Amaris creció en la ciudad capital del magnífico reino de Wikos. Como mujer loba, fue entrenada para proteger su reino por sobre todas las cosas ya que su existencia era protegida por la corona
Pero su fuerza flanquea cuando conoce a Griffin, aquel que la Luna le destino. Su mate que es... un cazanova, para decirlo de esa manera
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El Enfrentamiento en Amanecer
El sonido de los cascos de los caballos resonaba con fuerza en el suelo húmedo mientras Griffin y Amaris cabalgaban hacia Amanecer. El viento frío de la madrugada soplaba entre los árboles, llevando consigo una sensación de urgencia que pesaba en el ambiente. Algo estaba sucediendo en la ciudad, y ambos lo sabían. Amaris podía sentirlo en sus huesos, un presentimiento oscuro que la inquietaba. Su manada estaba allí, y si habían salido del castillo, significaba que la amenaza era mucho mayor de lo que imaginaban.
Griffin, por su parte, mantenía el ceño fruncido mientras apretaba las riendas de su caballo. La conversación sobre su espada y su conexión con Herodio había quedado atrás, y ahora su mente se centraba únicamente en el peligro que se cernía sobre ellos. Sabía que el tiempo era crucial, y cualquier retraso podría costarles mucho más que un enfrentamiento.
La ciudad de Amanecer ya se divisaba a lo lejos, sus imponentes murallas blancas destacando contra el cielo oscuro. Las primeras luces del amanecer comenzaban a asomarse por el horizonte, pero en lugar de la usual calma que traía la llegada del día, algo no estaba bien. Había una tensión palpable en el aire, como si la propia ciudad estuviera conteniendo la respiración.
Al llegar a las puertas de Amanecer, Griffin y Amaris desaceleraron sus caballos y observaron el paisaje ante ellos. Los guardias en las torres de vigilancia parecían estar en alerta máxima, sus ojos vigilando el horizonte y las murallas como si esperaran un ataque inminente.
—Algo no está bien —murmuró Griffin, mientras bajaba de su caballo y acariciaba el lomo de Azrael para calmarlo. Los cascos del caballo golpeaban el suelo con impaciencia, reflejando la inquietud de su dueño.
Amaris no tardó en hacer lo mismo, sus ojos de loba escaneando el entorno en busca de cualquier señal de peligro. Había aprendido a confiar en sus instintos, y ahora esos instintos le decían que algo grande estaba por suceder. Su manada estaba cerca, lo sentía, y eso solo podía significar una cosa: el peligro estaba más cerca de lo que imaginaban.
—Debemos hablar con los guardias —dijo Griffin, caminando hacia uno de los hombres que vigilaban la entrada. El soldado, al reconocer a Griffin, asintió en señal de respeto.
—¿Qué está pasando? —preguntó Griffin, su tono firme—. La ciudad parece más agitada de lo normal.
El guardia miró a Griffin y luego a Amaris, antes de hablar en un tono bajo, como si temiera que alguien más pudiera escuchar.
—No sabemos exactamente, señor —dijo el guardia, nervioso—. Hace unas horas, un grupo de rebeldes fue visto en las colinas cercanas. Los informes dicen que están planeando un ataque, pero no tenemos confirmación. El señor feudal ha enviado a la guardia a patrullar las áreas exteriores, pero la tensión aquí dentro ha estado creciendo. Algo se siente... mal. Lo han llamado al palacio, avisándonos que le abriéramos la puerta apenas llegue
Griffin y Amaris intercambiaron una mirada. Sabían que los rebeldes habían sido una amenaza constante en los últimos tiempos, pero esto parecía diferente. Si la manada de Amaris estaba involucrada, significaba que el conflicto era más complejo de lo que parecía.
—Necesitamos entrar al castillo —dijo Amaris, su tono decidido—. Mi manada está aquí, y si hay un peligro inminente, debemos estar preparados.
El guardia asintió de inmediato, abriendo las puertas para que ambos pasaran. Mientras caminaban hacia el interior de la ciudad, los sonidos de la actividad febril de los soldados y ciudadanos se mezclaban con el martilleo de las armas en los talleres y el murmullo de voces preocupadas. La atmósfera estaba cargada de tensión, y el miedo a lo desconocido estaba grabado en los rostros de todos.
El castillo del señor feudal, situado en el corazón de Amanecer, era un imponente bastión de piedra que dominaba la ciudad. A medida que se acercaban a él, Amaris sintió una creciente urgencia por encontrar a su manada. Sabía que su líder, Jerko, no tomaría decisiones precipitadas a menos que fuera absolutamente necesario. Si la manada estaba involucrada, la amenaza era real.
—¿Qué crees que está pasando? —preguntó Griffin mientras caminaban rápidamente por el empedrado camino que conducía al castillo.
Amaris mantuvo la mirada al frente, su voz cargada de preocupación.
—No lo sé, pero si mi manada ha salido, es porque han sentido una amenaza mayor de la que los humanos pueden manejar. Los rebeldes son solo una parte del problema. Algo más está ocurriendo, algo más oscuro.
Griffin asintió, sin hacer más preguntas. Sabía que cuando Amaris hablaba de ese modo, era mejor no insistir. Había aprendido a confiar en sus instintos, y si ella decía que había algo más, lo había.
Al llegar a las puertas del castillo, fueron recibidos por dos miembros de la guardia real, quienes los escoltaron al salón principal. Allí, un grupo de personas se había reunido alrededor del señor feudal, susurros nerviosos y órdenes rápidas llenaban el aire.
En cuanto entraron al salón, Amaris notó a Jerko y a varios miembros de su manada reunidos en un rincón, sus rostros serios y tensos. Caminó hacia ellos, mientras Griffin permanecía a su lado, observando con atención.
—Jerko —dijo Amaris, captando la atención de su líder.
Jerko levantó la vista, y al ver a Amaris, una expresión de alivio cruzó su rostro, aunque no duró mucho. Él sabía que la situación era grave.
—Llegas justo a tiempo —dijo con voz grave—. Tenemos un problema mayor del que esperábamos. Los rebeldes no están solos.
Griffin frunció el ceño, dando un paso más cerca.
—¿Qué quieres decir? —preguntó, su tono serio.
Jerko miró a Griffin por un momento antes de hablar, evaluando si debía revelar más detalles. Pero Amaris ya le había confiado su secreto, y eso significaba que Griffin era alguien en quien se podía confiar. Además, el jefe de guardias habia hablado maravillas de él ante el Señor Feudal que pidió su presencia exactamente por eso
—Hemos sentido la presencia de algo más entre los rebeldes —dijo Jerko—. Criaturas oscuras, que no deberían estar aquí. No estamos seguros de qué son, pero son lo suficientemente poderosas como para haber corrompido a algunos de los rebeldes. Los que caen bajo su influencia... ya no son humanos. Son algo más.
Griffin intercambió una mirada con Amaris. Las palabras de Jerko hacían eco de las amenazas que él mismo había enfrentado antes, misiones donde Herodio le había enviado a purgar criaturas corruptas y no-muertos.
—¿Es posible que sean criaturas del tipo que tú cazas? —preguntó Amaris, su voz más baja, consciente de que no todos en la sala debían escuchar esa conversación.
Griffin asintió lentamente.
—Es posible. Herodio me ha enviado en misiones para eliminar a seres que desafían el ciclo de la vida y la muerte. Si esos rebeldes han caído bajo la influencia de algo así, puede ser que estemos enfrentando una amenaza mayor de lo que pensamos.
Jerko asintió con gravedad.
—Entonces necesitamos actuar rápido. Mi manada ha rastreado su movimiento, y parece que planean un ataque coordinado en algún punto de la ciudad. No sabemos cuándo, pero no podemos permitir que sus fuerzas oscuras crucen las murallas.
El señor feudal, que había estado escuchando desde su asiento elevado en el salón, se levantó y se acercó al grupo, su rostro arrugado por la preocupación.
—Si hay criaturas oscuras involucradas, no podemos enfrentarlas con las tácticas comunes de guerra —dijo el señor feudal, mirando a Griffin—. Necesitaremos tu ayuda, cazador. He escuchado sobre tus habilidades, y si puedes purgar a estas criaturas, te daremos todo el apoyo que necesites.
Griffin inclinó la cabeza en señal de respeto.
—Haré lo que sea necesario —respondió con firmeza—. Pero necesitamos identificar la naturaleza exacta de lo que enfrentamos. No puedo combatir lo que no comprendo.
Amaris, quien había permanecido en silencio mientras escuchaba el intercambio, dio un paso al frente.
—Mi manada puede ayudar a rastrear su origen —dijo—. Tenemos habilidades que nos permiten detectar este tipo de corrupción antes que los humanos. Si trabajamos juntos, podremos anticiparnos a sus movimientos.
El señor feudal asintió con aprobación.
—Entonces que así sea. Reúne a tus guerreros y prepárate. Amanecer no caerá esta noche.
Las siguientes horas fueron un torbellino de actividad. La guardia de Amanecer se movilizó rápidamente, reforzando las defensas en los puntos más vulnerables de la ciudad. Los hombres del señor feudal patrullaban las murallas, mientras la manada de Amaris se dispersaba por el bosque cercano, en busca de cualquier señal de las criaturas que se ocultaban entre las sombras.
Griffin, por su parte, se había retirado a su sótano, donde el brasero sagrado de Herodio ardía con una luz inquietante. Mientras se preparaba para la batalla, miró las llamas púrpuras con intensidad, esperando recibir alguna señal, alguna visión que le indicara qué estaba por venir. Sabía que la batalla que se aproximaba no sería como las demás. Esta vez, la oscuridad había tocado las puertas de su hogar.
De repente, el fuego del brasero cambió de forma, mostrándole una imagen fugaz: una figura oscura, con ojos brillantes y afilados, rodeada por los cuerpos de los rebeldes caídos. Su rostro, aunque humano, estaba distorsionado por una energía oscura y corrupta. Y entonces, la visión se desvaneció.
Griffin cerró los ojos, apretando el mango de su espada. Sabía lo que debía hacer.