería a buscar a tu amiga. Ya debería estar despierta.