🌆 Cuando el orden choca con el caos, todo puede pasar.
Lucía, 23 años, llega a la ciudad buscando independencia y estabilidad. Su vida es una agenda perfectamente organizada… hasta que se muda a un piso compartido con tres compañeros que pondrán su paciencia —y sus planes— a prueba.
Diego, 25, su opuesto absoluto: creativo, relajado, sin un rumbo claro, pero con un encanto desordenado que desconcierta a Lucía más de lo que quisiera admitir.
Carla, la amiga que la convenció de mudarse, intenta mediar entre ellos… aunque muchas veces termina enredándolo todo aún más.
Y Javi, gamer y streamer a tiempo completo, aporta risas, caos y discusiones nocturnas por el WiFi.
Entre rutinas rotas, guitarras desafinadas, sarcasmo y atracciones inesperadas, esta convivencia se convierte en algo mucho más que un simple reparto de gastos.
✨ Una historia fresca, divertida y cercana sobre lo difícil —y emocionante— que puede ser compartir techo, espacio… y un pedacito de vida.
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Capítulo 15 – Disimulando
La mañana siguiente fue una prueba de fuego.
Lucía despertó en el sofá, enredada en la manta y con la cabeza apoyada en el hombro de Diego. Por un segundo, medio dormida, pensó que todavía estaba soñando. Pero al levantar la vista y velo allí, con la respiración tranquila y el pelo desordenado, el corazón le dio un vuelco.
Se levantó de golpe, casi en pánico, antes de que alguien más apareciera.
—¡Arriba, que nos pillan! —susurró, empujándolo suavemente.
Diego abrió un ojo, somnoliento, y sonrió con calma descarada.
—Que nos pillen, ¿qué más da?
—¡Da mucho! —respondió Lucía, con el pulso acelerado—. Nadie puede enterarse.
Él se rió bajo, divertido con su paranoia.
—Vale, vale, secreto absoluto. Espías en misión encubierta.
Lucía rodó los ojos, pero no pudo evitar que una sonrisa se le escapara.
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En la cocina, Carla y Javi ya estaban desayunando entre tostadas y cereales.
Lucía entró con aparente normalidad, aunque tenía las mejillas rojas todavía y el cabello algo revuelto.
—Buenos días —saludó, intentando sonar natural y despreocupada.
—Buenos días —respondió Carla, alzando una ceja—. ¿Dormiste bien?
Lucía se atragantó con la primera mordida de la tostada.
—Sí, claro. Perfectamente.
Javi bostezó tan fuerte que casi tiro la taza.
—Yo no dormí nada, los truenos no me dejaron pegar un ojo.
—Ajá —dijo Carla, dándole un codazo—. Seguro que fueron los truenos...
Lucía tragó saliva.
En ese momento, apareció Diego, despeinado y con una camiseta que Lucía reconoció demasiado bien: era la misma que él había usado la noche anterior. Se sirvió café como si nada, tarareando.
Carla y Javi intercambiaron una mirada sospechosa.
—¿Y vosotros? —preguntó Carla con una sonrisa maliciosa—. ¿Hicisteis guardia nocturna contra la tormenta, o qué?
—¿Eh? —dijo Diego, con la cara más inocente que pudo poner—. Yo solo estaba tocando la guitarra.
—Ajá… —Carla alargó la palabra, sin quitarles los ojos de encima.
Lucía quiso desaparecer dentro de la taza de café.
—¿Y tú, Lu? —saltó Javi, con una sonrisa traviesa—. ¿No que odiabas la guitarra cuando alguien la tocaba de noche?
Lucía se atragantó otra vez con la tostada.
—Yo... me acostumbré —respondió, demasiado rápido.
Carla reprimió una risa, disfrutando el espectáculo.
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Más tarde, cuando por fin quedaron a solas en el pasillo, Diego se inclinó hacia ella con esa sonrisa traviesa que siempre la sacaba de quicio.
—Somos pésimos espías.
—Tú eres el pésimo —le reprochó Lucía en un susurro, aunque la risa le brillaba en los ojos—. No podías ponerte otra camiseta.
—¿Y perder la diversión de verte sonrojarte cada vez que me miras? Ni loco.
Lucía lo empujó juguetonamente hacia su cuarto, intentando mantener la compostura. Pero antes de que él cerrará la puerta, Diego le robó un beso rápido, ligero, como si solo quisiera recordarle que lo de anoche había sido real.
Lucía se quedó en medio del pasillo, con el corazón disparado y una sonrisa que no conseguía borrar.
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Durante el resto del día, disimular fue un desafío mayor de lo que Lucía había anticipado. Cada vez que cruzaban miradas en la mesa o cuando Diego rozaba "accidentalmente" su brazo al pasar, ella sentía que todos podían verlo escrito en la frente.
Carla parecía especialmente atenta, lanzando indirectas que hacían sudar a Lucía. Javi, en cambio, estaba tan concentrado en una serie que había empezado, que no notaba nada.
Por la noche, mientras se encerraba en su cuarto, Lucía suspiro. Mantener el secreto iba a ser mucho más complicado de lo que había imaginado.
Y lo peor era que, en el fondo, había una parte de ella que no quería esconder nada.