De Señora Davenforth A Montgomery

Seth se me acercó, su expresión se tornó seria. — No quiero pelear contigo. Hoy es nuestro aniversario, tres años juntos, ¿recuerdas?

El recordatorio me calmó momentáneamente. Pero antes de que pudiera responder, él solo se inclinó y miró la hora en su reloj. — Se me hace tarde. Tengo que irme.

Se inclinó hacia mí y me deposito un suave beso en la frente; luego, repitió el gesto con Dahlia. Esos actos tan amables, lejos de brindarme consuelo, solo sirvieron para intensificar mi malestar. A medida que él se alejaba, apreté los puños con fuerza, sintiendo una creciente desesperación que me invadía y me hacía sentir cada vez más impotente frente a la situación.

Una vez que se marchó, me levanté de la mesa con el corazón pesado y me dirigí a mi habitación, embargada por una mezcla de confusión y frustración. Lo que inicialmente había sido planeado como un día especial y significativo se transformó en una experiencia que parecía más bien una cruel burla del destino. Mientras la luz del día se desvanecía lentamente y la tarde comenzaba a instalarse, una determinación surgió en mi interior. Decidí que era momento de tomar las riendas de la situación y hacer algo al respecto.

Tomé mi teléfono en la mano y, con la intención de hacer algo especial, procedí a reservar una mesa VIP en el restaurante italiano que más le agradaba a Seth. Este establecimiento era conocido por su elegancia y su ambiente romántico, caracterizado por la suave iluminación y una decoración encantadora que lo hacía perfecto para una celebración tan significativa como nuestro aniversario. Imaginé la mesa que había elegido: ubicada junto a la ventana, con una vista impresionante del lago, adornada delicadamente con velas que emanaban una luz cálida y flores frescas que perfumaban el aire con su fragancia. Una vez que obtuve la confirmación de la reserva, sentí una mezcla de emoción y alegría, así que decidí enviar un mensaje a Seth para informarle sobre la sorpresa que le tenía preparada.

— «Hola, he reservado una mesa para dos en Il Lago a las 8 PM. Espero verte allí.»

La respuesta que tanto esperaba no llegó, así que decidí prepararme para la noche. Opté por un vestido negro de seda que se ajustaba a mi figura con delicadeza, resaltando mis curvas con elegancia. La tela, suave y brillante, capturaba la luz de manera encantadora, creando un efecto deslumbrante.

El escote del vestido estaba adornado con una delicada capa de encaje que añadía un toque de sofisticación y misterio. La falda, que caía con gracia hasta mis rodillas, se movía sutilmente con cada paso que daba, dándole un aire de fluidez y estilo a mi apariencia. Aunque me sentía radiante en aquel conjunto, una sensación de nerviosismo y ansiedad se apoderaba de mí, recordándome que la noche contenía sorpresas que aún estaban por desvelarse.

Cuando llegué al restaurante, el entorno era perfecto. Las luces tenues y los suaves murmullos de otras parejas creaban una atmósfera que irradiaba romance. Sin embargo, a medida que pasaban los minutos, el corazón de mi esperanza se contraía por la preocupación. Seth no llegaba, y tampoco daba señales de vida.

Finalmente, le hice una solicitud al mesero para que me trajera una copa de vino. Opté por la variedad más intensa que tuvieran disponible, ya que necesitaba algo que pudiera ahogar mis pensamientos y distraerme de la inquietud que me invadía. Las horas se deslizaban lentamente, y todavía no había recibido ninguna noticia de él. En un momento de desesperación, tomé la decisión de llamarlo. Marcaba el número una y otra vez; la primera, la segunda llamada se fueron sin respuesta, hasta que, finalmente, en la tercera vez que intenté comunicarme, su voz resonó al otro lado de la línea.

— Grayce, perdona… no podré asistir —me dijo, su tono sonaba distante, casi frío.

— ¿Qué? ¿Por qué? —pregunté, sintiendo que el suelo temblaba bajo mis pies. Esa voz indiferente me hería más que cualquier cosa.

— Dahlia se siente mal y la estoy llevando al hospital —respondió con calma, haciendo eco de mi peor temor.

Mi corazón se detuvo. — ¿Qué? Seth, este es nuestro aniversario. ¿No puedes dejarla con alguien más y venir aquí?

— Lo siento, no puedo. Ella necesita de mí. Prometo que hablaremos luego.

Un puñal de ira atravesó mi pecho, las palabras se formaron, afiladas como espinas. — ¿Así que prefieres quedarte con ella que venir a nuestra celebración? Es nuestro aniversario, Seth —le reproché nuevamente, incapaz de contener la frustración que brotaba de mi ser.

— Lo siento, Grayce. Ella necesita ayuda y no puedo dejarla sola en esto —respondió, su voz imperturbable.

Las palabras que pronunció eran tan afiladas como dagas, capaces de herir con su frialdad. Antes de que pudiera expresar mi desacuerdo o defenderme de alguna manera, él cortó la llamada abruptamente, dejando una sensación de vacío y desasosiego en el aire. Me quedé allí, con la mirada fija en el teléfono, sintiendo una mezcla de asombro y rabia que burbujeaba en mi interior.

Observé detenidamente el dispositivo que tenía en la mano, notando cada pequeño detalle mientras una sensación helada de soledad se apoderaba de mí, como si fuera una pesada manta que me cubría por completo. Sin poder contenerme, solté una risa amarga que cortó el silencio del ambiente, resonando en el aire como un eco sombrío. En ese instante, levanté la mano y llamé al mesero, pidiéndole que me sirviera la bebida más fuerte que tuviera en su repertorio. Era imperativo para mí ahogar el dolor que me invadía, el desdén que me pesaba en el pecho y todas esas emociones turbulentas que amenazaban con consumir la poca cordura que me quedaba.

— ¡Increíble! —murmuré para mí misma, riéndome amargamente. No podía creer lo egoísta que era. Le pedí al mesero otra bebida, esta vez algo más fuerte que incluyera tequila.

Cuando el mesero finalmente se acercó a la mesa y me entregó la bebida, no dudé en tomar un sorbo rápido. El líquido ardiente recorrió mi garganta, dejando una sensación de quemadura que a la vez resultaba intoxicante y liberadora. En ese instante, noté cómo un torrente de pensamientos dolorosos comenzaba a invadir mi mente sin la más mínima contención. En mi interior, las maldiciones brotaron como un veneno corrosivo, cada palabra cargada de una intensa ira y desprecio que me consumía.

— Eres un egoísta, un niño que no sabe lo que quiere —, repetía para mí misma. — Maldito seas, Seth. Siempre priorizando a Dahlia, sin importar lo que sienta yo. Ni siquiera puedes comprometerte a un solo día para mí. Te has vuelto tan indiferente y egoísta que ya no reconozco al hombre con el que me casé.

El dolor de su traición me caló hondo, llenándome de rabia y tristeza a la vez. Me dejé llevar, repitiendo estas palabras en voz alta una y otra vez, mientras el ruido del restaurante se desvanecía en un murmullo distante. Aquella noche, no solo perdí a Seth, sino que también perdí un poco de mí misma en el proceso.

La tormenta había empezado adentro de mí, y ahora, solo podía esperar que algún rayo de luz volviera a entrar y me ayudara a encontrar el camino hacia la paz. Con cada trago, me perdía un poco más en estas aguas turbulentas, cuestionando cuánto tiempo podría seguir así sin naufragar por completo.